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Errico Malatesta: Anarquía y violencia (1894)

Traducción al castellano: @rebeldealegre
(*) El texto a continuación no corresponde a la compilación de extractos en el capítulo I, apartado No. 5, titulado “Anarquismo y Violencia”, del afamado libro de Vernon Richards, «Malatesta: Pensamiento y acción revolucionarios», del que, está demás decir, recomendamos su lectura. También recomendamos el texto, que encontrarás en este blog,  «Los Bandidos Trágicos».


Un artículo publicado en el Liberty de Londres, en dos partes (No. 9 y 10, Septiembre y Octubre de 1894), donde Malatesta trata el tema de la violencia en la táctica anarquista, cuya postura no es de “o blanco, o negro”, sino que es más bien concienzudamente cromática. Como bien señala Ángel Cappelletti en su texto explicativo — que no nos cansaremos de recomendar —, «Violencia y no violencia en el pensamiento de Malatesta», Malatesta no es partidario ni de la no violencia y la resistencia pasiva, ni tampoco de la violencia indiscriminada, sino que:
“... insiste en demostrar que es precisamente el rechazo de la violencia el rasgo específico y definitorio de la doctrina anarquista (…) sólo la legítima y natural defensa contra toda forma de violencia, pero, sobre todo, contra la permanente e institucionalizada violencia del Estado, justifica el uso de la violencia”
Y a pesar de su convencimiento en la inevitabilidad y la penosa necesidad de la revolución violenta, afirma que el método anarquista debiese tender a reducir aquel factor beligerante al mínimo posible. De ahí que traemos a la memoria su célebre máxima en el uso de este recurso: “Donde cesa la necesidad, comienza el delito”:
«Como la revolución es, por la necesidad de las cosas, un acto violento, tiende a desarrollar, más bien que a suprimir, el espíritu de violencia. Pero la revolución realizada tal como la conciben los anarquistas es la menos violenta posible y desea frenar toda violencia apenas cesa la necesidad de oponerse a la fuerza material del gobierno y de la burguesía. Los anarquistas sólo admiten la violencia como legítima defensa; y si están hoy en favor de ella, es porque consideran que los esclavos están siempre en estado de legítima defensa. Pero el ideal de los anarquistas es una sociedad de la cual haya desaparecido el factor violencia, y ese ideal suyo sirve para frenar, corregir y destruir el espíritu de prepotencia que la revolución, en cuanto acto material, tendería a desarrollar».
—Umanitá Nova, 18 de julio de 1920
«También nosotros sentimos amargura por esta necesidad de la lucha violenta. Nosotros, que predicamos el amor y combatimos para llegar a un estado social en el cual la concordia y el amor sean posibles entre los hombres, sufrimos más que nadie por la necesidad en que nos encontramos de defendernos con la violencia contra la violencia de las clases dominantes. Pero renunciar a la violencia liberadora cuando ésta constituye el único medio que puede poner fin a los prolongados sufrimientos de la gran masa de los hombres y a las monstruosas carnicerías que enlutan a la humanidad, sería hacernos responsables de los odios que lamentamos y de los males que derivan del odio».
— Umanitá Nova, 27 de abril de 1920

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Anarquía y violencia 

Desde sus primeras manifestaciones, los Anarquistas han sido casi unánimes en cuanto a la necesidad del recurso a la fuerza física para transformar la sociedad existente; y mientras los demás partidos auto-denominados revolucionarios han ido avanzando a tropezones hacia el pantano parlamentario, la idea anarquista se ha identificado de algún modo con la insurrección armada y la revolución violenta. 

Pero, tal vez, no ha habido explicaciones suficientes en cuanto al tipo y el grado de violencia a emplear; y aquí, como en muchos otros asuntos, merodean ideas y sentimientos muy distintos bajo nuestro nombre en común. 

De hecho, las numerosas atrocidades que han sido últimamente perpetradas por anarquistas y en nombre de la anarquía, han traído a la luz del día profundas diferencias que antes habían sido ignoradas, o escasamente previstas. 

 Algunos compañeros, asqueados de la atrocidad y la inutilidad de ciertos actos de estos, se han declarado en oposición a toda violencia, la que sea, excepto en casos de defensa personal contra ataques directos e inmediatos. Lo que, en mi opinión, significaría la renuncia a toda iniciativa revolucionaria, y la reserva de nuestros golpes para los insignificantes, y a menudo involuntarios, agentes del gobierno, dejando en paz a los organizadores de, y a los principales beneficiados por, el gobierno y la explotación capitalista. 

Otros compañeros, por el contrario, llevados por la excitación de la lucha, avinagrados por las infamias de la clase dominante, y seguramente influenciados por lo que ha quedado de las antiguas ideas jacobinas que se infiltran en la educación política de la generación presente, han aceptado precipitadamente todo y cualquier tipo de violencia, siempre y cuando sea cometida en nombre de la anarquía; y han declarado menos que el derecho a la vida y la muerte a quienes no son anarquistas, o a quienes no son anarquistas exactamente de acuerdo a su modelo. 

Y la masa del público, ignorando estas polémicas, y engañados por la prensa capitalista, ven en la anarquía nada más que bombas y dagas, y habitualmente consideran a los anarquistas como bestias salvajes sedientas de sangre y ruina. 

Es por lo tanto necesario que nos expliquemos con mucha claridad respecto a esta cuestión de la violencia, y que cada uno de nosotros tome una posición en concordancia: necesario tanto a los intereses de las relaciones de cooperación práctica que puedan existir entre todos aquellos que profesan el anarquismo, como así también a los intereses de la propaganda general, y a nuestras relaciones con el público. 

En mi opinión, no puede haber duda de que la idea anarquista, que niega al gobierno, por su naturaleza misma se opone a la violencia, que es la esencia de todo sistema autoritario — el modo de acción de todo gobierno. 

La anarquía es la libertad en la solidaridad. Es sólo a través de la armonización de intereses, a través de la cooperación voluntaria, a través del amor, el respeto, y la tolerancia recíproca, por la persuasión, por el ejemplo, y por el contagio de la benevolencia, que puede y debe triunfar. 

Nosotros somos anarquistas porque creemos que nunca podremos alcanzar el bienestar combinado de todos — el cual es el propósito de nuestros esfuerzos — excepto a través de una libre comprensión entre las personas, y sin imponer por la fuerza la voluntad de nadie sobre la de ningún otro. 

En otros partidos, hay por cierto personas que son tan sinceras y tan devotas a los intereses del pueblo como los mejores de nosotros podrían serlo. Pero lo que nos caracteriza a los anarquistas y nos distingue de todos los demás es que no nos creemos en posesión de la verdad absoluta; no nos creemos ni infalibles, ni omniscientes, — la cual es la pretensión implícita de todos los legisladores y candidatos políticos que sea; y en consecuencia, no nos creemos llamados a la dirección y el tutelaje del pueblo. 

Somos, por excelencia, el partido de la libertad, el partido del libre desarrollo, el partido de la experimentación social. 

Pero contra esta misma libertad que reclamamos para todos, contra la posibilidad de esta búsqueda experimental de mejores formas de sociedad, se erigen barreras de hierro. Legiones de soldados y policías están listos para masacrar y encarcelar a quien sea que no se someta mansamente a las leyes que un puñado de personas privilegiadas han hecho para sus propios intereses. E incluso si no existiesen soldados ni policía, mientras la constitución económica de la sociedad siga siendo como es, la libertad aún sería imposible; porque, ya que todos los medios para la vida están bajo el control de una minoría, la gran masa de la humanidad está obligada a trabajar para los otros, y se sumen en la pobreza y la degradación. 

Lo primero que hay que hacer, por ende, es deshacerse de la fuerza armada que defiende a las instituciones existentes, y a través de la expropiación de los propietarios presentes, poner la tierra y los demás medios de producción a disposición de todos. Y esto no es posible hacerlo — en nuestra opinión — sin el empleo de la fuerza física. Aún más, el desarrollo natural de los antagonismos económicos, la consciencia despierta de una fracción importante del proletariado, el número constantemente creciente de desempleados, la ciega resistencia de las clases dominantes, en resumen, la evolución contemporánea como un todo, nos están conduciendo inevitablemente hacia la estallido de una gran revolución, que derrocará todo con su violencia, y los signos predecesores de ésta ya son visibles. Esta revolución ocurrirá, con o sin nosotros; y la existencia de un partido revolucionario, consciente del fin a alcanzar, servirá para dar una dirección a la violencia, y para moderar sus excesos mediante la influencia de un ideal noble. 

Así es que somos revolucionarios. En este sentido, y dentro de estos límites, la violencia no es una contradicción con los principios anarquistas, dado que no resulta de nuestra libre elección, sino que nos es impuesta por la necesidad en la defensa de derechos humanos sin reconocer, que son frustrados por la fuerza bruta. 

Repito aquí: como anarquistas, no podemos y no deseamos emplear la violencia, excepto en defensa nuestra y de los demás contra la opresión. Pero reclamamos este derecho a la defensa — completo, real, y eficaz. Es decir, queremos ser capaces de llegar detrás del instrumento material que nos hiere, y atacar a la mano que sostiene el instrumento, y a la cabeza que la dirige. Y queremos escoger nuestra propia hora y campo de batalla, de modo de atacar al enemigo bajo condiciones lo más favorables posible: ya sea cuando está ya atacando y provocándonos, o cuando duerme, y relaja su mano, contando con la sumisión popular. Pues es un hecho, la burguesía está en permanente estado de guerra contra el proletariado, pues nunca, ni por un momento, cesa de explotar a éste y de oprimirlo. 

Desafortunadamente, entre los actos que se han cometido en nombre de la anarquía, ha habido algunos, que, aunque totalmente carentes de características anarquistas, han sido erróneamente confundidos con otros actos de obvia inspiración anarquista. 

Por mi parte, protesto contra esta confusión entre actos totalmente distintos en valor moral, como así también en efectos prácticos. 

A pesar de la excomunión y de los insultos de ciertas personas, yo considero que es esencial discriminar entre el acto heroico de una persona que conscientemente sacrifica su vida por aquello que cree hará bien, y el acto casi involuntario de algún infeliz al que la sociedad ha reducido a la desesperación, o el acto brutal de una persona que ha sido descarriada por el sufrimiento, y se ha contagiado de este salvajismo civilizado que nos rodea a todos; entre el acto inteligente de una persona que, antes de actuar, sopesa el bien o el mal probable que podría resultar por su causa, y el acto irreflexivo de la persona que golpea al azar; entre el acto generoso de quien se expone al peligro para ahorrarle sufrimiento a sus semejantes, y el acto burgués de quien lleva sufrimiento a otros para su propio beneficio; entre el acto anarquista de quien desea destruir los obstáculos que se ponen en el camino de la reconstitución de la sociedad sobre la base del libre acuerdo de todos, y el acto autoritario de la persona que pretende castigar a la muchedumbre por su estupidez, aterrorizarla (lo que la vuelve aún más estúpida), para imponerle sus propias ideas. 

Definitivamente, la burguesía no tiene derecho alguno a quejarse de la violencia de sus enemigos, ya que toda su historia, como clase, es una historia de derramamiento de sangre, y ya que el sistema de explotación, que es la ley de su vida, produce a diario hecatombes de inocentes. Definitivamente, también, no son los partidos políticos los que deben quejarse de la violencia, pues éstos tienen, uno y cada uno, las manos rojas de sangre derramada innecesariamente, y completamente por su propio interés; éstos, quienes han criado a los jóvenes, generación tras generación, en el culto a la fuerza triunfante; éstos, quienes cuando no son apologistas de la Inquisición, son sin embargo entusiastas admiradores del Terror Rojo, que frenó el espléndido impulso revolucionario a fines del siglo pasado, y preparó el camino al Imperio, para la restauración, y el Terror Blanco

La aparente gentileza que ha acaecido en cierta parte de la burguesía, ahora que sus vidas y sus billeteras se ven amenazadas, es, en nuestra opinión, de extremado poco fiar. Pero no es lo nuestro regular nuestra conducta por la cantidad de placer o vejación que pueda ocasionar la burguesía. Debemos conducirnos de acuerdo a nuestros principios; y el interés de nuestra causa, que a nuestro parecer es la causa de toda la humanidad. 

Ya que los antecedentes históricos nos han llevado a la necesidad de la violencia, empleemos la violencia; pero no olvidemos nunca que es un caso de dura necesidad, y es en esencia contraria a nuestras aspiraciones. No olvidemos que toda la historia atestigua este inquietante hecho — cuando la resistencia a la opresión ha resultado victoriosa ha engendrado siempre nueva opresión, y ello nos advierte de que deberá ser así siempre hasta romper por siempre con la sangrienta tradición del pasado, y que la violencia se limite sólo a la más estricta necesidad. 

La violencia engendra violencia; y el autoritarismo engendra opresión y esclavitud. Las buenas intenciones de los individuos no pueden de modo alguno afectar a esta secuencia. El fanático que se dice a sí mismo que salvará al pueblo por la fuerza, y a su propio modo, es siempre una persona sincera, pero es un terrible agente de la opresión y la reacción. Robespierre, con horrible buena fe y su consciencia pura y cruel, fue tan fatal para la Revolución como la ambición personal de Bonaparte. El ardiente fervor de Torquemada por la salvación de las almas hizo mucho más daño a la libertad de pensamiento y al progreso de la mente humana que el escepticismo y corrupción de León X y su corte.

La teorías, las declaraciones de principio, o las magnánimas palabras nada pueden hacer contra la filiación natural de los hechos. Muchos mártires han muerto por la libertad, muchas batallas se han peleado y ganado en nombre del bienestar de toda la humanidad, y sin embargo la libertad ha resultado después de todo significar nada más que la ilimitada opresión y explotación de los pobres por los ricos.

La idea anarquista no está más asegurada contra la corrupción de lo que la idea liberal ha probado no estarlo, pero los comienzos de la corrupción podrían ya observarse si notamos el desprecio por las masas que exhiben ciertos anarquistas, su intolerancia, y su deseo de esparcir el terror a su alrededor.

¡Anarquistas! ¡salvemos la anarquía! Nuestra doctrina es una doctrina de amor. No podemos, y no debemos ser ni vengadores, ni dispensadores de justicia. Nuestra tarea, nuestra ambición, nuestro ideal, es ser libertadores.

Mijaíl Bakunin: La Instrucción Integral (1869)


Revisión y edición: @rebeldealegre

Compartimos una versión revisada de La Instrucción Integral de Mijaíl Bakunin. Para ello hemos tomado la traducción de Claudio Lozano disponible gracias a KCL y la hemos contrastado con la traducción de Frank Mintz disponible en el Archivo Miguel Bakunin. Salud!
La instrucción debe ser igual en todos los grados para todos, por consiguiente debe ser integral, es decir, debe preparar a los niños de ambos sexos tanto para la vida intelectual como para la del trabajo, con el fin de que todos puedan llegar a ser hombres completos.
...  lo que se llama voluntad no es más que el producto del ejercicio de una facultad nerviosa, igual que nuestra fuerza física no es más que el producto del ejercicio de nuestros músculos, y que, por consiguiente, uno y otro son productos de la vida natural y social, es decir, de las condiciones físicas y sociales del medio en que ha nacido cada individuo y en el que continúa desarrollándose; y repetimos que cada hombre, en cada momento de su vida, es el producto de la acción combinada de la naturaleza y la sociedad, con lo que se aclara la verdad anunciada en nuestro anterior artículo: que para moralizar a los hombres hay que moralizar su medio social.
Para moralizarlo, no hay más que un medio, y es el de hacer triunfar la justicia, es decir, la más completa libertad de cada uno en la más perfecta igualdad de todos. La gran iniquidad colectiva, que da nacimiento a todas las iniquidades individuales, es la desigualdad de condiciones y de derechos, y, como consecuencia, la ausencia de libertad para cada cual. Suprimidla y desaparecerán todas las demás.”

Lucy Parsons: Los principios del anarquismo



Traducción al castellano: @rebeldealegre

Una charla de Lucy Parsons (1853—1942), en la que delinea sus perspectivas sobre el anarquismo. Una figura prominente del anarquismo/socialismo y el movimiento obrero
norteamericano, de poderosa oratoria, ayudó a organizar la IWW (Industrial Workers of the World) fue etiquetada por el departamento de policía de Chicago como “más peligrosa que mil insurrectos”. Estuvo casada con Albert Parsons, uno de los mártires de Chicago ejecutados en 1886.


Compañeros y Amigos:

Creo que no puedo abrir mi ponencia más apropiadamente que señalando mi experiencia en mi larga conexión con el movimiento de reformas.

Fue durante la gran huelga ferroviaria de 1877 que por vez primera me interesé en lo que se conoce como la “Cuestión del Trabajo.” Más tarde pensé, como muchos miles de personas sinceras y empeñosas lo piensan, que el poder acumulado que opera en la sociedad humana, conocido como gobierno, podía ser un instrumento en las manos de los oprimidos para aliviar sus sufrimientos. Pero un estudio más cuidadoso del origen, la historia y la tendencia de los gobiernos, me convenció de que esto era un error; llegué a comprender cómo los gobiernos organizados usan su poder concentrado para retardar el progreso a través de sus medios, siempre a mano, de silenciamiento de la voz de descontento que se eleva en protesta vigorosa contra las maquinaciones de los pocos conspiradores, los que siempre han, siempre habrán y siempre deben dominar en los concejos de las naciones, donde la regla de la mayoría es reconocida como el único medio para ajustar los asuntos del pueblo. Llegué a comprender que tal poder concentrado puede siempre ser detentado por el interés de los pocos y a expensas de los muchos. El gobierno, en su último análisis, es este poder reducido a una ciencia. El gobierno nunca conduce; sino que sigue al progreso. Cuando la prisión, la hoguera y el cadalso ya no pueden silenciar la voz de la protesta, el progreso avanza un paso, pero no sino hasta entonces.

Señalaré esta contienda de otro modo: aprendí mediante cuidadoso estudio que no hace diferencia alguna las promesas que, por poder, hace al pueblo un partido político para asegurar su confianza. Una vez asegurado y establecido en el control de los asuntos de la sociedad que perseguían, son, después de todo, humanos con todos los atributos humanos del político. Entre éstos están: Primero, permanecer en el poder ante todo; de no ser individualmente, lo harán entonces aquellos que sostienen esencialmente las mismas opiniones, pues la administración debe mantenerse bajo control. Segundo, para seguir en el poder, es necesario construir una poderosa máquina, lo suficientemente fuerte como para demoler toda oposición y silenciar todo vigoroso murmullo de descontento, o la máquina partidaria podría ser demolida y el partido por ende perder el control.

Cuando llegué a comprender estas faltas, fallas, desventajas, aspiraciones y ambiciones de hombres falibles, concluí que no sería la más segura ni la mejor política para la sociedad como un todo, confiar el manejo de todos sus asuntos, con sus múltiples desviaciones y ramificaciones, en las manos de hombres limitados, y que fuesen manejados por el partido que ocurre que llegó al poder y que por lo tanto fue el partido mayoritario. Y tampoco hizo entonces, ni hace ahora siquiera una partícula de diferencia para mí qué pueda prometer, por poder, un partido; ello no apacigua mis temores frente a lo que un partido, cuando está arraigado y sentado con seguridad en el poder, puede hacer por demoler a la oposición, y por silenciar la voz de la minoría y por ende retardar el paso siguiente hacia el progreso.

Mi mente se paraliza ante el pensamiento de que un partido político tenga el control de todos los detalles que componen la suma total de nuestras vidas. Piensen en ello por un instante: que el partido en el poder tenga toda autoridad de dictar el tipo de libros que ha de usarse en las escuelas y universidades; que funcionarios de gobierno editen, impriman, y hagan circular nuestra literatura, nuestra historia, las revistas y la prensa; y qué decir de las mil y una actividades de la vida en las que un pueblo se embarca en una sociedad civilizada.

A mi mente, la lucha por la libertad es demasiado grande y los pocos pasos que hemos dado han sido obtenidos con demasiado sacrificio para que la gran masa del pueblo de este siglo veinte consienta en darle a cualquier partido político el manejo de nuestros asuntos sociales e industriales. Todos aquellos que estén de algún modo familiarizados con la historia saben que los hombres abusarán del poder cuando lo posean. Por estas y otras razones, yo, tras cuidadoso estudio, y no por sentimentalismo, pasé desde ser una sincera, empeñosa, socialista política a la fase no-política del socialismo, el anarquismo, puesto que en su filosofía creo que puedo hallar las condiciones apropiadas para el máximo desarrollo de las unidades individuales en la sociedad; lo que nunca podrá ser bajo restricciones gubernamentales.

La filosofía del anarquismo está incluida en la palabra “Libertad”; sin embargo es lo suficientemente comprehensiva como para incluir todo lo demás que sea conducente al progreso. Ninguna barrera al progreso humano, al pensamiento, la investigación, es puesta por el anarquismo; nada es considerado tan verdadero o tan cierto, como para que futuros descubrimientos no puedan probarlo falso; por ello, tiene solo una consigna infalible e inalterable, “Libertad.” Libertad de descubrir toda verdad, libertad de desarrollarse, de vivir naturalmente y plenamente. Otras escuelas de pensamiento se componen de ideas cristalizadas — principios que se atrapan y se ensartan entre las planchas de largas plataformas, y se consideran demasiado sagradas para ser perturbadas por una investigación cuidadosa. En todos los demás “asuntos” siempre hay un límite; alguna línea fronteriza imaginaria tras la cual la mente que busca no se atreve a penetrar, por temor a que alguna preciada idea se desvanezca como un mito. Pero el anarquismo es la ciencia guía — el maestro de ceremonias de todas las formas de verdad; éste quitaría toda barrera entre el ser humano y el desarrollo natural: de los recursos naturales de la tierra, toda restricción artificial para que el cuerpo pueda nutrirse, y de la verdad universal, toda barrera de prejuicio y superstición, para que la mente pueda desarrollarse simétricamente.

Los anarquistas saben que un largo período de educación debe preceder a todo gran cambio fundamental en la sociedad, por ello no creen en mendigar votos, ni en campañas políticas, pero sí en el desarrollo de individuos con pensamiento autónomo.

Buscamos alivio lejos de los gobiernos, porque sabemos que la fuerza (legalizada) invade a la libertad personal del hombre, se aprovecha de los elementos naturales e interviene entre el hombre y las leyes naturales. Desde este ejercicio de fuerza de los gobiernos fluye casi toda la miseria, la pobreza, el crimen, y la confusión existente en la sociedad.

Entonces, percibimos, que hay barreras reales, materiales, que bloquean el camino. Éstas deben ser removidas. Si se pudiese, quisiéramos que se desvanecieran, o que se hicieran nada mediante votos u oraciones, y estaríamos contentos con esperar y votar y orar. Pero estas barreras son como grandes rocas amenazantes erigidas entre nosotros y la tierra de la libertad, mientras los oscuros abismos de un reñido pasado se abren tras nuestro. Derruidas han de estar por su propio peso y el desgaste del tiempo, pero pararnos bajo ellas tranquilamente hasta que caigan será enterrarse en el desplome. Hay algo que hacer en un caso como este — las rocas deben ser removidas. La pasividad, mientras la esclavitud nos hurta, es un crimen. Por el momento debemos olvidar que somos anarquistas — cuando la obra se logre podremos olvidar que somos revolucionarios. Por eso la mayoría de los anarquistas cree que el cambio que viene puede solo resultar de una revolución, porque la clase poseedora no cederá a que un cambio pacífico ocurra; aún así estamos dispuestos a trabajar por la paz a todo precio, excepto por el precio de la libertad.

¿Y qué hay del fulgor del más allá, tan luminoso que quienes muelen los rostros de los pobres dicen que es un sueño? No es ningún sueño, es lo real, desnudo de distorsiones cerebrales materializadas en tronos y cadalsos,  mitras y armas. Es la naturaleza realizando leyes en su propio interior como en todas sus otras asociaciones. Es un retorno a primeros principios; pues ¿no eran la tierra, el agua, la luz, todo libre antes que los gobiernos tomaran molde y forma? En esta condición libre olvidaremos pensar nuevamente en estas cosas como “propiedad.” Es real, pues nosotros, como especie, crecemos hacia ello. La idea de menos restricción y más libertad, y de una fiada confianza en que la naturaleza equivale a su obra, penetra a todo el pensamiento moderno. Desde el año oscuro — no hace mucho — en que se creía en general que el alma del hombre era totalmente depravada y todo impulso humano era malo; en que todo acto, todo pensamiento y toda emoción era controlada y restringida; en que a la constitución humana enferma, se le sangraba, se le dosificaba, se le sofocaba y se le mantenía tan lejos de los remedios naturales como fuera posible; en que la mente era tomada y distorsionada antes de que tuviese el tiempo de evolucionar hacia un pensamiento natural — de aquellos días hasta estos años de progreso de esta idea, todo ha sido rápido y constante. Se está haciendo más y más aparente que en toda forma somos “mejor gobernados cuando somos menos gobernados.”

Aún insatisfecho quizás, el investigador busca detalles, vías y medios, y por qué y de dónde. ¿Cuán mal estamos como seres humanos comiendo y durmiendo, trabajando y amando, intercambiando y tratando, sin gobierno? Tan habituados nos hemos vuelto a la “autoridad organizada” en todo departamento de la vida que de ordinario no podemos concebir ni que los más comunes pasatiempos se lleven a cabo sin su interferencia y “protección”.

Pero el anarquismo no está obligado a delinear una completa organización de la sociedad libre. Hacerlo bajo cualquier supuesto de autoridad sería poner otra barrera en el camino de las generaciones venideras. El mejor pensamiento hoy podría volverse un inútil antojo mañana, y cristalizarlo en un credo es volverlo inmodificable.

Juzgamos desde la experiencia que el hombre se un animal gregario, y que se afilia instintivamente con sus amables co-operantes, se une en grupos, trabaja para mejor beneficio en combinación con sus semejantes que solo. Esto apuntaría a la formación de comunidades co-operativas, de las que nuestros sindicatos del presente son patrones embrionarios. Cada rama de la industria tendrá sin duda su propia organización, regulación, líderes, etc.; instituirá métodos de comunicación directa con cada miembro de aquella rama industrial en el mundo, y establecerá relaciones equitativas con todas las demás ramas.

Habría probablemente congresos industriales a los que atenderían delegados, y donde gestionarían tal asunto según fuese necesario, y al momento de levantar la sesión ya no serían delegados, sino simples miembros de un grupo. Seguir siendo miembros permanentes de un congreso continuo sería establecer un poder del que por cierto tarde o temprano se abusaría.

Ningún gran poder central, como un congreso consistente de personas que nada saben de las gestiones, intereses, derechos o deberes de sus componentes, estaría por sobre las diversas organizaciones o grupos; y tampoco se emplearían alguaciles, policías, cortes o gendarmes para forzar las conclusiones a las que se llegó en la sesión. Los miembros de los grupos podrían beneficiarse del conocimiento obtenido mediante el intercambio mutuo de pensamiento ofrecido por los congresos si así lo escogen, pero no estarán obligados a hacerlo mediante ninguna fuerza externa.

Los derechos adquiridos, los privilegios, las actas constitutivas, los títulos de propiedad, mantenidos por toda la parafernalia del gobierno — el símbolo visible del poder — como la prisión, el cadalso y los ejércitos no tendrán existencia. No puede haber privilegios comprados o vendidos, ni mantener sagrada la transacción a punta de bayoneta. Toda persona se parará sobre igual base con su hermano en el correr de la vida, y ninguna cadena de sumisión económica ni ningún freno metálico de superstición ha de incapacitar a uno para ventaja del otro.

La propiedad perderá cierto atributo que la santifica ahora. La propiedad absoluta de aquel — “el derecho de usar y abusar” — será abolida, y la posesión, el uso, será el único título. Se verá cuán imposible sería que una persona fuese “dueña” de un millón de acres de tierra, sin un título de propiedad respaldado por un gobierno dispuesto a proteger el título contra todo peligro, incluso ante la pérdida de miles de vidas. No podrá esa persona usar el millón de acres, y tampoco podría arrebatar de sus profundidades los recursos posibles que contiene.

Las personas se han habituado tanto a ver los indicios de autoridad en todo que la mayoría cree honestamente que se tornarían completamente hacia el mal si no fuese por el garrote del policía o la bayoneta del soldado. Pero el anarquista dice, “Quiten estos indicios de fuerza bruta, y dejen que las personas sientan las influencias revivificantes de la responsabilidad por sí mismo y el control de sí mismo, y vean cómo responderemos a estas mejores influencias.”

La creencia en un lugar literal de tormento se ha casi desvanecido, y en vez de los funestos resultados pronosticados, tenemos un estándar más elevado y más verdadero de masculinidad y feminidad. A las personas no les interesa ir hacia el mal cuando sienten que tanto pueden hacerlo como no. Los individuos son inconscientes de sus propios motivos para hacer el bien. Al actuar sus naturalezas de acuerdo a su entorno y a sus condiciones, aún creen que son mantenidos en el camino correcto por algún poder externo, por alguna restricción arrojada a ellos por la Iglesia o el Estado. De modo que el objetor cree que con el derecho a rebelión y a escindirse, sagrados para él, estaría por siempre rebelándose y escindiéndose, creando así constante confusión y agitación. ¿Es probable que lo haga, por la mera razón de que puede hacerlo? Los seres humanos son en gran medida criaturas de hábito, y llegan a amar las asociaciones; bajo condiciones razonablemente buenas, se quedarían donde comenzaron, si así lo desearan, y, si no, ¿quién tiene algún derecho natural para forzarle hacia relaciones que le son desagradables? Bajo el orden presente de los asuntos, las personas se unen a las sociedades y permanecen siendo miembros buenos y desinteresados de por vida, donde el derecho a retirarse es siempre concedido.

Por lo que nosotros los anarquistas luchamos es por una mayor oportunidad de desarrollar las unidades en la sociedad, que la humanidad pueda poseer el derecho, como ser sensato, a desarrollar aquello que es más amplio, más noble, más elevado y mejor; una oportunidad que no sea invalidada por ninguna autoridad centralizada, en la que se debe esperar que se firmen, se sellen, se aprueben y se le traspasen permisos antes de poder embarcarse en los activos propósitos de la vida con sus semejantes. Sabemos que después de todo, a medida que nos ilustremos más bajo esta mayor libertad, llegaremos a interesarnos menos y menos por la distribución exacta de la riqueza material, que, a nuestros sentidos nutridos por la codicia, parece ahora algo tan imposible de pensar sin cuidado. La mujer y el hombre de intelectos más nobles, en el presente, no piensan tanto en las riquezas a obtener por sus esfuerzos como en el bien que puedan realizar por sus criaturas semejantes. Hay un brote innato de acción saludable en todo ser humano que no ha sido aplastado y apretado por la pobreza y el arduo trabajo desde antes de nacer, que le impulsa hacia adelante y hacia arriba. No puede éste estar inactivo, aún si lo quisiese; es tan natural para él desarrollar, expandir, y usar los poderes en él cuando no son reprimidos, como para la rosa florecer a la luz del sol y arrojar su fragancia a la brisa que pasa.

Las más grandes obras del pasado nunca fueron realizadas exclusivamente por dinero. ¿Quién puede medir el valor de un Shakespeare, un Miguel Ángel o un Beethoven en dólares y céntimos? Agassiz dijo, que “no tuvo tiempo de hacer dinero,” hubo más elevados y mejores objetos en la vida que ese. Y así será cuando la humanidad se alivie del apremiante temor a la inanición, la carencia, y la esclavitud, se preocupará, menos y menos, de la apropiación de vastas acumulaciones de riqueza. Tales posesiones serían nada más que una molestia y un problema. Cuando dos o tres o cuatro horas al día de trabajo fácil y sano producirá todas las comodidades y lujos que uno pueda usar, y la oportunidad de trabajar nunca sea negada, las personas serán indiferentes respecto a quién posee la riqueza que no necesitan. La riqueza estará por debajo de lo aceptable, y se encontrará que hombres y mujeres no la aceptarán por pago, ni serán sobornados con ella para hacer lo que no harían a voluntad y naturalmente. Algún incentivo mayor debe sustituir, y sustituirá, a la codicia por oro. La aspiración involuntaria nacida en el hombre por hacer lo máximo de uno mismo, por ser amado y apreciado por los semejantes, por “hacer mejor al mundo por haber vivido en él,” le urgirá a por actos más nobles de lo que nunca lo ha hecho el sórdido y egoísta incentivo del beneficio material.

Si, en la presente lucha caótica y vergonzante por la existencia, en que la sociedad organizada ofrece un recargo por la codicia, la crueldad, y el engaño, se pueden encontrar personas que se desentienden y están casi solas en su determinación por trabajar por el bien en vez de por oro, quienes sufren carencias y persecución en vez de desertar a sus principios, quienes pueden caminar valientemente al cadalso por el bien que pueden hacer a la humanidad, ¿qué podemos esperar de las personas al ser liberadas de la demoledora necesidad de vender lo mejor de ellas por pan? Las terribles condiciones bajo las que se realiza el trabajo, la espantosa alternativa si uno no prostituye el talento y la moral al servicio de la avaricia, y el poder adquirido con la riqueza obtenida por siempre tan injustos medios, se combinan para hacer de la concepción del trabajo libre y voluntario casi imposible. Y sin embargo, hay ejemplos de este principio aún hoy. En una familia bien criada cada persona tiene ciertos deberes, que son realizados gozosamente, y que no son medidos ni pagados de acuerdo a algún estándar pre-determinado; cuando los miembros se sientan a la mesa bien servida, el más fuerte no se lanza a obtener lo más posible mientras el más débil prescinde, ni reúne codiciosamente a su alrededor más comida de la que pueda consumir. Cada cual espera pacientemente y respetuosamente su turno para servirse, y deja lo que no quiere; tiene certeza de que cuando tenga hambre nuevamente habrá bastante comida. Este principio puede ser extendido a toda la sociedad, cuando las personas sean lo suficientemente civilizadas como para desearlo.

Nuevamente, la completa imposibilidad de otorgar a cada cual un retorno exacto por la cantidad de trabajo realizado hará del comunismo absoluto una necesidad tarde o temprano. La tierra y todo lo que contiene, sin la cual el trabajo no puede realizarse, no pertenecen a persona alguna, sino a todos por igual. Las invenciones y descubrimientos del pasado son la herencia común de las generaciones venideras; y cuando una persona tome el árbol que la naturaleza provee gratis, y la torne en un artículo útil, o una máquina perfeccionada y legada a ella por muchas generaciones pasadas, ¿quién va a determinar qué proporción es suya y solo suya? El hombre primitivo habría estado una semana haciendo un tosco parecido al artículo con sus burdas herramientas, donde el trabajador moderno ha ocupado una hora. El artículo terminado es de mucho mayor valor real que el tosco hecho hace mucho tiempo, y sin embargo el hombre primitivo se esforzó por más largo y más duro. ¿Quién puede determinar con justicia exacta cuánto se le debe a cada cual? Debe llegar un momento en que dejemos de intentarlo. La tierra es tan pródiga, tan generosa; el cerebro humano es tan activo, las manos tan inquietas, que la riqueza brotará como magia, lista para el uso de los habitantes del mundo. Nos avergonzaremos tanto de pelear por su posesión como ahora lo hacemos al reñir por la comida puesta ante nosotros en una mesa. “Pero todo esto,” urge el objetor, “es muy bonito en el futuro lejano, cuando seamos ángeles. No funcionaría hoy abolir los gobiernos y las restricciones legales; las personas no están preparadas para ello.”

Esta es una pregunta. Hemos visto, al leer la historia, que donde fuera que una antigua restricción haya sido removida las personas no han abusado de su nueva libertad. Una vez fue considerado necesario obligar a las personas a salvar sus almas con la ayuda de cadalsos gubernamentales, repisas de iglesias y hogueras. Hasta la fundación de la república americana era considerado absolutamente esencial que los gobiernos deban secundar los esfuerzos de la iglesia por forzar a las personas a atender a los medios de gracia; y sin embargo se encuentra que el estándar moral entre las masas se ha elevado desde que se les dejó libres de orar cuando quisieran, o de no hacerlo, si así lo prefieren. Se creía que los esclavos no trabajarían si el capataz y el látigo se quitasen; son tan más una fuente de ganancias ahora que los antiguos dueños de esclavos no volverían al antiguo sistema aunque pudiesen.

Tantos hábiles escritores han mostrado que las instituciones injustas que obran tanta miseria y sufrimiento sobre las masas tienen su raíz en los gobiernos, y deben toda su existencia al poder derivado del gobierno, que no podemos sino creer que si toda ley, todo título de propiedad, toda corte, y todo oficial de policía o soldado fuese abolido mañana de un barrido, estaríamos mejor que ahora. Las cosas reales, materiales, que el hombre necesita existirían aún; su fuerza y habilidad permanecería y sus inclinaciones sociales instintivas retendrían su fuerza; y con  los recursos vitales vueltos libres para todos, no se necesitaría fuerza alguna más que la de la sociedad y la de la opinión de los semejantes para mantenerles morales y honestos.

Libres de los sistemas que les hicieron antes miserables, es poco probable que se tornen más miserables por falta de éstos. Mucho más está contiene el pensamiento de que las condiciones hacen al ser humano como es, y no las leyes y las penas hechas para guiarles, más de lo que supone el pensamiento bajo la observación descuidada. Tenemos leyes, cárceles, cortes, ejércitos, armas y armerías suficientes como para hacer de todos unos santos, si es que fueran verdaderos preventivos contra el crimen; pero sabemos que no previenen el crimen; que la maldad y la depravación existen a pesar de ellos, es más, que aumentan a medida que la lucha entre clases se torna más fiera, la riqueza se torna mayor y más poderosa y la pobreza más sombría y desesperada.

A la clase gobernante los anarquistas dicen; “Caballeros, no pedimos privilegios, no proponemos restricción alguna; tampoco, por otra parte, lo permitiremos. No tenemos nuevas cadenas que proponer, buscamos la emancipación de las cadenas. No pedimos sanción legislativa, pues la cooperación solicita solo un campo libre y ningún favor; tampoco permitiremos su interferencia”. Se afirma que en la libertad de la unidad social yace la libertad de la condición social. Se afirma que en la libertad de poseer y utilizar el suelo yace la felicidad y progreso social y la muerte de la renta. Se afirma que el orden solo puede existir donde la libertad prevalezca, y que el progreso guía y nunca sigue al orden. Se afirma finalmente, que esta emancipación inaugurará la libertad, la igualdad, la fraternidad. Que el sistema industrial existente ya ha sobrepasado su utilidad, si es que alguna vez tuvo alguna como creo lo han admitido todos quienes le han dado un serio pensar a esta fase de las condiciones sociales.

Las manifestaciones de descontento avecinándose ahora desde todos lados muestran que la sociedad se conduce sobre principios errados y que algo debe hacerse pronto o la clase asalariada se hundirá en una esclavitud peor de la que fue la servidumbre feudal. Digo a la clase asalariada: Piensen con claridad y actúen con rapidez, o están perdidos. Paren no por unos cuántos céntimos más por hora, porque el precio de la vida subirá aún más rápido, paren por todo lo que trabajan, no se contenten con nada menos.

*

A continuación, definiciones que aparecerán en todos los nuevos diccionarios estándar:

Anarquismo — La filosofía de un nuevo orden social basado en la libertad irrestricta por las leyes hechas por el ser humano, la teoría de que todas las formas de gobierno se basan en la violencia, y por ende son inadecuados y dañinos, así como también innecesarios.
Anarquía — Ausencia de gobierno; incredulidad e indiferencia por la invasión y la autoridad basadas en la coerción y la fuerza; una condición de sociedad regulada por el acuerdo voluntario en vez de por el gobierno.
Anarquista — 1. Convencido en el Anarquismo; aquel que se opone a toda forma de gobierno coercitivo y autoridad invasiva. 2. Aquel que defiende la Anarquía, o la ausencia de gobierno, como ideal de la libertad política y la armonía social.



1º de Mayo: Los mártires de Chicago

Este y todo 1º  de Mayo, mientras los organismos adictos al gobierno celebrarán un insulso “día del trabajador” — tornando el recuerdo de hechos y personas venerables en un espectáculo alegórico musical de los bufones de la corte — las seres humanos conscientes traen a la memoria su sentir por la entereza, el corazón luminoso y el heroico sacrificio de los mártires de Chicago, socialistas anarquistas injustamente encarcelados unos (Fielden, Neebe y Schwab) y sentenciados a la horca otros (Engel, Fischer, Parsons, Spies y Lingg) como símbolo ejemplificador de escarmiento contra la participación en la lucha por la jornada laboral de ocho horas en una serie de protestas cuyo clímax se conoce como la Revuelta de Haymarket.

Para comprender la actitud de total abnegación de los mártires para con sus compañeros y semejantes, no hace falta más que leer sus propias palabras ante un juicio que ya se sabía falso y arreglado.

Presentamos entonces un breve extracto de cada uno, y un par de brevísimas introducciones. Juzgue usted:


José Martí, corresponsal del periódico La Nación de Buenos Aires, relata el momento de la ejecución:
...salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable...

Ricardo Mella introduce los discursos en su libro “Los mártires de Chicago”:
Las defensas de los abogados, aunque notables en la forma, carecen de importancia por una razón fácil de comprender. A los acusados no se les probó que hubieran cometido crimen alguno; luego poco había de constar a los defensores demostrar que la petición fiscal era, además de injusta, bárbara y cruel.
La acusación insistía principalmente en las ideas que profesaban los procesados, y en este punto nada podían hacer los defensores, ya que aquellos no renegaban de sus ideas, sino que se mostraban orgullosos de ellas. Son, pues, las defensas o discursos de los mismos acusados las que tienen importancia verdadera, y vamos a reproducirlas en extracto, precedidas de una nota biográfica de cada uno de ellos.
He aquí lo más sobresaliente de dichas biografías y discursos.


August Spies
“... Ya he expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo. No puedo prescindir de ellas, y aunque quisiera no podría. Y si pensáis que habréis de aniquilar estas ideas, que ganan más y más terreno cada día, mandándonos a la horca; si una vez más aplicáis la pena de muerte por atreverse a decir la verdad — y os desafiamos a que demostréis que hemos mentido alguna vez —, yo os digo: si la muerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad, entonces estoy dispuesto a pagar tan costoso precio. ¡Ahorcadnos! La verdad crucificada en Sócrates, en Cristo, en Giordano Bruno, en Juan de Huss, en Galileo, vive todavía; éstos y otros muchos nos han precedido en el pasado. ¡Nosotros estamos prontos a seguirles!”
< Discurso completo >


Michael Schwab
“¿Qué es la anarquía? Un estado social en el que todos los seres humanos obran bien por la sencilla razón de que es el bien y rechazan el mal porque es el mal. En una sociedad tal no son necesarias ni las leyes ni los mandatos. La anarquía está muerta, ha dicho el Procurador General. La Anarquía hasta hoy sólo existe como doctrina, y Mr. Grinnell no tiene poder para matar a una doctrina cualquiera. La anarquía es hoy una aspiración, pero una aspiración que se realizará más o menos pronto, no sé cuando, pero que se realizará indudablemente.
Es un error emplear la palabra anarquía como sinónimo de violencia, pues son cosas opuestas. En el presente estado social la violencia se emplea a cada momento, y por esto nosotros propagamos la violencia también, como un medio necesario de defensa.
La anarquía es el orden sin gobierno. Nosotros los anarquistas decimos que el anarquismo será el desenvolvimiento y la plenitud de la cooperación universal (comunismo). Decimos que cuando la pobreza haya sido eliminada y la educación sea integral y de derecho común, la razón será soberana. Decimos que el crimen pertenecerá al pasado, y que las maldades de aquellos que se extravíen podrán ser evitadas de distinto modo al de nuestros días. La mayor parte de los crímenes son debidos al sistema imperante, que produce la ignorancia y la miseria.”

Oscar W. Neebe
“Habéis hallado en mi casa un revólver y una bandera roja. Habéis probado que organicé asociaciones obreras, que he trabajado por la reducción de horas de trabajo, que he hecho cuanto he podido por volver a publicar el Arbeiter Zeitung: he ahí mis delitos. Pues bien; me apena la idea de que no me ahorquéis, honorables jueces, porque es preferible la muerte rápida a la muerte lenta en que vivimos. Tengo familia, tengo hijos y si saben que su padre ha muerto lo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podrán visitar su tumba, pero no podrán en caso contrario entrar en el presidio para besar a un condenado por un delito que no ha cometido. Esto es todo lo que tengo que decir. Yo os lo suplico. Dejadme participar de la suerte de mis compañeros. ¡Ahorcadme con ellos!”
< Discurso completo >


Adolfo Fischer
“No hablaré mucho. Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponéis, porque no he cometido crimen alguno. He sido tratado aquí como asesino y sólo se me ha probado que soy anarquista. Pues repito que protesto contra esa bárbara pena, porque no me habéis probado crimen alguno. Pero si yo he de ser ahorcado por profesar las ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo nada que objetar. Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especie humana, entonces, yo lo digo muy alto, disponed de mi vida.”
< Discurso completo >


Louis Lingg
“No; no es por un crimen por lo que nos condenáis a muerte; es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos, es por la Anarquía; y puesto que es por nuestros principios por lo que nos condenáis, yo grito sin temor: ¡Soy anarquista!
(…) Pues permitidme que os asegure que muero feliz, porque estoy seguro de que los centenares de obreros a quienes he hablado recordarán mis palabras, y cuando hayamos sido ahorcados ellos harán estallar la bomba. En esta esperanza os digo: Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡Ahorcadme!”
< Discurso completo >


Jorge Engel
“¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social en que sea imposible el hecho de que mientras unos amontonan millones beneficiando las máquinas, otros caen en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres científicos deben ser utilizados en beneficio de todos. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza, y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar.”


Samuel Fielden
“Si queréis mi vida por invocar los principios del socialismo y de la anarquia, como yo entiendo y creo honradamente que los he invocado en favor de la humanidad, os la doy contento y creo que el precio es insignificante ante los resultados grandiosos de nuestro sacrificio ...
... Yo amo a mis hermanos los trabajadores como a mi mismo. Yo odio la tiranía, la maldad y la injusticia. El siglo XIX comete el crimen de ahorcar a sus mejores amigos. No tardará en sonar la hora del arrepentimiento. Hoy el sol brilla para la humanidad; pero puesto que para nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero feliz al morir, sobre todo si mi muerte puede adelantar un sólo minuto la llegada del venturoso día en que aquél alumbre mejor para los trabajadores. Yo creo que llegará un tiempo en que sobre las ruinas de la corrupción se levantará la esplendorosa mañana del mundo emancipado, libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronismos de nuestra época y de nuestras caducas instituciones.”
Alberto Parsons
“Con una simple hojeada a la historia se ve que el siglo XVI fue el siglo de la lucha por la libertad religiosa y de conciencia, esto es, la libertad del pensamiento; que los siglos XVII y XVIII fueron el prólogo de la gran Revolución francesa, que al proclamar la República instituyó el derecho a la libertad política; y hoy, siguiendo las leyes eternas del proceso y de la lógica, la lucha es puramente económica e industrial y tiende a la supresión del proletariado, de la miseria, del hambre y de la ignorancia. Nosotros somos aquí los representantes de esa clase próxima a emanciparse, y no porque nos ahorquéis dejará de verificarse el inevitable progreso de la humanidad.
¿Qué es la cuestión social? No es un asunto de sentimiento, no es una cuestión religiosa, no es un problema político; es un hecho económico externo, un hecho evidente e innegable. Tiene, sí, sus aspectos emocionales religiosos y políticos; pero la cuestión es, en su totalidad, una cuestión de pan, de lo que diariamente necesitamos para vivir.
(…)
Pero los que nos han procesado imaginan que nos han vencido porque se proponen ahorcar a siete hombres, siete hombres a quienes se quiere exterminar violando la ley, porque defienden sus inalienables derechos: porque apelan al derecho de la libre emisión del pensamiento y lo ejercitan, porque luchan en defensa propia. ¿Creéis, señores, que cuando nuestros cadáveres hayan sido arrojados al montón se habrá acabado todo? ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el del pueblo americano y el del mundo entero para demostraros vuestra injusticia y las injusticias sociales que nos llevan al cadalso; quedará el veredicto popular para decir que la guerra social no ha terminado por tan poca cosa.”
*

Gustav Landauer: Débiles estadistas, más débil pueblo! (1915)

Traducción al castellano: @rebeldealegre
Esta corta pieza contiene una de las líneas más citadas de Landauer, su definición del Estado como “una relación social; un cierto modo de relacionarse las personas unas con otras.” Publicado como  “schwache staatsmänner, schwächeres volk!” en el Der Sozialist del 15 de Junio de 1910.



Un hombre pálido, nervioso, y débil se sienta en su escritorio. Garabatea notas sobre una hoja de papel. Está componiendo una sinfonía. Trabaja diligentemente, usando todos los secretos de oficio que ha aprendido. Cuando la sinfonía es interpretada, ciento cincuenta personas tocan en la orquesta; en el tercer movimiento, hay diez timbales, quince yunques, y un órgano; en el movimiento final, un coro de ocho partes de quinientas personas se suma como así también una orquesta extra de pífanos y tambores. La audiencia está fascinada con la enorme fuerza y el imponente vigor.

    Nuestros estadistas y políticos — y cada vez más toda la clase dominante — nos recuerdan a este compositor que no posee poder real, sino que hace que las masas parezcan poderosas. Nuestros estadistas y políticos esconden además su real debilidad y desamparo detrás de la orquesta gigante dispuesta a obedecer sus mandatos. En este caso la orquesta son las personas en armas, los militares. Las voces furiosas de los partidos políticos, las quejas de los ciudadanos y los trabajadores, los puños del pueblo apretados en los bolsillos — nada de esto ha de ser tomado en serio por el gobierno. Estos actos carecen de toda fuerza real porque no son apoyados por los elementos que naturalmente son los más radicales en cada pueblo: los jóvenes de los veinte a los veinticinco. Éstos están alineados en los regimientos bajo el mandato de nuestro inepto gobierno. Siguen cada orden sin preguntas. Son ellos quienes ayudan a camuflar las reales debilidades del gobierno, permitiéndole seguir inadvertido — tanto al interior de nuestro país como también fuera.

    Nosotros los socialistas sabemos cómo el socialismo, es decir, la comunicación inmediata de los verdaderos intereses, ha estado luchando contra el dominio de los privilegiados y su política ficticia por más de cien años. Queremos continuar y fortalecer esta poderosa tendencia histórica, que conducirá a la libertad y la justicia. Queremos hacer esto despertando el espíritu y creando realidades sociales distintas. No nos concierne la política de Estado.

    Si los poderes de la política sin espíritu y violenta al menos retuvieran la fuerza suficiente para crear grandes personalidades, es decir, políticos fuertes con visión y energía, entonces podríamos tener respeto por tales personas aún si estuviesen en el campo enemigo. Podríamos incluso conceder que los antiguos poderes seguirán aferrándose al poder por algún tiempo. Sin embargo, se está volviendo cada vez más obvio que el Estado no se basa en personas de fuerte espíritu y poder natural. Se basa cada vez más en la ignorancia y pasividad del pueblo. Esto vale incluso para los más desdichados entre ellos, para las masas proletarias. Las masas no comprenden aún que deben huir del Estado y reemplazarlo, que deben construir una alternativa. Esto no es solo cierto en Alemania; es también el caso en otros países.

    Por un lado, tenemos el poder del Estado y la impotencia de las masas, divididas en individuos desamparados — por el otro lado, tenemos organización socialista, una sociedad de sociedades, una alianza de alianzas, en otras palabras: un pueblo. La lucha entre los dos lados debe tornarse real. El poder de los Estados, el principio de gobierno y aquellos que representan el viejo orden se volverán más y más débiles. El sistema entero se desvanecería sin rastros si el pueblo comenzara a constituirse a sí mismo como pueblo aparte del Estado. Sin embargo, el pueblo aún no ha captado esto. No han comprendido que el Estado cumplirá cierta función y seguirá siendo una necesidad inevitable mientras su alternativa, la realidad socialista, no exista.

    Una mesa puede ser volcada y una ventana puede ser destrozada. Sin embargo, aquellos que creen que el Estado es también una cosa o un fetiche que puede ser volcado o destrozado son sofistas y creyentes en la Palabra. El Estado es una relación social; un cierto modo de relacionarse las personas unas con otras. Puede ser destruido creando nuevas relaciones sociales; es decir, por personas que se relacionan unas con otras de modo diferente.
   
    El monarca absoluto dijo: el Estado soy yo. Nosotros, que nos hemos hecho presos en el Estado absoluto, debemos darnos cuenta de la verdad: el Estado somos nosotros! Y seremos el Estado mientras no seamos algo distinto; mientras no hayamos creado las instituciones necesarias para una comunidad verdadera y una verdadera sociedad de seres humanos.

Ángel Cappelletti: “El Humanisferio” de Joseph Déjacque


Ángel Cappelletti describe en este texto la que ha sido “una utopía olvidada”, una premonición adelantada a su época, “El Humanisferio” de Joseph Déjacque.

Élisée Reclus escribe para la única reimpresión y la primera edición en libro, Bruselas, 1899:
“‘El Humanisferio’ de Déjacque es una de las obras más merecedoras de ser incluidas en nuestra biblioteca. En efecto, Déjacque fue un anarquista de la primera hora, un anarquista antes que surgiera el vocablo (...) En el curso de los años 1858 y 1859 publicó “El Humanisferio”, “utopía anarquista”, en el “Libertaire”, “periódico del movimiento social”, que salía en New York, editado, redactado, administrado y expedido por Déjacque solamente. Se hallan en él numerosos y muy interesantes artículos de propaganda y de principios, así como notables poesías impregnadas de un ideal elevado de justicia y de libertad.”
 Cappelletti sintetiza:
“Un comunista que es ante todo anarquista, como él, no puede recurrir obviamente al Estado ni a cualquier otro género de sanción que no sea inmanente. Para ello necesita (según se verá luego muy claramente en La ayuda mutua de Kropotkin) suponer que, entre las tendencias primarias del hombre hay una poderosa fuerza de atracción hacia sus congéneres, un instinto de expansión del propio yo en el yo de los otros que se encuentra coartado y mutilado dentro de la Sociedad estatal y capitalista. Este es el supuesto básico de toda la utopía de Déjacque. En él se cifra, en definitiva, la posibilidad de su mundo ideal. Él es, por lo mismo, el objeto suficiente de su fe. Una vez admitido, todo lo demás conquista su derecho a entrar en la realidad. En el “humanisferio” el egoísmo de cada uno “sin cesar aguijoneando por el instinto de su progresiva conservación y el sentimiento de la progresiva solidaridad que lo liga a sus semejantes, lo solicita a perpetuas emanaciones de su existencia en la existencia de los otros.”
 

Ángel Cappelletti: Gustav Landauer: El Espíritu contra el Estado

Donde no hay espíritu y disciplina interna, interviene la violencia externa, la reglamentación y el Estado. Donde hay espíritu hay sociedad. Donde no hay espíritu se impone el Estado. El Estado es la sustitución del espíritu”, dice Landauer.
El maestrísimo Ángel J. Cappelletti escribe una delicia de texto explicativo titulado: “Gustav Landauer: El Espíritu contra el Estado” (rescatado de su libro: “Utopías antiguas y modernas”), donde relata — creando una apertura gradual escalofriante con su diestra pluma — el sentido profundamente humano, espiritual, histórico y a la vez atemporal, de la constitución comunal de los seres en un "pueblo", una sociedad de sociedades, en oposición a su forma degradada: el Estado.

Lo que entendemos por socialismo para Landauer no es más que un mal sucedáneo, puesto que:
El que no concibe el socialismo como un amplio camino de la larga y pesada historia, no sabe nada de él; y con eso he dicho que ninguna especie de políticos cotidianos pueden ser socialistas. El socialista abarca el conjunto de la sociedad y el pasado; lo tiene en el sentimiento y en el conocimiento, sabe de dónde venimos y determina en consecuencia a dónde vamos” En una palabra, por oposición a los políticos (los que quieren guiar, conservar o transformar el Estado) los socialistas son los que ven el todo, lo que contemplan la unidad y recogen en ella lo múltiple.
Para comprender la real profundidad de estas afirmaciones, no hay más que decir, sino leer, sentir y reflexionar:


Mijaíl Bakunin: “Por razones de Estado” (1868)

Traducción al castellano: @rebeldealegre

La existencia de un Estado soberano, exclusivista, supone necesariamente la existencia y, llegado el caso, provoca la formación de otros Estados como tal, ya que es bastante natural que los individuos que se encuentren fuera de él y que sean amenazados por él en su existencia y en su libertad, deban, a su vez, asociarse contra él. Tenemos así a la humanidad dividida en un número indefinido de Estados extraños, todos hostiles y amenazados unos por los otros. No hay derecho común, no hay contrato social de ningún tipo entre ellos; de otro modo dejarían de ser Estados independientes y se volverían miembros federados de un gran Estado. Pero a menos que este gran Estado abrazara a toda la humanidad, se vería confrontado por otros grandes Estados, cada cual federado en su interior, cada cual manteniendo la misma postura de hostilidad inevitable.
La guerra aún sería la ley suprema, una condición inevitable de la supervivencia humana.
Todo Estado, federado o no, buscaría por lo tanto convertirse en el más poderoso. Debe devorar para no ser devorado, conquistar para no ser conquistado, esclavizar para no ser esclavizado, ya que dos poderes, similares y sin embargo ajenos el uno al otro, no pueden coexistir sin destrucción mutua.
El Estado, por lo tanto, es la más flagrante, la más cínica, y la más completa negación de la humanidad. Destruye la solidaridad universal de todos los seres humanos en la tierra, y lleva a algunos de ellos a asociarse sólo con el propósito de destruir, conquistar, y esclavizar al resto. Protege a sus ciudadanos solamente; reconoce los derechos humanos, la humanidad, la civilización dentro de sus propios confines solamente. Dado que no reconoce derechos fuera de sí, lógicamente se arroga el derecho de ejercer la más feroz inhumanidad hacia toda población extranjera, a la que puede saquear, exterminar, o esclavizar a voluntad. Si es que se muestra generoso y humano para con ellos, nunca es por un sentido del deber, pues no tiene deberes excepto para sí mismo en el primer lugar, y luego para aquellos de sus miembros que lo han formado libremente, quienes libremente siguen constituyéndolo o incluso, como siempre ocurre a la larga, para quienes se han vuelto sus súbditos. Como no hay ley internacional en existencia, y como nunca podría existir de un modo significativo y realista sin minar en sus  mismísimos cimientos el principio mismo de la soberanía absoluta del Estado, éste no puede tener deberes hacia poblaciones extranjeras. Por ende, si trata a un pueblo conquistado de modo humano, si solo le saquea o extermina a medias, si no lo reduce al más bajo grado de esclavitud, puede esto ser un acto político inspirado por la prudencia, o incluso por pura magnanimidad, pero nunca lo hace por un sentido del deber, pues el Estado tiene un derecho absoluto de disponer de un pueblo conquistado a voluntad.
Esta negación flagrante de la humanidad que constituye la esencia misma del Estado es, desde el punto de vista de éste, su deber supremo y su mayor virtud. Lleva el nombre de patriotismo, y constituye toda la moral trascendente del Estado. Le llamamos moral trascendente porque usualmente va más allá del nivel de la moral y la justicia humanas, ya sea de la comunidad o del individuo particular, y por la misma razón se encuentra a menudo en contradicción con éstos. Por lo tanto, ofender, oprimir, despojar, saquear, asesinar o esclavizar a los semejantes es considerado comúnmente un crimen. En la vida pública, por otra parte, desde el punto de vista del patriotismo, cuando estas cosas se hacen por la gloria mayor del Estado, por la preservación o la extensión de su poder, todo se transforma en deber y virtud. Y esta virtud, este deber, son obligatorios para cada ciudadano patriótico; todos deben supuestamente ejercerlos no contra extranjeros solamente sino contra los propios conciudadanos, miembros o súbditos del Estado como uno mismo, cuando sea que el bienestar del Estado lo requiera.
Esto explica por qué, desde el nacimiento del Estado, el mundo de la política ha sido siempre y sigue siendo el escenario para la sinvergüenzura y el bandidaje, bandidaje y sinvergüenzura que, por cierto, son tenidos en alta estima, puesto que son santificados por el patriotismo, por la moral trascendente y el interés supremo del Estado. Esto explica por qué toda la historia de los Estados antiguos y modernos es meramente una serie de crímenes repugnantes; por qué reyes y ministros, del pasado y el presente, de todos los tiempos y todos los países — estadistas, diplomáticos, burócratas, y guerreros — si son juzgados desde el punto de vista de la simple moral y la justicia humana, se han ganado por cientos, por miles su sentencia al trabajo forzado o al cadalso. No hay horror, no hay crueldad, sacrilegio, o perjurio, no hay fraude, no hay infame transacción, no hay cínico robo, no hay descarado saqueo ni malvada traición que no haya sido o que no sea a diario perpetrada por los representantes de los Estados, bajo ningún otro pretexto que aquellas elásticas palabras, tan convenientes y sin embargo tan terribles: “por razones de Estado”.

— Mikhail Bakunin, 1868

Kropotkin: Celebrando el Aniversario de Bakunin (1914)

Proudhon / Bakunin / Kropotkin
Traducción al castellano: @rebeldealegre 

Mientras Kropotkin y Bakunin nunca se conocieron, Kropotkin fue introducido al anarquismo revolucionario por los asociados de Bakunin en la Federación del Jura, una sección suiza de la Asociación Internacional de Trabajadores (la “Primera Internacional”), aunque ya estaba él familiarizado con el anarquismo mutualista de Proudhon. Más adelante Kropotkin da el crédito a Bakunin de establecer “en una serie de poderosos panfletos y cartas los principios conductores del anarquismo moderno” (La Ciencia Moderna y el Anarquismo). Reproducimos aquí una carta que Kropotkin escribió en el centenario del nacimiento de Bakunin, en la que pone de manifiesto su apreciación del rol de éste en el desarrollo del anarquismo moderno con más detalle.

Queridos Compañeros
Siento no poder estar con vosotros para la conmemoración del nacimiento de nuestro gran maestro, Mikhail Bakunin. Hay pocos nombres que deban ser tan queridos para los trabajadores revolucionarios del mundo como el nombre de este apóstol de la revuelta de masas de los proletarios de todas las naciones.
Seguramente, ninguno de nosotros pensará jamás en minimizar la importancia de aquella labor del pensamiento que precede a toda Revolución. Es la consciencia de los males de la sociedad lo que da a los pisoteados y oprimidos el vigor requerido para la revuelta en su contra.
Pero en inmensos números de la humanidad yace un enorme abismo entre la comprensión de los males y la acción necesaria para deshacerse de ellos.
Mover a las personas a cruzar este abismo, y pasar de las quejas a la acción, fue la obra central de Bakunin.
En su juventud, como la mayoría de las personas educadas de su tiempo, rindió tributo a los caprichos de la filosofía abstrusa. Pero pronto encontró su camino con el advenimiento de la Revolución de 1848. Una ola de revuelta social crecía entonces en Francia, y se lanzó de alma y corazón a la tempestad. No con aquellos políticos ya preparados a tomar las riendas del poder tan pronto como la monarquía cayera bajo los golpes de los proletarios rebelados. Él previó, sabía ya, que los nuevos gobernantes estarían en contra de los proletarios en el momento en que estuviesen a la cabeza de la República.
Él estuvo con las masas inferiores de los proletarios de París — con aquellos hombres y mujeres cuyas vagas esperanzas estaban ya dirigidas hacia un Commonwealth [mancomunidad] Comunista y Social. Aquí representó el tan necesitado enlace entre los partidos avanzados de la Gran Revolución de 1793 y la nueva generación de Socialistas, un gigante intentando inspirar a los generosos pero demasiado pacíficos proletarios socialistas de París con la severa osadía de los sans-culottes de 1793 y 1794.
Por supuesto, los políticos pronto vieron cuán peligroso era un hombre como tal para ellos, y lo expulsaron de París antes que las primeras barricadas de Febrero de 1848 fueran construidas. Estaba muy en lo cierto, aquel burgués republicano Caussidière, cuando dijo de Bakunin: “Tales hombres son invaluables antes de la Revolución. Pero cuando una Revolución ha comenzado — deben ser liquidados.” Claro que sí! No estarán satisfechos con las primeras victorias de las clases medias. Como nuestros amigos trabajadores portugueses [que participaron en la revolución portuguesa de 1910], querrán resultados prácticos inmediatos para el pueblo. Querrán que todos en las masas pisoteadas sientan que una nueva era ha llegado para el harapiento proletario.
Claro, los burgueses deben liquidar a personas como tales, así como liquidaron a los trabajadores de París en 1871. En París, tomaron la precaución de expulsarlo antes que la Revolución comenzara.
Expulsado de París, Bakunin tuvo su revancha en Dresden, en la Revolución de 1849, y aquí sus peores enemigos tuvieron que reconocer sus poderes de inspiración de las masas en una lucha, y sus capacidades de organización. Luego vinieron los años de prisión en la fortaleza de Olmütz, donde estuvo encadenado al muro de su celda, y en las profundas casamatas de las fortaleza de San Petersburgo y Schlüsselburg, seguido de años de exilio en Siberia. Pero en 1862 escapó de Siberia a los Estados Unidos, y luego a Londres, donde se reunió con los amigos de su juventud — Herzen y Ogaroff.
De alma y corazón se lanzó a apoyar la revuelta polaca de 1863. Pero no fue sino hasta cuatro años más tarde que encontró el entorno y el suelo apropiado para su agitación revolucionaria en la Asociación Internacional de Trabajadores. Aquí vió masas de trabajadores de todas las naciones uniendo las manos a través de las fronteras, y luchando por volverse lo suficientemente fuertes en sus Sindicatos como para deshacerse del yugo del Capitalismo. Y de una vez comprendió cuál era el bastión principal que los trabajadores debían atacar para tener éxito en su lucha contra el Capital — el Estado. Y mientras los socialistas políticos hablaban de tomar el poder del Estado y reformarlo, “Destruir el Estado!” se volvió el grito de guerra de las Federaciones Latinas, donde Bakunin encontró a sus mejores amigos.
El Estado es el bastión principal del Capital — fue una vez su padre, y ahora es su principal aliado y soporte. En consecuencia, Abajo el Capitalismo y abajo el Estado!

Toda su experiencia previa y un amistoso y cercano intercambio con los trabajadores Latinos hizo de Bakunin el poderoso adversario del Estado y el fiero luchador revolucionario comunista anarquista en que se convirtió en los últimos diez años de su vida.
Aquí Bakunin desplegó todos los poderes de su genio revolucionario. No puede uno leer sus escritos durante aquellos años — la mayoría panfletos que tratan de asuntos del día, y sin embargo llenos de profundas visiones de la sociedad — sin ser encendido por la fuerza de sus convicciones revolucionarias. Al leer estos escritos y al seguir su vida, uno comprende por qué inspiró tanto él a sus amigos con el fuego sagrado de la revuelta.
En sus últimos días, aún entre los espasmos de una enfermedad mortal, aún en sus últimos escritos, los que él consideró su testamento, siguió siendo el mismo firmemente convencido revolucionario anarquista y el mismo luchador, listo a unirse a las masas donde fuese en su revuelta contra el Capital y el Estado.
Que, entonces, sigamos su ejemplo. Que continuemos su obra, nunca olvidando que dos cosas son necesarias para tener éxito en una revolución — dos cosas, como uno de mis compañeros dijo en el juicio de Lyon: una idea en la cabeza, y una bala en el rifle! La fuerza de la acción — guiada por la fuerza del pensamiento anarquista.

— Piotr Kropotkin, 1914