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Guido Mazzali: Media hora con Malatesta (1926)


Transcripción: @rebeldealegre


Periódico La Antorcha, año 4 no. 200, Buenos Aires, 5 de marzo de 1926

*

Transcribimos de un diario italiano este artículo cuyo autor es un socialista reformista y que conceptuamos de indudable valor por reflejar una actual e interesante semblanza de nuestro querido camarada Errico Malatesta.

Roma, febrero.

Había visto y oído por primera vez a Malatesta en un pueblo de la provincia de Mantua en 1919. Y me había quedado una impresión extraña, incierta entre la realidad y la leyenda, entre la sorpresa y lo maravillado. Su personalidad no se había precisado, en mi memoria, en líneas animadas. Había quedado en esbozo. Esa su manera de examinar y exponer los más graves problemas que fatigan y hacen pesada la exégesis de los “sabidos”; esa manera, tan suya, de traducir y reducir en términos llanos las más simples soluciones, más me había asombrado que convencido. ¿Desencantaba para volver a ilusionar?

Volvíamos de las trincheras ardientes de los tonos ásperos de la guerra, encendidos de pasiones innovadoras y, sin embargo, enfermos de cansancio y de soledad. Las experiencias vividas no se habían ordenado todavía en un credo y tensas en una voluntad. Necesitábamos un ímpetu de libertad y permanecíamos ligados a la maciza mediocridad cotidiana.

Malatesta se había propuesto arrancarnos de la duda, aclarar el laberinto de las opuestas sensaciones y de las ideas contradictorias en que estábamos, para conducirnos a la certeza. A su certeza, naturalmente. Errico Malatesta creía. Su espíritu inquieto estaba cálido de levadura de vida, rico de renacientes aspiraciones.

Entonces. ¿Y ahora?

He querido allegarme nuevamente al agitador anarquista para leer mejor en el tumulto osificado que está delineado en su rostro en rasgos fuertísimos, para aclarar mi lejana impresión y avivarla y componerla en ciertos contornos, para indagar, pues, en la obscuridad de los ojos que relampaguean bajo la arqueada prominencia de las cejas, provistas de una espesa franja de largos pelos.

Me acoge cordialmente. En el modesto cuchitril lleno de libros, sentado ante una mesa hostil y fría en su desvastada pobreza lineal, curvado, recogido, al mismo tiempo presente y ausente. Errico Malatesta parece un solo mechón de cabellos y da la imagen del residuo de una gran hoguera de esperanzas. Superado el primer titubeo y encontrado el cabo del ovillo que quiero desenvolver, la conversación se enciende, vivaz aunque discreta, en una cordialidad franca y abierta. Muchos recuerdos son evocados. Muchas figuras son revividas. Se siega un poco en todos los campos de su vasto conocimiento. Errico Malatesta es una mina de episodios, una surgente inagotable de sensaciones y de agudas observaciones.

Trato de llevar la conversación sobre un tema político actual. Lo interrogo sobre la crisis socialista, sobre la lenta formación de una mentalidad nueva, sobre las contradicciones que anudan la cultura política italiana. Malatesta parece recogerse en sí mismo, en lo más hondo de sí mismo. Y después, cuando la meditación está por estallar en la corporeidad sonora de la voz, tiene como un salto imprevisto, un ímpetu inesperado. Las arrugas de la cara se atenúan, se allanan: Malatesta sonríe, contento de que otro pueda recoger alguna chispa del fuego que todavía en él arde, desesperadamente.  Pero me advierte: Nada de “interview”. Lo que podría, lo que debiera decir, no lo podríais imprimir. Y, después, francamente, la realidad habla a todos y por todos un lenguaje inimitable. ¿Crisis de conciencia, arrepentimientos? ¡por caridad! Nuestras ideas encuentran su confirmación en los hechos. Nada tenemos que cambiar o renegar nosotros.

Su hablar granado y acá y allá arrastrado, se acompaña con el gesto y se completa en la característica mímica napolitana. Resume, destaca y juzga sin piedad. Este hombre, que es un compendio de Historia revolucionaria, que ha meditado sobre todas las influencias de la vida mediana, que ha sufrido todas las sutilizaciones del pensamiento, que ha vivido ardientemente del 1868 hasta hoy todas las tentativas de insurrección, que ha jugado su vida en temerarias aventuras como la de Benevento, conserva intacta todavía la energía de un profeta. No tiene que desmentirse, ni advierte la necesidad de corregirse.

— El fascismo, decís? Era de preverse. Se comprende que debía seguir al fallimiento [sic] del socialismo, fallimiento debido a hombres y cosas. El pueblo italiano ama a los fuertes y los resolutos . . . porque es fuerte y resoluto, a su modo.

— ¿Sois siempre partidarios de la violencia, vosotros los anarquistas?

— No lo hemos sido nunca. Estamos contra la violencia, contra todas las violencias, estén en acto o en potencia. Nosotros admitimos, teorizamos y predicamos solamente el derecho y el deber de la defensa. Porque quien esté dispuesto a tomarlas encontrará siempre quien se las dé. Para nosotros cualquier forma de sociedad organizada, monárquica o republicana, socialista o burguesa, representa el menoscabo de la libertad, una coacción, una violencia. No podemos, ni queremos distinguir. Decís bien vosotros: somos los solos liberales, nosotros, los anarquistas y por esto nos llamamos libertarios.
Siempre lo mismo, en la misma simplicidad en que lo ví y lo oí hace seis años. Ahora comprendo mejor.

Hay que inclinarse a su austeridad que vive en los reinos poco poblados de la perfecta tranquilidad y de la superior certeza. Pero quedar también un poco humillados, sino desilusos. La fe en sí mismo y en el pueblo es absoluta. El conspirador se disuelve, se puede decir, en la luminosidad del sueño.

— Bolchevismo y fascismo son dos aspectos del mismo error, dos manifestaciones del mismo mal que lacera y consume a la humanidad. Donde hay autoridad hay dolor; donde hay gobierno hay esclavitud. El comunismo ruso ha sofocado la revolución que podía, que debía desembocar en el libre ordenamiento anarquista. ¿Sabéis cuántos anarquistas fueron fusilados en Rusia? ¿Cuántos de mis amigos, conmigo ya exiliados en Londres, fueron violenta y bárbaramente suprimidos?

La voz de Malatesta se hace tremante; se escalofría al recuerdo y parece quiera romperse en llanto. Es un momento. Se pasa la mano sobre los ojos, como para ahuyentar las sombras, para disipar las tristezas en que se ha fijado. Alza la cabeza, fiero:

— Pero yo tengo fe, porque la sola realidad visible y conquistable es la utopía, esa que vosotros llamáis la utopía. No es posible que el dolor de estos años haya sido sufrido en vano. Todos los sistemas de pensamiento han cedido al irrumpir del renacimiento burgués. ¿Dónde están el sindicalismo y el socialismo? Yo admiro vuestros esfuerzos, pero no puedo participar de vuestro camino. Lo sé: la meta es única, pero los métodos son asaz diversos. Vosotros contáis sobre la “élite” del proletariado; yo miro con fe al pueblo. Vosotros accionáis en el ámbito del pensamiento y de las instituciones burguesas; nosotros fuera y en contra. Es la hora nuestra, esta.

No intento la refutación. Errico Malatesta tiene setenta y tres años. Vive pobrísimamente como ha vivido siempre, trabajando de electricista y haciendo de editor. Sus ideas están en su inmaculada honestidad moral. Su vida está toda en sus ojos limpísimos. Sus victorias son sus derrotas.
Pertenece al pasado y se proyecta al porvenir. Estuvo y continúa entre los perseguidos, tanto en Italia como en Rusia. 

El anarquismo de Errico Malatesta no se discute. Se acepta o se niega. Pero se respeta: siempre!


Sofía Gutiérrez: La mejor propaganda (1925)

Transcripción: @rebeldealegre

La Antorcha, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1925


*

En el ambiente proletario reina el descontento, nace la rebeldía, cunde la protesta de su estado misérrimo, cuando alguien o algo lo aguijona, lo agita; la pasividad del obrero conviértese, entonces, en sorda murmuración, primero, acreciéndose en gestos expresivos de odio, para convertirse bien pronto en positiva manifestación de protesta.

No es una masa inerme, caduca e impasible, la de los proletarios; llevan dentro preciosos valores de positiva fuerza; sienten en su pecho ansias de reivindicación.

El secreto de su valor intrínseco hay que saber apreciarlo y aquilatarlo en lo que permanece inculto y virgen en el fondo de su alma.

El obrero aseméjase a los molinos de viento; cuando éste sopla mueve sus alas con furia, envalentonado; pero cuando cesa permanece inmóvil en un quietismo absoluto.

Embrutecido por las dictaduras y leyes estatistas no reconoce, no comprende ni admite que fuera del Estado se pueda vivir en armonía, libremente.

No es posible disuadirles de que el Estado no constituye una entidad autónoma, independiente, sino que es producto de la ignorancia del mismo pueblo, de su cobardía, para erguirse en hombre libre, obedeciendo a su inteligencia, y su iniciativa también libres, como el viento y fuerte y benéfica como la lluvia y el sol que nadie domina ni nadie gobierna.

Tan grande y perniciosa es la influencia del estado en la vida del pueblo que éste ya ha olvidado que entre los trabajadores existen intereses comunes, que sus relaciones deben de ser constantes, inteligentes y armónicas, estrechadas y entrelazadas por una incesante labor progresiva, tendiente a elaborar un ideal superior de vida.

Este aislamiento, este continuo rompimiento de la inteligencia y armonía proletarias, es debido a la concurrencia, al escaso valor que se le asigna al trabajo.

Los desocupados ofrecen sumisos sus fuerzas; se miran entre sí como competidores, pues cada compañero de infortunio es un rival para la conquista del trabajo. Dientes de un engranaje enorme que se mueve ajeno a su voluntad, han de rozarse y desgastarse entre sí, para ser apartados como inútiles una vez gastados y sufrir, sobre la normal miseria proletaria, las acrecidas estrecheces de la desocupación.

Y si ante tanto dolor, por su pasividad, por su ignorancia, permanece mudo, aceptando como un resultado natural y justificable su situación ¿qué hemos de hacer, qué misión nos toca cumplir para impulsar a esa masa hacia su liberación?

¿Explotar su situación de hambre, de miseria?
¿Incitarla así, hambrienta y miserable, contra los explotadores?
¿Hacer cundir la idea de venganza contra los burgueses?

Pero si cuando deslizamos en sus oídos palabras halagüeñas de una sociedad mejor, en la que no existan amos ni propietarios, su rostro se turba, sus ojos se iluminan y su corazón late con fuerza inusitada ante las perspectivas de un mundo tal, se extasía y dirige sus miradas allí a lo lejos, meditativo.

Entonces renace su amor a la vida, brota de su espíritu mudo un ansia de lucha, nace de esa alma oscura un nuevo amor, una nueva vida, su corazón frío se caldea al paso de su sangre que bulle de coraje y de rebeldía.

Infiltrando lentamente en su espíritu esta corriente de ideas tendiente a encaminarla por una senda desconocida, nueva pero provechosa, el obrero comienza a experimentar una agradable sensación de bienestar propio, individual; en su mente se incuba torturante pensamiento que lo enmudece, pero que lo agiganta y que lo prepara para las grandes luchas que se gestan.

Se desliza en el nuevo cauce de la vida con mayor entusiasmo, libre de asperezas; sus prejuicios van desapareciendo a medida que se instruye.

Ya no considera al amo como un ser superior. Ya no le guarda el mismo respeto servil ni tampoco muestra sumisión ni timidez ante su presencia; levanta su frente y lo mira cara a cara, con mirada firme y brillante; hace respetar su trabajo y sabe entonces defender sus derechos.

Si no es un hombre libre, es un espíritu libre; si no es un hombre rico y poderoso, es un hombre digno, porque detesta la riqueza, le repugna el poder y lucha para el bien de la humanidad.

Y esta misión que contribuye a engrandecer la fila de propagandistas libertarios es la más indicada, la más provechosa para que el obrero sepa y comprenda cuál es el papel a desempeñar frente a cualquier desencadenamiento revolucionario que lleve como finalidad librar de la esclavitud a los trabajadores. 


He aquí la mejor propaganda.


Anatol Gorélik: El anarquismo y la ética (1924)

Transcripción: @rebeldealegre

(Todo parece indicar que corresponde la segunda parte del texto, pues, aunque no se especifica, el número anterior del periódico lleva un texto del mismo Anatol Gorélik con el mismo título)


*

Ahora la reacción triunfa. Las masas proletarias están desencantadas: ellas no esperan ni creen más. Frente a la reacción, su actitud es la misma.

Este hecho debe ser una lección para nosotros los anarquistas. Las bases anarquistas no deben ser olvidadas. Debemos aprender — como dijo Kropotkine — cómo no debe hacerse una revolución. Y más que esto, debemos iniciar, propagar nuestras ideas en la vida actual. Porque la revolución pone en práctica las ideas que fueron propagadas en tiempos de reacción.

Antes era claro para cada anarquista que la personalidad de un compañero, de un hombre, es una cosa vital, y que la ayuda mutua y la convivencia de diferentes ideas son hechos naturales. No solamente la convivencia de las ideas anarquistas sino de diferentes ideas.

No podemos imaginar que la revolución social se operará en todo el mundo al mismo tiempo. Ni vamos a propagar la idea de la imposición de nuestras ideas por la fuerza. El ejemplo, las personalidades, señalarán a los hombres, con la demostración de los hechos, la preferencia de una vida libre sin privilegios ni imposición, sobre una sometida a la autoridad. Y el mejor ejemplo, para esto, es el de practicar desde ya, ahora mismo, en nuestras filas, en las relaciones mutuas, nuestras ideas. La tolerancia es el primer paso de este sentido.

Estamos en el deber — como decía Bakunin — de lucha contra las otras ideas; hemos de luchar, sobre todo, contra las ideas de odio y de imposición. Pero no podemos luchar con las mismas armas: el odio y la imposición. Hemos de luchar, ciertamente, contra las ideas, pero ser tolerantes con los hombres que las sostienen.

Max Nettlau, en su artículo “Una palabra más sobre la tolerancia mutua y la convivencia”, trata de plantear entre los anarquistas la cuestión de la necesidad e inevitabilidad de una tolerancia mutua y aun de una convivencia entre todas las masas con ideas y aspiraciones sociales diferentes, que es la sola posibilidad de mostrar prácticamente la superioridad de una u otra forma de vida social.

La tolerancia es la base de una vida libre: la coerción y la imposición lo son de una vida esclava.
Las masas son tolerantes aun ahora. Ellas no tienen odio, ni tienen ese sentimiento de lucha recíproca. Pero “los jefes son los fanáticos monomaníacos que se figuran haber hallado un dogma fijo y tener por misión imponerlo por la persuasión, por la autoridad, o a sangre y fuego, según su más íntimo deseo. Y al lado de estos jefes intelectuales que pueden tal vez ser de buena fe, está el gran número de los jefes políticos, que quieren triunfar gracias a la idea por otros hallada y gracias a las masas sectarias que sabe reclutar”.

“Desgraciadamente, cuanto más se acerca el socialismo, tanto más se convierte en el objeto de las ambiciones de esa clase de jefes…¡Son esos hombres los que no quieren la convivencia, que ambicionan su monopolio personal, su dictadura!” (1).

He aquí la enfermedad de los movimientos obreros y aún socialistas y anarquistas.
Las masas hablan de una vida nueva, para todos libre y feliz. Pero los jefes quieren imponer las ideas y obligar a los demás a vivir según conviene a este o aquel dogma personal o de grupo.
Pero los libros no crean la vida. Esta se crea por todos los hombres que participan en la vida, en la sociedad. Los libros sólo ayudan a los hombres a comprender el pasado y a no repetir las faltas y los males de las prácticas pretéritas.
La tolerancia no es solamente un deseo ideológico; es la práctica de la vida, la práctica de las revoluciones pasadas.
Nosotros luchamos terriblemente ahora contra la intolerancia de los comunistas hacia todos sus adversarios, y no debemos olvidar esta misma lucha en nuestras propias filas.
La tolerancia es la base de la convivencia, y si no vemos surgir una ética nueva, o si no vamos a crear una ética humana, es decir, natural, las revoluciones futuras van a sufrir el mismo fracaso de la revolución rusa.

“…la intensidad y la violencia de los odios nos adelanta tan poco, como se ve en todas partes en el mundo alrededor de nosotros, que de una manera o de otra se deberá encontrar un medio para salir de este atolladero” (2).

Sí, la verdad de la vida habla en estas palabras, y, más aún, esta es la práctica cotidiana no solamente entre diferentes ideas sino entre agrupaciones de la misma idea. Odio, odio y odio, es lo que reina ahora en las filas obreras y aun anarquistas; personalidades que se creen las elegidas, que se creen “héroes” no quieren reconocer a nadie ni aun el derecho de crítica. Un análisis de los hechos de movimientos y de agrupaciones, y responden con gritos, con insultas, con palabras sucias y miserables, y con inculpaciones infundadas y amorales, a todo descontento de cualquier compañero o compañeros.

La tolerancia y la moral no son solamente necesidades vitales en la sociedad humana, sino que lo son también en las filas anarquistas, entre los anarquistas más intelectuales y adelantados, en quienes, por lo mismo, deben manifestarse con más fuerza. Pero la tolerancia solo es posible si las ideas de los hombres tienen esta base ética, humana, que es indispensable en todo movimiento obrero, revolucionario y especialmente anarquista.

Después de 50 años de trabajo revolucionario y científico, Kropotkine escribió su libro sobre la moral: “Ética”. Y lo escribió, no como un trabajo puramente científico, sino que ha trabajado en él como sobre una cuestión práctica, como sobre una necesidad de la vida y la lucha cotidianas.

Kropotkine ha visto cómo hombres que se llaman aun revolucionarios y comunistas, son moralmente instables; que la mayoría de ellos no tienen ninguna idea moral, ningún amplio ideal ético. No una vez, sino repetidamente, él ha dicho que posiblemente la revolución rusa fracasó por la ausencia de este ideal moral, y porque ella fue incapaz de crear una nueva organización social sobre las bases de justicia y de libertad y comunicar el fuego revolucionario a los demás pueblos, como aconteció en la época de la gran Revolución Francesa y en la de 1848.

Kropotkine — según explica abundantemente Lebedeff (3) — escribió su libro sobre la ética, con el intento de penetrar en los hombres, en los revolucionarios, el sentimiento ético y demostrar que una revolución que no crea una moral nueva no puede ser una revolución de las masas.

Y nosotros, si creemos ser anarquistas, debemos trabajar en la creación de una moral más grande, más humana, más sociable y más solidaria en la vida de los hombres y especialmente entre los anarquistas.

La lucha económica no es, en sí misma, un fin. La idea de la igualdad económica tiene una base moral, sin la cual no puede practicarse la igualdad. “El punto de iniciación de la idea de equidad es el sentimiento del valor personal. En la sociabilidad con los demás hombres ese sentimiento se generaliza y deviene un sentimiento de valor humano. Un ser consciente lo reconoce en la personalidad de otro, sea amigo o enemigo, como en sí mismo”. (4) La esencia de la equidad — lo ha afirmado repetidamente Proudhon — es el respeto del prójimo.

Ni la conquista del poder, ni todo el poder en manos de las organizaciones obreras, ni los “héroes”, crearán una vida nueva: Cada obrero, cada revolucionario, cada hombre participarán en esta creación. Con la ayuda mutua y en la convivencia de diferentes ideas y diferentes organizaciones sociales, se podrá crear prácticamente la vida libre e igualitaria que propagamos hoy con nuestro ideal anarquista.
Sin esta base moral y de tolerancia la vida no puede marchar adelante. Con la lucha y el odio recíprocos se puede solamente matar el movimiento revolucionario de los trabajadores y aun el movimiento anarquista.

Para crear una mejor vida social, los anarquistas debemos serlo lo más posible en todo momento, desde ya, ahora mismo, y ser altamente morales y tener tolerancia hacia los hombres sin diferencia y poder convivir con todos. Hemos de luchar, repito, contra todas las ideas adversarias, pero debemos ser tolerantes con los hombres.

“La completa tolerancia hacia los hombres, a cualquier partido pertenezcan; la absoluta irreconciliación a todos los programas de los otros partidos, independientemente de la gradación de sus diferencias con nosotros”; esta fue la opinión de los compañeros rusos que asistieron a la conferencia en Londres, de 1906, entre los cuales estaba Kropotkine.

La humanidad no es una clase. Las personalidades conscientes y tolerante, y no los partidos ni las organizaciones obreras, son las que crearán una vida libre.

Es tiempo de proclamar por doquiera: Somos y debemos ser anarquistas en nuestras vidas y en nuestras luchas. La tolerancia, el amor y la convivencia harán avanzar nuestro pensamiento, nuestra personalidad anarquista, aun en las cotidianas luchas sociales. Nuestro ideal tiene la base moral de una vida nueva, sin gobierno ni imposición alguna, de una vida libre y gozosa, de una vida anarquista.

El anarquismo y la ética son inseparables. Así el anarquista es, social e individualmente, una personalidad altamente moral.

Sin su base ética, sin esta moral humana y natural, el anarquismo sería una cosa muerta. La fuerza del anarquismo está en su base moral, en la tolerancia y la convivencia personales, en su honda simpatía humana, su gran amor por todos y cada uno de los hombres, por cada personalidad y por la vida en general.

El gran amor, el amor vivo y activo es el impulso de la vida anarquista, y con la tolerancia, la consideración hacia toda personalidad, aun la del adversario y la del enemigo, creará en el hombre una psicología nueva y un sentimiento natural, y en la humanidad una nueva vida libre y feliz.

En la anarquía está el seguro porvenir porque ella es una aspiración natural, porque está basada en la naturaleza y está unida a la base de la vida personal y social: la ayuda mutua, la justicia y la moral natural, íntima de la persona.

En el anarquismo está el futuro. Pero ha de conquistarlo con métodos nuevos, con personalidades nuevas, con una moral nueva y más amplia.

La coacción moral es la base del anarquismo, el fundamente de la futura vida libre y fraternal.

“Para nosotros — sostiene Ricardo Mella — la coacción moral es aquella labor silenciosa, digna de todo hombre de corazón; aquella labor en que las virtudes esenciales, los mejores y más humanos sentimientos y las espléndidas luces de la inteligencia se ponen al servicio del bien. Idealistas sin teologismos ni metafísicas, ofrecemos todas nuestras facultades y fuerzas en holocausto al triunfo definitivo de la bondad, en cuyos términos de justicia y de humanidad hay un mundo de amor y de bienestar para todos, pero de amor y de bienestar real y efectivo”.
“…De solidaridad y de amor, porque en el espíritu humano la vida del individuo y de la especie son una misma, porque en la Naturaleza nada permanece aislado y seco en el desierto del egoísmo, sino que todo propende a invadirse, a entrelazarse, confundiéndose sin destruirse, en la expresión armónica de la belleza y del bien universal.
Del sentimiento de solidaridad afirmado a través de los siglos por la especie humana, acrecentado continuamente a pesar de todas las trabas circunstanciales, es traducción última el sentimiento moral. Y a nombre de este sentimiento moral, recabamos nosotros para los hombres, para todos los hombres, la prerrogativa de libar la copa de la existencia libremente, en comunidad de afectos, de necesidades y de pensamientos. A nombre de ese sentimiento proclamamos la urgencia de destruir todas las barreras actuales, todos los castigos y todas las leyes impuestas al hombre, para que la coacción moral y el cambio recíproco y espontáneo de todas las influencias individuales y sociales, pueda realizar su obra inacabable de perfeccionamiento continuo.” (5)

Pero aún hoy hay que trabajar en este sentido. “¿Queréis una sociedad sincera, honrada virtuosa? Pues haced que los individuos sean virtuosos, honrados, sinceros… Si en cada individuo se daba mayor ilustración, mayor virtud, en todos juntos se darían también las mismas cualidades…
Levantémonos, pues, del bestial materialismo en que nos han arrojado los idealistas del misterio, de la fe y de Dios, derribemos los ídolos de barro y los ídolos de carne; sacudamos la pereza intelectual que nos mantiene en el embrutecimiento; elevémonos idealizando al hombre, degradado por todas las supercherías tradicionales. Y cuando la hora de la rehabilitación humana suene, no serán menester otras influencias para conducirnos a la felicidad que las de nuestras recíprocas bondades, que las de nuestros actos más nobles, más generosos.”
“Hemos sido y somos rebaño, manada, piara. Hemos sido y somos parias, esclavos, siervos. Reivindiquémonos el derecho de ser hombres. Seámoslo.” (6)

Vamos, compañeros! He aquí la verdadera personalidad anarquista y la fecunda obra anarquista.

Seamos anarquistas hoy, y no solamente mañana; practiquemos la base moral del anarquismo, desde ya, ahora, entre nosotros, entre los trabajadores, entre todos los hombres, y nuestra vida será feliz, más grande y luminosa. Y al mismo tiempo con nuestra personalidad, con los nuestros crearemos una personalidad mejor, más apta e independiente. Una personalidad capaz de vivir sin opresión, es decir, sin sufrirla ni hacerla sufrir a otros. Y la revolución futura, la revolución social será anarquista.



REFERENCIAS
(1) Max Nettlau — “Una palabra más sobre la tolerancia mutua y la convivencia”. (Publicado en el Suplemento de “La Protesta”, Núm. 112).
(2) Id., íd., íd.
(3) Lebedeff — Apéndice de “Ética” de Kropotkine.
(4) Kropotkine — “Ética”.





Errico Malatesta: Libertad y Fatalismo, Determinismo y Voluntad (1913)

Traducción al castellano: @rebeldealegre

Un texto incluido en nuestro proyecto paralelo de traducción en curso de «The Method of Freedom: An Errico Malatesta Reader» [El Método de la Libertad: Una Antología de Errico Malatesta] (artículo no. 49), aparecido en Man! (San Francisco) 3, no. 2 (febrero de 1935), traducido al inglés por Eli J. Boche y originalmente publicado como “Libertà e fatalità: Determinismo e volontà,” en Volontà (Ancona) 1, no. 24 (22 de noviembre de 1913). 


*

Decimos que una revolución es necesaria, que queremos una, y que estamos dedicando nuestras energías a despertar y unir las voluntades con intención de este fin.

Pero una objeción fundamental se nos opone. “La revolución,” se nos dice, “no se hace por capricho del hombre; viene (si es que viene) sólo cuando es el momento propicio para ello. La historia no se mueve por casualidad sino que se desarrolla de acuerdo a leyes naturales que son inmutables, irresistibles, y contra las cuales la voluntad del hombre nada puede hacer.”

En la práctica, al menos en la mayoría de los casos, esta objeción supone nada más que una polémica, o un recurso político. Sólo porque una cosa no se desea se afirma que es imposible; el poder de la voluntad es negado cuando se hace el llamado a hacer un esfuerzo en una dirección no conveniente; y, (ya que hoy casi todos los que se saben el alfabeto presumen de científicos y filósofos) el deseo mismo es racionalizado y se invoca a la ciencia y la filosofía para hacer de mediadoras a favor de las argucias de individuos y partidos. Por otra parte cuando una cosa es interesante y agradable, se olvidan todas las teorías, se hace el esfuerzo necesario y, si se necesita la concurrencia de otros, se apela a su disposición y se exalta el poder de la voluntad en vez de negarlo.

A pesar de esto, no obstante, es cierto que toda persona pensante, siente la necesidad de poner su conducta en armonía con sus convicciones intelectuales, y, cuando actúa, gusta de tomar en cuenta la eficacia y la cualidad de sus actos. Toda persona que piense y observe y que aprende los innumerables hechos de la naturaleza y de la historia, siente la necesidad de organizar sus impresiones adquiridas en un sistema, y de encontrar algún principio general que las unifique y las explique.

De esta necesidad de comprensión y de adaptación mental, se han originado los sistemas tanto teológicos como naturalistas de filosofía. De esta necesidad nacen las preguntas y discusiones respecto al problema de la voluntad, es decir, del poder del ser humano (o de todo ser consciente) de influir en el curso de los eventos. Este es el problema fundamental de toda filosofía — ha fatigado, y sigue fatigando, a pensadores de todas las escuelas.

Este hecho no hubiese sido más que ventajoso para el desarrollo intelectual del ser humano y para la mejor utilización de las fuerzas humanas, si no hubiese ocurrido que, con mucha frecuencia, y por una ilusión mental común, aquello que es simple producto de la imaginación fue confundido con hechos certificados con los que se intentó unificar y explicar hechos conocidos. Aún peor, cuando simples palabras sin significado preciso y definido se tomaron por cosas reales.

Así fueron inventados Dios y el Alma Inmortal; así fueron inventados la Materia, la Fuerza, la Energía (todas con mayúscula) y todos los demás conceptos mentales diseñados para explicar por las palabras, el universo no comprendido.

Pero sobre todas estas entidades, que es bueno tratar con prudente y sonriente escepticismo, hay un principio superior que parece realmente inexpugnable — o al menos uno tal que la mente humana no puede concebir su negación; ese es el principio de la Causalidad que, por sí solo constituye la filosofía denominada Determinismo. Nada se crea a sí y nada se destruye a sí; no hay efecto sin causa suficiente; no hay causa sin su proporcionado efecto.

Muy bien. Si, para la mente humana, esta parece ser una verdad necesaria y absoluta luego el razonamiento lógico es también una necesidad de la mente, y es cierto también que toda premisa conduce a su obvia conclusión. Ahora, la conclusión lógica del principio de causalidad, comprendido como principio universal e inevitable, es que, comenzando en la eternidad, todo es una concatenación necesaria de eventos que no podrían ser más que determinados, y que por ende, el ser humano no es más que un autómata consciente, la voluntad es una ilusión, y la libertad no existe y es imposible.

Es un hecho que, razonando en abstracto, muchos llegan por voluntad propia hasta las últimas consecuencias y dicen, con Laplace, que, si una persona pudiese conocer todas las fuerzas existentes en el universo en un momento dado, con todos sus puntos de aplicación, sus intensidades y direcciones, podría calcular todo lo que ha ocurrido, y todo lo que ocurrirá, en cualquier momento de la eternidad y en cualquier punto del espacio infinito — todo desde una estrella en su órbita al verso de un poeta, desde un terremoto a un artículo de periódico.

Este es, en su más consecuente expresión, el sistema filosófico que comúnmente se denomina Determinismo, y que, comenzando de los conceptos de Naturaleza y Necesidad, y siguiendo un método racional y científico, arriba a las mismas conclusiones a las que arribaron los antiguos con su Destino y los teólogos con su Predestinación.

Hay también quienes buscan restringir y atenuar el significado del sistema y eludir sus consecuencias, intentando conciliar la idea de necesidad con la de libertad. Pero éstos son, como lo vemos, intentos vanos e ilógicos pues, una “necesidad” que no siempre es necesaria, que admite restricciones y excepciones, ya no puede denominarse por ese nombre.

El Determinismo responde admirablemente a ciertas necesidades del intelecto y es un guía seguro en el estudio del mundo físico-químico. Pero indudablemente paraliza y niega la voluntad y vuelve inútil y risible todo esfuerzo dirigido hacia tal fin.

Sin embargo, mientras toda persona más o menos piensa y actúa en base a la lógica determinista, no hay quienes realmente traduzcan su filosofía a la vida — o en todo caso, no conocemos a ninguna. Esto no es extraño pues, si hubiese alguien así deberá hallar inútil dar a conocer o propagar sus ideas (ni siquiera las payasadas cerebrales de cada cual), convencida, como debiese estarlo, de que lo que deba ocurrir ocurrirá fatalistamente en el momento determinado, y que nada puede posiblemente prevenirlo, ni retardarlo, ni apurarlo.

Obviamente los deterministas — que son, en general, estudiosos, activos y deseosos del progreso, y que se han vuelto deterministas no sólo mediante el razonamiento sino también mediante la reacción contra los prejuicios, las imposiciones, y el oscurantismo de las religiones — naufragan en una contradicción continua. Niegan la libre voluntad y, por ende, la responsabilidad, y luego se indignan contra el juez que castiga al que no es responsable. ¡Como si el juez no fuese también determinado y por lo tanto también irresponsable! Dicen que todas las cosas que ocurren (los fenómenos naturales, la historia humana, los actos, las pasiones, y los pensamientos individuales) lo hacen en ininterrumpida y necesaria secuencia de causa y efecto, reductibles a hechos físico-químicos que están sujetos a leyes mecánicas. ¡Y luego le asignan gran importancia a la educación y la propaganda! Son los apóstoles de la caridad, la tolerancia, y la libertad. Como si el mal, la intolerancia, y la tiranía no fuesen, ya que existen, ¡cosas necesarias que las leyes mecánicas debiesen explicar! Con frecuencia son revolucionarios, esforzándose y sacrificándose por algo que, de acuerdo a su sistema, ocurrirá y debe necesariamente ocurrir por sí solo, cuando llegue el momento.

Es cierto que se podría responder que el determinista que se contradice así está también determinado y no puede sino contradecirse, tal como no podemos nosotros hacer más que señalar la contradicción. — Pero, entonces, uno puede también decir que hacer es igual que no hacer y que todo este razonar y luchar no es más que una ópera cómica, cansadora o divertida, pero — también necesaria. ¿Cómo escaparemos de estas dificultades?

* * *

Al libre albedrío absoluto de los espiritualistas lo contradice los hechos y es repugnante al intelecto. La negación de la Voluntad y la Libertad por parte de los mecanicistas es repugnante a nuestro sentir. Intelecto y sentimiento son partes constituyentes de nuestros egos y no sabemos cómo someter el uno al otro.

Podremos no saber cómo negar el principio de causalidad pero tampoco podemos vernos a nosotros mismos como autómatas. Y tampoco, si buscamos y deseamos la explicación de las cosas, negamos su existencia simplemente porque no logramos explicarlas. ¡Pues hay muchas más cosas en el universo que en todos los sistemas de filosofía! La ciencia y la filosofía no son sino intentos, aún infinitamente imperfectos, de explicar el universo. Y mientras la ciencia busca y la filosofía silogiza, debemos vivir — vivir como personas que obtendrán de la vida el máximo de satisfacción posible.

¿Qué es la Voluntad en esencia? No lo sabemos. ¿Pero sabemos, en esencia, qué son la Materia y la Energía? La voluntad eficaz debe ser el poder de introducir en una cadena de eventos, factores nuevos que ni son necesarios ni pre-existentes — debe ser, de hecho, el poder de producir y efectuar sin causa. Esto inmediatamente repele al intelecto educado en el método científico. ¿Pero no es acaso cierto que al retroceder en el camino de los eventos e independientemente del sistema filosófico que se tome por guía, uno siempre arriba a una desconocida y tal vez inconcebible Primera Causa — es decir, a un efecto sin una causa? “No lo sabemos.” Para nosotros, esta parece ser la última palabra que puede ser dicha, al menos en el presente, por la sabia filosofía.

Pero queremos vivir una vida consciente y creativa, y tal vida requiere, en ausencia de conceptos positivos, ciertas presuposiciones necesarias que pueden ser inconscientes pero que están siempre sin embargo, en el alma de todos. La más importante de estas presuposiciones es la eficacia de la voluntad. Todo lo que puede útilmente buscarse es las condiciones que limitan o aumentan el poder de la voluntad.



Juan Gandulfo: Manuel A. Silva ha muerto (1926)

Publicado en el periódico La Antorcha de Buenos Aires, un 9 de julio de 1926, Juan Gandulfo escribe unas palabras dedicadas a Manuel Antonio “el viejo” Silva, recordado también con cariño en el relato de José Santos González Vera, «Los Anarquistas» (1949).

*

En las entrañas oscuras del pueblo hay un montón de vidas heroicas. Existencias que siguen un rumbo fijo, timoneadas por una voluntad recta. Ellas se levantan como esas columnas de fuego que guiaban en la antigüedad a los barcos huérfanos de costa, cuyas tripulaciones ciegas de terror viraban hacia ellas en busca de la tierra firme donde hallarían techo y pan.

Al morir Manuel A. Silva ha perdido la Anarquía un compañero. Ese querido viejo, a quien familiarmente llamábamos el patriarca, amamantó con su consejo, su amistad y su ayuda a la mayoría de los jóvenes que hoy azotan los cuatro vientos de la montaña, el valle y el mar de este país, clamando por la Justicia y la Libertad.

En las asambleas tumultuosas, en los mítines borrascosos, en los grupos estudiosos, se destacaba su perfil aquilino aureolado por una sonrisa infantil, repartiendo folletos, distribuyendo proclamas o dando un consejo substancioso y puro con su voz opaca y su ademán fraternal. Pero cuando husmeaba una claudicación, sus ojos resplandecían y su brazo se levantaba como el de un iluminado, su voz adquiría resonancias de bronce y anatematizaba el error con palabras fulgurantes de fe y optimismo. Era una lección viva para todos los que se sentían desfallecer ante los escollos de la lucha y su ejemplo rompía como un latigazo la inercia de los indiferentes y la vacilación de los claudicantes.

Durante muchos períodos la vida del compañero Silva fue un hilo de plata tendido en el marasmo de las masas obreras, a lo largo del cual se conservó sin mácula la idea libertaria.

Su tenacidad, propia de un verdadero revolucionario, volvió a su primitivo cauce las fuerzas dispersas por los acontecimientos que sacudían al movimiento proletario.

Y su honradez tradicional salvó la propaganda ideológica de todas las encrucijadas que dificultan la marcha a los anarquistas.

Así como fue austera y sencilla su vida de viejo luchador, así debemos despedirlo. Si sus huesos gastados por el trabajo y la enfermedad pudieran erguir su cadáver, volviéndolo a la vida, sonreiría cariñosamente al encontrarnos inclinaos sobre la obra, jalonando acciones e ideas en pro de la Justicia y la Libertad.

Intensifiquemos nuestras vidas para dignificarnos ante su muerte.

— Juan Gandulfo
Santiago, Chile




[Libro] Bakunin: Escritos de Filosofía Política, Tomo II, Partes III y IV

Edición Digital: @rebeldealegre

Compartimos la obra completa titulada «Escritos de Filosofía Política», una compilación realizada por G. P. Maximoff organizada por temáticas y recogida de los diversos escritos de Bakunin. Circulaba ya en forma digital la mitad de ésta (2 Partes) y bajo cierta confusión: la obra consta de 2 Tomos, cada uno a su vez de 2 Partes. Es decir, faltaba digitalizar el Tomo II — Partes III y IV — que les presentamos de forma inédita aquí para descarga.

De todos modos, y para que esté disponible en esta entrada de blog la obra completa, dejamos también los enlaces de descarga del Tomo I — Partes I y II realizada por Proyecto Espartaco.
Otra aclaración importante: en la versión impresa la traducción es de Antonio Escohotado. En esta versión digital también, salvo dos excepciones que hemos recopilado de la red: el Capítulo 13 de la Parte III, titulada «Resumen» — que corresponde a «El Programa de la Alianza para la Revolución Internacional» —, y la Parte IV completa, que en el libro se titula «Tácticas y métodos de actuación del anarquismo», pues ya circulaba bajo el título «Tácticas Revolucionarias» de mano de otros traductores.

Van nuestros agradecimientos a Noticias y Anarquía (N&A) por facilitarnos el acceso a una copia del libro impreso y por su colaboración en algunas de las transcripciones. 

Puedes entonces, y desde ya, descargar y leer esta obra fundamental. Para tener una imagen panorámica de ésta, hemos dispuesto los enlaces de descarga a modo de Índice; téngase en cuenta, sin embargo, que:
* El Tomo I (Partes I y II) completo es sólo un enlace
* Del Tomo II, las Partes III y IV son descargables por separado. 
* A su vez, cada Capítulo del Tomo II Parte III puede también descargarse por separado.

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Bakunin: Escritos de Filosofía Política


ÍNDICE
PREFACIO DEL EDITOR
INTRODUCCIÓN POR RUDOLF ROCKER

PARTE I: FILOSOFÍA
1. LA CONCEPCIÓN DEL MUNDO
2. IDEALISMO Y MATERIALISMO.
3. CIENCIA: UN ESBOZO GENERAL
4. CIENCIA Y AUTORIDAD
5. LA CIENCIA MODERNA SE OCUPA DE FALSEDADES
6. EL HOMBRE: NATURALEZA ANIMAL Y NATURALEZA HUMANA
7. EL HOMBRE COMO CONQUISTADOR DE LA NATURALEZA
8. MENTE Y VOLUNTAD
9. EL HOMBRE, SOMETIDO A LA INEVITABILIDAD UNIVERSAL
10. LA RELIGIÓN EN LA VIDA DEL HOMBRE
11. EL HOMBRE NECESITABA BUSCAR A DIOS DENTRO DE SÍ MISMO
12. ETICA: MORALIDAD DIVINA O BURGUESA
13. ETICA: EXPLOTACIÓN DE LAS MASAS
14. ETICA: MORALIDAD DEL ESTADO
15. ÉTICA: LA MORALIDAD VERDADERAMENTE HUMANA O ANARQUISTA
16. ÉTICA: EL HOMBRE, PRODUCTO TOTAL DEL MEDIO
17. LA SOCIEDAD Y EL INDIVIDUO
18. LOS INDIVIDUOS ESTÁN ESTRICTAMENTE DETERMINADOS
19. FILOSOFÍA DE LA HISTORIA


PARTE II
CRÍTICA DE LA SOCIEDAD EXISTENTE

1. LA PROPIEDAD SOLO PODÍA SURGIR EN EL ESTADO
2. EL RÉGIMEN ECONÓMICO ACTUAL
3. INEVITABILIDAD DE LA LUCHA DE CLASES EN LA SOCIEDAD
4. HISTORIA HETEROGÉNEA DE LA BURGUESÍA
5. LA LARGA ESCLAVITUD DEL PROLETARIADO
6. EL DÍA DE LOS CAMPESINOS ESTÁ AÚN POR VENIR
7. EL ESTADO: PERSPECTIVA GENERAL
8. ANÁLISIS DEL ESTADO MODERNO
9. EL SISTEMA REPRESENTATIVO SE BASA SOBRE UNA FICCIÓN
10. LA PARTE DEL PATRIOTISMO EN LA LUCHA DEL HOMBRE
11. INTERESES DE CLASE EN EL PATRIOTISMO MODERNO
12. LA LEY, NATURAL E INVENTADA
13. PODER Y AUTORIDAD
14. LA CENTRALIZACIÓN ESTATAL Y SUS EFECTOS
15. EL ELEMENTO DE LA DISCIPLINA




TOMO II



1. LA BASE RACIONAL DE LAS TÁCTICAS REVOLUCIONARIAS
2. EL PROBLEMA ECONÓMICO SUBYACE A TODOS LOS DEMÁS.
3. FACTORES SOCIO-ECONÓMICOS Y PSICOLÓGICOS
4. REVOLUCIÓN Y VIOLENCIA REVOLUCIONARIA
5. MÉTODOS DEL PERÍODO PREPARATORIO
6. LOS JACOBINOS DE 1870 TEMIERON LA ANARQUÍA REVOLUCIONARIA
7. LA REVOLUCIÓN A TRAVÉS DE DECRETOS ESTÁ CONDENADA AL FRACASO
8. PROGRAMA REVOLUCIONARIO PARA LOS CAMPESINOS
9. AL DÍA SIGUIENTE DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL






Errico Malatesta: Ideal y Realidad (1924)

Transcripción: @rebeldealegre

“Ideale e realtà,” publicado originalmente en Pensiero e Volontà (Roma) 1, no. 3 (1 de febrero de 1924), una versión en castellano apareció en el suplemento semanal La Protesta de Buenos Aires, un 10 de marzo de 1924.


Dejemos las calificaciones “filosóficas”, es decir difíciles, confusas... e inconcluyentes. Ideal significa: lo que se desea. Realidad significa: lo que es.

Es carácter específicamente humano el estar descontento de lo que es, el desear siempre algo mejor, el aspirar a mayor bienestar, a mayor potencia, a mayor belleza. El hombre que todo lo encontrase bueno, que pensase que todo lo que existe debe ser así y no se debe ni se puede cambiar, y se adaptase tranquilamente, sin lucha, sin protesta, sin un gesto de rebelión, a la posición que las circunstancias le hacen, sería menos que hombre: sería... un vegetal, si es lícito hablar así sin calumniar a los vegetales.

Pero por otra parte el hombre no puede ser ni puede hacer todo lo que quiere, porque es determinado, constreñido, no sólo por la naturaleza bruta exterior, sino también por la acción de todos los hombres, de la solidaridad social que, queriéndolo o no, lo liga a la suerte de todo el género humano.

Es necesario entonces tender a lo que se quiere, haciendo lo que se puede.

El que se adaptase a todo sería un pobre ser comparable, como decía, a un vegetal. En cambio, quien creyese poder hacer todo lo que quiere sin tener en cuenta la voluntad de los otros, los medios necesarios para alcanzar un fin, las circunstancias en que se encuentra, sería un simple iluso, destinado a ser perpetuamente víctima, sin hacer avanzar un paso la causa que le es querida.

El problema, pues, para nosotros, anarquistas — ya que el propósito de esta publicación nuestra es ayudar como podemos al movimiento anarquista — el problema para nosotros, anarquistas que consideramos la anarquía no ya como un bello sueño para contemplarlo al claro de la luna, sino como un modo de vida individual y social a realizar para el mayor bien de todos, el problema, decimos, es regular nuestra acción de modo de obtener el máximo efecto útil en las diversas circunstancias que la historia nos crea en torno.

No hay que ignorar la realidad; pero si ella es mala hay que combatirla, sirviéndose de todos los medios que la realidad misma nos ofrece.

Al estallar la guerra mundial, de la que todavía son evidentes las maléficas consecuencias, hubo en ciertos ambientes, que se decían o quizá habían sido subversivos, un gran hablar de “realidad.” Todas las semi-conciencias, todos los que buscaban un pretexto honroso para enmendarse de sus arranques juveniles y arrimarse a un pesebre cualquiera, todos los cansados a quienes faltaba el honesto valor de declararse tales y retirarse a la vida privada — y hubo muchos entre los socialistas y bastantes también entre los anarquistas — aceptaron y predicaron la guerra “porque era un hecho”, haciéndose fuertes con la adhesión de algunos generosos que, de buena fe, extraviados por una errónea concepción de la historia y por toda una propaganda de mentiras, creyeron que se trataba de veras de una guerra libertadora y participaron personalmente en ella.

Y hoy no faltan los que se adhieren al fascismo “porque es un hecho” y ocultan, y creen justificar su decisión y su traición diciendo del fascismo, como antes decían de la guerra, que su fin es revolucionario.

Sí, la guerra mundial y la “paz” que ha resultado de ella son una realidad, como fueron una realidad todas las guerras pasadas, todas las matanzas y todas las ventas de pueblos. Es una realidad la cachiporra fascista, como fué una realidad el palo alemán, que “¡No puede domar a Italia!”.

Desgraciadamente son una realidad todas las opresiones, todas las miserias, todos los odios, todos los delitos que afligen, dividen y degradan a los hombres.

¿Habrá que aceptarlo todo, entonces, someterse a todo, porque tal es la situación que la historia nos ha hecho?

Todo el progreso humano está hecho de luchas contra realidades naturales y realidades sociales. Y nosotros que queremos el mayor progreso, la más grande felicidad posible para todos los seres humanos, somos asediados y batidos por todos lados por realidades hostiles, y contra estas realidades debemos combatir. Pero para combatirlas debemos conocerlas y tenerlas en cuenta.

La anarquía, para triunfar, o simplemente para marchar hacia su triunfo debe ser concebida, más que como faro luminoso que ilumina y atrae, como una cosa posible, realizable, no en la consumación de los siglos, sino en un tiempo relativamente breve y sin necesidad de milagros.

Ahora bien; nosotros los anarquistas nos hemos ocupado mucho del ideal; hemos hecho la crítica de todas las mentiras morales y de todas las instituciones sociales que corrompen y oprimen a la humanidad, hemos descrito con toda la poesía y elocuencia que cada uno de nosotros podía poseer, una anhelada sociedad armónica, fundada en la bondad y el amor; pero, hay que confesarlo, nos hemos ocupado poco de las vías y de los medios para realizar nuestros ideales.

Reconocida la realidad del movimiento revolucionario o más bien insurreccional que debe abatir los obstáculos materiales, poder político y acaparamiento de los medios de trabajo, que se oponen a la propaganda y a la experimentación de nuestros ideales, nosotros hemos pensado, o hecho como si pensásemos que todo se habría arreglado por sí, sin plan preconcebido, naturalmente, espontáneamente — y hemos respuesto a las dificultades observadas con fórmulas abstractas y con un optimismo que es contradicho por los hechos actuales y por los previsibles. En suma, lo hemos resuelto todo suponiendo que la gente querrá justamente lo que queremos nosotros y las cosas se arreglarán exactamente según nuestros deseos.

¡Todos los gobiernos son malos! y bien, “los aboliremos a todos e impediremos que se constituyan otros nuevos”. ¿Pero cómo, con qué fuerzas? “El pueblo o el proletariado lo pensará” ¿Y si no piensa?

“Cada uno hará lo que quiera”. ¿Pero si estos cada uno, que unidos forman la multitud quisiesen lo contrario de lo que queremos nosotros y se sometiesen a un tirano y se dejasen emplear como instrumentos contra nosotros?

¿Si los campesinos se negasen a aprovisionar las ciudades? “Los campesinos no son estúpidos y se apresurarán a llevar a la ciudad los géneros alimenticios para recibir productos industriales... o promesas de productos que se fabricarán”.

¿Si la gente no quisiese trabajar? “El trabajo es un placer y nadie querrá privarse de él”.

¿Si hubiese delincuentes que atentaran a la vida o a la libertad de los otros? “No habrá más delincuentes”.

Y así por el estilo, respondiendo a todo con afirmaciones y negaciones gratuitas, negando todas las cosas feas, suponiendo realizadas todas las cosas bellas.

Hasta hubo quien, en el arrebato del entusiasmo, anticipando tal vez de siglos los resultados que se puede esperar de la educación y de la eugénica (ciencia de procrear bien) ¡ha entrevisto para el mismo día siguiente de la insurrección victoriosa una humanidad compuesta toda de gente buena, inteligente, sana, fuerte y bella!

La verdad es que hemos girado siempre en un círculo vicioso. Mientras por una parte hemos sostenido que la masa no puede emanciparse moralmente en tanto que duren las actuales condiciones de sujeción política y económica, por la otra hemos supuesto que los acontecimientos se desarrollarían como si esa masa estuviese ya compuesta, toda, o en gran mayoría, de individuos conscientes y evolucionados, celosos de su propia libertad y respetuosos de la de los otros. Mientras hemos sostenido que la anarquía, que es toda libertad, no puede imponerse por la fuerza, “por la contradicción que no lo consiente”, no hemos pensado en prepararnos para que otros no pudieran imponérsenos.

Nos ha faltado, en suma, un programa práctico, actuable en el inmediato mañana de la insurrección victoriosa, tal que sin violar la libertad de nadie nos permitiese actuar, o empezar la actuación de nuestras ideas, y atrajese la actuación a nosotros las masas con el ejemplo y con la prueba de la superioridad de nuestros métodos.

Y por eso la fracción de pueblo que aspira a la emancipación y que hará la historia nueva, no nos ha comprendido y en gran parte ha aceptado el comunismo autoritario y opresor, o el híbrido sindicalismo.

Y nos hemos encontrado impotentes cuando las circunstancias parecían más favorables.

Es tiempo de remediar estas diferencias nuestras para hallarnos prontos en las futuras ocasiones, que no faltarán.

Y es a esta obra de elaboración de un programa práctico de realizaciones inmediatas que convocamos a todos nuestros amigos.