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Errico Malatesta: «Páginas de lucha cotidiana» (1921)


Fue en mayo de este año dos mil quince en el calendario gregoriano que anunciábamos el rescate de este vestigio de un momento en la historia del anarquismo, las «Páginas de Lucha Cotidiana», editadas en 1921 por Editorial Argonauta en Buenos Aires. Hoy, en un esfuerzo mancomunado con Editorial Eleuterio, tenemos el placer de compartir esta selección de “instantáneas” del vertiginoso intercambio de opiniones que el anarquista italiano Errico Malatesta sostuvo en 1920 a través del periódico anarquista “Umanitá Nova” con otros periódicos de la prensa anarquista o de otras tendencias revolucionarias (y disque revolucionarias) y como parte de un escenario mayor en la volcánica y colosal gesta por hacer la revolución social y realizar la anarquía


Recorriendo sus páginas de principio a fin y en sucesión progresiva,  adquiere el lector el ritmo necesario para sincronizarse al correr secuencial de estos fotogramas que constituyen otro ejemplo más para palpar que — como dice el joven editor de Eleuterio — el lógos de la anarquía es el movimiento. 



Por el aniversario de Malatesta. Una carta de Luigi Fabbri (1923)

«A Errico Malatesta que persiguió por cada orilla más distante del mundo, y contra un mundo entero, la inmortal anarquía (1853 –1953)»
Transcripción: @rebeldealegre

La Antorcha, año IV, N. 117, Buenos Aires, viernes 1 de febrero de 1924

*

Bolonia, noviembre 3 de 1923

Queridos amigos:

Yo no sé si la idea de rememorar la fecha en que nuestro Enrico Malatesta cumple su septuagésimo año — 4 de diciembre de 1923 — encontrará la aprobación de la persona misma que vamos a homenajear. Tengo el presentimiento de lo contrario. . . 

Recuerdo que en una ocasión análoga, por el cumpleaños de una persona por nosotros querida, él me decía: “es curioso que tengamos que felicitar a una persona por que ha envejecido un año más!” Me parece, al contrario, que tendríamos que expresarle nuestras condolencias”. . .

Pero en el caso de Malatesta no me parece que se corra el peligro de ofenderlo, aun en el caso de no estar de acuerdo con nuestros hábitos convencionales, porque él es una excepción de la regla. De Malatesta se podría decir que los años pasan, pero él no envejece. Tiene la suerte de mirar las cosas, aun las más desconcertantes, a través de un optimismo tan sano y fresco como solamente los jóvenes suelen tenerlo, por eso jamás tiene prisa.

Pocos meses ha yo lamentaba con él la tristeza de estos años, el trabajo pasado que hoy aparece perdido o hecho inútilmente, sobre nuestro movimiento disperso, detenido . . . y él, que me estaba escuchando, comprendía y quizá también admitía el alcance de los males que yo deploraba, pero sin lamentarse mayormente y con toda serenidad, acompañando las palabras a una filosófica encogida de hombros, interrumpió así mi geremiada: “¿Te desesperas por eso? Cominceremo da capo! (Volveremos a empezar!)”

¿Cómo, sin sentirse joven, sin serlo profundamente en el alma y en los sentimientos, se podría tener la paciencia y la voluntad de volver a empezar después de medio siglo de trabajo, después de tantos dolores y de tantas derrotas?

Y bien, queridos amigos, homenajeando a este hombre, admirable ejemplo de rectitud y de carácter, en un siglo saturado de vileza y de debilidad moral, vosotros, en cierta manera festejaréis la perenne juventud de su espíritu, símbolo de todas las esperanzas nuestras que no quiere morir y que no morirá a pesar del arreciar de la tempestad, y digno representante de un movimiento y de un ideal que, al pasar de los años, lejos de envejecer, resplandece siempre de una mejor juventud.

Ciertamente, sus escritos, aun los más breves y ocasionales, brillan siempre por su claridad, casi diría transparente; pero solamente su conversación puede dar, al que quiera conocer a este hombre, una idea de la influencia que él ha ejercido en su derredor por más de cincuenta años de propaganda. Ese su optimismo juvenil, ingenuo a veces, pero jamás irracional, se comunica a quien lo escucha y lo reanima, aviva la fe, el entusiasmo y abre siempre la visión de nuevas posibilidades aun en quien cree que ya no hay más nada que hacer.

Yo recuerdo con un sentimiento de profundo reconocimiento hacia él, la influencia que ejerció sobre mi mente y sobre mis sentimientos en un momentos en que las desviaciones y las alucinaciones son tan fáciles, y en que un paso falso puede determinar una ruta equivocada para toda la vida. Era yo, en ese entonces (1897), estudiante en la Universidad de Macerata, y desde hacía casi tres años vivía en el movimiento anárquico la vida febril de proselitismo y de persecuciones, tan bella a los diez y ocho años, y me había llamado la atención la seriedad y la densidad de conceptos de un nuevo periódico nacido en esa época en Ancona — “L'Agitazione” — en el cual había sido invitado a colaborar.

Después de vacilar un poco mandé un artículo lleno de pretensiones. . . filosóficas, sobre la armonía natural y sobre una hipotética fatalidad científica de la anarquía. Había de todo un poco: Bovio y Kropotkin, Buchner y Spencer, la astronomía y la fisiología, la ciencia de las religiones y la de los gobiernos. . . En substancia, creí haber hecho algo que valía la pena, y esperaba el periódico, del cual yo también era paquetero, con esa ansia que los jóvenes que empiezan a escribir en los periódicos comprenderán.

Pasó una semana, pasaron dos, pasaron tres. . . El artículo no se publicaba! Finalmente, un amigo de la redacción me escribió que el artículo no iba, pero si yo insistía lo publicarían lo mismo, pero con una refutación. Caí de las nubes y. . . presenté recurso de apelación. Mandé una carta a Errico Malatesta en Londres para decirle que yo había escrito un artículo de tal y cual forma, y para preguntarle si no era aquella nuestra “anarquía”, y si él me sabía decir (puesto que él también era colaborador) cuál era la anarquía del periódico de Ancona. . .

Pocos días después el mismo amigo de la redacción (nuestro Agostinelli) me escribió invitándome a ir en seguida a Ancona donde querían hablarme sobre el artículo y también por otras cosas.
Fui (era una noche primaveral) y Agostinelli me acompañó por un suburbio de la ciudad, hasta un elegante chalet, haciéndome subir a una buhardilla, que después supe era un gallinero transformado en dormitorio. Entré y vi un desconocido que se levantaba de una mesita llena de papeles, — papeles de toda clase había también en el suelo, sobre la cama, por todas partes — mientras Agostinelli me decía: — “Te presento a Errico Malatesta!”

¡Quedé petrificado! Malatesta me abrazó riéndose de mi estupor. ¡Y yo que lo creía en Londres! me dijo que había recibido mi carta rechazada de Inglaterra y quería contestarme de viva voz no pudiendo hacerlo por escrito sin correr el riesgo de que por medio del correo la policía llegase a descubrir su paradero. Empezamos en seguida a hablar y a las cuatro de la mañana ¡aún estábamos hablando! Dormí ahí mismo acomodándome como pude y a la mañana siguiente reanudamos la discusión que duró casi veinticuatro horas más.

Había empezado a defender mi artículo con cierta energía pero poco a poco, uno por uno, Malatesta destruía todos mis argumentos y me hacía ver su faz errada, y cuando al fin él me preguntó si yo insistía en que se publicase el artículo, contesté que no. No estaba aún del todo persuadido, pero no quería publicar un escrito de cuya bondad no estaba del todo seguro.

Volví a Ancona varias veces mientras que Malatesta permanecía ahí escondido, y siempre eran horas y horas de discusión. Cuando estaba lejos de él, acumulaba en la mente las objeciones que le haría, los puntos obscuros, las lagunas. . . Y él pacientemente me iluminaba, contestaba a las objeciones, llenaba las lagunas.

Cuando en 1898 arrestaron a Malatesta, para condenarlo luego a “domicilio coatto”, yo estaba intelectualmente transformado, y en cierto modo ya se había formado en mí el hombre, el anarquista que soy todavía.

Tuve, desde entonces, la sensación de la importancia que tendría para el anarquismo que Malatesta expusiera metódicamente sus ideas personales en algún libro.

Su concepción de la anarquía, igual, naturalmente, a la de todos los anarquistas en líneas generales, y como finalidad, diverge como interpretación doctrinaria no poco de la concepción anárquica kropotkiniana. Esta concepción suya, que nosotros vemos esbozada en una cantidad de artículos desparramados en todas partes — especialmente en la “Associazione” y en la “Anarchia” de Londres, en la “Agitazione” y en “Volontà” de Ancona y algo también en “Umanità Nova” de Milán y Roma — deriva de una orientación del pensamiento asaz diversa de la que ha prevalecido en los ambientes subversivos durante los últimos treinta años, no solamente en lo que atañe directamente a los programas del socialismo, de la anarquía, etc., sino en las concepciones generales de ciencia, de filosofía, de política, de sociología, etc.

Desde 1897 yo recomendaba a Malatesta el hacer una exposición sistemática de sus ideas en un solo trabajo de conjunto, y él estaba de acuerdo en que había que hacerlo: “Pero — añadía — para eso hay tiempo; lo haré más adelante. Ahora lo que más interesa es la propaganda en el pueblo, el movimiento revolucionario, la organización anárquica, la preparación de la acción. . . De la sistematización de las teorías nos preocuparemos cuando debamos reposar.”

Recuerdo que en 1897 tenía intención de hacer un libro para la colección sociológica de Stock, de París. . . ¡Pero no hizo nada!

No lo llevó a cabo tampoco cuando hubiera podido, porque, entre otras cosas, el hombre de acción, el agitador, en él como en Bakunin, no dejaba tiempo disponible al pensador. Y cuando le fue posible dedicarse al trabajo intelectual, como durante su larga estadía en Londres, la necesidad de trabajar manualmente para vivir representaba otro infranqueable obstáculo. El obstáculo era también de carácter espiritual, por cuanto él habría podido, quizás, trabajar intelectualmente, haciéndose pagar sus escritos por los diarios y por los editores, como hacían muchos otros. Pero a él le faltaba la psicología del periodista, e instintivamente le repugnaba hacer de su pensamiento objeto de contratación comercial. Convenía en que habría podido hacerlo, que hacerlo hubiera sido perfectamente correcto, ¡pero no sabía hacerlo!

El compañero Max Nettlau más que nadie ha insistido cerca de él para que escribiese sus memorias. Un día, en Londres, presencié un diálogo muy divertido entre ellos dos. A las insistencias de Nettlau, Malatesta contestaba que sí; tal vez algún día él escribiría sus memorias, cuando. . . no hubiese tenido otra cosa mejor que hacer. “Las memorias — decía — se escriben cuando uno ha dejado de accionar: y yo no tengo todavía semejante intención.”

Pero yo espero ver, tarde o temprano, salir de la pluma de Malatesta el libro que yo creo necesario y que sería, sin duda alguna, una nueva y óptima batalla, no inferior a las demás por él combatidas, como agitador, en el movimiento revolucionario.

Por otra parte, si él tuviese la paciencia de reunir y coordinar sus artículos dispersos en diarios y revistas desde hace cincuenta años, no uno, sino veinte volúmenes podría darnos, y serían todos, no cabe duda, sumamente interesantes.

Pero, volviendo a hablar de la influencia que este hombre ha ejercido en derredor suyo — para no hablar del presente, que no pertenece todavía a la historia — basta recordar el proceso de Trani por la tentativa insurreccional de 1874.

Desde el momento de su arresto él fue la figura más notable del proceso; y fue tanta la sugestión de simpatía y de entusiasmo que ejercía, que en poco tiempo él y sus compañeros se volvieron casi los dueños de la prisión. Director y guardia-cárceles les trataron como amigos favoreciéndolos en todas las formas legales y extra-legales.

El proceso, que se hizo en “Corte d'assise”, concluyó con una absolución triunfal y con la inscripción de muchos de los ciudadanos jurados en la sección local de la Internacional!

Fue después de este proceso, y a consecuencia de él, que Malatesta, perseguido y buscado nuevamente por la policía en Nápoles y obligado todas las noches a dormir en diferentes lugares, consiguió encontrar un refugio seguro pero bastante paradójico: Se escondió. . . en la cárcel!

Habiendo por casualidad encontrado al antiguo Director de la prisión de Trani, lo puso al corriente de que la policía lo buscaba. Este, entonces, lo invitó a ir a dormir en un establecimiento carcelario de secundaria importancia, en la misma Nápoles, a cuya dirección había sido transferido. Malatesta aceptó; y nadie, ciertamente, habría podido sospechar que aquel mozo que de mañana salía, para volver de noche a la cárcel, fuese, no un empleado, sino el mismo Malatesta que la policía quería encerrar ahí mismo sin permiso de salida, naturalmente!

La persuasión, el absoluto desinterés, la sinceridad, la honestidad de propósitos, el inmenso amor humano de que está siempre animado se transparentan en sus ojos, y se sienten apenas él habla, comunicándose a quien lo escucha, penetrando en lo más hondo del corazón.

Es así que él ha podido salir casi siempre airoso de sus procesos; jueces y jurados, sugestionados por su fuerza moral, sentían por fuera y por arriba de la ley, toda la superior y verdadera “inocencia” del hombre que tenían que juzgar.

Son muchos los años de cárcel que él ha cumplido sumando los varios períodos desde 1870; sin embargo él es el hombre que menos condenar verdaderas y propias ha sufrido.

He hablado de Trani. El proceso de Nápoles, por las “Bandas armadas de Benevento” fue una repetición. Durante la prisión preventiva, mientras Stepniak escribía su “Rusia Subterránea” para la casa editorial Treves Hnos. y Cafiero el “Compendio del Capital”, de Marx, para la casa Biguasí, Malatesta escribía las relaciones para la “Internacional” que conseguían franquear las puertas de la prisión y que convertían al anarquismo a su abogado defensor, que ha sido después uno de sus mejores amigos hasta hoy: Saverio Merlino.

Procesado en febrero de 1884 en Roma por “associazione a delinquere” (asociación con fines criminales) por unos manifiestos ensalzando a la comuna de París, publicados y pegados en las paredes mientras él se encontraba en Egipto, y, a pesar de eso, condenado — el suele decir que “es mucho más fácil ser condenado cuando uno es inocente que siendo reo de verdad!” — convirtió el aula de audiencias en una sala de conferencias, con grande desesperación del procurador de rey que de continuo lo amonestaba inútilmente, tanto que al final, después de dos o tres tempestuosos “casa del diablo” (como decía “Il Messaggero” de aquella época) el presidente tuvo que cortar el uso de la palabra a Malatesta. . . Pero, para dar una idea del carácter de este proceso, uno de los pocos en que él ha salido condenado, bastará recordar las palabras dirigidas por el fiscal a los ciudadanos jurados antes de empezar las defensas de los abogados: “Vosotros oiréis ahora,  desde los bancos de la defensa, unas espléndidas arengas. Haced como aquel antiguo héroe de la fábula, cuando hizo la travesía del mar poblado por sirenas: tapaos los oídos.”

Fue en el mismo año, si no yerro, que Malatesta, que se hallaba en libertad provisoria por haber presentado recurso de apelación ante la Suprema Corte, corrió a Nápoles, azotado por la cólera, con una escuadra de internacionalistas, como enfermero voluntario. Él , que había sido estudiante de medicina, fue utilísimo e incansable, tanto que le fue decretado por la autoridad no recuerdo ya qué diploma o certificado que él rehusó enérgicamente. Yo creo que desde ese entonces él no ha vuelto más a Nápoles sino después de cerca de cuarenta años, es decir, pocos meses atrás. ¡Cómo debe haberle parecido distinta la Nápoles de hoy, de la cuna de sus primeros sueños y terreno de sus primeras armas, tan viva en sus recuerdos!

De sus otros procesos más recientes — el de Ancona de 1898, del cual Pedro Gori publicó la relación justamente en Buenos Aires, donde salió la primera edición, y el hecho de Milán de 1921 — son demasiado notorios para que yo os hable de ellos.

Después de 1884, prescrita la condena de cuatro años de reclusión con que había sido gratificado por la “corte de Assise” de Roma, Malatesta tomó rumbo hacia la República Argentina donde publicó una docena de números de un pequeño periódico anarquista que fue uno de los primeros de Sudamérica: “La Questione Sociale”—; el mismo título de otro periódico cuyas publicaciones había tenido que interrumpir en Florencia, de donde tuvo que desaparecer para substraerse a un arresto inmediato.

Predominaban en ese entonces, entre los obreros italianos de Buenos Aires, los republicanos que tenían por órgano “L'Amico del Popolo”, que todavía ve la luz si no me equivoco. Malatesta sostuvo con este periódico una larga polémica que consiguió abrir brecha entre los elementos jóvenes. Muy pronto el “Círculo Socialista” (entonces los anarquistas se llamaban aún socialistas y solamente cuando querían puntualizar añadían “comunistas anárquicos”) engrosó sus filas con nuevos y numerosos adherentes; el movimiento se robusteció y el gobierno empezó a preocuparse de él.

En uno de los últimos números de la “Questione Sociale”, Malatesta relataba cómo siendo estudiante, él había sido republicano y cómo más tarde había evolucionado hacia el socialismo. Un trozo de aquel artículo ha sido reproducido por Nettlau en su último libro sobre Malatesta. En efecto, hasta poco tiempo después de la comuna de París, Malatesta había nutrido ideas republicanas y había entrado en una organización semisecreta por la cual se interesaba mucho José Mazzini. En cierta ocasión Mazzini tuvo oportunidad de leer algunos escritos (cartas, me parece) de Malatesta y de su amigo León Cavallo (hermano del célebre compositor musical), en las cuales ellos exponían sus propias concepciones republicanas a algún jefe de la asociación, y el célebre patriota genovés dijo al amigo que le había mostrado aquellos escritos: “son jóvenes muy distintos de nosotros; ellos nos abandonarán”. Así fue, en efecto. Apenas en 1870-71 el republicano Malatesta llegó a conocer las ideas de La Internacional, las abrazó con entusiasmo. Y hoy es él tal vez el único sobreviviente en todo el mundo, que habiendo visto brotar el movimiento internacionalista en Italia ha permanecido fiel a la idea que constituía su programa: “la idea anárquica”.

Pero si yo quisiera bosquejar una biografía de Malatesta, no sería este ni el momento ni el lugar; sería muy larga la tarea de acumular los episodios que pueden testimoniar el temple de su carácter y dar una idea de lo que ha sido su vida aventurera.

Yo me limito a formular los más férvidos augurios para que esta vida sea lo más larga posible, para que su vivo ejemplo sirva de norma a los jóvenes, para que su pensamiento siempre ágil continúe iluminándonos, para que su afecto nos conforte en los tristes días de la derrota, y para que su fe ardiente avive y agigante siempre en nuestros pechos las ansias y la sed de la victoria.

Saludos afectuosos de vuestro

LUIGI FABBRI











Simplicio de la Fuente: Nosotros Sabemos (1925)


Transcripción: @rebeldealegre

La Antorcha, Buenos Aires, 24 de julio de 1925

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Sí. Nosotros sabemos que los oficios viles, las taras morales, la morbosidad y el vicio, provienen en gran parte del pasado y que el presente, con su cúmulo de monstruosas aberraciones humanas, se ha cuidado con excesivo celo de su intenso y extenso cultivo, hasta constituir estas inmundas manifestaciones la condición de la existencia de la presente sociedad. Sí. Nosotros sabemos también que la ignorancia, el egoísmo y el principio autoritario en que están asentadas todas las presentes instituciones, pesan como inmensas montañas de granito sobre los hombres que intenten sobreponerse al presente estado actual de cosas. Sí. Nosotros sabemos que el ambiente mefítico que con repugnancia respiramos en cualquier parte del globo en pleno siglo XX, impide que el individuo ponga en práctica libremente sus pensamientos y sus vocaciones, y dé libre expansión a sus sentimientos más íntimos, ahogando de esta manera toda iniciativa que surja espontánea aunque ésta sea hija de las más nobles intenciones.

Sí. Nosotros sabemos el abismo profundo que se interpone entre el individuo y la sociedad, y porque sabemos esto, y sabemos mucho más, es que sentimos una especie de respeto hacia todos los caídos sin exclusión, víctimas de las sociedades modernas, y diferentemente de lo que hacen los individuos malos y perversos, nosotros extendémosle nuestra mano fraterna a fin de elevarlos hacia una vida más noble y más digna.

No hacemos como la mayoría de los imbéciles que, encontrándose en presencia de un ser que ellos creen más desgraciado, lo hacen aun víctima de sus ironías y de sus insolentes burlas. No se dan cuenta que empleando conducta semejante hácense acreedores ellos mismos de un merecido desprecio y colócanse así a nivel mil veces más bajo que el más abyecto de los relajados morales. Nosotros, en el fondo de todas aquellas personas que no han poseído la energía suficiente para evitar su caída en el fango de las humanas debilidades, descubrimos todavía los restos de algún noble y humano sentimiento, para elevarlos al cual es de necesidad tan sólo que se les aliente y estimule.

No hagamos entonces más penosa y desgraciada la existencia de aquellos que la sociedad empujó barranca abajo, porque no son ellos los exclusivos responsables de su caída: quizás esta responsabilidad nos alcance en parte también a nosotros por no haber laborado aun lo suficiente para evitar los males que a todos nos aquejan.

Ellos son los que en mayor grado necesitan alicientes para soportar esta existencia miserable, y nosotros, entonces, que hemos logrado comprender sus sufrimientos, debemos brindarles nuestro afecto y nuestra amistad y con ello habremos logrado atraer mayores simpatías hacia nuestra causa, que es la causa de todos los que aspiran a una vida mejor y más humana. Y ellos, al igual que nosotros sienten repugnancia hacia el estado de degradación y de vicio en que han caído, y quizás no les sea muy fácil substraerse a esa perversión, ya que, en caso que lo pretendieran, la sociedad, más perversa aún que ellos, les niega hasta el derecho de rehabilitarse. Porque no se nos diga que el vagabundo desea ser vagabundo, ni que la prostituta entrega su cuerpo por placer, ni que el mendigo solicita la compasión de los demás porque sea de su agrado, ni que el “ladrón” y el asesino “roben” y maten por el gusto de ir a parar con sus huesos a una cárcel tétrica e inmunda: no. Porque bien sabemos nosotros que estas actividades, vicios, o como querráis llamarlas, truécanse siempre en dolores morales y físicos, dolores a los cuales todo ser humano trata de substraerse. Combatamos a todos los vicios en sí, cuidémosnos de caer en ellos, y hagamos en seguida todo lo posible porque las personas que ellos hayan caído se eleven hasta la comprensión de nuestras concepciones de libertad, igualdad y justicia, que ellas mismas se encargarán luego de abandonar las posiciones que conceptúen denigrantes. Somos optimistas en lo que respecta a la evolución del individuo, y creemos fundadamente que del ser más perverso surge, con el tiempo y las oportunidades, un individuo capaz de ascender hasta la cumbre de las más altas idealidades humanas.


Marchamos hacia la conquista de un mundo donde haya pan, libertad, cultura y bienestar para todos, y esa conquista la ejecutaron todos los descontentos y víctimas de este sistema burgués y estatal. Vengan, pues, con nosotros, vagabundos y prostitutas, mendigos y proletarios, que, juntos con los artistas y los poetas, los hombres de acción y de pensamiento, levantaremos un mundo nuevo, donde los viles oficios, la prostitución y el vicio, no posean razón de existencia, y en donde podremos cantarle a pulmón lleno a la vida, a la santa vida.

Anatol Gorélik: Bakunin y la dictadura del proletariado (1924)

Transcripción: @rebeldealegre

Publicado originalmente en el periódico La Antorcha, Buenos Aires, 31 de octubre de 1924.


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Los partidarios de la dictadura tratan, frecuentemente, de apoyarse en sus afirmaciones, en las ideas de Bakunin, indicando que, aunque en teoría negaba Bakunin el Estado y la autoridad, en la realidad no combatió el período transitorio ni la dictadura del proletariado, porque él fue siempre partidario de la acción organizada de las masas obreras mismas y del derecho que les asistía de dirigir la revolución económica y social. Y muchos, que se denominan anarco-sindicalistas y pregonan la idea de lo inevitable de la dictadura de las organizaciones obreras, etc., afirman que ellos son los fieles portadores de las ideas de este gigante del pensamiento revolucionario, los verdaderos herederos de Bakunin.

Es imposible detenerse en un artículo de relativa extensión, no tan sólo en todas las ideas y conceptos de Bakunin, sino ni siquiera aclarar por completo su interpretación del papel del Estado en la sociedad y en la vida, ni sus conceptos sobre las relaciones entre la sociedad y el individuo.

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Bakunin afirmaba y demostró una infinidad de veces que “la verdadera escuela para el pueblo y para todas las personas adultas es la vida” (1). Y que la sociabilidad no es consecuencia de la unión artificial de los hombres ni de la imposición de los gobernantes, sino un estado natural de la especie humana.

“La fuerza del sentimiento colectivo o del espíritu de sociabilidad es aun ahora un asunto muy serio…” (2).
Un número infinito de datos y hechos de la vida diaria son, al creer de Bakunin, índices inequívocos “de la solidaridad natural e ineludible que une a todos los hombres”.
“Repito, — dice Bakunin — que es la vida, y no la ciencia, la que crea la vida; la actividad espontánea del pueblo mismo es la única capaz de crear la libertad. Sería, indudablemente, un caso muy feliz, si la ciencia pudiera desde ya alumbrar la marcha espontánea de la humanidad hacia su liberación. Pero es preferible la ausencia de luz, antes que una luz vacilante e incierta, que lo único que hace es confundir a los que la siguen” (3).

Y, realmente, nadie como él atacó tan acerbamente a los seudo-sacerdotes de la ciencia, quienes con el nombre de este vocablo incomprensible querían someter a las masas laboriosas, cuando los sacerdotes divinos resultaron ser impotentes de atajar la corriente de luz que empezó a iluminar los cerebros y los sentimientos de las masas.

Las masas buscan medios de salir, por sus propios esfuerzos, del atolladero en que las metieron y del que no las dejan salir el Estado y el Capital. Los que tienen más noción de sí mismos buscan estos medios constantemente, los menos conscientes, aunque en los períodos de reacción y de calma caen en la apatía, cobran ánimos en los momentos de despertar general e introdúcense impetuosamente, en los períodos revolucionarios, en el torrente de la vida y obran; y mediante su experiencia de la vida logran conocer el papel de la autoridad y de la coerción en la vida social. Son cada vez menos ahora los hombres que viven exclusivamente la vida de su círculo, su fábrica o su barrio. Pero tampoco existe todavía esta consciencia universal, que permitiera a cada uno dilucidar, él mismo, todos los problemas de la vida. Y es aquí donde surgen las hondas divergencias entre los revolucionarios. Unos, viendo la falta de preparación de las masas para pasar inmediatamente a la total reconstrucción de la sociedad y a la convivencia libre y recíproca, consideran que esto tiene que ser así, que esto es natural y normal. Y basándose en estas consideraciones enseñan que las masas tienen que sufrir, aguantar en nombre de la fatalidad histórica. Otros afirman que estos son fenómenos anti-naturales, anormales, y que son consecuencia de la vida que actualmente llevan las masas bajo la opresión constante del capitalismo y de la autoridad. E insisten, en que la destrucción de estas fuerzas extrañas a la sociedad, impuestas con artificios a los hombres, libertará la personalidad humana y dará principio a una nueva sociedad, libre y progresiva.

Estas ideas son las que Bakunin sostuvo toda su vida, con toda la fuerza de su voluntad.

Se entiende que con concepto semejante de la revolución no podía menos que haber un abismo infranqueable entre Bakunin y Marx, tanto en sus temperamentos como en sus ideas.

“Ya he expresado en varias oportunidades — dice Bakunin en “Dios y el Estado” — mi profunda aversión hacia la teoría de Lasalle y de Marx, que recomienda a los trabajadores — sino como su ideal definitivo, por lo menos como el objeto más inmediato — la fundación de un Estado popular, el cual, tal como lo explican ellos, no será otra cosa que “el proletariado, ascendido a categoría de clase dominante””. (4)

Y en pocas páginas de una belleza incomparable hace Bakunin el comentario de este horrible absurdo universal, el significado de la dictadura del proletariado y el papel que ella desempeña en la vida real.

“Pregunto — dice Bakunin — si el proletariado será la clase dominante, ¿a quién dominará? Esto significa que quedará algún otro proletariado, el cual estará sometido a este nuevo señor, el nuevo Estado…
“Si hay Estado, es inevitable el predominio y por consiguiente la esclavitud; Estado sin esclavitud abierta o encubierta es imposible — he ahí porque somos enemigos del Estado” (5).

Pero Bakunin no se contenta con esto. Examina la idea de la dictadura del proletariado, expone su esencia estatal y el papel que la dictadura del proletariado desempeñará en la vida real.

“¿Qué significa el proletariado elevado a condición de clase dominante? ¿Acaso todo el proletariado estará a la cabeza del gobierno? Hay cerca de 40 millones de alemanes. ¿Acaso todos ellos serán miembros del gobierno? Todo el pueblo será director y no habrá dirigidos. Entonces no habrá gobierno, no habrá Estado. Pero toda vez que haya Estado, habrá dirigidos, existirán esclavos.
Este dilema se resuelve en la teoría marxista de modo muy simple. Por gobierno del pueblo entienden ellos el gobierno, sobre este mismo pueblo, de un pequeño número de representantes elegidos por el pueblo…” (6).
“De modo que — dice más adelante Bakunin — de cualquier punto de vista que se encare este problema, se llega siempre al mismo triste resultado, a la dirección de la inmensa mayoría de las masas populares por una minoría privilegiada. Pero esta minoría, dicen los marxistas, se compondrá de trabajadores. Sí, quizás de los que fueron trabajadores, pero que, tan pronto se conviertan en jefes o representantes del pueblo dejarán de ser obreros y contemplarán al pueblo laborioso desde la altura gubernamental; no representarán ya más al pueblo, sino que a sí mismos y sus pretensiones al gobierno del pueblo.
“Pero esos elegidos serán hombres convencidos y además socialistas científicos. La palabra “socialista científico”, “socialismo científico” que inunda los escritos y los discursos de los lassallianos y  marxistas, demuestra de por sí que este pretendido gobierno del pueblo, no será más que una dirección harto despótica de las masas  por una aristocracia nueva y limitada en número, compuesta por sabios, verdaderos o falsos. El pueblo es ignorante: será, por consiguiente, dispensado de los trabajos de gobernar, e incluido todo entero en el rebaño gobernado. Bonita liberación.
“Los marxistas ven esta contradicción y comprendiendo que el gobierno de los sabios — el más pesado, humillante y vil que el mundo haber puede, — será, a pesar de todas sus formas democráticas, una verdadera dictadura, se consuelan con la idea de  que esa dictadura será transitoria y breve. Dicen que su única preocupación y objeto será la instrucción y elevación del pueblo, tanto económica como moral, a una altura tal en la que todo gobierno se hará innecesario, y el Estado, privado de su carácter político y, por ende, autoritario, se convertirá de por sí en una organización completamente libre de los intereses económicos y de las comunas.
“Es una contradicción evidente. Si el Estado que ellos pregonan, será realmente del pueblo, ¿para qué, pues, abolirlo? Y si su abolición  es indispensable para la verdadera liberación del pueblo, ¿cómo se atreven ellos a llamarlo popular?” (7)

De lo transcripto se desprende que ya entonces conocía Bakunin el marxismo en el fondo y se ve su actitud hacia la dictadura del proletariado y el período transitorio.

Ya en aquel entonces era grande la lucha entre estos dos conceptos de la vida social: el concepto anarquista y el marxista, y ya entonces había entre ambos un profundo abismo. Es por eso que Marx, Engels, Liebknecht y Bebel — como ahora Plejanoff, Lenin, Trozky, Bujarin y los comunistas — no se detenían ante ningún medio para enlodar, denigrar y presentar como confidentes y agentes del gobierno a Bakunin y a sus compañeros. La historia ahora se repite. Y si Marx y Engels no podían matar a Bakunin y a sus compañeros, más que moralmente, lo cual era ya mucho, Lenin y Trozky, Kameneff y Zinovieff, no se contentan con matar moralmente a León Chorny y a los anarquistas rusos en general, sino que los matan, para mayor seguridad, también físicamente.

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Vemos, que ya entonces preveía Bakunin los frutos que daría la dictadura del proletariado y el período transitorio, y mantenía contra estas ideas la lucha más despiadada.

“Con nuestra polémica les hemos hecho comprender (a los marxistas) — dice Bakunin — que la libertad o la anarquía, o sea, la libre organización de las masas obreras de abajo a arriba, es el eslabón final de la evolución de la sociedad, y que todo gobierno, sin excluir el proletario que ellos pregonan, es un yugo que de un lado crea el despotismo y del otro la esclavitud.
“Ellos dicen — continúa Bakunin — que este yugo de la dictadura del Estado es un medio transitorio imprescindible para conseguir la liberación integral del pueblo: la anarquía o la libertad, es el fin, el gobierno o la dictadura, es el medio. De lo cual se deduce — concluye sarcásticamente Bakunin — que para emancipar a las masas trabajadoras, primero habrá que someterlas.” (8)

Vemos, entonces, que los problemas de la dictadura del proletariado y del período transitorio, una vez planteados, los rebate Bakunin con toda sencillez y claridad, de modo que su criterio al respecto no puede prestarse a interpretaciones torcidas ni deja lugar a dudas, en cuanto a su actitud como anarquista, hacia estos problemas de vital importancia para los momentos que atravesamos.

“Los marxistas afirman, — continua — que únicamente la dictadura — la de ellos, se entiende — puede dar la libertad al pueblo, a lo cual les respondemos: ninguna dictadura puede tener otro objeto que eternizarse, y que es capaz de hacer germinar y arraigar en el pueblo que la soporta sentimientos de esclavitud, y que la libertad puede únicamente ser fruto de la libertad, o sea, de la rebelión de las masas y de la libre organización de los trabajadores de abajo arriba” (9).

La respuesta de Bakunin sobre su actitud hacia la dictadura del proletariado y el período transitorio es tan claro que es de asombrarse que pueda haber anarquistas que atribuyan a este anarquista y revolucionario intransigente alguna simpatía hacia cualquier forma de gobierno, y especialmente hacia la dictadura del proletariado. Los renegados del anarquismo o los anarco-bolcheviques, quienes tienen todo el derecho de tener su criterio al respecto, mal pueden apoyarse en Bakunin o en cualquier otro precursor del anarquismo. En los únicos en quienes pueden apoyarse, es en distintos economistas burgueses, partidarios de las teorías de clases, y en Marx y Engels.

*

Pero Bakunin se oponía no solamente a la dictadura política del proletariado; era enemigo de toda dictadura: de la de las organizaciones obreras y hasta de la dictadura de la Internacional, si a ésta se le antojara encargarse del gobierno y convertirse en Estado.

“Si la Internacional pudiera convertirse en Estado, nos convertiríamos, de adeptos convencidos y entusiastas que somos, en sus enemigos más encarnizados” (10).

Ya entonces mantenía Bakunin la lucha contra la tendencia de los jefes y de los elegidos, de predominar sobre las masas en la Primera Internacional.

“Nos dicen, — escribe Bakunin en el artículo «La organización de la Internacional» —que no todos los obreros, aunque ellos sean miembros de la Internacional, pueden ser sabios”. ¿Y no basta con que haya en la Internacional un grupo de hombres, que dominan, a la perfección, en la medida que esto es posible en nuestros días, la ciencia, la filosofía y la política del socialismo, para que la mayoría — las masas que integran la Internacional — confiándose a su dirección y a sus “preceptos fraternos”… no se salga del camino, que ha de conducirla a la liberación total del proletariado? “Estas son las reflexiones, que oímos frecuentemente pronunciar en voz baja… Siempre hemos luchado decididamente contra este razonamiento, porque estamos convencidos que si la Asociación Internacional de Trabajadores estará dividida en dos grupos: uno, compuesto por la inmensa mayoría de los miembros, cuyo saber consistirá en tener una fe ciega en la sabiduría teórica y práctica de sus jefes; y otro, compuesto por unas pocas decenas de dirigentes — esta institución, que tiene la misión de emancipar a la humanidad, se convertirá en una especie de gobierno oligárquico — el peor de los gobiernos. Esta minoría, perspicaz, científica y hábil, que cargará con toda la responsabilidad y todos los derechos del gobierno, tanto más absoluto, cuanto que su despotismo se oculta cuidadosamente bajo la máscara del respeto hacia la voluntad y las decisiones, aunque siempre por ellos dictadas, pero aparentemente de las masas del pueblo, esta minoría, repito, obedeciendo a la necesidad y a las condiciones de su situación privilegiada, y sufriendo el destino de todos los gobiernos, irá haciéndose paulatinamente cada vez más despótica, perjudicial y reaccionaria”.
“La Asociación Internacional de los Trabajadores — concluye Bakunin en su artículo «La organización de la Internacional» — recién podrá convertirse en instrumento de emancipación de la humanidad, cuando antes se emancipe a ella misma, y se emancipará recién cuando deje de dividirse en dos grupos: la mayoría de las máquinas inertes y la minoría de los maquinistas científicos, y cuando cada uno de sus asociados se compenetre íntegramente de la ciencia, la filosofía y la política del socialismo” (11).

He ahí a lo que llegaba Bakunin en su negación del autoritarismo y de la coerción. No quedaba contento con atacar el Estado y la dictadura social. Era el luchador más intransigente contra la servidumbre dentro de las organizaciones obreras mismas en las que defendía la autonomía completa de cada individuo y su derecho a la auto-actividad.

Bakunin era un adversario cerrado de toda autoridad aun en las organizaciones obreras. En la organización no debe haber máquinas ni maquinistas. Todos son iguales y todos tienen el derecho de juzgar la conducta de los elegidos y de los jefes.

Bakunin, el anarquista, se oponía a todo sometimiento del hombre por el hombre. Y sus razones quedaron incólumes y sin rebatir hasta el día de hoy.

Los partidarios de toda clase de dictadura, no solamente estatal, sino también dentro de las organizaciones obreras deberían meditar bien sobre la cita de Bakunin, que aparece al final, siendo posible, quizás, que entonces comprendieran que el anarquismo y la imposición son incompatibles bajo toda forma.

Únicamente la libertad y la tolerancia mutua y la renuncia de los dirigentes a toda imposición puede sacar el movimiento obrero del atolladero en que lo metieron diversos partidarios de la dictadura, de la dirección y de los “preceptos fraternales”. Estos mismos compañeros debieran comprender que están lejos del anarquismo, y que son, más vale, herederos de Marx que de Bakunin.

Bakunin era anarquista y adversario absoluto de toda coerción y dictadura; y no deja de ser extraño que las diversas clases de adeptos a la dictadura del bolchevismo y del anarquismo “obrero”, etc., se atrevan, en sus actitudes anti-anarquistas, a apoyarse en el incansable e intransigente luchador por la libertad de cada individuo en todas las organizaciones sociales y en la vida, en el pregonero de la Revolución Social — Bakunin.

Así como no pudieron convivir Bakunin y Marx, así tampoco pudieron ni podrán convivir la libertad y la coerción, la anarquía y la dictadura.

O Marx, o Bakunin.
O la Anarquía y la Libertad, o la dictadura y la coerción.

(Traducción por J. Company)
Anatol Gorélik



NOTAS:

(1 y 2) M. Bakunin — “Dios y el Estado”, pág. 4 (toda indicación de pág. o volumen es de la edición rusa, trad.)
(3) Idem, pág. 64.
(4) M. Bakunin — “Estatismo y anarquía”, pág. 233, Obras comp., tomo 1.
(5) Idem, pág. 233.
(6) Idem, pág. 234.
(7) Idem, pág. 234-235.
(8 y 9) Idem, pág. 235.
(10) M. Bakunin — “La organización de la Internacional”, véase Obras escogidas, tomo 4, pág. 72.
(11) Idem, pág. 74-75.








Víctor Yañez: Baldomero Lillo (1924)

Transcripción: @rebeldealegre

Un homenaje a un año (en aquel entonces) de la muerte de Baldomero Lillo (1867–1923), cuentista autor de los clásicos Sub terra y Sub sole. Del primer cuento en Sub terra: «Los Inválidos»:
“¡Camaradas, este bruto es la imagen de nuestra vida! Como él callamos, sufriendo resignados nuestro destino! Y, sin embargo, nuestra fuerza y poder son tan inmensos que nada bajo el sol resistiría su empuje. Si todos los oprimidos con las manos atadas a la espalda marchásemos contra nuestros opresores, cuán presto quebrantaríamos el orgullo de los que hoy beben nuestra sangre y chupan hasta la médula de nuestros huesos. Los aventaríamos, en la primera embestida, como un puñado de paja que dispersa el huracán. ¡Son tan pocos, es su hueste tan mezquina ante el ejército innumerable de nuestros hermanos que pueblas los talleres, las campiñas y las entrañas de la tierra!”

Publicado originalmente en el Periódico La Antorcha, Buenos Aires, 25 de julio de 1924.

*

Un año hace que extinguiérase la vida de este indiscutible y recio valor de las letras chilenas. Vetusto caserón poblano cobijó el alentar postrero de su singular espíritu.

Hay un hondo y palpitante sentido humano en la naturaleza de su obra, no igualado ni superado hasta nuestros días. Y su vida, la trayectoria sobre la tierra áspera, es una afirmación de rectitud, de alta pureza moral.

Sus instantes últimos fueron de miseria y desolación. Murió aislado, incomprendido, torturado por el egoísmo circundante, sintiendo sobre su carne en ruinas la mordedura venenosa de la pedante suficiencia de los consagrados.
Sin embargo, abatido, lacerado por el morbo implacable y fatal de la peste blanca, tuvo al morir un gesto varonil, hermoso, que esculpe en líneas precisas la fortaleza y heroicidad de su alma.
Próximo a expirar, orilló felinamente su lecho de moribundo la silueta repudiable de un cuervo ensotanado. Era el instante supremo en que, al débil tísico, se sucede la prueba formidable para las ideas. Arribaba en los momentos de máxima debilidad moral, a imponer el credo nefando de un más allá quimérico. Pretendía que el iconoclasta irreductible, el hombre puro y noble, hiciera una apostasia de sus convicciones ideológicas. Luego, el acto de fe donde retractábase, donde abominaba de su pasado rectilíneo, serviría de carnaza para exhibirlo como un triunfo de las huestes curialescas.
Pero Baldomero Lillo, lúcido, sereno, concentrando las energías últimas, despidió al enviado de la impostura y el error con las siguientes frases lapidarias: “No es ésta hora de muerte; es hora de transformación”.

He aquí fijada en trazos vigorosos la personalidad moral del recio cuentista chileno. Las etapas culminantes de su existencia son una demostración palmaria, ejemplarizadora, de la enorme conciencia  en que cimentó su labor de artista comprensivo

Venido del pueblo, se identificó con su angustia íntima, con su dolor más recóndito. Describió esa angustia y ese dolor enormes en páginas viriles, palpitantes de una honda humanidad. Impelido por la miseria, descendió a la mina lóbrega, infernal, empuñó la barreta que arranca el preciado metal y desagarró sus carnes en las aristas agudas de las tétricas galerías. Sufrió la presión ahogadora, salvaje, monstruosa, de la explotación que se ejercita en la región del carbón. Bebió el ácimo de esa vida dantesca en sus fuentes mismas, la tortura le malogró la existencia, aceleró su extinguimiento prematuro.

“Sub-Terra” es una transcripción poética, formidable de la tragedia cotidiana que marca el vivir minero. Cada cuento es un aspecto doloroso, inmensamente voraz del sufrimiento horrible que martiriza a las multitudes extractoras del oro negro.

Cualquiera de los relatos es una vívida interpretación de la mísera y conmovedora brega que tiene por escenario las oquedades sombrías del rico subsuelo. Afluye de cada narración un hálito tragedioso, algo tan fuertemente real, que lo sentimos como una garra opresora y lacerante. No hay artificiosidad en sus cuentos; el oropel de la vacua retórica no preocupó a Baldomero Lillo; le absorbió totalmente la visión desagarradora del gigantesco drama y lo volcó en las cuartillas, desnudo, en todo su esplendor doloroso, libre de trabazaones académicas y pulimentaciones chirles. De ahí el tono relevante, único, de su entera labor.

Exhibió en toda su plenitud la úlcera que horada las entrañas de ese montón anónimo de cíclopes de las tinieblas; su prosa es un camino de luz que nos muestra el desagarramiento de la herida y el eterno refluir de la generosa sangre.

Su obra tiene un solo parangón: el caso de Barret, al describir la vida maldita en los yerbales. Lillo, como el inquieto y torturado Barret, realzó las escenas ignoradas de la expoliación minera. Su producción, recia, humana, esconde los gérmenes de lo perdurable, de lo eterno. Cada capítulo es una requisitoria fulminadora, es un látigo justiciero que azota la faz de la sociedad indiferente al desarrollo de tanto dolor, de tanta ignominia.

— Víctor Yañez

San Bernardo (Chile)

Subversión, ciencias cognitivas, nihilismo y presencia plena.

 «Cuatro círculos perfectamente concéntricos»

Por: @de_humanizer
Edita: 
@rebeldealegre


Habíamos compartido antes «Las redes de la vida frente a la jerarquización social», texto del blog “interesado en una ciencia crítica que contribuya a la abolición de toda forma de dominación”, «El virus de la subversión». Esta vez compartimos otro, donde se bosquejan los hallazgos en torno a la naturaleza de la experiencia humana implicados en los estudios del “cómo conocemos” emprendidos por Francisco Varela, neurocientífico nacido en la región chilena, de donde se desprenden interesantes propuestas  para una educacióncorporizadade los afectos que — a la par de la transformación de las condiciones materiales —, se vislumbra necesaria para hacer efectiva una desjerarquización de la sociedad y una vida biopsicosocial y ecosistémica en libertad.
«¿Qué significa en concreto todo esto? El dilema naturaleza-cultura no es tal, y la “frontera” aparente de esa dualidad es nuestra experiencia consciente, por lo que, el estudio del funcionamiento de la experiencia es vital para poder comprender la organización social jerarquizada a través de los Estados y reproducida económicamente a través del capitalismo.
La pérdida de referentes internos y externos permite desplegar la lógica de la competencia bestial al más puro estilo Hobbesiano, pero como este nihilismo (...) aún conserva la necesidad de apego psicológico, es fácil hacerlo dócil a la estructura jerarquizada y la división de clases que implica el Estado.
Tanto el nihilismo como la fenomenología fracasaron en su intento de comprender plenamente la experiencia consciente, por ser tentativas meramente teóricas y no poder “corporizar” la experiencia de vivir como un conocer, desde donde fundar una ética nueva...»

Charlotte Wilson: «Freedom» (1886)

Traducción al castellano: @rebeldealegre

Poco conocida en los círculos anarquistas de habla castellana, y pasada por alto por los historiadores anarquistas en general, Charlotte Wilson esencialmente introdujo el comunismo-anarquista a la audiencia inglesa. Fundó Freedom junto a Piotr Kropotkin en 1886 — aún el periódico de más larga vida en Inglaterra —y fue su principal editora y publicadora por más de ocho años. Estuvo también involucrada en establecer grupos de discusión anarquista en Londres y en alentar a otros grupos locales; fue además una activa oradora y polemista. El texto a continuación corresponde a la primera nota editorial de «Freedom» en su primer número publicado en octubre de 1886.




Por largas eras de demoledora esclavitud, la libertad, ese fin desconocido del peregrinaje humano, un esplendor velado, ha rondado en el horizonte de las esperanzas de los hombres. Se esconde en la trémula ignorancia de la humanidad, y su borroso e irracional terror a todo lo que se manifieste con poder, ya fuese una incomprensible e incontrolable fuerza natural o la supremacía de una potencia, una habilidad o una malicia superior en la sociedad humana, o la actitud interior de adoración servil a lo que se impone desde fuera como una verdad que supera la comprensión, así es el velo que oculta a la libertad de los ojos de la humanidad; a veces adopta la forma de aquel miedo ciego del salvaje a su medicina o a su fetiche, a veces la forma de la igualmente ciega reverencia del trabajador inglés a la ley de sus amos y de la muestra de consentimiento a su propia esclavitud económica que le es sonsacada a través de la farsa de la representación. Pero cual sea la forma, la realidad es la misma, ignorancia, terror supersticioso, sumisión cobarde.

¿Qué es el progreso humano sino el avance de la creciente ola de sublevaciones contra esta tiranía pesadillezca de aquel pavor ignorante que ha mantenido a la humanidad esclava de la naturaleza exterior, esclava de unos con otros, y de sí misma? La ciencia y las artes, el conocimiento y las diversas formas de aplicación práctica del ingenio y la destreza, la fuerza vinculante y reveladora del afecto y del sentimiento social, la protesta de los individuos y los pueblos a través de la palabra y el acto contra la opresión religiosa, económica, política y social, éstas, todas y cada una, son armas en las manos de los rebeldes contra los poderes de la oscuridad que se refugian tras el escudo de la autoridad, humana y divina. Pero son armas no igualmente efectivas en todo momento. Cada una tiene su tiempo de utilidad especial.

Vivimos al final de una era en la que el maravilloso aumento de conocimiento dejó abandonado al sentimiento social y permitió a los pocos que monopolizaron el poder sobre la naturaleza recién adquirido crear una civilización artificial basada en su derecho exclusivo a retener la posesión privada y personal de la abundante riqueza producida.

La propiedad — no el derecho a usarla, sino el de no dejar que otros la usen — le permite a los individuos que se han adueñado de los medios de producción mantener sometidos a todos quienes poseen nada más que su energía vital y que han de trabajar para vivir. No es posible trabajo alguno sin tierra, materiales, y herramientas o maquinarias; por eso los amos de estas cosas son también los amos de los trabajadores desposeídos, y pueden vivir en el ocio gracias al trabajo de ellos, pagándoles de lo producido salarios sólo suficientes para mantenerles vivos, empleando sólo a tantos de ellos como les sea lucrativo y dejando al resto a su destino.

Un mal como ese, una vez comprendido, no debe ser tolerado. No puede el conocimiento ser monopolizado por largo tiempo, y el sentimiento social es innato en la naturaleza humana, ambos se fomentan al interior de nuestra sociedad conservadora como la levadura en la masa. Nuestra era está en vísperas de una sublevación contra la propiedad, en nombre del clamor común de todos por un reparto común de los resultados del trabajo en común de todos.

Por lo tanto, somos socialistas, incrédulos de la propiedad, defensores de los iguales derechos de cada hombre y mujer a trabajar para la comunidad como le parezca bien a él o ella — sin llamar a ninguna persona amo, y defensores del igual derecho de cada cual a satisfacer sus necesidades naturales como bien le parezca desde el suministro de riqueza social por el que ha trabajado en producir. Buscamos esta socialización de la riqueza, no por restricciones impuestas por una autoridad sobre la propiedad, sino por la remoción, mediante la acción directa personal de las personas mismas, de las restricciones que salvaguardan la propiedad contra los reclamos de justicia popular. Puesto que autoridad y propiedad son ambos manifestaciones del espíritu egoísta de dominación, nosotros no vamos a Satán para desterrar a Satán.

No tenemos fe alguna en los métodos legales reformistas. La ley fija y arbitrariamente escrita es, y siempre ha sido, el instrumento utilizado por los  antisociales para asegurar su autoridad, ya sea delegada o usurpada, cuando la mantención de esa autoridad por vía de la violencia abierta se ha tornado peligrosa. El sentimiento social y los hábitos sociales formados y corregidos por la experiencia común son el real cohesionante de la vida asociada. Es la encarnación engañosa de una parte de esta costumbre social en ley lo que ha hecho a la ley tolerable e incluso sagrada a los ojos de las personas a las que para esclavizar existe. Pero en la medida que la opresión de la ley se elimina, la real fuerza vinculante de la influencia del sentimiento social sobre la responsabilidad individual se vuelve aparente e incrementa. Buscamos la destrucción del monopolio, no mediante la imposición de nuevas restricciones artificiales, sino mediante la abolición de toda restricción arbitraria. Sin la ley, la propiedad sería imposible, y el trabajo y el disfrute, serían libres.

Por lo tanto, somos anarquistas, incrédulos del gobierno del hombre por el hombre en cualquier forma y bajo todo pretexto. La libertad humana hacia la cual nuestra mirada se eleva no es ninguna abstracción negativa de una licencia para el egoísmo individual, ya sea concentrada en el colectivo en la forma del mandato de la mayoría, o aislada, en la forma de tiranía. Soñamos con la libertad positiva que esencialmente es una con el sentimiento social; con el libre alcance de los impulsos sociales, ahora distorsionados y comprimidos por la propiedad y su guardián, la ley; soñamos con el libre alcance de aquel sentido individual de responsabilidad, de respeto por sí mismo y por los demás, que está viciado por toda forma de interferencia colectiva, desde la imposición de contratos al ahorcamiento de criminales; soñamos con el libre alcance de la espontaneidad y la individualidad de cada ser humano, aquella que es imposible cuando una línea estricta y rígida se le impone a toda conducta. La ciencia le está enseñando a la humanidad que dicho crimen, como es manufactura de nuestro vil sistema económico y legal, puede solamente ser tratado tanto racional como humanamente con el cuidado médico fraternal, pues resulta de la deformación y la enfermedad, y que una regla de conducta rígida y estricta impuesta para proporcionar  castigo no es ni guía ni remedio, es nada más que una fuente eterna de injusticia entre los seres humanos.

Creemos que cada ser humano adulto y cuerdo posee un derecho igual e irrevocable a dirigir su vida desde el interior a la luz de su propia consciencia, con la sola responsabilidad de guiar su propia acción como también formar sus propias opiniones. Además, creemos que el reconocimiento de este derecho es una necesidad preliminar al acuerdo voluntario y racional, la única base permanente para la vida armónica en común. Por lo tanto, rechazamos todo método de imposición del consentimiento, pues es en sí mismo un obstáculo para la cooperación efectiva, y además, un incentivo directo al sentimiento antisocial. Despreciamos como un mal para la naturaleza humana, individual, y por ende colectiva, todo uso de la fuerza con el propósito de obligar a los demás; pero afirmamos el deber social de cada cual de defender, por la fuerza si es necesario, su dignidad como ser humano libre, y la igual dignidad de los demás, ante toda forma de insulto y opresión.

Reclamamos para uno y cada uno el derecho personal y la obligación social de ser libre. Sostenemos el reconocimiento y aceptación social completa de tal derecho como finalidad del progreso humano en el futuro, pues su crecimiento ha sido la medida del desarrollo de la sociedad en el pasado, del avance del ser humano desde el impulso social ciego del animal gregario al sentimiento social consciente del ser humano libre.

Tal, a grandes rasgos, es el aspecto general del socialismo anarquista que nuestro periódico intenta poner en marcha, y con la piedra de toque de esta creencia nos proponemos evaluar las actuales ideas y modos de acción de la sociedad existente.


[Freedom, Volumen 1, Número 1, octubre de 1886]

Simplicio de la Fuente: La Cultura No Basta (1925)

Transcripción: @rebeldealegre
Imagen: The Lessons of the Paris Commune


La Antorcha, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1925

*

Apreciamos la cultura como una bella cualidad de los hombres [sic] que tratan de superarse, y la consideramos un factor indispensable para la transformación social que propiciamos. Es más: creemos que una persona culta ha de atraerse la simpatía y el respeto de todas las gentes que le rodean y tiene más probabilidades de hacer prosélitos hacia la causa que defiende, sea esta la que fuere.

Nosotros mismos sentimos una mayor satisfacción al encontrarnos con seres que hayan adquirido y practiquen esa cualidad, por cuanto es más fácil que nos comprenda y luego trate de imitarnos o seguros estamos, al menos que respetará nuestras opiniones y las refutará con altura, si las considera refutables, cosa que no podemos esperar de una persona inculta. De ahí que veamos con cierta complacencia la labor que en este sentido desarrollan personas e instituciones que al margen del Estado se preocupan de elevar a los elementos populares hacia un estado general de mayor altura y respeto humano.

De ahí también que en el campo de las actividades anárquicas se le preste preferente atención a este problema, convencidos de la importancia que él entraña como complemento de la finalidad regeneradora de la doctrina social del anarquismo. Pero , de ahí a hacer de la propaganda cultural el objeto principal y único de nuestra acción, media un trecho enorme.

Creemos que la cultura individual y colectiva carece de valor alguno para el objeto finalista que persigue el anarquismo, si individuos y colectividades no están impregnados y convencidos de la necesidad inmediata de practicar realizaciones revolucionarias que traigan como consecuencia el derrumbamiento de la sociedad presente. Es por esto que sin desconocer el papel preponderante que la cultura general de los pueblos puede representar como factor revolucionario, debemos despertar en las masas el sentimiento de rebeldía que las impulse a la acción combativa, acelerando así el hecho revolucionario en que forzosamente han de culminar todos nuestros afanes.

Si nos limitásemos simplemente a hacer que las gentes llegase a adquirir el grado máximo de cultura revolucionaria, sin que comprendiesen la urgente necesidad de la lucha para la materialización de nuestras concepciones libertarias, sería igual que si se poseyera el secreto de un determinado invento de utilidad social, y nos consideráramos orgullosos y satisfechos de su posesión, sin que él fuera librado al servicio de la humanidad. Innegable es la existencia de muchísimas personas cultísimas, con vastos conocimientos de todo orden, y que han llegado a compenetrarse acabadamente del valor exacto que la doctrina anarquista informa en sus postulados humanos y justos, pero que carecen, o no poseen la energía necesaria para actualizarlas, y he aquí que con todos sus conocimientos y su cultura, al adoptar esa actitud de pasividad no influyen absolutamente nada a que el acontecimiento revolucionario se produzca, y entonces de nada ha valido ese convencimiento abstracto, para uso y satisfacción personal de exclusivos.

Necesario es, entonces, nos parece, que junto a la propaganda cultivemos el sentimiento de rebeldía, pues si bien la razón es un arma poderosa para la consecución de nuestra finalidad, no es ella suficiente por sí sola para provocar la destrucción de cuanto es objeto de nuestros ataques.

No es posible, creemos, adoptar una actitud de hombre culto y respetuoso, ante la provocación y atropello de un gendarme; alegar razones ante una reacción criminal como la que actualmente está diezmando las filas anarquistas en todos los países; no es posible que con la razón y con la cultura logremos que los detentadores de la riqueza renuncien a sus privilegios, ni que los hombres de gobierno abandonen sus Estados, para que nos rijamos en la sociedad por el libre acuerdo.

Buena es la cultura y el respeto cuando de exponer nuestras ideas, o de batir en la discusión y la polémica al adversario, se trate, pero la cultura no basta cuando debemos enfrentarnos a nuestros enemigos comunes, el Capital y el Estado, porque harto sabemos que a nuestras razones opondrían siempre sus bayonetas y sus fusiles.

La solución del problema que la vida plantea al anarquismo, no radica, pues… ni en el grado de cultura que se adquiera ni en el empleo sistemático de la violencia, ni en el método puramente destructivo o constructivo, ni en ninguno de los diversos medios que las diferentes escuelas, tendencias o modalidades practican en su lucha diaria contra la explotación y el privilegio. Esos problemas serán resueltos cuando todos esos métodos combinados y aplicados en cada caso, pero sin excluir en absoluto a ninguno de ellos, nos dispongamos a ponerlos en práctica, y, para ello, la condición esencial que se requiere es que cuantos han comprendido la bondad del anarquismo, comprendan también que su realización no debemos esperar a efectuarla de aquí a mil años, sino que ella es de toda urgencia, y en todo momento actualizable.

Procuremos que todos adquieran el máximo de cultura, pero procuremos también despertar y mantener en el pueblo el espíritu de rebeldía, porque sin éste la tan ansiada sociedad del provenir sería irrealizable.





Guido Mazzali: Media hora con Malatesta (1926)


Transcripción: @rebeldealegre


Periódico La Antorcha, año 4 no. 200, Buenos Aires, 5 de marzo de 1926

*

Transcribimos de un diario italiano este artículo cuyo autor es un socialista reformista y que conceptuamos de indudable valor por reflejar una actual e interesante semblanza de nuestro querido camarada Errico Malatesta.

Roma, febrero.

Había visto y oído por primera vez a Malatesta en un pueblo de la provincia de Mantua en 1919. Y me había quedado una impresión extraña, incierta entre la realidad y la leyenda, entre la sorpresa y lo maravillado. Su personalidad no se había precisado, en mi memoria, en líneas animadas. Había quedado en esbozo. Esa su manera de examinar y exponer los más graves problemas que fatigan y hacen pesada la exégesis de los “sabidos”; esa manera, tan suya, de traducir y reducir en términos llanos las más simples soluciones, más me había asombrado que convencido. ¿Desencantaba para volver a ilusionar?

Volvíamos de las trincheras ardientes de los tonos ásperos de la guerra, encendidos de pasiones innovadoras y, sin embargo, enfermos de cansancio y de soledad. Las experiencias vividas no se habían ordenado todavía en un credo y tensas en una voluntad. Necesitábamos un ímpetu de libertad y permanecíamos ligados a la maciza mediocridad cotidiana.

Malatesta se había propuesto arrancarnos de la duda, aclarar el laberinto de las opuestas sensaciones y de las ideas contradictorias en que estábamos, para conducirnos a la certeza. A su certeza, naturalmente. Errico Malatesta creía. Su espíritu inquieto estaba cálido de levadura de vida, rico de renacientes aspiraciones.

Entonces. ¿Y ahora?

He querido allegarme nuevamente al agitador anarquista para leer mejor en el tumulto osificado que está delineado en su rostro en rasgos fuertísimos, para aclarar mi lejana impresión y avivarla y componerla en ciertos contornos, para indagar, pues, en la obscuridad de los ojos que relampaguean bajo la arqueada prominencia de las cejas, provistas de una espesa franja de largos pelos.

Me acoge cordialmente. En el modesto cuchitril lleno de libros, sentado ante una mesa hostil y fría en su desvastada pobreza lineal, curvado, recogido, al mismo tiempo presente y ausente. Errico Malatesta parece un solo mechón de cabellos y da la imagen del residuo de una gran hoguera de esperanzas. Superado el primer titubeo y encontrado el cabo del ovillo que quiero desenvolver, la conversación se enciende, vivaz aunque discreta, en una cordialidad franca y abierta. Muchos recuerdos son evocados. Muchas figuras son revividas. Se siega un poco en todos los campos de su vasto conocimiento. Errico Malatesta es una mina de episodios, una surgente inagotable de sensaciones y de agudas observaciones.

Trato de llevar la conversación sobre un tema político actual. Lo interrogo sobre la crisis socialista, sobre la lenta formación de una mentalidad nueva, sobre las contradicciones que anudan la cultura política italiana. Malatesta parece recogerse en sí mismo, en lo más hondo de sí mismo. Y después, cuando la meditación está por estallar en la corporeidad sonora de la voz, tiene como un salto imprevisto, un ímpetu inesperado. Las arrugas de la cara se atenúan, se allanan: Malatesta sonríe, contento de que otro pueda recoger alguna chispa del fuego que todavía en él arde, desesperadamente.  Pero me advierte: Nada de “interview”. Lo que podría, lo que debiera decir, no lo podríais imprimir. Y, después, francamente, la realidad habla a todos y por todos un lenguaje inimitable. ¿Crisis de conciencia, arrepentimientos? ¡por caridad! Nuestras ideas encuentran su confirmación en los hechos. Nada tenemos que cambiar o renegar nosotros.

Su hablar granado y acá y allá arrastrado, se acompaña con el gesto y se completa en la característica mímica napolitana. Resume, destaca y juzga sin piedad. Este hombre, que es un compendio de Historia revolucionaria, que ha meditado sobre todas las influencias de la vida mediana, que ha sufrido todas las sutilizaciones del pensamiento, que ha vivido ardientemente del 1868 hasta hoy todas las tentativas de insurrección, que ha jugado su vida en temerarias aventuras como la de Benevento, conserva intacta todavía la energía de un profeta. No tiene que desmentirse, ni advierte la necesidad de corregirse.

— El fascismo, decís? Era de preverse. Se comprende que debía seguir al fallimiento [sic] del socialismo, fallimiento debido a hombres y cosas. El pueblo italiano ama a los fuertes y los resolutos . . . porque es fuerte y resoluto, a su modo.

— ¿Sois siempre partidarios de la violencia, vosotros los anarquistas?

— No lo hemos sido nunca. Estamos contra la violencia, contra todas las violencias, estén en acto o en potencia. Nosotros admitimos, teorizamos y predicamos solamente el derecho y el deber de la defensa. Porque quien esté dispuesto a tomarlas encontrará siempre quien se las dé. Para nosotros cualquier forma de sociedad organizada, monárquica o republicana, socialista o burguesa, representa el menoscabo de la libertad, una coacción, una violencia. No podemos, ni queremos distinguir. Decís bien vosotros: somos los solos liberales, nosotros, los anarquistas y por esto nos llamamos libertarios.
Siempre lo mismo, en la misma simplicidad en que lo ví y lo oí hace seis años. Ahora comprendo mejor.

Hay que inclinarse a su austeridad que vive en los reinos poco poblados de la perfecta tranquilidad y de la superior certeza. Pero quedar también un poco humillados, sino desilusos. La fe en sí mismo y en el pueblo es absoluta. El conspirador se disuelve, se puede decir, en la luminosidad del sueño.

— Bolchevismo y fascismo son dos aspectos del mismo error, dos manifestaciones del mismo mal que lacera y consume a la humanidad. Donde hay autoridad hay dolor; donde hay gobierno hay esclavitud. El comunismo ruso ha sofocado la revolución que podía, que debía desembocar en el libre ordenamiento anarquista. ¿Sabéis cuántos anarquistas fueron fusilados en Rusia? ¿Cuántos de mis amigos, conmigo ya exiliados en Londres, fueron violenta y bárbaramente suprimidos?

La voz de Malatesta se hace tremante; se escalofría al recuerdo y parece quiera romperse en llanto. Es un momento. Se pasa la mano sobre los ojos, como para ahuyentar las sombras, para disipar las tristezas en que se ha fijado. Alza la cabeza, fiero:

— Pero yo tengo fe, porque la sola realidad visible y conquistable es la utopía, esa que vosotros llamáis la utopía. No es posible que el dolor de estos años haya sido sufrido en vano. Todos los sistemas de pensamiento han cedido al irrumpir del renacimiento burgués. ¿Dónde están el sindicalismo y el socialismo? Yo admiro vuestros esfuerzos, pero no puedo participar de vuestro camino. Lo sé: la meta es única, pero los métodos son asaz diversos. Vosotros contáis sobre la “élite” del proletariado; yo miro con fe al pueblo. Vosotros accionáis en el ámbito del pensamiento y de las instituciones burguesas; nosotros fuera y en contra. Es la hora nuestra, esta.

No intento la refutación. Errico Malatesta tiene setenta y tres años. Vive pobrísimamente como ha vivido siempre, trabajando de electricista y haciendo de editor. Sus ideas están en su inmaculada honestidad moral. Su vida está toda en sus ojos limpísimos. Sus victorias son sus derrotas.
Pertenece al pasado y se proyecta al porvenir. Estuvo y continúa entre los perseguidos, tanto en Italia como en Rusia. 

El anarquismo de Errico Malatesta no se discute. Se acepta o se niega. Pero se respeta: siempre!