«A Errico Malatesta que persiguió por cada orilla más distante del mundo, y contra un mundo entero, la inmortal anarquía (1853 –1953)» |
La Antorcha, año IV, N. 117, Buenos Aires, viernes 1 de febrero de 1924
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Bolonia, noviembre 3 de 1923
Queridos amigos:
Yo no sé si la idea de rememorar la fecha en que nuestro Enrico Malatesta cumple su septuagésimo año — 4 de diciembre de 1923 — encontrará la aprobación de la persona misma que vamos a homenajear. Tengo el presentimiento de lo contrario. . .
Recuerdo que en una ocasión análoga, por el cumpleaños de una persona por nosotros querida, él me decía: “es curioso que tengamos que felicitar a una persona por que ha envejecido un año más!” Me parece, al contrario, que tendríamos que expresarle nuestras condolencias”. . .
Pero en el caso de Malatesta no me parece que se corra el peligro de ofenderlo, aun en el caso de no estar de acuerdo con nuestros hábitos convencionales, porque él es una excepción de la regla. De Malatesta se podría decir que los años pasan, pero él no envejece. Tiene la suerte de mirar las cosas, aun las más desconcertantes, a través de un optimismo tan sano y fresco como solamente los jóvenes suelen tenerlo, por eso jamás tiene prisa.
Pocos meses ha yo lamentaba con él la tristeza de estos años, el trabajo pasado que hoy aparece perdido o hecho inútilmente, sobre nuestro movimiento disperso, detenido . . . y él, que me estaba escuchando, comprendía y quizá también admitía el alcance de los males que yo deploraba, pero sin lamentarse mayormente y con toda serenidad, acompañando las palabras a una filosófica encogida de hombros, interrumpió así mi geremiada: “¿Te desesperas por eso? Cominceremo da capo! (Volveremos a empezar!)”
¿Cómo, sin sentirse joven, sin serlo profundamente en el alma y en los sentimientos, se podría tener la paciencia y la voluntad de volver a empezar después de medio siglo de trabajo, después de tantos dolores y de tantas derrotas?
Y bien, queridos amigos, homenajeando a este hombre, admirable ejemplo de rectitud y de carácter, en un siglo saturado de vileza y de debilidad moral, vosotros, en cierta manera festejaréis la perenne juventud de su espíritu, símbolo de todas las esperanzas nuestras que no quiere morir y que no morirá a pesar del arreciar de la tempestad, y digno representante de un movimiento y de un ideal que, al pasar de los años, lejos de envejecer, resplandece siempre de una mejor juventud.
Ciertamente, sus escritos, aun los más breves y ocasionales, brillan siempre por su claridad, casi diría transparente; pero solamente su conversación puede dar, al que quiera conocer a este hombre, una idea de la influencia que él ha ejercido en su derredor por más de cincuenta años de propaganda. Ese su optimismo juvenil, ingenuo a veces, pero jamás irracional, se comunica a quien lo escucha y lo reanima, aviva la fe, el entusiasmo y abre siempre la visión de nuevas posibilidades aun en quien cree que ya no hay más nada que hacer.
Yo recuerdo con un sentimiento de profundo reconocimiento hacia él, la influencia que ejerció sobre mi mente y sobre mis sentimientos en un momentos en que las desviaciones y las alucinaciones son tan fáciles, y en que un paso falso puede determinar una ruta equivocada para toda la vida. Era yo, en ese entonces (1897), estudiante en la Universidad de Macerata, y desde hacía casi tres años vivía en el movimiento anárquico la vida febril de proselitismo y de persecuciones, tan bella a los diez y ocho años, y me había llamado la atención la seriedad y la densidad de conceptos de un nuevo periódico nacido en esa época en Ancona — “L'Agitazione” — en el cual había sido invitado a colaborar.
Después de vacilar un poco mandé un artículo lleno de pretensiones. . . filosóficas, sobre la armonía natural y sobre una hipotética fatalidad científica de la anarquía. Había de todo un poco: Bovio y Kropotkin, Buchner y Spencer, la astronomía y la fisiología, la ciencia de las religiones y la de los gobiernos. . . En substancia, creí haber hecho algo que valía la pena, y esperaba el periódico, del cual yo también era paquetero, con esa ansia que los jóvenes que empiezan a escribir en los periódicos comprenderán.
Pasó una semana, pasaron dos, pasaron tres. . . El artículo no se publicaba! Finalmente, un amigo de la redacción me escribió que el artículo no iba, pero si yo insistía lo publicarían lo mismo, pero con una refutación. Caí de las nubes y. . . presenté recurso de apelación. Mandé una carta a Errico Malatesta en Londres para decirle que yo había escrito un artículo de tal y cual forma, y para preguntarle si no era aquella nuestra “anarquía”, y si él me sabía decir (puesto que él también era colaborador) cuál era la anarquía del periódico de Ancona. . .
Pocos días después el mismo amigo de la redacción (nuestro Agostinelli) me escribió invitándome a ir en seguida a Ancona donde querían hablarme sobre el artículo y también por otras cosas.
Fui (era una noche primaveral) y Agostinelli me acompañó por un suburbio de la ciudad, hasta un elegante chalet, haciéndome subir a una buhardilla, que después supe era un gallinero transformado en dormitorio. Entré y vi un desconocido que se levantaba de una mesita llena de papeles, — papeles de toda clase había también en el suelo, sobre la cama, por todas partes — mientras Agostinelli me decía: — “Te presento a Errico Malatesta!”
¡Quedé petrificado! Malatesta me abrazó riéndose de mi estupor. ¡Y yo que lo creía en Londres! me dijo que había recibido mi carta rechazada de Inglaterra y quería contestarme de viva voz no pudiendo hacerlo por escrito sin correr el riesgo de que por medio del correo la policía llegase a descubrir su paradero. Empezamos en seguida a hablar y a las cuatro de la mañana ¡aún estábamos hablando! Dormí ahí mismo acomodándome como pude y a la mañana siguiente reanudamos la discusión que duró casi veinticuatro horas más.
Había empezado a defender mi artículo con cierta energía pero poco a poco, uno por uno, Malatesta destruía todos mis argumentos y me hacía ver su faz errada, y cuando al fin él me preguntó si yo insistía en que se publicase el artículo, contesté que no. No estaba aún del todo persuadido, pero no quería publicar un escrito de cuya bondad no estaba del todo seguro.
Volví a Ancona varias veces mientras que Malatesta permanecía ahí escondido, y siempre eran horas y horas de discusión. Cuando estaba lejos de él, acumulaba en la mente las objeciones que le haría, los puntos obscuros, las lagunas. . . Y él pacientemente me iluminaba, contestaba a las objeciones, llenaba las lagunas.
Cuando en 1898 arrestaron a Malatesta, para condenarlo luego a “domicilio coatto”, yo estaba intelectualmente transformado, y en cierto modo ya se había formado en mí el hombre, el anarquista que soy todavía.
Tuve, desde entonces, la sensación de la importancia que tendría para el anarquismo que Malatesta expusiera metódicamente sus ideas personales en algún libro.
Su concepción de la anarquía, igual, naturalmente, a la de todos los anarquistas en líneas generales, y como finalidad, diverge como interpretación doctrinaria no poco de la concepción anárquica kropotkiniana. Esta concepción suya, que nosotros vemos esbozada en una cantidad de artículos desparramados en todas partes — especialmente en la “Associazione” y en la “Anarchia” de Londres, en la “Agitazione” y en “Volontà” de Ancona y algo también en “Umanità Nova” de Milán y Roma — deriva de una orientación del pensamiento asaz diversa de la que ha prevalecido en los ambientes subversivos durante los últimos treinta años, no solamente en lo que atañe directamente a los programas del socialismo, de la anarquía, etc., sino en las concepciones generales de ciencia, de filosofía, de política, de sociología, etc.
Desde 1897 yo recomendaba a Malatesta el hacer una exposición sistemática de sus ideas en un solo trabajo de conjunto, y él estaba de acuerdo en que había que hacerlo: “Pero — añadía — para eso hay tiempo; lo haré más adelante. Ahora lo que más interesa es la propaganda en el pueblo, el movimiento revolucionario, la organización anárquica, la preparación de la acción. . . De la sistematización de las teorías nos preocuparemos cuando debamos reposar.”
Recuerdo que en 1897 tenía intención de hacer un libro para la colección sociológica de Stock, de París. . . ¡Pero no hizo nada!
No lo llevó a cabo tampoco cuando hubiera podido, porque, entre otras cosas, el hombre de acción, el agitador, en él como en Bakunin, no dejaba tiempo disponible al pensador. Y cuando le fue posible dedicarse al trabajo intelectual, como durante su larga estadía en Londres, la necesidad de trabajar manualmente para vivir representaba otro infranqueable obstáculo. El obstáculo era también de carácter espiritual, por cuanto él habría podido, quizás, trabajar intelectualmente, haciéndose pagar sus escritos por los diarios y por los editores, como hacían muchos otros. Pero a él le faltaba la psicología del periodista, e instintivamente le repugnaba hacer de su pensamiento objeto de contratación comercial. Convenía en que habría podido hacerlo, que hacerlo hubiera sido perfectamente correcto, ¡pero no sabía hacerlo!
El compañero Max Nettlau más que nadie ha insistido cerca de él para que escribiese sus memorias. Un día, en Londres, presencié un diálogo muy divertido entre ellos dos. A las insistencias de Nettlau, Malatesta contestaba que sí; tal vez algún día él escribiría sus memorias, cuando. . . no hubiese tenido otra cosa mejor que hacer. “Las memorias — decía — se escriben cuando uno ha dejado de accionar: y yo no tengo todavía semejante intención.”
Pero yo espero ver, tarde o temprano, salir de la pluma de Malatesta el libro que yo creo necesario y que sería, sin duda alguna, una nueva y óptima batalla, no inferior a las demás por él combatidas, como agitador, en el movimiento revolucionario.
Por otra parte, si él tuviese la paciencia de reunir y coordinar sus artículos dispersos en diarios y revistas desde hace cincuenta años, no uno, sino veinte volúmenes podría darnos, y serían todos, no cabe duda, sumamente interesantes.
Pero, volviendo a hablar de la influencia que este hombre ha ejercido en derredor suyo — para no hablar del presente, que no pertenece todavía a la historia — basta recordar el proceso de Trani por la tentativa insurreccional de 1874.
Desde el momento de su arresto él fue la figura más notable del proceso; y fue tanta la sugestión de simpatía y de entusiasmo que ejercía, que en poco tiempo él y sus compañeros se volvieron casi los dueños de la prisión. Director y guardia-cárceles les trataron como amigos favoreciéndolos en todas las formas legales y extra-legales.
El proceso, que se hizo en “Corte d'assise”, concluyó con una absolución triunfal y con la inscripción de muchos de los ciudadanos jurados en la sección local de la Internacional!
Fue después de este proceso, y a consecuencia de él, que Malatesta, perseguido y buscado nuevamente por la policía en Nápoles y obligado todas las noches a dormir en diferentes lugares, consiguió encontrar un refugio seguro pero bastante paradójico: Se escondió. . . en la cárcel!
Habiendo por casualidad encontrado al antiguo Director de la prisión de Trani, lo puso al corriente de que la policía lo buscaba. Este, entonces, lo invitó a ir a dormir en un establecimiento carcelario de secundaria importancia, en la misma Nápoles, a cuya dirección había sido transferido. Malatesta aceptó; y nadie, ciertamente, habría podido sospechar que aquel mozo que de mañana salía, para volver de noche a la cárcel, fuese, no un empleado, sino el mismo Malatesta que la policía quería encerrar ahí mismo sin permiso de salida, naturalmente!
La persuasión, el absoluto desinterés, la sinceridad, la honestidad de propósitos, el inmenso amor humano de que está siempre animado se transparentan en sus ojos, y se sienten apenas él habla, comunicándose a quien lo escucha, penetrando en lo más hondo del corazón.
Es así que él ha podido salir casi siempre airoso de sus procesos; jueces y jurados, sugestionados por su fuerza moral, sentían por fuera y por arriba de la ley, toda la superior y verdadera “inocencia” del hombre que tenían que juzgar.
Son muchos los años de cárcel que él ha cumplido sumando los varios períodos desde 1870; sin embargo él es el hombre que menos condenar verdaderas y propias ha sufrido.
He hablado de Trani. El proceso de Nápoles, por las “Bandas armadas de Benevento” fue una repetición. Durante la prisión preventiva, mientras Stepniak escribía su “Rusia Subterránea” para la casa editorial Treves Hnos. y Cafiero el “Compendio del Capital”, de Marx, para la casa Biguasí, Malatesta escribía las relaciones para la “Internacional” que conseguían franquear las puertas de la prisión y que convertían al anarquismo a su abogado defensor, que ha sido después uno de sus mejores amigos hasta hoy: Saverio Merlino.
Procesado en febrero de 1884 en Roma por “associazione a delinquere” (asociación con fines criminales) por unos manifiestos ensalzando a la comuna de París, publicados y pegados en las paredes mientras él se encontraba en Egipto, y, a pesar de eso, condenado — el suele decir que “es mucho más fácil ser condenado cuando uno es inocente que siendo reo de verdad!” — convirtió el aula de audiencias en una sala de conferencias, con grande desesperación del procurador de rey que de continuo lo amonestaba inútilmente, tanto que al final, después de dos o tres tempestuosos “casa del diablo” (como decía “Il Messaggero” de aquella época) el presidente tuvo que cortar el uso de la palabra a Malatesta. . . Pero, para dar una idea del carácter de este proceso, uno de los pocos en que él ha salido condenado, bastará recordar las palabras dirigidas por el fiscal a los ciudadanos jurados antes de empezar las defensas de los abogados: “Vosotros oiréis ahora, desde los bancos de la defensa, unas espléndidas arengas. Haced como aquel antiguo héroe de la fábula, cuando hizo la travesía del mar poblado por sirenas: tapaos los oídos.”
Fue en el mismo año, si no yerro, que Malatesta, que se hallaba en libertad provisoria por haber presentado recurso de apelación ante la Suprema Corte, corrió a Nápoles, azotado por la cólera, con una escuadra de internacionalistas, como enfermero voluntario. Él , que había sido estudiante de medicina, fue utilísimo e incansable, tanto que le fue decretado por la autoridad no recuerdo ya qué diploma o certificado que él rehusó enérgicamente. Yo creo que desde ese entonces él no ha vuelto más a Nápoles sino después de cerca de cuarenta años, es decir, pocos meses atrás. ¡Cómo debe haberle parecido distinta la Nápoles de hoy, de la cuna de sus primeros sueños y terreno de sus primeras armas, tan viva en sus recuerdos!
De sus otros procesos más recientes — el de Ancona de 1898, del cual Pedro Gori publicó la relación justamente en Buenos Aires, donde salió la primera edición, y el hecho de Milán de 1921 — son demasiado notorios para que yo os hable de ellos.
Después de 1884, prescrita la condena de cuatro años de reclusión con que había sido gratificado por la “corte de Assise” de Roma, Malatesta tomó rumbo hacia la República Argentina donde publicó una docena de números de un pequeño periódico anarquista que fue uno de los primeros de Sudamérica: “La Questione Sociale”—; el mismo título de otro periódico cuyas publicaciones había tenido que interrumpir en Florencia, de donde tuvo que desaparecer para substraerse a un arresto inmediato.
Predominaban en ese entonces, entre los obreros italianos de Buenos Aires, los republicanos que tenían por órgano “L'Amico del Popolo”, que todavía ve la luz si no me equivoco. Malatesta sostuvo con este periódico una larga polémica que consiguió abrir brecha entre los elementos jóvenes. Muy pronto el “Círculo Socialista” (entonces los anarquistas se llamaban aún socialistas y solamente cuando querían puntualizar añadían “comunistas anárquicos”) engrosó sus filas con nuevos y numerosos adherentes; el movimiento se robusteció y el gobierno empezó a preocuparse de él.
En uno de los últimos números de la “Questione Sociale”, Malatesta relataba cómo siendo estudiante, él había sido republicano y cómo más tarde había evolucionado hacia el socialismo. Un trozo de aquel artículo ha sido reproducido por Nettlau en su último libro sobre Malatesta. En efecto, hasta poco tiempo después de la comuna de París, Malatesta había nutrido ideas republicanas y había entrado en una organización semisecreta por la cual se interesaba mucho José Mazzini. En cierta ocasión Mazzini tuvo oportunidad de leer algunos escritos (cartas, me parece) de Malatesta y de su amigo León Cavallo (hermano del célebre compositor musical), en las cuales ellos exponían sus propias concepciones republicanas a algún jefe de la asociación, y el célebre patriota genovés dijo al amigo que le había mostrado aquellos escritos: “son jóvenes muy distintos de nosotros; ellos nos abandonarán”. Así fue, en efecto. Apenas en 1870-71 el republicano Malatesta llegó a conocer las ideas de La Internacional, las abrazó con entusiasmo. Y hoy es él tal vez el único sobreviviente en todo el mundo, que habiendo visto brotar el movimiento internacionalista en Italia ha permanecido fiel a la idea que constituía su programa: “la idea anárquica”.
Pero si yo quisiera bosquejar una biografía de Malatesta, no sería este ni el momento ni el lugar; sería muy larga la tarea de acumular los episodios que pueden testimoniar el temple de su carácter y dar una idea de lo que ha sido su vida aventurera.
Yo me limito a formular los más férvidos augurios para que esta vida sea lo más larga posible, para que su vivo ejemplo sirva de norma a los jóvenes, para que su pensamiento siempre ágil continúe iluminándonos, para que su afecto nos conforte en los tristes días de la derrota, y para que su fe ardiente avive y agigante siempre en nuestros pechos las ansias y la sed de la victoria.
Saludos afectuosos de vuestro
LUIGI FABBRI