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Sofía Gutiérrez: La mejor propaganda (1925)

Transcripción: @rebeldealegre

La Antorcha, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1925


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En el ambiente proletario reina el descontento, nace la rebeldía, cunde la protesta de su estado misérrimo, cuando alguien o algo lo aguijona, lo agita; la pasividad del obrero conviértese, entonces, en sorda murmuración, primero, acreciéndose en gestos expresivos de odio, para convertirse bien pronto en positiva manifestación de protesta.

No es una masa inerme, caduca e impasible, la de los proletarios; llevan dentro preciosos valores de positiva fuerza; sienten en su pecho ansias de reivindicación.

El secreto de su valor intrínseco hay que saber apreciarlo y aquilatarlo en lo que permanece inculto y virgen en el fondo de su alma.

El obrero aseméjase a los molinos de viento; cuando éste sopla mueve sus alas con furia, envalentonado; pero cuando cesa permanece inmóvil en un quietismo absoluto.

Embrutecido por las dictaduras y leyes estatistas no reconoce, no comprende ni admite que fuera del Estado se pueda vivir en armonía, libremente.

No es posible disuadirles de que el Estado no constituye una entidad autónoma, independiente, sino que es producto de la ignorancia del mismo pueblo, de su cobardía, para erguirse en hombre libre, obedeciendo a su inteligencia, y su iniciativa también libres, como el viento y fuerte y benéfica como la lluvia y el sol que nadie domina ni nadie gobierna.

Tan grande y perniciosa es la influencia del estado en la vida del pueblo que éste ya ha olvidado que entre los trabajadores existen intereses comunes, que sus relaciones deben de ser constantes, inteligentes y armónicas, estrechadas y entrelazadas por una incesante labor progresiva, tendiente a elaborar un ideal superior de vida.

Este aislamiento, este continuo rompimiento de la inteligencia y armonía proletarias, es debido a la concurrencia, al escaso valor que se le asigna al trabajo.

Los desocupados ofrecen sumisos sus fuerzas; se miran entre sí como competidores, pues cada compañero de infortunio es un rival para la conquista del trabajo. Dientes de un engranaje enorme que se mueve ajeno a su voluntad, han de rozarse y desgastarse entre sí, para ser apartados como inútiles una vez gastados y sufrir, sobre la normal miseria proletaria, las acrecidas estrecheces de la desocupación.

Y si ante tanto dolor, por su pasividad, por su ignorancia, permanece mudo, aceptando como un resultado natural y justificable su situación ¿qué hemos de hacer, qué misión nos toca cumplir para impulsar a esa masa hacia su liberación?

¿Explotar su situación de hambre, de miseria?
¿Incitarla así, hambrienta y miserable, contra los explotadores?
¿Hacer cundir la idea de venganza contra los burgueses?

Pero si cuando deslizamos en sus oídos palabras halagüeñas de una sociedad mejor, en la que no existan amos ni propietarios, su rostro se turba, sus ojos se iluminan y su corazón late con fuerza inusitada ante las perspectivas de un mundo tal, se extasía y dirige sus miradas allí a lo lejos, meditativo.

Entonces renace su amor a la vida, brota de su espíritu mudo un ansia de lucha, nace de esa alma oscura un nuevo amor, una nueva vida, su corazón frío se caldea al paso de su sangre que bulle de coraje y de rebeldía.

Infiltrando lentamente en su espíritu esta corriente de ideas tendiente a encaminarla por una senda desconocida, nueva pero provechosa, el obrero comienza a experimentar una agradable sensación de bienestar propio, individual; en su mente se incuba torturante pensamiento que lo enmudece, pero que lo agiganta y que lo prepara para las grandes luchas que se gestan.

Se desliza en el nuevo cauce de la vida con mayor entusiasmo, libre de asperezas; sus prejuicios van desapareciendo a medida que se instruye.

Ya no considera al amo como un ser superior. Ya no le guarda el mismo respeto servil ni tampoco muestra sumisión ni timidez ante su presencia; levanta su frente y lo mira cara a cara, con mirada firme y brillante; hace respetar su trabajo y sabe entonces defender sus derechos.

Si no es un hombre libre, es un espíritu libre; si no es un hombre rico y poderoso, es un hombre digno, porque detesta la riqueza, le repugna el poder y lucha para el bien de la humanidad.

Y esta misión que contribuye a engrandecer la fila de propagandistas libertarios es la más indicada, la más provechosa para que el obrero sepa y comprenda cuál es el papel a desempeñar frente a cualquier desencadenamiento revolucionario que lleve como finalidad librar de la esclavitud a los trabajadores. 


He aquí la mejor propaganda.