Transcripción: @rebeldealegre
Publicado originalmente en La Antorcha de Buenos Aires, no. 125, un viernes 28 de marzo de 1924
(Todo parece indicar que corresponde la segunda parte del texto, pues, aunque no se especifica, el número anterior del periódico lleva un texto del mismo Anatol Gorélik con el mismo título)
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Ahora la reacción triunfa. Las masas proletarias están desencantadas: ellas no esperan ni creen más. Frente a la reacción, su actitud es la misma.
Este hecho debe ser una lección para nosotros los anarquistas. Las bases anarquistas no deben ser olvidadas. Debemos aprender — como dijo Kropotkine — cómo no debe hacerse una revolución. Y más que esto, debemos iniciar, propagar nuestras ideas en la vida actual. Porque la revolución pone en práctica las ideas que fueron propagadas en tiempos de reacción.
Antes era claro para cada anarquista que la personalidad de un compañero, de un hombre, es una cosa vital, y que la ayuda mutua y la convivencia de diferentes ideas son hechos naturales. No solamente la convivencia de las ideas anarquistas sino de diferentes ideas.
No podemos imaginar que la revolución social se operará en todo el mundo al mismo tiempo. Ni vamos a propagar la idea de la imposición de nuestras ideas por la fuerza. El ejemplo, las personalidades, señalarán a los hombres, con la demostración de los hechos, la preferencia de una vida libre sin privilegios ni imposición, sobre una sometida a la autoridad. Y el mejor ejemplo, para esto, es el de practicar desde ya, ahora mismo, en nuestras filas, en las relaciones mutuas, nuestras ideas. La tolerancia es el primer paso de este sentido.
Estamos en el deber — como decía Bakunin — de lucha contra las otras ideas; hemos de luchar, sobre todo, contra las ideas de odio y de imposición. Pero no podemos luchar con las mismas armas: el odio y la imposición. Hemos de luchar, ciertamente, contra las ideas, pero ser tolerantes con los hombres que las sostienen.
Max Nettlau, en su artículo “Una palabra más sobre la tolerancia mutua y la convivencia”, trata de plantear entre los anarquistas la cuestión de la necesidad e inevitabilidad de una tolerancia mutua y aun de una convivencia entre todas las masas con ideas y aspiraciones sociales diferentes, que es la sola posibilidad de mostrar prácticamente la superioridad de una u otra forma de vida social.
La tolerancia es la base de una vida libre: la coerción y la imposición lo son de una vida esclava.
Las masas son tolerantes aun ahora. Ellas no tienen odio, ni tienen ese sentimiento de lucha recíproca. Pero “los jefes son los fanáticos monomaníacos que se figuran haber hallado un dogma fijo y tener por misión imponerlo por la persuasión, por la autoridad, o a sangre y fuego, según su más íntimo deseo. Y al lado de estos jefes intelectuales que pueden tal vez ser de buena fe, está el gran número de los jefes políticos, que quieren triunfar gracias a la idea por otros hallada y gracias a las masas sectarias que sabe reclutar”.
“Desgraciadamente, cuanto más se acerca el socialismo, tanto más se convierte en el objeto de las ambiciones de esa clase de jefes…¡Son esos hombres los que no quieren la convivencia, que ambicionan su monopolio personal, su dictadura!” (1).
He aquí la enfermedad de los movimientos obreros y aún socialistas y anarquistas.
Las masas hablan de una vida nueva, para todos libre y feliz. Pero los jefes quieren imponer las ideas y obligar a los demás a vivir según conviene a este o aquel dogma personal o de grupo.
Pero los libros no crean la vida. Esta se crea por todos los hombres que participan en la vida, en la sociedad. Los libros sólo ayudan a los hombres a comprender el pasado y a no repetir las faltas y los males de las prácticas pretéritas.
La tolerancia no es solamente un deseo ideológico; es la práctica de la vida, la práctica de las revoluciones pasadas.
Nosotros luchamos terriblemente ahora contra la intolerancia de los comunistas hacia todos sus adversarios, y no debemos olvidar esta misma lucha en nuestras propias filas.
La tolerancia es la base de la convivencia, y si no vemos surgir una ética nueva, o si no vamos a crear una ética humana, es decir, natural, las revoluciones futuras van a sufrir el mismo fracaso de la revolución rusa.
“…la intensidad y la violencia de los odios nos adelanta tan poco, como se ve en todas partes en el mundo alrededor de nosotros, que de una manera o de otra se deberá encontrar un medio para salir de este atolladero” (2).
Sí, la verdad de la vida habla en estas palabras, y, más aún, esta es la práctica cotidiana no solamente entre diferentes ideas sino entre agrupaciones de la misma idea. Odio, odio y odio, es lo que reina ahora en las filas obreras y aun anarquistas; personalidades que se creen las elegidas, que se creen “héroes” no quieren reconocer a nadie ni aun el derecho de crítica. Un análisis de los hechos de movimientos y de agrupaciones, y responden con gritos, con insultas, con palabras sucias y miserables, y con inculpaciones infundadas y amorales, a todo descontento de cualquier compañero o compañeros.
La tolerancia y la moral no son solamente necesidades vitales en la sociedad humana, sino que lo son también en las filas anarquistas, entre los anarquistas más intelectuales y adelantados, en quienes, por lo mismo, deben manifestarse con más fuerza. Pero la tolerancia solo es posible si las ideas de los hombres tienen esta base ética, humana, que es indispensable en todo movimiento obrero, revolucionario y especialmente anarquista.
Después de 50 años de trabajo revolucionario y científico, Kropotkine escribió su libro sobre la moral: “Ética”. Y lo escribió, no como un trabajo puramente científico, sino que ha trabajado en él como sobre una cuestión práctica, como sobre una necesidad de la vida y la lucha cotidianas.
Kropotkine ha visto cómo hombres que se llaman aun revolucionarios y comunistas, son moralmente instables; que la mayoría de ellos no tienen ninguna idea moral, ningún amplio ideal ético. No una vez, sino repetidamente, él ha dicho que posiblemente la revolución rusa fracasó por la ausencia de este ideal moral, y porque ella fue incapaz de crear una nueva organización social sobre las bases de justicia y de libertad y comunicar el fuego revolucionario a los demás pueblos, como aconteció en la época de la gran Revolución Francesa y en la de 1848.
Kropotkine — según explica abundantemente Lebedeff (3) — escribió su libro sobre la ética, con el intento de penetrar en los hombres, en los revolucionarios, el sentimiento ético y demostrar que una revolución que no crea una moral nueva no puede ser una revolución de las masas.
Y nosotros, si creemos ser anarquistas, debemos trabajar en la creación de una moral más grande, más humana, más sociable y más solidaria en la vida de los hombres y especialmente entre los anarquistas.
La lucha económica no es, en sí misma, un fin. La idea de la igualdad económica tiene una base moral, sin la cual no puede practicarse la igualdad. “El punto de iniciación de la idea de equidad es el sentimiento del valor personal. En la sociabilidad con los demás hombres ese sentimiento se generaliza y deviene un sentimiento de valor humano. Un ser consciente lo reconoce en la personalidad de otro, sea amigo o enemigo, como en sí mismo”. (4) La esencia de la equidad — lo ha afirmado repetidamente Proudhon — es el respeto del prójimo.
Ni la conquista del poder, ni todo el poder en manos de las organizaciones obreras, ni los “héroes”, crearán una vida nueva: Cada obrero, cada revolucionario, cada hombre participarán en esta creación. Con la ayuda mutua y en la convivencia de diferentes ideas y diferentes organizaciones sociales, se podrá crear prácticamente la vida libre e igualitaria que propagamos hoy con nuestro ideal anarquista.
Sin esta base moral y de tolerancia la vida no puede marchar adelante. Con la lucha y el odio recíprocos se puede solamente matar el movimiento revolucionario de los trabajadores y aun el movimiento anarquista.
Para crear una mejor vida social, los anarquistas debemos serlo lo más posible en todo momento, desde ya, ahora mismo, y ser altamente morales y tener tolerancia hacia los hombres sin diferencia y poder convivir con todos. Hemos de luchar, repito, contra todas las ideas adversarias, pero debemos ser tolerantes con los hombres.
“La completa tolerancia hacia los hombres, a cualquier partido pertenezcan; la absoluta irreconciliación a todos los programas de los otros partidos, independientemente de la gradación de sus diferencias con nosotros”; esta fue la opinión de los compañeros rusos que asistieron a la conferencia en Londres, de 1906, entre los cuales estaba Kropotkine.
La humanidad no es una clase. Las personalidades conscientes y tolerante, y no los partidos ni las organizaciones obreras, son las que crearán una vida libre.
Es tiempo de proclamar por doquiera: Somos y debemos ser anarquistas en nuestras vidas y en nuestras luchas. La tolerancia, el amor y la convivencia harán avanzar nuestro pensamiento, nuestra personalidad anarquista, aun en las cotidianas luchas sociales. Nuestro ideal tiene la base moral de una vida nueva, sin gobierno ni imposición alguna, de una vida libre y gozosa, de una vida anarquista.
El anarquismo y la ética son inseparables. Así el anarquista es, social e individualmente, una personalidad altamente moral.
Sin su base ética, sin esta moral humana y natural, el anarquismo sería una cosa muerta. La fuerza del anarquismo está en su base moral, en la tolerancia y la convivencia personales, en su honda simpatía humana, su gran amor por todos y cada uno de los hombres, por cada personalidad y por la vida en general.
El gran amor, el amor vivo y activo es el impulso de la vida anarquista, y con la tolerancia, la consideración hacia toda personalidad, aun la del adversario y la del enemigo, creará en el hombre una psicología nueva y un sentimiento natural, y en la humanidad una nueva vida libre y feliz.
En la anarquía está el seguro porvenir porque ella es una aspiración natural, porque está basada en la naturaleza y está unida a la base de la vida personal y social: la ayuda mutua, la justicia y la moral natural, íntima de la persona.
En el anarquismo está el futuro. Pero ha de conquistarlo con métodos nuevos, con personalidades nuevas, con una moral nueva y más amplia.
La coacción moral es la base del anarquismo, el fundamente de la futura vida libre y fraternal.
“Para nosotros — sostiene Ricardo Mella — la coacción moral es aquella labor silenciosa, digna de todo hombre de corazón; aquella labor en que las virtudes esenciales, los mejores y más humanos sentimientos y las espléndidas luces de la inteligencia se ponen al servicio del bien. Idealistas sin teologismos ni metafísicas, ofrecemos todas nuestras facultades y fuerzas en holocausto al triunfo definitivo de la bondad, en cuyos términos de justicia y de humanidad hay un mundo de amor y de bienestar para todos, pero de amor y de bienestar real y efectivo”.
“…De solidaridad y de amor, porque en el espíritu humano la vida del individuo y de la especie son una misma, porque en la Naturaleza nada permanece aislado y seco en el desierto del egoísmo, sino que todo propende a invadirse, a entrelazarse, confundiéndose sin destruirse, en la expresión armónica de la belleza y del bien universal.”
“Del sentimiento de solidaridad afirmado a través de los siglos por la especie humana, acrecentado continuamente a pesar de todas las trabas circunstanciales, es traducción última el sentimiento moral. Y a nombre de este sentimiento moral, recabamos nosotros para los hombres, para todos los hombres, la prerrogativa de libar la copa de la existencia libremente, en comunidad de afectos, de necesidades y de pensamientos. A nombre de ese sentimiento proclamamos la urgencia de destruir todas las barreras actuales, todos los castigos y todas las leyes impuestas al hombre, para que la coacción moral y el cambio recíproco y espontáneo de todas las influencias individuales y sociales, pueda realizar su obra inacabable de perfeccionamiento continuo.” (5)
Pero aún hoy hay que trabajar en este sentido. “¿Queréis una sociedad sincera, honrada virtuosa? Pues haced que los individuos sean virtuosos, honrados, sinceros… Si en cada individuo se daba mayor ilustración, mayor virtud, en todos juntos se darían también las mismas cualidades…”
“Levantémonos, pues, del bestial materialismo en que nos han arrojado los idealistas del misterio, de la fe y de Dios, derribemos los ídolos de barro y los ídolos de carne; sacudamos la pereza intelectual que nos mantiene en el embrutecimiento; elevémonos idealizando al hombre, degradado por todas las supercherías tradicionales. Y cuando la hora de la rehabilitación humana suene, no serán menester otras influencias para conducirnos a la felicidad que las de nuestras recíprocas bondades, que las de nuestros actos más nobles, más generosos.”
“Hemos sido y somos rebaño, manada, piara. Hemos sido y somos parias, esclavos, siervos. Reivindiquémonos el derecho de ser hombres. Seámoslo.” (6)
Vamos, compañeros! He aquí la verdadera personalidad anarquista y la fecunda obra anarquista.
Seamos anarquistas hoy, y no solamente mañana; practiquemos la base moral del anarquismo, desde ya, ahora, entre nosotros, entre los trabajadores, entre todos los hombres, y nuestra vida será feliz, más grande y luminosa. Y al mismo tiempo con nuestra personalidad, con los nuestros crearemos una personalidad mejor, más apta e independiente. Una personalidad capaz de vivir sin opresión, es decir, sin sufrirla ni hacerla sufrir a otros. Y la revolución futura, la revolución social será anarquista.
REFERENCIAS
(1) Max Nettlau — “Una palabra más sobre la tolerancia mutua y la convivencia”. (Publicado en el Suplemento de “La Protesta”, Núm. 112).
(2) Id., íd., íd.
(3) Lebedeff — Apéndice de “Ética” de Kropotkine.
(4) Kropotkine — “Ética”.
(5 y 6) Ricardo Mella. — “La coacción moral”.