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Errico Malatesta: Anarquía y federalismo (1928)


Transcripción: @rebeldealegre
En los años pasados, en los tiempos de la Internacional, se quería adoptar a menudo la palabra “federalismo” como sinónimo de anarquía; y la fracción anárquica de la gran Asociación (que los adversarios, embebidos de espíritu autoritario, que suelen rebajar las más vastas cuestiones de ideas a mezquinas cuestiones personales, llamaban la “Internacional bakuninista”) era llamada por los amigos indiferentemente “Internacional anarquista” o “Internacional federalista”.

Era la época en que la “unidad” estaba de moda en Europa; y no sólo entre los burgueses.

Los representantes más escuchados de la idea socialista autoritaria predicaban la centralización en todo, y tronaban contra la idea federalista, que calificaban de reaccionaria. Y en el sentido mismo de la Internacional, el Consejo general, compuesto por Marx, Engels y compañeros socialistas democráticos, intentaban imponer su autoridad a los trabajadores de todos los países, centralizando en sus manos la dirección suprema de toda la vida de la Asociación, y pretendía reducir a la obediencia, o aplastar, a las Federaciones rebeldes, las cuales no querían reconocerles ninguna atribución legislativa y proclamaban que la Internacional debía ser una confederación de individuos, de grupos y federaciones autónomas, ligadas entre sí por el pacto de solidaridad en la lucha contra el capitalismo.

En aquella época, pues, la palabra “federalismo”, si no era absolutamente fuente de equívocos, representaba bastante bien, aunque no fuese más que por el sentido que le daba la oposición de los autoritarios, la idea de libre asociación entre individuos libres, que es el fondo del concepto anárquico.

Pero ahora las cosas han cambiado desde hace tiempo. Los socialistas autoritarios, antes ferozmente unitarios y centralizadores, impulsados por la crítica anarquista, se declaran de buena gana federalistas, como comienzan a decirse federalistas la mayoría de los republicanos. Y por eso hace falta abrir bien los ojos y no dejarse engañar por una palabra.

Lógicamente el federalismo, llevado a sus últimas consecuencias, no sólo aplicado a los diversos lugares que los hombres habitan, sino también a las diversas funciones que realizan en la sociedad, llevado hasta lo común, hasta la asociación para un objetivo cualquiera, hasta el individuo, significa lo mismo que la anarquía — unidades libres y soberanas que se federan en beneficio común.

Pero no es este el sentido en que entienden el federalismo los no anarquistas.

De los republicanos propiamente dichos, es decir de los republicanos burgueses no es el caso de ocuparse ahora. Ellos, sean unitarios o federalistas, quieren conservar la propiedad individual y la división de la sociedad en clases; y por eso, como quiera que esté organizada su república, la libertad y la autonomía serían siempre una mentira para el mayor número: — el pobre es siempre dependiente, esclavo del rico. El federalismo burgués significaría simplemente mayor independencia, mayor arbitrio para los amos de las diversas regiones, pero no menor fuerza para oprimir a los trabajadores, pues las tropas federales estarían siempre listas para acudir a poner freno a los trabajadores y defender a los amos.

Hablamos del federalismo en su forma política, cualquiera que sean las instituciones económicas.

Para los no anarquistas el federalismo se reduce a una descentralización administrativa regional y nacional más o menos vasta, salvada siempre la autoridad suprema de la federación. Pertenecer a la Federación es obligatorio; y es obligatorio obedecer a las leyes federales; las cuales deberían regular los asuntos “comunes” a los diversos confederados.

Quien establece luego cuáles son los asuntos que deben dejarse a la autonomía de las diversas localidades, y cuáles los comunes a todos que deben ser objeto de leyes federales, es aun la Federación, es decir es el gobierno central mismo quien lo decide. ¡Un gobierno que pretende limitar la propia autoridad!… Se comprende ya que la limitará lo menos posible y que tenderá comúnmente a sobrepasar los límites que en un principio — cuando era débil — tuvo que imponerse.

Por lo demás, este más o menos de autoridad se refiere a los diversos gobiernos comunales, regionales y centrales en las relaciones que tienen entre sí. El individuo, el hombre, permanece siempre materia gobernable y explotable a discreción, con el derecho a decir por quién le agradaría ser gobernado, pero con el deber de obedecer a cualquiera que sea el parlamento que salga del alambique electoral.

En este sentido, que es el sentido en que existe en algunos países, en el cual lo desean los más avanzados entre los republicanos y los socialistas democráticos, el federalismo es un gobierno que, como todos los demás, está fundado en la minimización de la libertad del individuo, y tiende a volverse cada vez más opresivo, y no halla límite a sus pretensiones autoritarias más que en la resistencia de los gobernados. Somos, por consiguiente, adversarios de este federalismo como de toda otra forma de gobierno.

Aceptaremos en cambio la calificación de federalistas cuando se entienda que toda localidad, toda corporación, toda asociación, todo individuo es libre de federarse con quien más le agrade o de no federarse de modo alguno, que cada cual es libre de salir cuando le plazca de la federación en que ha entrado, que la federación representa una asociación de fuerzas para el mayor beneficio de los asociados y que no tiene, como conjunto, nada que imponer a los federados aislados, y que cada grupo como cada individuo no debe aceptar ninguna resolución colectiva más que cuando le conviene y le agrada. Pero en este sentido el federalismo no es ya una forma de gobierno: es sólo otra palabra para decir anarquía.

Y esto vale tanto para las federaciones de la sociedad futura como para las federaciones entre los compañeros anarquistas para la propaganda y para la lucha.