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Práxedis G. Guerrero: El interés verdadero del burgués y del proletario (1910)

Texto publicado en Regeneración, un 10 de Septiembre de 1910
 
Buscando la felicidad, muchos individuos pasan el tiempo dedicando sus faenas a la defensa de intereses falsos, alejándose del punto objetivo de todos sus afanes y aspiraciones: el mejoramiento individual y convirtiendo la lucha por la vida en la guerra feroz con el semejante.

Se oponen los privilegiados, con toda la fuerza que les presta la ignorancia atemorizada, a la emancipación de los proletarios; la ven como una horrible desgracia, como una catástrofe, como el fin de la civilización — cuando apenas es el comienzo de ella —, como un peligro que debe ser combatido con el hierro y con el fuego, con todas las armas de la astucia y de la violencia, y se oponen, sencillamente, porque no comprenden sus intereses verdaderos, que son los mismos para cada entidad humana.

Robar a otro el pan es poner en peligro cierto el propio sustento. Arrebatar a otros la felicidad, es echarse cadenas. Destruir la felicidad ajena para fabricar la nuestra con sus despojos, es una necedad. Porque pretender levantar la dicha propia sobre la miseria y el dolor de los demás, es igual a querer fortificar un edificio, comenzando por destruir sus cimientos. Y, sin embargo, la mayoría de las gentes, engañadas por la apariencia de sus falsos intereses, así caminan por el mundo en busca del bienestar, llevando por bandera este principio absurdo: hacer daño para obtener provecho.
En la satisfacción completa de las necesidades morales y físicas, en el disfrute de la vida, sin amenazas ni cargas que la amarguen, están radicados tanto el interés particular de los individuos, como el de la colectividad. Los que se opongan a ellos, rompiendo las lazos de solidaridad que la naturaleza estableció entre los miembros de la especie, laboran en contra de sí mismos; hiriendo a los otros se hace imposible el bienestar, que no puede ser duradero ni cierto, en medio de una sociedad que duerme sobre espinas; de una sociedad donde el hambre pasea su rostro lívido frente a las puertas de los almacenes repletos; donde una parte de los hombres, trabajando hasta el agotamiento, sólo pueden vestir mal y comer peor; donde otra parte de ellos arrebatan a los productores lo que sale de sus manos y de su inteligencia para entregarlo a la polilla o al estancamiento inútil; en una sociedad desequilibrada, donde sobran riquezas y abundan miserias; donde el concepto justicia tiene tan inicua representación, que se mantienen instituciones bárbaras para perseguir y martirizar a las inocentes víctimas de las aberraciones del medio.

La herencia, la educación, la desemejanza de las circunstancias de vida, habrán creado diferencias profundas, morales y hasta físicas entre burgueses y proletarios, pero una ley natural los mantiene reunidos en una sola tendencia: el mejoramiento individual. Ahí radica el interés verdadero de cada ser humano.

Conocido eso, precisa obrar racionalmente, sobreponiéndose a los prejuicios de clase y dando la espalda a los romanticismos. Ni la caridad, ni el humanitarismo, ni la abnegación, tiene poder bastante para emancipar la humanidad, como lo tiene el egoísmo consciente.

Allí donde los burgueses sean bastante sabios para comprender que la transformación del sistema presente es inevitable y que vale más para sus propios intereses facilitar esa transformación que oponerle necia resistencia, el problema social que agita en todos momentos en todos los rincones del mundo perderá su aspecto de tragedia y se resolverá blandamente en beneficio para todos. Aquellos habrán ganado con la libertad el completo derecho a la vida; éstos habrán perdido con lo superfluo, el temor a perderlo todo. Y sin duda que los privilegiados de hoy serán los que mejor parte saquen. En lo general, y eso debería avergonzarlos, son incapaces para servirse a ellos mismos; hay algunos que hasta para comer y echarse a dormir, necesitan la ayuda de esclavo. Cuando éste les falte, adquirirán hábitos distintos, que harán de ellos seres útiles y activos, aptos para unir su impulso al esfuerzo colectivo que se aplicará entonces sobre las brusquedades y asperezas de la naturaleza, no ya en la imbécil pugna del hombre contra el hombre.

Pero si los intereses falsos siguen ejerciendo influencia dominante en el cerebro de los burgueses, y si una parte de los trabajadores continúa como hasta hoy, oponiéndose con su pasividad sus tradiciones a la causa del trabajo, su causa, el cambio se impondrá por la violencia aplastando a los obstruccionistas del progreso.

 
Práxedis G. Guerrero 
Regeneración, N° 2 del 10 de Septiembre de 1910. 
Los Angeles, California.