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Davide Turcato: El Punto de Inflexión de L'Associazione (1889-90) y las Innovadoras Piedras Angulares del Anarquismo de Malatesta (1994)

Traducción al castellano: @rebeldealegre

Nos enorgullecemos en presentar esta traducción del Capítulo IV de la tesis de doctorado de Davide Turcato, documentado experto y recuperador de la obra completa de Errico Malatesta. Una obra excepcional y definitiva para comprender con lujo de detalles la evolución teórico-táctica de Malatesta en seis décadas de experiencia y práctica anarquista revolucionaria. Este capítulo de la tesis, que más adelante se convertiría en el libro "Making Sense of Anarchism: Errico Malatesta's Experiments With Revolution" [Haciendo sentido del anarquismo: Los experimentos con la revolución de Errico Malatesta], relata en especial "El Punto de Inflexión de L 'Associazione (1889-90) y las Innovadoras Piedras Angulares del Anarquismo de Malatesta", punto de inflexión y piedras angulares en su visión del anarquismo que serían fundamentales hasta el día de su fallecimiento, y que, así lo consideramos, siguen siendo fundamentales hoy.




Ursula K. Le Guin: Sobre el futuro de la izquierda (2015)

Traducción al castellano: @rebeldealegre

Ursula K. Le Guin, reciente ganadora del National Book Award e ícono de la ciencia ficción, tiene un  largo y documentado interés en el pensamiento político; muchas de sus primeras novelas, como Los Desposeídos y El Nombre del Mundo es Bosque, son efectivamente alegorías sobre el ambientalismo, el anarquismo, y el taoísmo. A los 86 años, aún es una pensadora radical, y el ensayo a continuación — un  apasionado apoyo al escritor y teórico político Murray Bookchin, extraído del prefacio a una colección reciente de sus ensayos — es testimonio.


“La Izquierda,” un término significativo desde la Revolución Francesa, adoptó una importancia más amplia con el surgimiento del socialismo, el anarquismo, y el comunismo. La revolución rusa instaló a un gobierno completamente izquierdista en su concepción; los movimientos izquierdistas y derechistas quebraron a España en dos; los partidos democráticos en Europa y Norteamérica se ordenaron entre los dos polos; los caricaturistas liberales retrataron a la oposición como un gordo plutócrata con un habano, mientras los reaccionarios en Estados Unidos demonizaron a los “izquierdistas comunistas” desde los 1930 y durante la Guerra Fría. La oposición izquierda/derecha, aunque a menudo una sobre-simplificación, por dos siglos fue ampliamente útil como descripción y como recordatorio del equilibrio dinámico.

En el siglo veintiuno seguimos usando estos términos, pero ¿qué queda de la Izquierda? El fracaso del comunismo de estado, la silenciosa consolidación de un grado de socialismo en los gobiernos democráticos, y el implacable movimiento derechista de la política resuelta por el capitalismo corporativo han hecho que mucho del pensamiento progresivo parezca anticuado, o redundante, o ilusorio. La Izquierda está marginalizada en su pensamiento, fragmentada en sus fines, insegura de su habilidad de unir. En América [sic] particularmente, la inclinación hacia la derecha ha sido tan fuerte que el mero liberalismo es ahora el duende terrorista que el anarquismo o el socialismo solían ser, y a los reaccionarios se les llama “moderados”.

Así que, en un país que no ha hecho más que cerrar su ojo izquierdo y que está intentando usar solo su mano derecha, ¿dónde cabe un Viejo Radical ambidiestro y binocular como Murray Bookchin?

Creo que encontrará sus lectores. Hay muchas personas buscando un pensamiento consistente y constructivo sobre el cual basar la acción — una búsqueda frustrante. Las aproximaciones teóricas que parecen prometedoras resultan ser, como el Partido Libertario, Ayn Rand travestida; las soluciones inmediatas y efectivas para un problema resultan, como el movimiento Occupy, carecer de estructura y vigor para el largo plazo.

Los jóvenes, personas a las que esta sociedad descaradamente engaña y traiciona, están buscando pensamiento inteligente, realista, y de largo plazo: no otra ideología vociferante, sino una hipótesis de trabajo práctica, una metodología de cómo retomar el control de hacia donde vamos. Lograr ese control requerirá de una revolución tan poderosa, que afecte tan profundamente a la sociedad como un todo, como la fuerza a la que quiere poner riendas.

Murray Bookchin era un experto en la revolución no-violenta. Pensó en los cambios sociales radicales, planeados y no planeados, y en cómo prepararse mejor para ellos, toda su vida. Una nueva colección de sus ensayos, “The Next Revolution: Popular Assemblies and the Promise of Direct Democracy,” [La Revolución Siguiente: Asambleas Populares y la Promesa de la Democracia Directa] publicada el mes pasado por Verso Books, lleva su pensamiento más allá de su propia vida hacia el amenazante futuro que enfrentamos.

Los lectores impacientes e idealistas podrían encontrarle incómodamente severo. No está dispuesto a pasar la realidad por alto hacia sueños de finales felices, no simpatiza con la mera transgresión que pretende ser acción política: “Una ‘política’ del desorden o de ‘caos creativo’, o una práctica ingenua de ‘tomarse las calles’ (usualmente poco más que un festival callejero), revierte a los participantes a la conducta de un rebaño juvenil.” Eso aplica más al Verano del Amor, por cierto, que al movimiento Occupy, sin embargo es una advertencia permanentemente convincente.
Pero Bookchin no es ningún puritano sombrío. Primero le leí como un anarquista, probablemente el más elocuente y reflexivo de su generación, y al alejarse del anarquismo no ha perdido su sentido de la dicha de la libertad. No quiere ver que esa dicha, esa libertad, se derrumbe, una vez más, entre las ruinas de su propia irresponsabilidad eufórica.

Lo que todo pensamiento político y social ha sido finalmente forzado a enfrentar es, por supuesto, la irreversible degradación del medioambiente por parte del capitalismo industrial descontrolado: la enorme realidad de la que la ciencia ha estado intentando por cincuenta años de convencernos, mientras que la tecnología nos ofrecía distracciones cada vez mayores. Todo el beneficio que el industrialismo y el capitalismo nos han brindado, todo maravilloso avance en conocimiento, salud, comunicación y confort, hacen la misma sombra fatal. Todo lo que tenemos, lo hemos tomado de la tierra; y, tomándolo con cada vez más rapidez y codicia, ahora devolvemos poco más que lo que es estéril o envenenado.

Pero no podemos detener el proceso. Una economía capitalista, por definición, vive del crecimiento; como observa Bookchin: “Para el capitalismo, desistir de su absurda expansión sería cometer un suicidio social.” Hemos, esencialmente, escogido el cáncer como modelo de nuestro sistema social.

El imperativo crece-o-muere del capitalismo choca radicalmente con el imperativo de interdependencia y límite de la ecología. Los dos imperativos ya no pueden coexistir más; ni puede sociedad alguna fundada sobre el mito de que pueden ser reconciliados esperar sobrevivir. O bien establecemos una sociedad ecológica o la sociedad se hunde para todos, independiente del estatus de cada quien.

Murray Bookchin pasó una vida oponiéndose al ethos rapaz del capitalismo crece-o-muere. Los nueve ensayos en “The Next Revolution” representan la culminación de esa labor: el apuntalamiento teórico para una sociedad igualitaria, directamente democrática y ecológica, con una aproximación práctica a cómo construirla. Critica los fracasos de los movimientos pasados en el cambio social, revive la promesa de la democracia directa y, en el último ensayo del libro, bosqueja su esperanza de cómo podríamos tornar la crisis medioambiental en un momento de elección real — una oportunidad para trascender las jerarquías paralizantes de género, raza, clase, nación, una oportunidad para encontrar una cura radical para el mal radical de nuestro sistema social.

Al leerlo, estaba emocionada y agradecida, como lo he estado tan a menudo al leer a Murray Bookchin. Fue un hijo verdadero de la Ilustración en su respeto por el pensamiento claro y la responsabilidad moral y en su búsqueda honesta e inflexible por una esperanza realista.

Peter Gelderloos: La Diferencia entre la Anarquía y la Academia (2009)

 Traducción al castellano: @rebeldealegre
Recientemente tuve la oportunidad de participar en la conferencia académica internacional, “Jerarquía y Poder en la Historia de las Civilizaciones,” organizada por la Academia Rusa de Ciencias, en Moscú. Estuve en dos paneles enfocados en construir alternativas a la jerarquía y al estado actual de represión de los movimientos sociales. Me parece divertido esto porque yo soy un desertor universitario: ni siquiera terminé tres semestres de universidad, en general me desagrada la academia, y creo que la academia es una de las instituciones de poder que es necesario abolir. De más de cien participantes, creo que yo era uno de solo dos que no tenían un PhD ni era candidato a PhD (y el otro no intelectual estaba en los mismos paneles que yo) y el único sin ningún título universitario. Hubiese sido gracioso y hubiese valido la pena que me hubiese colado ahí — de hecho los currículums universitarios son fáciles de falsificar, así que los radicales que quieran ser profesores no necesitan perder cinco años de su vida para obtener los papeles reales. Pero en este caso fui invitado por los organizadores del panel, quienes también tenían sus críticas a la academia y querían juntar paneles sin una distancia teórica tan grande de la realidad de los movimientos sociales y la represión.

Si fuese yo un antropólogo podría escribir tamaña etnología acerca de aquella extraña tribu de académicos. Pero desde mi punto de vista, como anarquista, puedo decir incluso más. Sería tan fácil  señalar como dogma que la academia es una de las instituciones del poder, por lo tanto es nuestro enemigo, y no hay nada más que decir. Esto oscurecería además las realidades que son más complicadas y útiles. Las universidades han sido también una zona (¿o debiese decir “centro neurálgico”?) para la rebelión y los movimientos sociales. Mis amigos rusos me dicen que el movimiento anarquista ahí reemergió en gran medida desde el Departamento de Historia en la década del 80 y su último bastión fue el museo de la Casa Kropotkin, finalmente cerrado en 1931. Entre las rebeliones, las universidades proveen de mucho alimento gratis, copias gratis, financiamiento, medios de comunicación, espacios, y empleo.

Los vínculos universitarios pueden mitigar la represión del Estado y conferir legitimidad a aquellos rebeldes que se hacen pasar, al menos temporalmente, por disidentes. No es coincidencia que los fraudes para obtener recursos sean tan fáciles en las universidades. La universidad intenta ser un espacio relativamente liberado dentro del marco de la dominación. Personalmente conozco varios académicos que son sinceros anti-autoritarios y que me han enseñado mucho. Y conozco a algunas personas que son derechamente anarquistas y que ocurre que tienen empleos dentro de la academia. No puedo pensar en ninguna otra institución de élite con tantas buenas personas en ella y que no olvidan las cuestiones sociales cuando van a trabajar sino que las tratan directamente.

Pero cuando la anarquía y la academia se intersectan, siempre me pregunto: ¿estas personas son anarquistas académicos o académicos anarquistas? Howard Ehrlich, Noam Chomsky, Michael Albert, David Graeber, bell hooks (no es anarquista pero es teóricamente relevante para muchos anarquistas), y Pyotr Kropotkin han dicho o hecho todos cosas que yo encuentro extremadamente inocentes y dañinas, en modos que directamente reflejan su relación privilegiada con la autoridad como miembros de una institución de élite. ¿Pero quién podría negar sus contribuciones al movimiento? Bueno, los anarquistas pueden negar lo que sea, pero la mayoría de nosotros encuentra cosas que valen la pena en el trabajo de al menos algunos de estos estudiosos. Y sin ellos, el movimiento solo tendría personas que hacen investigación, como John Zerzan (o yo, por ejemplo). Y la investigación es un gran área donde la academia puede ser útil para los anarquistas. Nos tienen arrinconados cuando se trata de investigación y debate crítico.

Los anarquistas son holgazanes para la investigación. Muchos prefieren la religión a la investigación. Afirmaciones objetivas, y objetivamente falsas, que cargan gran importancia para la teoría anarquista circulan libremente en nuestros círculos. Algunas de las premisas básicas de las ramas primitivista, vegana, y materialista histórica del anarquismo habrían sido abandonadas hace mucho tiempo si tuviésemos una cultura seria de investigación y debate. En vez de eso tenemos insultos por foros de internet. Creo que además podríamos haber hecho algún progreso en el eterno debate acerca de la naturaleza del poder formal e informal y del grado en que cada cual permite que se establezcan o se desafíen las jerarquías. Pero desafortunadamente, en nuestros círculos todavía cualquier suposición es válida.

En Moscú supe sobre el proyecto Early State, una red de científicos sociales que estudia la aparición y evolución del Estado. ¿Por qué los anarquistas no saben de esta investigación? ¿Por qué no permanecemos en nuestros propios círculos, y en nuestra propia bibliografía, cuando buscamos nueva información? ¿Y por qué no intentamos intervenir e influir más en los debates académicos? Un conocido mío relató la interesante historia de una conversación que tuvo con un deprimido científico climático. El científico no veía salida alguna al desastre que presenta el cambio climático. Se lamentaba de la falta de alguna red global de personas activas con una visión de una sociedad descentralizada y no-industrial, y describió algo muy similar al movimiento anarquista, sin saber que ya existía. El hecho de que prácticamente ningún científico climático esté involucrado en la acción directa y luchando junto al movimiento (y son un grupo de personas muy desesperadas) es evidencia de nuestra falla en comunicarnos con un grupo clave de aliados potenciales, así como también es evidencia de una falla de los académicos por comprender su rol en el sistema, de lo cual hablaré más adelante.

Permítaseme interponer que no intento retratar a la investigación académica como algo incondicionalmente válido. Como todos, los académicos tienen su propia mitología. Quizás la parte más odiosa se puede encontrar en su propio Cuento de la Creación, y es la parte acerca de que no tienen una mitología. La mayoría de los mitos individuales difieren de una disciplina a otra, pero he oído, de las bocas de profesores bien respetados en sus campos, afirmaciones tan míticamente cargadas como: “el propósito de los organismos es perpetuar el ADN” (a ver, ¿una cadena de ácidos puede tener agencia? ¿Algo que afirmas que es solo una colección de proteínas tiene un propósito? ¿Y cuál es tu propósito al invertir la cadena de valores tradicional de modo que la vida se convierta simplemente en un instrumento redundante? ¿Y por qué tienes ese cuchillo en tu mano y dónde está mi rata mascota?); o: “es inútil rastrear [la resistencia indígena] más allá de 30 años atrás” (oh, entonces la construcción de identidad significa que, por una parte, dado que el individuo construye su propia identidad en el curso de su vida no hay mayor validez en estas identidades, por ende la frase “quinientos años de resistencia” es solo un eslogan político con no más peso que, digamos, “desalojar a los indios”, y por otra parte tu teoría te otorga la autoridad para interpretar la identidad de otro, y es solamente coincidencia que las personas en tu lugar quinientos años atrás tenía exactamente la misma autoridad). Por supuesto, no todos los académicos son creyentes, pero la clara mayoría lo es.

Los académicos pueden ser un lote realmente arrogante que se opone a que entren extraños en su territorio. Recuerdo una discusión que surgió hace unas cuantas semanas cuando una académica anarquista me acusó de “romantizar” las sociedades no-Occidentales. Ella no podía respaldar tal acusación, y de hecho todo lo que yo había hecho fue nombrar un par de sociedades en las que el ideal para la resolución de conflictos se basaba en la intervención generalizada en vez de la de árbitros especializados, la que no es una afirmación cualitativa, por lo tanto no había espacio simplemente para el romanticismo a menos que yo hubiese dicho algo como “y todos ellos creen que…” o “… y funciona perfectamente!”, lo cual no hice. En realidad ella se opuso a mi intromisión, porque se supone que las sociedades no-Occidentales deben ser propiedad intelectual de los antropólogos, al mismo tiempo que sus plantas tradicionales se patentan y sus religiones se destrozan y se ponen en el mercado para los hippies.

Pero en otras circunstancias los académicos se bajarán voluntariamente de sus elevados equinos y escucharán a los anarquistas, puesto que somos tan obviamente mejores que ellos en muchos aspectos. En Moscú, varios profesores vinieron a los paneles anarquistas y después le dijeron a los organizadores que se conmovieron casi hasta las lágrimas al oír a personas hablando con pasión e inteligencia acerca de las experiencias vividas en vez de tergiversar como lo hacen los expertos esnobs que protegen su terreno. Y obtuvimos esta reacción simpatizante a pesar de que la mayoría de nosotros no estábamos bien vestidos y con frecuencia hablábamos francamente acerca de la necesidad de quemar automóviles de la policía o de sacar a las personas de la cárcel (ya saben, aquellas cosas que se supone que los anarquistas no debemos mencionar a las personas normales por temor a enajenarlos).

Ocasionalmente mojar nuestros pies en la academia nos puede proporcionar información teóricamente útil y estimulante producida por personas con absolutamente ningún interés en confirmar nuestra cosmovisión. Puede también hacernos ganar aliados que pueden traer mayor legitimidad social a nuestro movimiento y nuevas conexiones, nuevas posibilidades de comunicación, y ni siquiera tenemos que hacer como que no deseamos abolirles. En el texto que envié a esta conferencia, señalé abiertamente que el discurso académico puede solamente contribuir a las injusticias del sistema judicial, y que la academia necesita ser abolida tanto como la prisión.

Si los anarquistas hacen eventualmente mayor uso de la academia, debemos ser cuidadosos con varios peligros, y mantener conscientemente la diferencia entre la anarquía y la academia. No queremos ser como esas personas. Debemos siempre identificarnos y luchar junto a los miembros más explotados y excluidos de la sociedad, y cualquier forma de respeto y legitimidad que desarrollemos debe ser de un tinte completamente distinto. Hay honor entre los ladrones, y preferimos ese tipo de honor al de los profesionales titulados. Imaginemos la hipocresía, la ceguera, de los científicos sociales que estudian “la jerarquía y el poder” y que se hace evidente en una escena en particular, la cena de recepción al final de la conferencia. Un centenar de damas y caballeros en costosos vestidos y trajes, engullendo hors d’ouevres en un edificio custodiado por seguridad privada en la capital de un país pobre, solo estéticamente consciente de la docena de anarquistas en camisetas y jeans entre ellos, algunos portando armas porque su muy real lucha contra la jerarquía les pone en riesgo constante del ataque de fascistas, hurtando cubiertos casualmente y llenando bolsas plásticas con delicias del banquete para alimentarse los días siguientes. Recuerdo una conversación: un coqueto profesor mencionó el adorable hotel costero en el que alojó durante una conferencia en Barcelona. No pude sino interrumpir: “ah sí, solía haber un poblado de pescadores antes que lo demolieran y construyeran la playa artificial. Era muy agradable.” No entendió la ironía. Déjenme repetirlo: no queremos ser como estas personas.

Entonces ¿qué significa esta separación parcial para los anarquistas en la academia? No veo hipocresía alguna en aquella postura, solo un conflicto de intereses. “Tú no eres tu trabajo,” citando a Brad Pitt. Yo fui chofer de taxi, y creo que los automóviles debiesen ser abolidos. Esto solo refleja una contradicción de la realidad capitalista: nos matamos para ganarnos la vida.
Hay muchas buenas obras que los anarquistas pueden hacer en la academia. Trabajo teórico, comunicación directa con muchas personas fuera de nuestros círculos, e intervención en el discurso público. Como es el caso en todo el trabajo anarquista, si lo hacen bien este trabajo les ocasionará problemas. Creo que Ward Churchill y David Graeber, por nombrar dos ejemplos, debiesen ser elogiados por no dar el brazo a torcer cuando sus decisiones políticas les pusieron bajo amenaza de perder el empleo. La academia puede fácilmente cooptar a antiautoritarios bien intencionados pero pasivos, tornándoles en meros disidentes y funcionarios. Como todos, los académicos deben escoger bandos. [1] Clamar neutralidad objetiva mientras nada se dice de su posición de élite en la sociedad hace demasiado clara su elección.
Un peligro serio para y por los científicos sociales es la cuestión de estudiar el movimiento. Nuestro lado narcisista podría estar encantado con estudios académicos sobre los anarquistas, pero estos estudios son una amenaza. Sí, queremos una crítica constructiva, pero digo que debiésemos absolutamente no querer ser legibles para las autoridades, y las autoridades son la audiencia final de toda la producción académica. Así como los antropólogos ayudan a la CIA a controlar Irak y Afganistán, podrían también proveer de información que facilite la infiltración y la represión de nuestro movimiento. No necesitamos profesionales que habiliten nuestra comunicación con otras personas. Solamente nos traducirán para las autoridades. Debemos construir nuestras propias redes y que se expandan más allá del ghetto.

Mientras tanto necesitamos obstruir toda etnología o estudio serio de nuestras redes. Parece extraño, ya que las redes nos son muy naturales, pero las autoridades realmente no las entienden. Muchas de nuestras victorias tácticas hasta ahora son atribuibles a su ignorancia del funcionamiento de las redes. Aún están intentando identificar nuestros líderes y estructuras de financiamiento! Una vez que algún astuto académico encuentre un modo de traducir las redes a términos que sean procesables para los tecnócratas, el control policial de los movimientos horizontales se hará mucho más efectivo.

Por esa razón, con ironía y con seriedad, llamo a la excomunicación de todos los anarquistas académicos que producen no para el movimiento sino para la academia. Si estudias las redes, encuentra modos de explicarnos a nosotros cómo extenderlas efectivamente a personas actualmente enchufadas al sistema (o algún otro asunto útil), no cómo analizar nuestras redes de modo que puedan ser comprendidas por extraños, por intelectualmente estimulante que pueda ser esa tarea.

Simplemente producir información ayuda al sistema, incluso si esa información parece ser revolucionaria en sus implicaciones. Esto se debe a que en las sociedades democráticas, las personas están pacificadas, y aunque estén bien informadas no habrán obtenido lo que necesitan para luchar. La información no es lo que está haciendo falta. Son las instituciones del poder, y no las personas, quienes están en posición de actuar respecto a esta información, e incluso la información crítica que viene de los académicos disidentes puede ayudar a estas instituciones a corregirse. El proyecto Early State ofrece un gran ejemplo. Entre sus escritos, uno encuentra muchos artículos que de lleno desaprueban la mitología estatal respecto a la creación del Estado —que surgió por necesidad o por un contrato social. Dejan en claro que el Estado es una institución coercitiva, por lo tanto tienen una visión más clara de la real naturaleza de la democracia que la que tienen casi todos en la izquierda. Sin embargo esta información no encontrará caminos hacia la mente popular, porque el gobierno y los capitalistas controlan la infraestructura que le da forma a la mente popular y aquellos académicos no están involucrados en ninguna acción política para esparcir directamente esa consciencia a las personas. Y hay algo más: entre los escritos de Early State uno encuentra inevitablemente trozos humanitarios que, aprovechándose del nuevo conocimiento sobre cómo se formaron los Estados en primer lugar, ofrecen análisis sobre cómo establecer el control estatal en situaciones de Estados “fallidos” o “débiles”, por ejemplo en Somalía, donde los gobiernos de EEUU y Etiopía están luchando contra piratas, tribus, y terroristas, muchos de los cuales se organizan en gran medida horizontalmente.

Entre estas variadas aproximaciones, ¿cuáles estudios supones que encontrarán financiamiento gubernamental? ¿Cuáles se repetirán y se expandirán, y hallarán camino hacia el desarrollo de políticas y estrategias gubernamentales? Es por esto que la aparente independencia de la academia es tan indispensable. Los disidentes afinarán la máquina.

Este irónico resultado apunta a quizás la distinción más importante entre académicos y anarquistas. Los académicos ponen todo en términos de discurso. Su clamor fundamental por la neutralidad es que ellos están simplemente intentando hablar de estas cosas, de estudiarlas, y de no ser actores. En su modo más activo, harán recomendaciones de políticas (apuntadas a aquellos que crean políticas, es decir, la élite), y por ende su preferencia por el discurso indica su leal pasividad como técnicos en una institución dominadora. Al más absurdo final, cosas que son muy claramente acciones son referidas como “parte de la bibliografía”.

Los anarquistas, por otra parte, hablan de las cosas en términos de acción. Incluso el habla, en su forma ideal, es una acción, pues su propósito es crear cambio. En nuestros momentos más absurdos, nos referimos a protestas puramente simbólicas como “acción directa”. Con este lenguaje queremos decir que estamos en guerra con el sistema y que realmente queremos hacer algo al respecto, empoderarnos en vez de volvernos observadores invisibles.

Esta es nuestra fuerza, y a pesar de cualquier incursión en la academia que algunos anarquistas puedan escoger hacer, es la única cosa que no debemos perder. Y es esto, este énfasis en la acción, lo que debemos empujar a adoptar a aquellos académicos que se consideran antiautoritarios.




[1] Desde un punto de vista anarquista, escoger bandos debe incluir la posibilidad de crear tu propio bando. Si hablo de escoger bandos no estoy diciendo que alguien deba simplemente acatar, es solo que es imposible ser neutral en un tren en movimiento.

Luigi Fabbri: Cómo conocí a Errico Malatesta

Extracto del libro de Luigi Fabbri, “La Vida de Malatesta”
[para descargarlo sigue este enlace]

(...)
Desde Ancona, los viejos amigos Recchioni, Agostinelli y Smorti me incitaban a escribir en el nuevo periódico (L'Agitazione), del cual me habían anunciado como colaborador.

Me resolví a secundar su invitación con un poco de vacilación. La lectura de los primeros números del nuevo periódico me había afectado vivamente. Era una publicación bastante diversa de las otras leídas por mí hasta entonces: escrita, recopilada e impresa con esmero, con más tono de revista que de periódico. Colaboraba desde Londres Errico Malatesta.

Sentía confusamente mi inferioridad intelectual en relación a los escritos que leía, plenos de pensamiento y animados de un espíritu nuevo e insólito, al menos para mí, que conocía sólo la prensa anarquista de los últimos tres o cuatro años. Escribí y mandé un artículo teórico, el mejor que supe hacer, con el título «Armonía natural», en donde explicaba la anarquía como una aplicación a las sociedades humanas de las leyes de la naturaleza por medio de la ciencia, que de la negación de dios, según mi opinión, llevaba a la negación de toda autoridad política y económica. Sobre todo me apoyaba, con citas, en la autoridad intelectual de Kropotkin y del filósofo italiano Giovanni Bovio.

¡Francamente — y el que no ha sido joven y no ha cometido nunca semejantes pecados de presunción que tire la primera piedra —, creía propiamente haber escrito una pequeña obra maestra! En cambio... mi artículo no se publicó. Pregunté la causa de ello; y los amigos de Ancona me respondieron que no estaban de acuerdo con mi artículo; lo publicarían, si insistía, con una nota polémica, pero me pedían por el momento que esperase para no dar desde el comienzo a los lectores, la impresión de un desacuerdo en familia. Me invitaban, además a ir hasta Ancona para cambiar algunas impresiones verbales.

¡Caí de las nubes! ¿Por qué no estaban de acuerdo conmigo aquellos compañeros? Les escribí unas pocas líneas, diciendo que no valía la pena por tan poco de hacer un viaje; pero simultáneamente escribí también, por primera vez, a Malatesta, en Londres (había leído su dirección en el periódico) expresándole mi asombro de que el periódico en que él escribía no compartiese una concepción de la anarquía que me parecía tan justa y completa. Malatesta no me respondió: pero pocos días después Cesare Agostinelli volvió a escribirme para que fuese a Ancona, que los amigos me querían ver, que no se trataba sólo de mi artículo, etc., y me mandaba también los dineros que me hacían falta para el viaje, como para comprometerme más fuertemente a ir.

Me decidí, y un sábado por la tarde, sustrayéndome con una estratagema a la habitual vigilancia de la policía, tomé el tren para Ancona, llegando a eso del anochecer. Encontré a Agostinelli en su pequeña tienda, que estaba al fondo del Corso; apenas me vió, cerró el negocio y me llevó consigo, por calles transversales, hasta el lejano suburbio Piano San Lazzaro.

Allí, una vez llegados ante un palacete, abrió con una llave la puerta de entrada y en el fondo de un corredor me hizo subir por una escalera de madera a una especie de buhardilla.

Mientras subía, oí una voz desconocida para mí que preguntó: «¿Quién es?» «Es el armonista», respondió Agostinelli, refiriéndose ciertamente a mi artículo rechazado sobre la armonía natural.

Asomándome a lo alto, vi una pequeña habitación, con una cama de campo a un lado, una mesa sobre la que ardía una lámpara de petróleo, un par de sillas, y sobre las sillas, sobre la mesa, sobre la cama, en tierra, una cantidad indescriptible de papeles, periódicos y libros en aparente desorden. Un hombre desconocido para mí, de pequeña estatura, con cabellos negros y densos, se adelantaba a mi encuentro con las manos tendidas y los profundos ojos sonrientes. Agostinelli, que subía detrás, me dijo : «Te presento a Errico Malatesta.»

Mientras Malatesta me abrazaba, yo estaba petrificado por el estupor y el corazón me saltaba del pecho. Malatesta, legendario ya entonces, el íncubo de todas las policías de Europa, el audaz revolucionario, condenado en Italia y en otras partes y prófugo en Londres, estaba allí. La impresión mía, de joven inexperto y lleno de una fe casi religiosa, es más fácil de imaginarla que de describirla.

«¿Cómo? — dijo a Agostinelli — ¿no le habías dicho nada?»

Y luego, desembarazadas las sillas, nos sentamos, mientras Agostinelli se marchó momentos después.

Me hallé de golpe con Malatesta en perfecta relación, como con un hermano mayor o con un amigo conocido desde mucho tiempo atrás, y diría como con un padre si no hubiese parecido tan joven — tenía entonces cuarenta y cuatro años, pero parecía tener muchos menos — tanta era su afabilidad sencilla, de una familiaridad de igual a igual.

Y comenzó pronto entre nosotros una conversación animada, una discusión larguísima, en especial sobre los argumentos tocados en mi artículo. Sería demasiado extenso referirla; por lo demás no es difícil figurarla, al menos para quien conoce las ideas de Malatesta, y las otras, bastante comunes entre muchos anarquistas, que yo había expuesto en mi artículo de L'Agitazione. A las tres de la madrugada discutíamos todavía. Dormí como pude allí, en un colchón que Agostinelli (que había vuelto a traernos algo de comer) me había improvisado en un rincón.

A las siete de la mañana estaba yo despierto y desperté expresamente a Malatesta para continuar la discusión. Quedé hablando con él toda la jornada sin cesar, hasta que, cuando era de noche desde hacía rato, me despedí con gran sentimiento, para tomar el tren hacia Macerata, donde debía estar al día siguiente para asistir a las clases, y también para que la policía no se diese cuenta de mi ausencia.

Desde hacía cerca de un mes Malatesta había llegado a Ancona de incógnito para hacer L'Agitazione
Estaba todavía bajo el peso de una condena de tres o cuatro años de prisión, dictada contra él en Roma en 1884, por «asociación de malhechores»; pero la condena debía prescribir dentro de poco. Quedó oculto cerca de nueve meses, hasta que la policía lo descubrió, pero la condena estaba ya prescrita. Otros dos meses más tarde, cuando tuvieron lugar en Ancona y en otros sitios los movimientos populares de aquel año, provocados por la carestía, fue detenido de nuevo, y esta vez a la detención siguió una encarcelación más larga, proceso, domicilio coatto, etc.

Después de la primera vez volví a menudo a Ancona a encontrarme con Malatesta, tanto mientras quedó escondido allí como después, y durante su prisión y el proceso en abril del 98. Pero aquel primer encuentro que he narrado fue el que decidió de toda mi orientación mental y espiritual, puedo decir también de toda mi vida. Tuve la sensación de que en aquel largo coloquio de más de veinticuatro horas mi cerebro había sido tomado y dado vuelta en la caja craneana. Recuerdo como si fuera ayer que, sobre muchos argumentos de que antes me parecía estar tan seguro, discutía, discutía, discutía... Pero al fin los argumentos míos venían a menos y no hallaba ya qué replicar; mientras los argumentos de Malatesta me afectaban sobre todo por su lógica: una lógica tan sencilla que me parecía que un niño habría sabido comprenderla y nadie habría podido negar su evidencia.

La anarquía, que era la fe más radiante de mi primera juventud, desde entonces no fue ya fe solamente, sino convicción profunda. Sentí que, si antes era posible que un día hubiese podido cambiar de ideas, desde aquel momento me había vuelto anarquista para toda la vida; que no habría podido ya cambiar más que por voluntaria y baja traición o por un obscurecimiento morboso, involuntario, de la conciencia.



Nico Berti: Anticipaciones anarquistas sobre los “nuevos patrones” (1975)

Transcripción: @rebeldealegre

En este texto publicado en Interrogante (No. 2, Marzo de 1975), Giampietro “Nico” Berti revisa el análisis anarquista del advenimiento de la "nueva clase," la tecno-burocracia, relacionando dicho análisis con la crítica anarquista del rol de la ciencia en la sociedad, y la crítica anarquista clásica más general de la jerarquía y la dominación, o "el poder en cuanto tal."

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