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Colin Ward: Anarquismo como teoría de organización (1966)

Traducción al castellano: @rebeldealegre

Un texto notable que muestra las afinidades entre la anarquía y los principios de organización de sistemas complejos compuestos de muchas unidades interconectadas
Se muestran además ejemplos de la visión anarquista del liderazgo/autoridad. Así como lo expone Bakunin al hablar del principio de autoridad en «Dios y el Estado»:
«Yo recibo y doy, tal es la vida humana. Cada uno es autoridad dirigente y cada uno es dirigido a su vez. Por tanto no hay autoridad fija y constante, sino un cambio continuo de autoridad y de subordinación mutuas, pasajeras y sobre todo voluntarias.»
Este ensayo fue publicado por primera vez en Patterns of Anarchy, una colección de escritos sobre la tradición anarquista, editada por Leonard I. Krimerman y Lewis Perry, para Anchor Books, Nueva York, 1966.


Se podría pensar al describir el anarquismo como una teoría de organización que estoy postulando una paradoja deliberada: “anarquía” podría usted considerar que es, por definición, el opuesto a la organización. En realidad, sin embargo, “anarquía” significa ausencia de gobierno, ausencia de autoridad. ¿Puede haber organización social sin autoridad, sin gobierno? Los anarquistas afirman que puede haber, y afirman además que es deseable que haya. Afirman que, en la base de nuestros problemas sociales está el principio del gobierno. Son, después de todo, los gobiernos los que  se preparan para la guerra y libran la guerra, aunque estés obligado a luchar en ella y pagar por ella; las bombas de las que hay que preocuparse no son las bombas que los caricaturistas atribuyen a los anarquistas, sino las bombas que los gobiernos han perfeccionado, a tus expensas. Son, después de todo, los gobiernos los que hacen y fuerzan las leyes que permiten a ‘los que tienen’ retener el control sobre los bienes  sociales en vez de compartirlos con ‘los que no tienen’. Es, después de todo, el principio de autoridad lo que asegura que las personas trabajen para alguien más por la mayor parte de sus vidas, no porque lo disfruten o porque tengan algún control sobre su trabajo, sino porque lo ven como el único medio que tienen para sustentarse.
 
Dije que son los gobiernos los que libran las guerras y se preparan para las guerras, pero obviamente no son sólo los gobiernos — el poder de un gobierno, incluso la más absoluta dictadura, depende del consentimiento tácito de los gobernados. ¿Por qué las personas consienten ser gobernadas? No es sólo por miedo: ¿qué tienen que temer millones de personas de parte de un pequeño grupo de políticos? Es porque suscriben a los mismos valores que sus gobernantes. Dominadores y dominados por igual creen en el principio de autoridad, de la jerarquía, del poder. Estas son las características del principio político. Los anarquistas, que siempre han distinguido entre el Estado y la sociedad, adhieren al principio social, que puede verse donde sea que las personas se reúnan en una asociación basada en una necesidad común o un interés común. “El Estado” dijo el anarquista alemán Gustav Landauer, “no es algo que pueda ser destruido por una revolución, sino que es una condición, una cierta relación entre seres humanos, un modo de conducta humana; lo destruimos al contraer otras relaciones, al conducirnos distinto.”
 
Cualquiera puede ver que hay al menos dos tipos de organización. Hay un tipo que te es forzado, el tipo que opera desde arriba, y hay un tipo que opera desde abajo, que no puede forzarte a hacer nada, y al que eres libre de unirte o libre de dejar a su suerte. Podríamos decir que los anarquistas son personas que quieren transformar todos los tipos de organización humana en el tipo de asociación puramente voluntaria donde las personas puedan salirse y comenzar uno propio si no les parece. Yo una vez, reseñando aquel frívolo pero útil librito Parkinson's Law [La ley de Parkinson], intenté enunciar cuatro principios tras una teoría anarquista de la organización: que han de ser (1) voluntarias, (2) funcionales, (3) temporales, y (4) pequeñas.
 
Han de ser voluntarias por razones obvias. No tiene sentido abogar por la libertad y la responsabilidad individual si vamos a abogar por organizaciones para las que la membresía sea mandatoria.
 
Han de ser funcionales y temporales precisamente porque la permanencia es uno de los factores que endurecen las arterias de una organización, dándole un interés creado en su propia supervivencia, en servir a los intereses de sus funcionarios en vez de a su función.
 
Han de ser pequeñas precisamente porque en grupos pequeños de cara-a-cara las tendencias burocratizantes y jerárquicas inherentes en las organizaciones tienen menos oportunidad de desarrollarse.
 
Pero es de este último punto que surgen nuestras dificultades. Si damos por sentado que un pequeño grupo puede funcionar anárquicamente, aún nos enfrentamos al problema de todas esas funciones sociales para las que la organización es necesaria, pero que la requieren a mucho mayor escala. “Bueno,” podríamos responder, como algunos anarquistas lo hacen, “si grandes organizaciones son necesarias, no nos cuenten. Nos las arreglaremos tan bien como podamos sin ellas.” Podemos decir esto y todo bien, pero si estamos propagando el anarquismo como filosofía social debemos tomar en cuenta, y no evadir, las realidades sociales. Mejor decir: “Encontremos maneras en las que las funciones a gran escala puedan ser divididas en funciones capaces de ser organizadas por pequeños grupos funcionales y luego vinculamos estos grupos de manera federal.” Los pensadores anarquistas clásicos, vislumbrando la organización futura de la sociedad, pensaron en términos de dos tipos de institución social: como unidad territorial, la comuna, una palabra de origen francés que se podría considerar equivalente a la palabra ‘distrito’ o la palabra rusa ‘soviet’ en su significado original, pero que además tiene matices de las antiguas instituciones aldeanas para el cultivo en común de la tierra; y el sindicato, otra palabra de origen francés, o consejo obrero, como la unidad de organización industrial. Ambos fueron vislumbrados como unidades locales pequeñas que se federarían unas con otras para los asuntos mayores de la vida reteniendo su propia autonomía, una federándose territorialmente y la otra industrialmente.
 
Lo más cercano en la experiencia política ordinaria al principio federativo propuesto por Proudhon y Kropotkin sería el sistema federal suizo, y no el norteamericano. Y sin desear cantar alabanzas por el sistema político suizo, podemos ver que los 22 cantones independientes de Suiza son una federación exitosa. Es una federación de unidades semejantes, de pequeñas células, y los límites cantonales cortan los límites lingüísticos y étnicos de modo que, al contrario que en las diversas federaciones no exitosas, la confederación no está dominada por una o unas cuantas unidades poderosas. Pues el problema de la federación, como señala Leopold Kohr en The Breakdown of Nations [El desglose de las naciones], es el de la división, no el de la unión. Herbert Luethy escribe del sistema político de su país:
Cada domingo, los habitantes de varias comunas van a las cabinas de votación para elegir a sus sirvientes civiles, ratificar tal y tal asunto de gasto, o decidir si se ha de construir un camino o una escuela; luego de resolver el asunto de la comuna, lidian con las elecciones cantonales y votan sobre asuntos cantonales; por último… vienen las decisiones sobre asuntos federales. En algunos cantones, el pueblo soberano aún se reúne al estilo Rousseau para discutir cuestiones de interés común. Podría pensarse que esta forma antigua de asamblea no es más que una tradición devota con cierto valor de atractivo turístico. De ser así, vale la pena ver los resultados de la democracia local.
 
El ejemplo más simples es el sistema ferroviario suizo, la red más densa en el mundo. Con gran costo y grandes problemas, ha sido hecho para servir a las necesidades de las localidades más pequeñas y los valles más remotos, no como propuesta pagada sino porque tal fue la voluntad de las personas. Es el resultado de fieras luchas políticas. En el siglo diecinueve, el “movimiento democrático ferroviario” llevó a las pequeñas comunidades suizas a conflicto con las grandes ciudades, las que tenían planes de centralización…
 
Y si comparamos el sistema suizo con el francés que, con admirable regularidad geométrica, está totalmente centrado en París de modo que la prosperidad o el declive, la vida o muerte de regiones enteras ha dependido en la cualidad del vínculo con la capital, vemos la diferencia entre un Estado centralizado y una alianza federal. El mapa ferroviario es la más fácil de leer de un vistazo, pero superpongamos ahora en él otra actividad económica y el movimiento de la población. La distribución de la actividad industrial en toda Suiza, incluso en las áreas periféricas, da cuenta de la fortaleza y estabilidad de la estructura social del país y evitó las horribles concentraciones de la industria del siglo diecinueve, con sus tugurios y un proletariado desarraigado.

Cito todo esto, como dije, no para alabar a la democracia suiza, sino para indicar que el principio federal que está en el corazón de la teoría social anarquista, merece mucha más atención de la que se le da en los textos de ciencia política. Aún en el contexto de las instituciones políticas ordinarias su adopción tiene un efecto de largo alcance. Otra teoría anarquista de la organización es lo que podríamos llamar la teoría del orden espontáneo: que dada una necesidad común, un colectivo de personas, por ensayo y error, por improvisación y experimentación, evolucionará al orden desde el caos — siendo este orden más durable y más cercanamente relacionado a sus necesidades que cualquier tipo de orden externamente impuesta.
 
Kropotkin derivó su teoría de las observaciones de la historia de la sociedad humana y de la biología social que condujo a su libro El Apoyo Mutuo, y se ha observado en la mayoría de las situaciones revolucionarias, en las organizaciones ad hoc que surgen tras catástrofes naturales, o en cualquiera actividad donde no haya formas organizativas o autoridad jerárquica en existencia. A esta idea se le dio el nombre de Control Social en el libro del mismo título de Edward Allsworth Ross, quien cita instancias de sociedades “límite” donde, a través de medidas no organizadas o informales, se mantiene efectivamente el orden sin beneficio de una autoridad constituida: “La simpatía, la sociabilidad, el sentido de justicia y rencor son competentes, bajo circunstancias favorables, para elaborar por sí mismos un orden verdadero, natural, es decir, un orden sin diseño ni arte.”
 
Un ejemplo interesante de la elaboración de esta teoría fue el  Pioneer Health Centre [Centro de Salud Pionero] en Peckham, Londres, iniciado en la década anterior a la guerra por un grupo de médicos y biólogos que querían estudiar la naturaleza de la salud y la conducta saludable en vez de estudiar la enfermedad como el resto. Decidieron que el modo de hacer esto era comenzando un club social cuyos miembros se unieran en familia y pudiesen usar una variedad de servicios incluyendo una piscina, teatro, enfermería y cafetería, a cambio de una suscripción familiar y aceptar exámenes médicos periódicos. Se ofrecía consejo, pero no tratamiento. Para poder extraer conclusiones válidas los biólogos de Peckham pensaron que era necesario que pudiesen observar a seres humanos que fuesen libres — libres de actuar como quisieran y de dar expresión a sus deseos. Así que no había reglas ni líderes. “Yo era la única persona con autoridad,” decía el Dr. Scott Williamson, el fundador, “y la usaba para no dejar que nadie ejerciera autoridad alguna.” Por los primeros ocho meses hubo caos. “Con las primeras familias miembro”, dice un observador, “llegó una horda de niños indisciplinados que usaron todo el edificio como hubiesen usado una gran calle de Londres. Gritando y corriendo como vándalos por todas las habitaciones, rompiendo el equipamiento y el amoblado,” hicieron intolerable la vida a todos. Scott Williamson, sin embargo, “insistió en que la paz habría de restaurarse sólo con la respuesta de los niños a la variedad de estímulos que se ponía en sus caminos,” y, “en menos de un año el caos se redujo a un orden en el que grupos de niños podían verse a diario nadando, montando patinetas, andando en bicicletas, usando el gimnasio o jugando a algún juego, ocasionalmente leyendo un libro en la biblioteca … correr y gritar fueron cosas del pasado.”
 
Ejemplos más dramáticos del mismo tipo de fenómeno son reportados por aquellas personas que han sido lo suficientemente valiente, o lo suficientemente seguros de instituir comunidades auto-gobernadas y sin castigos de delincuentes o de niños inadaptados: August Aichhorn y Homer Lane son ejemplos. Aichhorn operó aquella famosa institución en Viena, descrita en su libro Wayward Youth [Juventud Obstinada]. Homer Lane fue quien, tras experimentos en norteamérica comenzó en Gran Bretaña una comunidad de delincuentes juveniles, niños y niñas, llamado   The Little Commonwealth. Lane solía declarar que  “La libertad no puede ser dada. Es tomada por el niño en el descubrimiento y la invención.” Fiel a este principio, destaca Howard Jones, “se rehusó a imponer a los niños un sistema de gobierno copiado de las instituciones del mundo adulto. La estructura auto-gobernante del Little Commonwealth evolucionó de parte de los mismos niños, lenta y dolorosamente para satisfacer sus propias necesidades.”
 
Los anarquistas creen en grupos sín líder, y si esta frase te es familiar es por la paradoja de que lo que se conoció como técnica del grupo sin líder fue adoptado en los ejércitos de Gran Bretaña y Norteamérica durante la guerra — como un modo de seleccionar líderes. Los psiquiatras militares aprendieron que los rasgos de líder o seguidor no son exhibidos en aislamiento. Son, como uno de ellos escribió, “relativos a una situación social específica — el liderazgo variaba de situación en situación y de grupo en grupo.” O como lo señaló el anarquista Mijail Bakunin hace cien años, “Yo recibo y doy — así es la vida humana. Cada cual dirige y es dirigido a su vez. Por lo tanto no hay autoridad fija y constante, sino un continuo intercambio de autoridad y subordinación mutua, temporal, y, sobre todo, voluntaria.”
 
Este punto sobre el liderazgo fue bien expresado en el libro de John Comerford, Health the Unknown, sobre el experimento de  Peckham:
Acostumbrada como lo está esta Era al liderazgo artificial… es difícil para ella comprender la verdad de que los líderes no requieren ningún entrenamiento o señalamiento, sino emerger espontáneamente cuando las condiciones les requieren. Estudiando a sus miembros en el libre-para-todos del Centro Peckham, los científicos observadores vieron una y otra vez cómo un miembro se volvía instintivamente, y era instintivamente y no oficialmente reconocido como, líder para satisfacer las necesidades de un momento particular. Tales líderes aparecían y desaparecían a medida que el flujo del Centro lo requería. Porque que no eran señalados conscientemente, y tampoco (cuando ya habían cumplido su propósito) eran conscientemente derrocados. Tampoco había ninguna gratitud particular demostrada por los miembros al líder ya sea en el momento de sus servicios o después por los servicios prestados. Seguían su guía por tanto era de utilidad y querían. Se dispersaban de su lado sin remordimientos cuando alguna ampliación de experiencia les atraía hacia alguna nueva aventura, lo que a su vez deponía a su líder espontáneo, o cuando su confianza en sí mismo era tal que cualquier forma de liderazgo forzado hubiese sido un limitación para ellos. A una sociedad, por lo tanto, si se le deja en circunstancias aptas expresarse espontáneamente elabora su propia salvación y alcanza una armonía de acción que el liderazgo impuesto no puede emular.

No se engañen con la dulce razonabilidad de todo esto. Este concepto anarquista de liderazgo es bastante revolucionario en sus implicancias como puedes ver si miras a tu alrededor, pues ves en todas partes en operación el concepto opuesto: el de liderazgo jerárquico, autoritario, privilegiado y permanente. Hay muy pocos estudios comparativos disponibles sobre los efectos de estas dos aproximaciones opuestas a la organización del trabajo. Dos de ellas mencionaré más adelante; otra, sobre la organización de oficinas de arquitectos fue producida en 1962 para el Institute of British Architects bajo el título de The Architect and His Office [El arquitecto y su oficina]. El equipo que preparó este reporte encontró dos aproximaciones distintas al proceso de diseño, que dieron paso a distintos modos de trabajar y métodos de organización. A uno le categorizaron como centralizado, que se caracterizaba por formas autocráticas de control, y a la otra la llamaron dispersa, que promovía lo que denominaron “una atmósfera informal de ideas en libre flujo.” Este es un tema muy vivo entre los arquitectos. El Sr. W. D. Pile, quien en una capacidad oficial ayudó a promover el saliente éxito de la arquitectura británica de la posguerra, el programa de construcción de escuelas, especifica entre las cosas que busca en un miembro del equipo de construcción que: “Debe tener una creencia en lo que llamo organización no-jerárquica del trabajo. El trabajo debe ser organizado no en base el sistema de la estrella, sino en base al sistema del repertorio. El líder del equipo puede con frecuencia ser menor a un miembro del equipo. Eso sólo se aceptará si es comúnmente aceptado que la primacía yace en la mejor idea y no en la persona con más edad.”
 
Y uno de nuestros más grandes arquitectos, Walter Gropius, proclama lo que llama la técnica de “colaboración entre personas, que liberará los instintos creativos del individuo en vez de asfixiarlos. La esencia de tal técnica debe ser enfatizar la libertad individual de iniciativa, en vez de la dirección autoritaria de un jefe… sincronizar el esfuerzo individual mediante un continuo dar y tomar de parte de sus miembros...”
 
Esto nos lleva a otra piedra angular de la teoría anarquista, la idea del control obrero de la industria. Muchas personas piensan que el control obrero es una idea atractiva, pero que es incapaz de realizarse (y en consecuencia no vale la pena luchar por ella) debido a la escala y complejidad de la industria moderna. ¿Cómo podemos convencerles de lo contrario?  Aparte de señalar cómo el cambio de fuentes de fuerza motriz vuelve obsoleta la concentración geográfica de la industria, y cómo cambiar los métodos de producción vuelve innecesaria la concentración de grandes cantidades de personas, tal vez el mejor método para persuadir a las personas de que el control obrero es una propuesta factible en la industria de gran escala es señalando ejemplos exitosos de lo que los socialistas gremiales llamaron “la usurpación del control.” Son parciales y limitado en efecto, como están destinados a serlo, puesto que operan dentro de la estructura industrial convencional, pero sí indican que los trabajadores tienen capacidad organizativa en el área de producción, que la mayoría de las personas niegan que poseen.
 
Permítanme ilustrar esto con dos instancias recientes en la industria moderna a gran escala. La primera, el sistema grupal [gang system] utilizado en Coventry, fue descrito por un profesor norteamericano de ingeniería industrial y administración,  Seymour Melman, en su libro Decision-Making and Productivity [La toma de decisiones y la productividad]. Buscó, mediante una comparación detallada de la manufactura de un producto similar, el tractor Ferguson, en Detroit y en Coventry, Inglaterra, “demostrar que hay alternativas realistas al mando gerencial sobre la producción.” Su relato de la operación del sistema grupal fue confirmado por un trabajador ingenieril de Coventry, Red Wright, en dos artículos en Anarchy.
 
De la fábrica de tractores Standard en el período hasta 1956 cuando fue vendida, Melman escribe: “En esta empresa mostraremos que a la vez: miles de trabajadores operaron virtualmente sin supervisión como es entendida convencionalmente, y a alta productividad; se pagó el más alto salario en la industria británica; se produjeron productos de alta calidad a precios aceptables en plantas extensivamente mecanizadas; la administración condujo sus asuntos a costos inusualmente bajos; además, los trabajadores organizados tuvieron un rol sustancial en la toma de decisiones de la producción.”
 
Desde el punto de vista de los trabajadores de la producción, “el sistema grupal lleva a seguirle la pista a los bienes en vez de seguirle la pista a las personas.” Melman contrasta la “competencia predatoria” que caracteriza al sistema de toma de decisiones gerencial con el sistema de toma de decisiones de los trabajadores en el que “El rasgo más característico del proceso de formular decisiones es el de lo mutual en la toma de decisiones residiendo la autoridad final en las manos de los trabajadores agrupados mismos.” El sistema grupal como lo describió es muy parecido al sistema de contrato colectivo defendido por G. D. H. Cole, quien señaló que “El efecto sería vincular a los miembros de un grupo de trabajo en una iniciativa común bajo sus auspicios y control, y emanciparles de una disciplina impuesta externamente respecto a su método de realización del trabajo.”
 
Mi segundo ejemplo nuevamente deriva de un estudio comparativo de dos métodos distintos de organización del trabajo, hecho por el Tavistock Institute a fines de la década de 1950, reportado en Organisational Choice [Elección organizativa] de E. L. Trist, y en Autonomous Group Functioning [Funcionamiento grupal autónomo] de P. Herbst. Su importancia puede verse en las palabras de apertura del primero de éstos: “Este estudio concierne a un grupo de mineros que se unieron para evolucionar un nuevo modo de trabajar juntos, planificando el tipo de cambio que querían aprobar, y probándolo en la práctica. El nuevo tipo de organización del trabajo que ha llegado a conocerse en la industria como trabajo compuesto, ha emergido en años recientes espontáneamente en un número de minas distintas en el campo del carbón del noroeste de Durham. Sus raíces retroceden a una tradición anterior que había sido casi completamente desplazada en el curso del último siglo por la introducción de técnicas de trabajo basadas en la segmentación de tareas, estatus y pago diferencial, y control jerárquico extrínseco.” El otro reporte señala cómo el estudio demostró “la habilidad de grupos primarios de trabajo bastante grandes, de 40–50 miembros de actuar como organismos sociales auto-regulados, de auto-desarrollo capaces de mantenerse en un estado estable de alta productividad.” Los autores describen el sistema de un modo que muestra su relación con el pensamiento anarquista:
La organización del trabajo compuesto podría ser descrita como aquella en la que el grupo asume completa responsabilidad del ciclo total de operaciones involucradas en la minería del carbón. Ningún miembro del grupo tiene un rol fijo de trabajo. En vez, los hombres se despliegan, dependiendo de los requerimientos de la labor grupal en curso. Dentro de los límites de los requerimientos tecnológicos y de seguridad son libres de evolucionar su propio modo de organizar y llevar a cabo su labor. No están sujetos a ninguna autoridad externa en este respecto, y tampoco hay dentro del grupo mismo ningún miembro que tome una función formal de liderazgo directivo. Mientras que en el trabajo convencional de tajo largo la labor de extracción del carbón se divide en cuatro u ocho roles de trabajo separados, llevado a cabo por distintos equipos, cada cual pagado distinto, en el grupo compuesto a los miembros no se les paga directamente por ninguna de las labores realizadas. El acuerdo salarial total está basado, en vez, en el precio negociado por tonelada de carbón producido por el equipo. El ingreso obtenido se divide igualitariamente entre los miembros del equipo.

Las obras que he estado citando fueron escritas por especialistas en productividad y organización industrial, pero sus lecciones son claras para personas interesadas en la idea del control obrero. Enfrentados a la objeción de que puede mostrarse que los grupos autónomos pueden organizarse solos a gran escala y para tareas complejas, no se ha demostrad que pueda coordinarse exitosamente, recurrimos nuevamente al principio federativo. No hay nada de extravagante en la idea de que grandes cantidades de unidades industriales autónomas puedan federarse y coordinar sus actividades. Si viajas por Europa pasas por las líneas de una docena de sistemas ferroviarios — capitalistas y comunistas — coordinados por acuerdos tomados libremente entre las diversas empresas, sin autoridad central. Puedes enviar una carta a cualquier parte del mundo, pero no hay autoridad postal mundial, — representantes de distintas autoridades postales simplemente tienen un congreso cada cinco años o más.
 
Hay tendencias, observables en estos experimentos ocasionales en la organización industrial, en nuevas aproximaciones a problemas de delincuencia y adicción, en educación y organización de la comunidad, y en la “desinstitucionalización” de hospitales, asilos, hogares de niños y demás, que tienen mucho en común unos con otros, y que van contra las ideas generalmente aceptadas sobre organización, autoridad y gobierno. La teoría cibernética con su énfasis en sistemas auto-organizados, y la especulación sobre los últimos efectos sociales de la automatización, van en una dirección revolucionaria similar. George y Louise Crowley, por ejemplo, en sus comentarios sobre el reporte de el  Ad Hoc Committee on the Triple Revolution, (Monthly Review, Nov. 1964) destacan que, “Encontramos no menos razonable postular una sociedad en función sin autoridad que postular un universo organizado sin un dios. Por ende la palabra anarquía no está para nosotros cargada de connotaciones de desorden, caos, o confusión. Para los seres humanos benevolentes, vivir en condiciones no-competitivas libres del trabajo agotador y de abundancia universal, la anarquía es simplemente la condición apropiada de la sociedad.” En Gran Bretaña, el profesor Richard Titmuss remarca que las ideas sociales podrían muy bien ser tan importantes en el próximo medio siglo como la innovación técnica. Yo creo que las ideas sociales del anarquismo: grupos autónomos, orden espontáneo, control obrero, el principio federativo, llevan a una teoría coherente de organización social que es una alternativa válida y realista a la filosofía social autoritaria, jerárquica e institucional que vemos en aplicación en todo nuestro entorno. El ser humano se verá compelido, declaró Kropotkin, “a hallar nuevas formas de organización para las funciones sociales que cumple el Estado a través de la burocracia” e insistió en que “mientras esto no se haga nada se hará.” Creo que hemos descubierto cómo habrán de ser estas nuevas formas de organización. Ahora tenemos que formar oportunidades para ponerlas en práctica.

Kropotkin: La venganza organizada llamada “Justicia” (1901)

 Traducción al castellano: @rebeldealegre
«L’Organisation de la Vindicte appelée Justice», París: Les Temps Nouveaux (1901)


En el año 1837, Adolphe Blanqui (hermano del líder revolucionario de quien los Blanquistas tomaron su nombre) escribió un libro, La Historia de la Economía Política. Demostró en él la importancia que la economía tuvo en la historia de la humanidad para la determinación de formas políticas y también para la construcción de ideas actuales sobre Derecho, Moral y Filosofía. Sesenta años atrás, Liberales y Radicales concentraron sus pensamientos en la política, y fueron por completo inconscientes de las nuevas condiciones industriales que estaban en su curso de formación desde las ruinas del antiguo régimen. Fue desde el punto de vista de Blanqui muy legítimo que para llevar la atención a la economía y hacia el movimiento Socialista que estaba entonces comenzando, debió él ir tan lejos como para construir toda la historia en base a la economía. Algo de unilateralidad no habría de evitarse, era incluso quizás deseable; de otros factores bajo investigación, ya más o menos conocidos, él no necesitó hablar, y toda la fuerza de su argumentación había de arrojarse sobre el hasta entonces desconocido factor.
 
Sus exageraciones han sido seguidas por la escuela alemana de Social Demócratas, olvidadizos de todos los demás aspectos del desarrollo de la sociedad. A su vez nosotros, los Anarquistas, hemos demostrado la gran importancia de aquel otro factor, el Estado; y descansa en nosotros el tener su relevancia para la sociedad claramente establecida.
 
Sin embargo, mientras ponemos acento en los principios jerárquico, centralizado, Jacobino, anti-libertario del Estado, somos, tal vez, propensos a descuidar nuestra crítica a lo que se ha denominado Justicia. Este reporte ha sido escrito con el especial deseo de llevar la atención al origen de esta institución y a invitar a una discusión que arrojaría luz sobre aquel asunto.
* * *

Un cuidadoso estudio del desarrollo de la sociedad fuerza sobre nosotros la convicción de que el Estado y la Justicia son dos instituciones que no sólo co-existen en la sociedad en la corriente de la historia, sino que están conectados por el lazo de causa y efecto. Quien admita la necesidad de miembros escogidos separados de la sociedad para la función especial de distribuir castigos a quienes han quebrado la ley, necesita un cuerpo que dicte estas leyes, las codifique, establezca estándares de castigo — necesita escuelas especiales para enseñar la manufactura e interpretación de las leyes — necesita cárceles, carceleros, policía, verdugos y ejército — necesita al Estado.
 
La tribu primitiva, siempre comunista, no sabe de jueces: dentro de la tribu el robo, el homicidio, el asesinato no existen. Las costumbres son suficientes para prevenirlos. Pero en los muy raros casos en que un miembro no respetara las sagradas reglas de la tribu, sería lapidado o quemado hasta la muerte por la tribu entera. Cada miembro de ella lanzaría su piedra o traería su manojo de madera, de modo que no fuese tal o cual persona la que ha dado muerte al culpable, sino la tribu completa.
 
Cuando un miembro de otra tribu ha herido a alguien, entonces toda la tribu del dañado es responsable de llevar a cabo un daño igual; y toda la tribu del asaltante es responsable, de modo que cualquiera de sus miembros en cuanto surja la oportunidad puede ser escogido por cualquier miembro de la tribu afectada para la represalia — de acuerdo al principio de vida por vida, diente por diente, y así; heridas infligidas exactamente como fueron recibidas, siendo el grano de maíz el estándar de medida de cada herida.
 
Esta es la concepción primigenia de justicia.
 
Más tarde, en la vida de las aldeas de los primeros siglos de nuestra era, la concepción cambió. La idea de Venganza es poco a poco hecha a un lado — muy lento, claro, principalmente entre poblaciones agrícolas, que sobrevivían aún entre los guerreros — y se desarrolla la idea de la Compensación; la compensación al afectado, o a su familia o a la tribu. A medida que aparece la familia patriarcal, en posesión de ganado y de esclavos robados de otras tribus, la compensación toma más y más el carácter de evaluación del daño hecho — siendo el valor distinto de acuerdo al rango del afectado: tanto por un esclavo asesinado, tanto por un campesino herido, tanto por un jefe maltratado. Las escalas de valoración forman los primeros códigos bárbaros. Para fijas el monto, la comunidad aldeana se reúne, los hechos del caso son verificados por la interrogación de jurados escogidos en igual número (6 o 12) de ambas partes o sus familias. Los miembros antiguos de la aldea o, mejor aún, los bardos, a la memoria de  quienes la tradición es confiada, o tal vez jueces de afuera invitados por la comunidad, deciden la compensación (restitución simple para el robo) y la multa para la comunidad o para los dioses.
 
Pero gradualmente, durante la inmigración de distintas tribus, muchas comunidades libres son esclavizadas. En el mismo territorio viven, lado a lado, conquistadores y conquistados. Vienen entonces el sacerdote y el obispo, temidos brujos, y poco a poco el jurado, los bardos, los antiguos de la tribu son sustituidos en la valoración de la compensación por los delegados del obispo o del señor local.
 
La multa se vuelve más y más importante: la compensación al afectado menos y menos; la parte de la comunidad en la multa llega a cero; todo el pago es puesto en el bolsillo del jefe. El Antiguo Testamento provee a estos delegados del ejemplo tradicional necesario de juicio. Vemos así al juez moderno evolucionando desde el jurado escogido a la misma razón que el sistema feudal evoluciona desde la comunidad aldeana. La idea de Castigo nace, y pronto aleja toda otra concepción, especialmente bajo la acción de la Iglesia, que tomando el ejemplo de sus predecesores hebreos quiere reinar con el terror. Un daño a un sacerdote ya no es un daño a un ser humano, es un daño a la divinidad, y no hay escarmiento lo suficientemente severo como para castigar tal crimen. La crueldad del juicio incrementa a medida que pasa el tiempo, y el poder secular imita al poder clerical.
 
En los siglos décimo y undécimo aparece la ciudad medieval. Revolución tras revolución, ciudad tras ciudad expelen al juez del obispo, del señor, del duque. Las ciudades hacen su Conjuro. Al comienzo los ciudadanos juran abandonar toda disputa que surja de la lex talionis (ley del talión) y, si surgen nuevas disputas, nunca apelar a poderes externos, sino establecer todo entre ellos mismos. Las comunidades de gremio, distrito, ciudad son los distintos grados de jurisdicción. Los bailíos, escogidos por los miembros del gremio, la calle, el distrito o la ciudad, deciden la compensación a ser garantizada a la parte afectada. En casos especialmente importantes, el gremio, la calle, el distrito o la ciudad, convocaban a una asamblea general, pronunciaba la sentencia. Aparte, el Arbitraje en todas las etapas entre individuos, entre gremios, entre distritos y ciudades toma gran extensión.
 
Pero la organización dura sólo unos pocos siglos. El cristianismo y un resurgimiento del estudio de la ley romana hallan su camino en las ideas de las personas en general. El sacerdote insiste incesantemente en la cólera e ira de Dios. Su argumento favorito — aún el mismo en nuestros días — es que el castigo eterno caerá por violar la ley de la Iglesia; aplicando las palabras de la Escritura concerniente a aquellos poseídos por espíritus demoníacos, la Iglesia discierne a un demonio en cada malhechor; inventa todo tipo de torturas para sacar el demonio del cuerpo, y luego lo quema para que no recaiga. Desde el comienzo, Sacerdote y Señor actúan juntos; el sacerdote es a menudo él mismo un Señor; el Papa es un Rey; por lo tanto quien ha quebrado la ley de la sociedad civil es más y más tratado como quien ha violado la de la Iglesia. Los poderes clericales y civiles van mano a mano, el clerical sólo un poco adelante, sus leyes y refinadas torturas aumentan firmemente en ferocidad. El Papa, él mismo el supremo árbitro, reúne a su alrededor abogados, expertos en leyes romanas y feudales. El sentido común, el conocimiento de usos y costumbres, el estudio de la naturaleza humana, son abandonados más y más tras el telón; se dice que fomentan las malas pasiones, que son una invención del diablo. Los “precedentes” califican como ley, y, mientras más antiguo sea un juicio, más importante, más respetable parece ser. Los “precedentes” son por ende buscados en la Roma imperial y en los jueces hebreos.
 
El arbitraje desaparece, lentamente ante el poder en ascenso del obispo, el señor, el rey, el papa. A medida que la alianza entre los poderes religioso y civil se hace más cercana, los acuerdos amistosos para las disputas son prohibidos; la compensación a la parte afectada se vuelve cosa del pasado; — la venganza en nombre de un Dios cristiano o del Estado Romano son lo principal. Al mismo tiempo, el carácter atroz de las sanciones infligidas es tal que es casi imposible leer la descripción de las escenas judiciales de aquel período.
 
Las ideas fundamentales de Justicia, esenciales para toda sociedad, han cambiado así totalmente entre los siglos undécimo y decimosexto. En nuestro artículo sobre El Estado y su rol histórico nos hemos empeñado en explicar cómo el Estado tomó posesión de las ciudades libres; que sea suficiente para nuestro propósito presente remarcar que, cuando la evolución tomó lugar, que llevó a las ciudades bajo la influencia del Estado, las comunidades ya habían abandonado, incluso en ideal, los principios de arbitraje y compensación que eran la esencia de la justicia popular en el siglo undécimo. Cuando el Estado puso su mano sobre las ciudades la antigua concepción se había ido por completo. El cristianismo y la ley romana ya habían hecho Estados fuera de las ciudades. El paso siguiente era simplemente este, que el Estado estableciera su imperio sobre las ciudades ahora esclavizadas.
 
Ciertamente, sería interesante estudiar cómo los cambios económicos que ocurrieron durante aquel trecho de tiempo (cinco siglos), cómo el comercio a distancia, la exportación, la creación de bancos y de préstamos comerciales, cómo las guerras, la colonización, y la producción capitalista tomaron el lugar de la producción, el consumo y el comercio comunales — estudiar cómo todos estos factores influenciaron a las ideas de punta durante el mismo período y ayudaron a ese cambio en la concepción de la Justicia. Algunas espléndidas investigaciones se encuentran por aquí y por allá en las obras de los historiadores de las ciudades libres. Unas cuantas investigaciones originales sobre la influencia de las ideas cristianas y romanas también existen (aunque tales estudios son de una naturaleza mucho más difícil y siempre heterodoxos). Pero sería un error rastrear todo el origen en la economía; sería el mismo tipo de error que si, estudiando botánica, dijésemos que la cantidad de calor recibido por una planta determina su vida y crecimiento, olvidando la humedad, la luz y otros factores importantes. 
* * *

Este resumen histórico, corto como es, muestra no obstante cómo el Estado y la evolución de la venganza, llamada justicia, son instituciones relacionadas — derivadas la una de la otra, apoyándose la una a la otra, siendo históricamente una.
 
Pero un momento de pensamiento tranquilo es suficiente para comprender cómo ambas instituciones se sostienen lógicamente juntas, cómo ambas tienen un origen común en la misma idea: la Autoridad cuidando de la seguridad de la sociedad y ejerciendo la venganza sobre quienes rompen reglas o leyes establecidas. Si admites la existencia de jueces, como miembros especialmente seleccionados de la sociedad a quienes se confía el cuidado de aplicar tradiciones codificadas, no importa por quién sea escogido  o elegido, — tienes un embrión de Estado en torno al cual otros poderes por poder ser se congregarán. Por otra parte, si admites la estructura centralizada llamada Estado, una de sus funciones será administrar la justicia. De ahí los jueces.
 
¿Pero no podemos tener jueces elegidos por el pueblo? Veamos dónde nos conduce esto. Primero debe decirse que la idea de leyes directamente hechas por el pueblo nunca se ha contemplado seriamente; su bosquejo debe siempre dejarse a algún hombre más ilustrado (héroe, Ubermensch). Luego, aparte del juez y del legislador, se necesitará otra persona para explicar tales leyes, o interpretar antiguas, para estudiar sus conexiones e ideas de punta: universidades de leyes con plantas de profesores y estudiantes, actuando de carga sobre la sociedad con todo el peso de sus tradiciones heredadas y sus desmenuzamientos sobre la letra de la ley. Pero eso es nada comparado con los auxiliares requeridos por el juez: por un lado el gendarme, el policía, la prostituta, el espía, el agente provocador; por otro, el carcelero, el verdugo y toda la secuela de infamia que necesariamente les acompaña.
 
Finalmente,  debes aplicar algún cuerpo supervisor para mantener todo ese ejército de funcionarios en marcha. No debes olvidar proveer de dinero para su mantención y así. En corto, no hay una sola función del Estado hoy cuyos servicios puedan ser dispensados si queremos mantener al juez — sea elegido por el pueblo o no.
 
¿Pero y qué hay del Código? El Código, todos los códigos, representan una congregación de tradiciones, de fórmulas prestadas desde concepciones antiguas absolutamente repugnantes para todas las ideas socialistas de hoy; sobrevivientes de nuestro pasado servil, servil en acción, servil en habla, servil en pensamiento. No tiene consecuencia alguna que algunas de las ideas morales de punta puedan estar en concordancia con las nuestras; en el momento que un castigo es decretado por el no cumplimiento de una buena acción no tendremos nada que hacer con ello. Un Código es el pasado estereotipado y puesto en el camino del progreso humano.
 
Todo castigo legal es venganza legalizada, venganza hecha obligatoria, y debemos preguntarnos ¿qué uso tiene la venganza? ¿Ayuda a mantener las costumbres sociales? ¿Previene alguna vez que las pequeñas minorías de rompedores de buenas costumbres lo hagan? Nunca. Por el contrario, proclamar los deberes de venganza es simplemente ayudar a la existencia de costumbres anti-sociales. Piensa en la cantidad de sucia perversidad lanzada a la sociedad por la institución policíaca, por lejos más peligrosa para la sociedad que cualquier acto cometido por criminales. Piensa en las “mentiras bien-intencionadas” de los magistrados para obtener la verdad de los criminales. Piensa en todo lo que ocurre a nuestro alrededor y comprenderás porqué los anarquistas no tienen vacilación en declarar que el castigo es peor que el crimen. Y todo aquel que estudie esas cuestiones y llegue a la raíz llegará a la misma conclusión, e intentará hallar otros medios de protección de la sociedad contra los malhechores.
 
Todos verán que el arbitraje, siendo los árbitros escogidos por las partes en disputa será suficiente en la gran mayoría de los casos para apaciguar las disputas que surjan. Todos admitirán que la política de no-interferencia ahora tan favorecida es un mal hábito adquirido desde que el Estado halló conveniente asumir el deber de mantener el orden. La intervención activa de amigos, vecinos, transeúntes prevendría una gran proporción de los conflictos. Que sea el deber de todos asistir al débil, interferir entre personas que pelean, y la policía no se requerirá en absoluto.
 
El estudiante no puede evitar asombrarse del hecho de que por un par de siglos hubo uno desarrollo paralelo en marcha: por un lado el castigo y la venganza legal han sido menos y menos sangrientos, no por decir más suaves, la tortura ha sido abolida, la pena de muerte ha sido limitada a menos casos y en algunos países totalmente abolida; por otro lado los actos anti-sociales han disminuido. Hay lejos mayor seguridad en nuestra vida cotidiana que en la de nuestros antepasados. Muchos factores han ayudado a suavizar las conductas, pero la suavización del castigo es ciertamente una de ellas.  ¿No debemos continuar por la misma línea; o debemos suponer que una sociedad socialista o comunista sería inferior en aquel aspecto a un gobierno capitalista?
 
Podemos vivir sin jueces en la sociedad, así como podemos vivir sin jefes en la producción.

Conclusiones.
La así denominada Justicia es un sobreviviente de una servidumbre pasada basada, para el interés de las clases privilegiadas, en la ley romana y en las ideas de venganza divina.
 
En la historia de la sociedad, la organización de la venganza bajo el nombre de justicia es coincidente con el Estado; se implican el uno al otro; nacieron juntos, florecieron juntos y están destinados a perecer juntos.
 
Viniendo de una era de servidumbre ayuda a mantener la servidumbre en la sociedad presente; por medio de su policía, prisiones y demás, es una llaga abierta, excretando un flujo constante de purulencia en la sociedad, un mal por lejos mayor que contra el que se supone que lucha.
 
El modo de vivir sin él se hallará en el arbitraje voluntario, en mayor solidaridad en efecto, en los poderosos medios educativos que una sociedad tendrá que no deja al policía el cuidado de su moral pública.


Nicolas Walter: Notas a la traducción de «Sobre el orden» de Kropotkin

Traducción al castellano: @rebeldealegre
Algunos datos y detalles de la traducción al inglés — del mismo Walter — del texto «Sobre el orden» de Piotr Kropotkin publicado en este blog:


Nota del Traductor
 

«L'Ordre» fue publicado por primera vez en Le Révolté un 1ero de  Octubre  de 1881, pocas semanas luego de que Kropotkin había sido expulsado de Suiza y se había establecido en Thonon en la costa francesa del Lago Génova. Fue reimpreso como el capítulo nueve de Paroles d'un Révolté en 1885. Una traducción de William C. Owen de la segunda mitad fue publicada en el periódico anarquista de Chicago The Alarm un 23 de Junio de 1888; y una traducción completa de David Nicoll se publicó en el periódico anarquista de Sheffield The Anarchist un 23 de  Septiembre de 1894.

Un punto de interés general es que el contraste paradójico entre orden y desorden aquí anticipa el posterior contraste de Kropotkin entre las corrientes autoritarias y libertarias a lo largo de la historia. Además presagia las concepciones paralelas de topía y utopía en La Revolución (1907) de Gustav Landauer y de entropía y revolución en Sobre la Literatura, la Revolución y la Entropía (1924) de Yevgeni Zamyatin. Esta es una visión dualista del desarrollo humano que es característica del pensamiento libertario y es bastante distinto a la visión dialéctica de la tradición marxista — en vez de un proceso progresivo de tesis-antítesis- síntesis, hay un conflicto perpetuo de tesis-antítesis-tesis.

Algunos detalles son dignos de explicar. Los Mendigos fueron los rebeldes holandeses contra el régimen español a fines del siglo dieciséis. Los Sans-culottes fueron los republicanos más radicales en la Revolución Francesa. Los Nihilistas fueron los populistas rusos de las décadas de 1860 y 1870. La novela de Turgenev Padres e Hijos fue publicada por primera vez en Rusia en 1862. La Internacional a la que se refiere es la Primera Internacional — la “Asociación Internacional de Trabajadores”. A los túneles que se refiere son los túneles ferroviarios de fines del siglo diecinueve — el túnel del Mont Cenis a través de los Alpes se abrió en 1871, y el de St. Gotthard en 1882. Hubo revueltas en toda Europa en 1848. La Comuna de París se alzó y cayó en 1871. Los asesinos del Zar Alejandro II — algunos de los cuales eran antiguos amigos de Kropotkin — fueron colgados en la horca en Abril de 1881.
Una última cosa — la cita de Bentham viene de Falacias Anárquicas, un examen crítico de las diversas Declaraciones de los Derechos del Hombre hechas durante la Revolución Francesa. Fue escrito antes de 1808, pero se publicó por primera vez en 1816 en una traducción francesa de Etienne Dumont, un escritor suizo que produjo versiones al francés de muchos de los manuscritos de Bentham. Apareció en Tactiques des assemblées législatives, suivie d'un Traité des sophismes politiques (Génova, 1816); el segundo volumen, que contenía el  Traité des sophismes politiques, incluía Sophismes anarchiques. El pasaje citado por Kropotkin atacaba al Artículo Primero de la Declaración de los Derechos del Hombre hecha en 1791 — “Los hombres nacen y permanecen libres, e iguales respecto a los derechos.” Sophismes anarchiques fue omitido en la versión inglesa del Traité des sophismes politiquesThe Book of Fallacies (Londres, 1824) — pero la versión original de Bentham fue incluida en el segundo volumen de la edición estándar de The Works of Jeremy Bentham (Edinburgo, 1843) de John Bowring. El pasaje está traducido aquí exactamente como Kropotkin lo entrega, aunque citó la versión de Dumont con leve imprecisión, y Dumont había traducido el manuscrito de Bentham muy libremente; lo que Bentham realmente escribió fue lo siguiente: 

“El censor racional, reconociendo la existencia de la ley que desaprueba, propone su revocación: el anarquista, destrozando su voluntad y capricho por una ley ante la cual toda la humanidad es llamada a arrodillarse a la primera palabra — el anarquista, pisoteando la verdad y la decencia, niega la validez de la ley en cuestión, niega la existencia de ella en el carácter de una ley, y llama a toda la humanidad a alzarse en masa, y resistir la ejecución de ésta.”

Kropotkin: Sobre el orden (1881)

Traducción al castellano: @rebeldealegre
Le Révolté, 1881
Para leer algunas notas previas interesantes del traductor al inglés de este texto, ver: Nicolas Walter: Notas a la traducción de «Sobre el orden» de Kropotkin

Se nos reprocha a menudo por aceptar como denominación esta palabra anarquía, que asusta tanto a tantas personas. “Sus ideas son excelentes”, nos dicen, “pero deben admitir que el nombre de su bando es una desafortunada elección. Anarquía en el lenguaje común es sinónimo de desorden y caos; la palabra trae a la mente la idea del choque de intereses, de individuos luchando, lo que no puede conducir al establecimiento de la armonía”.
Comencemos por señalar que un bando dedicado a la acción, un bando que representa una nueva tendencia, rara vez tiene la oportunidad de escoger un nombre para sí. No fueron los Mendigos de Brabante quienes inventaron su nombre, que más adelante se hizo conocido. Sino que, comenzando como un apodo — y uno bien escogido — fue asumido por el partido, aceptado en general, y pronto se convirtió en su orgulloso título. Se verá más tarde además que esta palabra resumía toda una idea.
¿Y los Sans-culottes de 1793? Fueron los enemigos de la revolución popular quienes idearon este nombre; pero también resumía toda una idea — aquella de la rebelión del pueblo, vestido de rabia, cansado de la pobreza, en oposición a todos los monarquistas, los supuestos patriotas y Jacobinos, los bien vestidos y los listos, aquellos que, a pesar de sus pomposos discursos y de los homenajes que les hacían los historiadores burgueses, eran los reales enemigos del pueblo, despreciándolo profundamente por su pobreza, por su espíritu libertario e igualitario, y por su entusiasmo revolucionario.
Fue igual con el nombre de los Nihilistas, que confunde a los periodistas tanto y condujo a tantos juegos de palabras, buenos y malos, hasta que se entendió que no se refería a una secta peculiar — casi religiosa —, sino a una fuerza revolucionaria real. Acuñado por Turgenev en su novela Padres e Hijos, fue adoptado por los “padres”, que usaron el apodo para vengarse por la desobediencia de los “hijos”. Pero los hijos lo aceptaron y, cuando más tarde comprendieron que daba pie a confusiones e intentaron deshacerse de él, esto fue imposible. La prensa y el público no describiría a los revolucionarios rusos con ningún otro nombre. De todos modos el nombre no estaba para nada mal escogido, pues nuevamente resumía una idea; expresa la negación de la actividad completa de la civilización presente, basada en la opresión de una clase sobre otra — la negación del presente sistema económico. La negación del gobierno y el poder, de la moral burguesa, del arte por el bien de los explotadores, de las modas y costumbres que son grotescas o nauseabundamente hipócritas, de todo lo que la sociedad presente ha heredado de los siglos pasados: en una palabra, la negación de todo lo que la civilización burguesa hoy trata con reverencia.
Fue igual con los anarquistas. Cuando emergió un bando dentro de la Internacional que negaba la autoridad a la Asociación y además se rebelaba contra la autoridad en todas sus formas, este bando al comienzo se denominó federalista, luego anti-estatista o anti-autoritario. En aquel período de hecho evitaron usar el nombre anarquista. La palabra an-arquía (así es como se escribía entonces) parecía identificar al bando demasiado cerca de los Proudhonianos, a cuyas ideas sobre la reforma económica en ese momento se oponía la Internacional. Pero es precisamente por esto — para causar confusión — que sus enemigos decidieron hacer uso del nombre; después de todo, hizo posible decir que el nombre mismo del anarquista probaba que su única ambición era crear desorden y caos sin preocupación por el resultado.
El bando anarquista rápidamente aceptó el nombre que se le había dado. Al comienzo insistió en el guión entre an y arquía, explicando que de esta forma la palabra an-arquía — que viene del griego — significa “sin autoridad” y no “desorden”; pero pronto aceptó la palabra como era, y dejó de darle trabajo extra a los correctores y lecciones de griego al público.
Así que la palabra volvió a su significado básico, normal, común, como fue expresado en 1816 por el filósofo inglés Bentham, en los siguientes términos: “El filósofo que desea reformar una mala ley”, dijo, “no predica una insurrección en su contra… El carácter del anarquista es muy distinto. Él niega la existencia de la ley, rechaza su validez, incita a las personas a rehusarse a reconocerla como ley y a levantarse contra su ejecución”. El sentido de la palabra se ha vuelto más amplio hoy; el anarquista niega no sólo las leyes existentes, sino todo poder establecido, toda autoridad; sin embargo su esencia ha seguido siendo la misma: se rebela — y es aquí desde donde comienza — contra el poder y la autoridad en cualquiera de sus formas.
Pero, se nos dice, esta palabra trae a la mente la negación del orden, y en consecuencia la idea de desorden, o caos.
Sin embargo asegurémonos de entendernos — ¿de qué orden hablamos? ¿Es de la armonía con la que soñamos los anarquistas, la armonía en las relaciones humanas que se establecerá libremente cuando la humanidad deje de dividirse en dos clases, una de las cuales es sacrificada para el beneficio de la otra, la armonía que emergerá espontáneamente de la unión de intereses cuando todos pertenezcan a una y la misma familia, cuando cada cual trabaje por el bien de todos y todos por el bien de cada cual? ¡Obviamente no! Aquellos que acusan a la anarquía de ser la negación del orden no están hablando de esta armonía del futuro; están hablando del orden como se piensa en nuestra sociedad presente. Así que veamos qué es este orden que la anarquía quiere destruir.
Orden hoy — lo que ellos quieren decir con orden — es nueve décimos de la humanidad trabajando para proveer de lujos, placer y satisfacción a las más desagradables pasiones para un puñado de ociosos.
Orden es nueve décimos siendo privados de todo lo que es condición necesaria para una vida decente, para el desarrollo razonable de las facultades intelectuales. Reducir a nueve décimos de la humanidad al estado de bestia de carga viviendo de día en día, sin nunca osar pensar en los placeres provistos al hombre por el estudio científico y la creación artística — ¡eso es orden!
Orden es pobreza y hambruna vueltos el estado normal de la sociedad. Es el campesino irlandés muriendo de inanición; e los campesinos de un tercio de Rusia muriendo de disentería y tifus, y de hambre tras la escasez — en un tiempo en que el grano almacenado está siendo enviado al exterior. 
Es el pueblo de Italia reducido a abandonar su fértil campo y a vagar por Europa buscando túneles que cavar, donde arriesgan ser enterrados luego de existir sólo unos pocos meses. Es la tierra usurpada al campesino para criar animales para alimentar a los ricos; es la tierra abandonada y sin trabajar en vez de ser restaurada para quienes no piden más que cultivarla.
Orden es la mujer vendiéndose para alimentar a sus hijos, es el niño reducido a estar callado en una fábrica o a morir de inanición, es el trabajador reducido al estado de máquina. Es el fantasma del trabajador alzándose contra el rico, el fantasma del pueblo alzándose contra el gobierno.
Orden es una minoría infinitesimal elevada a posiciones de poder, que por esta razón se impone sobre la mayoría y que cría a sus hijos para ocupar las mismas posiciones más tarde de modo de mantener los mismos privilegios mediante el engaño, la corrupción, la violencia y la matanza.
Orden es la continua guerra de hombre contra hombre, oficio contra oficio, clase contra clase, país contra país. Es el cañón cuyo rugido nunca cesa en Europa, es el campo abandonado, el sacrificio de generaciones completas en el campo de batalla, la destrucción en un solo año de la riqueza construida en siglos de duro trabajo.
Orden es esclavitud, el pensamiento encadenado, la degradación de la especie humana mantenida por la espada y el látigo. Es la repentina muerte por una explosión o la muerte lenta por sofoco de cientos de mineros que estallan o son enterrados cada año por la codicia de sus patrones — y son fusilados tan pronto como osan quejarse.
Finalmente, orden es la Comuna de París, ahogada en sangre. Es la muerte de treinta mil hombres, mujeres y niños, cortados en pedazos por proyectiles, fusilados, enterrados en cal viva tras las calles de París. Es el rostro de la juventud de Rusia, encerrada en prisiones, enterrada en las nieves de Siberia, y — en el caso de los mejores, los más puros, y los más devotos — estrangulados en el nudo corredizo de la horca. ¡Eso es orden! Y desorden — ¿a qué le llaman ellos desorden?
Es el alzamiento del pueblo contra este vergonzoso orden, rasgando sus ataduras, rompiendo sus cadenas y avanzando a un futuro mejor. Es los más gloriosos actos en la historia de la humanidad.
Es la rebelión del pensamiento en la víspera de la revolución; es la derrota de hipótesis sancionadas por siglos inmutables; es la ruptura de un torrente de ideas nuevas, o de osados inventos, es la solución de problemas científicos. Desorden es la abolición de la esclavitud ancestral, es el surgimiento de las comunas, la abolición de la servidumbre feudal, los intentos de abolición de la servidumbre económica.
Desorden es las revueltas campesinas contra sacerdotes y terratenientes, quemando castillos para hacer espacio para cabañas, abandonando los antros para tomar su lugar al sol. Es Francia aboliendo la monarquía y asestando un golpe mortal a la servidumbre en toda la Europa occidental.
Desorden es 1848 haciendo temblar a los reyes, y proclamando el derecho al trabajo. Es el pueblo de París luchando por una nueva idea y, cuando muere en las masacres, dejando a la humanidad la idea de la comuna libre, y abriendo el camino hacia la revolución que podemos sentir aproximándose y que será la Revolución Social.
Desorden — lo que ellos llaman desorden — es períodos durante los que generaciones completas mantienen una lucha sin cesar y se sacrifican por preparar a la humanidad para una existencia mejor, por deshacerse de la esclavitud pasada. Es períodos durante los que el genio popular toma libre vuelo y en unos pocos años hace gigantes avances sin los cuales el hombre habría seguido en el estado de esclavo ancestral, una cosa rastrera, degradado por la pobreza.
Desorden es el estallido de las más finas pasiones y los más grandes sacrificios, ¡es la épica del supremo amor a la humanidad!
La palabra anarquía, que implica la negación de este orden e invoca el recuerdo de los mejores momentos en las vidas de los pueblos — ¿no está bien escogido para un bando que avanza hacia la conquista de un mejor futuro?

Piotr Kropotkin

Malatesta sobre el fascismo al poder (1922, 1923)

 Traducción al castellano: @rebeldealegre

Tres textos breves de Malatesta sobre el fenómeno autoritario en acción: «Mussolini al poder» (1922), «La situación» (1922) y «Por qué el fascismo vence» (1923).


Mussolini al poder
«Mussolini al potere» Umanità Nova año III, n° 195, 25 de noviembre de 1922

En la culminación de una larga serie de crímenes, el fascismo se ha establecido finalmente en el gobierno.

Y Mussolini, el Duce, sólo por distinguirse, ha comenzado por tratar a los miembros del parlamento como un patrón insolente trataría a siervos estúpidos y holgazanes.

El parlamento, que había de ser "el paladín de la libertad", ha dado su medida.

Esto nos deja perfectamente indiferentes. Entre un matón que amenaza e insulta, porque así se siente seguro, y una banda de cobardes que parece deleitarse en su degradación, no tenemos que escoger. Constatamos solamente — y no sin vergüenza — qué tipo de personas es la que domina y del yugo de quién no podemos escapar.

¿Pero cuál es el significado, cuál el alcance, cuál el resultado probable de este nuevo modo de arribar al poder en nombre y al servicio del rey, violando la constitución que el rey había jurado respetar y defender?

Aparte de las poses de querer parecer napoleónico y que no son más que poses de operetta, cuando no son actuaciones de jefe bandolero, creemos que en el fondo nada habrá cambiado, excepto, por un tiempo, mayor presión de la policía contra los subversivos y contra los trabajadores. Una nueva edición de Crispi y Pelloux, ¡siempre es la vieja historia del bandido que se vuelve policía!

La burguesía, amenazada por la marea proletaria, incapaz de resolver los problemas urgentes de la guerra, impotente de defenderse con el método tradicional de la represión legal, se veía perdida y habría recibido con alegría a cualquier militar que fuese declarado dictador y que hubiese ahogado en sangre cualquier intento de reconquista. Pero en esos momentos, en la inmediata  posguerra, la cosa era demasiado peligrosa, y podía precipitar la revolución en vez de abatirla. En cualquier caso, el general salvador no salió, o no resultó de la parodia. En vez salió de los aventureros que, habiendo hallado en los partidos subversivos campo suficiente para sus ambiciones y sus deseos, pensaron especular con el miedo de la burguesía ofreciéndoles, como compensación adecuada, el socorro de la fuerza irregular que, asegurada la impunidad, podía abandonarse a todo exceso contra los trabajadores sin comprometer directamente la responsabilidad de los presuntos beneficiarios de la violencia cometida. Y la burguesía acepta, rápido, pagan su concurso: el gobierno oficial, o al menos algunos de los agentes del gobierno, piensan en darles armas, en ayudarles en un ataque cuando estaban a punto de perder, en garantizar su impunidad y en desarmar a previamente a los que debían ser atacados. Los trabajadores no supieron oponer la violencia a la violencia porque habían sido educados para creer en la ley, y porque, aún cuando todas las ilusiones se habían vuelto imposibles y los incendios y asesinatos se multiplicaron ante la mirada benévola de las autoridades, los hombres en quienes confiaban habían predicado la paciencia, la calma, la belleza y la sabiduría de hacerse golpear “heroicamente” sin resistir —y por lo tanto fueron vencidos y ofendidos sus bienes, sus personas, su dignidad, sus afectos más sagrados. Tal vez, cuando todas las instituciones obreras sean destruidas, las organizaciones disueltas, los hombres más odiados y considerados más peligrosos asesinados o encarcelados o reducidos a la impotencia, la burguesía y el gobierno pretenda poner fin a la nueva guardia pretoriana que ahora aspira a convertirse en amos de quienes antes habían servido. Pero ya es demasiado tarde. Los fascistas ahora son los más fuertes y quieren que se les pague por sus servicios.

Y la burguesía pagará, por supuesto, buscará pagar apoyada sobre los hombros del proletariado.

En conclusión, miseria aumentada, opresión aumentada.

En cuanto a nosotros, sólo tenemos que continuar nuestra batalla, siempre llenos de fe, llenos de entusiasmo. Sabemos que nuestro camino está sembrado de tribulaciones, pero lo escogimos consciente y voluntariamente, y no tenemos ninguna razón para abandonarlo. Así que sabemos que todos quienes tienen un sentido de dignidad y compasión humana y quieren dedicarse a la lucha por el bien de todos, deben estar preparados para todas las desilusiones, todo el dolor, todos los sacrificios.

Ya que nunca faltan los que se dejan deslumbrar por las apariencias de la fuerza y siempre tienen algún tipo de admiración secreta por el vencedor, también hay subversivos que dicen que “los fascistas nos han enseñado cómo hacer una revolución.”

No, los fascistas no nos enseñaron nada.

Hicieron la revolución, si revolución le quieren llamar, con permiso de sus superiores y al servicio de sus superiores.

Traicionar a los amigos, renegar todos los días de las ideas profesadas ayer, si así conviene a la propia ventaja ponerse al servicio del patrón, asegurar el consentimiento de las autoridades políticas y judiciales, desarmar con la policía a los oponentes para luego atacarlos en diez contra uno, prepararse militarmente sin necesidad de ocultarse, incluso recibiendo armas del gobierno, además de vehículos y objetos de cuartel, y luego ser llamado por el rey y ponerse bajo la protección de dios… son todas cosas que no podríamos y no querríamos hacer. Y son todas cosas que habíamos dicho que ocurrirían el día en que la burguesía se sintiera seriamente amenazada.

En vez, el ascenso del fascismo debe ser una lección para los socialistas legalistas, quienes creían, y ¡ay! aún creen que podemos derrocar a la burguesía por los votos de la mitad más uno de los votantes, y no quisieron creernos cuando les dijimos que si alguna vez alcanzaran una mayoría en el parlamento y quisieran — sólo por hacer suposiciones absurdas — implementar el socialismo mediante el parlamento, ¡les patearían el trasero!

*


La situación
«La situazione», Umanità Nova, año III, n° 196, Roma, 2 de diciembre de 1922

Mussolini sigue en el trono y el parlamento se arrastra más que nunca a sus pies.

Los plenos poderes han sido concedidos con la premura de siervos que compiten en bajeza. Mussolini había dicho: «dádmelos a mí o a nadie», y ninguno tuvo la dignidad de responder: Tómalos, pero no nos obliguen a interpretar el papel de patrones en la comedia, cuando somos siervos y nos complacemos de serlo.

Los mismos socialistas no han entendido que no pueden mantenerse dignamente en una asamblea que funciona bajo el terror de la porra, o de la disolución, y donde la oposición puede ser sólo una farsa.

La dictadura triunfa: dictadura de aventureros sin escrúpulos y sin ideales, que arribó al poder y permanece allí por la desorientación de las masas proletarias y por la ansiosa avaricia de la clase burguesa en busca de un salvador. Pero todos sienten que la situación es tal que no puede durar, y los conservadores más iluminados, mientras hacen los regalos necesarios al patrón del momento y engañan con cada palabra el pavor que les domina, demandan la restauración del «Estado liberal», es decir, volver a las mentiras constitucionales.

Los conservadores incluyen ciertamente todo el humor al demandar un régimen de libertad, aunque sea limitado, a personas que tienen la costumbre de imponer la propia voluntad con la porra, el aceite de ricino y, aún peor, a personas hechas antes desarmar prudentemente; pero a ellos no les preocupa la libertad. Lo que quieren es un régimen, cualquiera de los regímenes considerados constitucionales, que logre hacer creer al pueblo que es libre, y que asegure así a los propietarios y a los gobernantes el tranquilo gozo de sus privilegios.

El método con el que Mussolini ha llegado al poder no permite el engaño; y es esto lo que atormenta a las cándidas almas de los conservadores.

Mussolini, si logra consolidar su poder, hará ni más ni menos que lo que haría cualquier otro ministro: servirá a los intereses de la clase privilegiada… y se hará pagar por sus servicios. Pero no engañará a nadie con que él ha llegado al gobierno por la voluntad del pueblo. Su tiranía es demasiado reciente para poder esconder su origen: ¡quizás por esto su turbia consciencia le aconseja apelar a Dios!

De los proyectos y propósitos, reales o no, sinceros o menos, del nuevo gobierno no queremos ocuparnos. Es siempre el usual remastique de viejos engaños, el viejo intento de arreglar con una mano de pintura una casa que se derrumba.

Para nosotros el único cambio importante es este: Fuimos hostiles al gobierno porque el gobierno no es sino el defensor armado de todas las injusticias sociales, el creador de nuevas injusticias, el enemigo de la libertad, el obstáculo material sobre el camino de la civilidad. Y fuimos hostiles al fascismo porque es un movimiento que pretende defender los privilegios burgueses, impedir el ascenso proletario, sofocar toda aspiración a una sociedad más justa y más libre, y que se sirvió de medios brutales, feroces y viles para alcanzar sus objetivos.

Ahora gobierno y fascismo se han vuelto la misma cosa, y se conforman del mismo personal: por lo tanto, hay mayor posibilidad de duda que cuando esas dos fuerzas de la opresión parecían en desacuerdo entre sí.

Situación simplificada: tanto mejor. Tanto mejor si esto puede servir a reunir todas las fuerzas del progreso en la lucha contra la barbarie triunfante.



*


Por qué el fascismo vence

«Perché il fascismo vinse», Libero Accordo, 28 de agosto de 1923 


La fuerza material puede prevalecer sobre la fuerza moral, también puede destruir a la más elegante civilización si ésta no sabe defenderse con medios adecuados contra los retornos ofensivos de la barbarie.

Toda bestia feroz puede devorar a un gentilhombre, también a un genio, un Galileo o un Leonardo, si éste es tan ingenuo como para  creer que puede frenar a la bestia mostrándole una obra de arte o anunciándole un descubrimiento científico.



Pero la brutalidad difícilmente triunfa, y en todos los casos sus éxitos no han sido nunca generales y duraderos, si no logra conseguir cierto consentimiento moral, si los hombres civiles la reconocen por lo que es, y si además impotentes en develarla la rehuyen como a una cosa inmunda y repugnante.


El fascismo que compendia en sí toda la reacción y reclama en vida toda la ferocidad atávica dormida, ha vencido porque ha tenido el apoyo financiero de la gran burguesía y la ayuda material de varios gobiernos que quisieron servir contra la apremiante amenaza proletaria; ha vencido porque ha encontrado en su contra una masa cansada, desengañada y vuelta cobarde por una propaganda parlamentarista de cincuenta años; pero sobre todo ha vencido porque su violencia y sus crímenes han provocado el odio y la venganza de los ofendidos, pero no despertó la desaprobación, la indignación general, el horror moral que nos parece que debió nacer espontáneamente en cada alma gentil. 

Y lamentablemente no podrán éstas imponerse materialmente si antes no hay una revuelta moral.


Digámoslo francamente, por doloroso que sea el constatarlo. Fascistas también hay fuera del partido fascista, hay en todas las clases y en todos los partidos: hay gente de todo el mundo que no siendo fascistas, incluso siendo anti-fascistas, tienen el alma fascista, el mismo deseo de abuso que distingue a los fascistas.


Ocurre, por ejemplo, de encontrar hombres que se dicen y se creen revolucionarios e incluso anarquistas que para solucionar una cuestión cualquiera afirman con orgulloso ceño que actuarán fascistamente, sin saber, o sabiendo también, que eso significa atacar, sin preocupación de justicia, cuando se está seguro de no correr peligro, o porque se es mucho más fuerte, porque se está armado contra un desarmado, o porque son varios contra uno, o porque se tiene la protección de la fuerza pública o porque se sabe que al violentado le repugna la denuncia — significa en fin actuar como camorrista y como policía. Lamentablemente es cierto, se puede actuar, y a menudo se actúa fascistamente sin necesidad de apuntarse  entre los fascistas: y no son ciertamente los que actúan así, o se proponen actuar fascistamente, los que podrán provocar la revuelta moral, el sentido de disgusto que matará al fascismo.


¿No vemos a los hombres de la Confederación, los D'Aragona, los Baldesi, los Colombino, etcétera, lamer los pies de los gobernantes fascistas, y luego seguir siendo considerados, también por sus adversarios políticos, como gentilhombres?


Estas consideraciones, que por lo demás hemos hecho muchas veces, que se vinieron a la mente leyendo un artículo de “L'Etruria Nuova” de Grosseto, y que nos hemos asombrado de ver cortésmente reproducido por “La Voce Repubblicana” del 22 de agosto. Es un artículo de “su valeroso director”, el buen Giuseppe Benci, el decano de los republicanos de la fuerte Maremma (para usar las palabras del “La Voce”), que nos parece un documento de bajeza moral, que explica por qué los fascistas han podido hacer en la Maremma lo que hicieron.

Son conocidas las hazañas de bandoleros de los fascistas en la desventurada Maremma. Allí, más que en otros lugares, han ventilado sus pasiones malvadas. Desde el asesinato brutal a golpes, de incendios y devastaciones, hasta tiranías menudas, las pequeñas vejaciones que humillan, los insultos que ofenden el sentido de dignidad humana, todo esto han cometido sin conocer límite, sin respetar a nadie aquellos sentimientos que, además de ser condición de todo vivir civil, son la base misma de la humanidad en cuanto se distingue de la más ínfima bestialidad

Y aquel fiero republicano de la Maremma habla en tono humilde  y los trata de “gente de fe” y mendiga para los republicanos su apoyo y casi su amistad, aduciendo los méritos patrióticos de los mismos republicanos.


Él “admite que el gobierno (el gobierno fascista) tiene el derecho a garantizarse el libre desarrollo de su acción” y deja entender que cuando los republicanos vayan al poder harán lo mismo. Y protesta que “nadie podrá admitir que de nosotros (a Grosseto) el partido republicano haya intentado con acto alguno obstaculizar la experiencia de la parte dominante” y se jacta de no haber impedido para nada la acción del gobierno retrayéndose hasta de las luchas electorales para esperar que el experimento se cumpla. Es decir, esperar que se cumpla el experimento de dominación sobre toda Italia por parte de aquella gente que ha torturado a la Maremma.


Si el estado de ánimo del señor Benci correspondiera al estado de ánimo de los republicanos y la suerte del gobierno fascista tuviera que depender de ellos, tendría razón Mussolini cuando dice que se quedará en el poder treinta años. Se podría también quedar trescientos.


Willful Disobedience: Guerra social por otros medios (2001)

Traducción al castellano: @rebeldealegre
The Northeastern Anarchist # 3, Otoño de 2001

Creo que fue Clausewitz quien dijo que la guerra es simplemente la continuación de la política por otros medios. Yo pienso que lo inverso es una expresión más cierta sobre la realidad social. La política es simplemente la guerra social llevada a cabo con medios menos sangrientos. Si consideramos que es siempre la clase dominante y sus lacayos quienes llaman a la paz social, demandando que los explotados y excluidos se abstengan de la violencia al lidiar con su condición social, se hace obvio que la paz social es simplemente parte de la estrategia de la guerra social. Por esta razón, el movimiento pacifista debe ser rechazado como modo de lidiar con el actual llamado de norteamérica a la guerra.

Examinando las relaciones reales del poder
El movimiento pacifista está basado en la ideología de la no-violencia, una postura moral pacifista que ignora la realidad de las relaciones sociales. En vez de examinar las relaciones reales del poder, de la dominación y la explotación, simplemente demanda que el Estado siga llevando a cabo sus funciones, pero sin violencia, sin derramamiento de sangre. ¿Pero cuáles son esas funciones? ¿No son acaso el mantenimiento del orden, la protección de la propiedad, la ejecución (selectiva, claro) del dominio de la ley? Y una actividad como tal puede solamente ser necesaria si hay quienes encuentran que este orden social no satisface sus necesidades, no les ofrece las vidas que desean, les pone en la posición de tener escoger entre la aceptación resignada de condiciones generalmente insoportables o el desafío de las reglas y una batalla constante de inteligencias o armas contra el mundo dominante. Pero estos excluidos no fueron los que  comenzaron esta guerra social.

Tras la papeleta está siempre la bala

La clase dominante siempre ha usado la violencia o la amenaza de violencia para atribuirse todas nuestras vidas. Si los regímenes democráticos han logrado crear un método más sofisticado de dominación participativa, esto no cambia el hecho de que tras la papeleta está siempre la bala para garantizar el mantenimiento de la paz social, es entonces claramente la cara pública de la guerra social lo que nos mantiene a la mayoría pasivamente en nuestros sitios clamando incluso estar contentos con esta obediencia que llamamos libertad. Así que ya sea que el Estado siga con sus actividades pacíficamente o mediante la violencia descarada, igual sigue llevando a cabo la política de la guerra social que nos mantiene en nuestro sitio.

La protesta pacifista se vuelve una farsa

A esta luz, la protesta pacifista se vuelve una farsa. La demanda para que el Estado norteamericano y los Estados del resto del mundo sigan con su actual ‘guerra al terrorismo’ asume pacíficamente que el Estado debe por cierto existir, y por ende que la violencia implícita en el presente orden social debe continuar — la violencia que asesina a millones a diario ya sea de inanición como en el norte de África y numerosos otros lugares, o de envenenamiento por polución y alimentos procesados, o accidentes laborales, o nuevas y cada vez más virulentas enfermedades, o la desolación espiritual de la cultura de mercado, o las balas de los perros guardianes uniformados del Estado. La actual ‘guerra al terrorismo’ no es más que la continuación de la política cotidiana de terror de baja intensidad usada por el Estado para garantizar que acatemos las normas. Poco importa si el Estado usa medios sangrientos o no sangrientos. El resultado es el mismo: nuestras vidas no nos pertenecen y morimos, tarde o temprano, sin nunca haber vivido realmente.

El pacifismo en últimas sirve a los fines del Estado

La oposición a la actual guerra puede solamente hacer sentido como oposición al orden social completo desde donde ha surgido. Tal oposición no puede brotar de un movimiento dedicado a la no-violencia. El pacifismo sirve en últimas a los fines del Estado al cegarnos de la naturaleza del Estado. Contra la violencia del terrorismo, la violencia de la guerra, la violencia del Estado, es necesario abrazar la violencia revolucionaria — la completa agitación de todas las relaciones sociales que mantienen la violencia institucional de quienes nos dominan. No queremos ni su guerra, ni su paz, sino su destrucción.

CONTRA EL PACIFISMO 

CONTRA EL MILITARISMO

CONTRA EL TERRORISMO 

CONTRA EL ESTADO

Virgilia D'Andrea: Los vencidos que no mueren (1932)


Traducción al castellano: @rebeldealegre
Virgilia D'Andrea (1888—1933), anarquista y poeta italiana, escribe este bello texto para Umanità Nova en 1932.


Anarquía significa la destrucción de la miseria, el odio, la superstición, y la abolición de la opresión del hombre por el hombre; es decir, la abolición del gobierno y el monopolio de la propiedad.
 
La individualidad humana es un mundo profundo y misterioso que puede encerrar en sí toda visión de nuevos horizontes de variados y distintos sentimientos y afectos; por lo tanto el individuo, esta parte vital de la vasta armonía universal, debe poder dar libre escape a sus propias inspiraciones, debe tener la oportunidad de intentar toda vía que vea plena de luz y promesa. Debe ser libre de desarrollar sus actividades, inclinaciones y capacidades, sus energías a veces esotéricas, que siente palpitar en sí, todas ellas mutables en el espacio y el tiempo. Debe sentirse árbitro de su propio destino y dirigir el timón de su propia existencia hacia el puerto que sea el supremo sueño de su vida.
 
Los gobiernos, las religiones, las patrias, la moralidad, en sus propios intereses, no solo no reconocen aspiración individual alguna, sino que las violan y sacrifican. Los gobiernos oprimen al individuo. Las religiones obstruyen sus facultades racionales. Las patrias le empujan hacia el cataclismo y vórtice de la guerra. La moral le sofoca con imposiciones y deberes que están en contraste directo con sus necesidades e inclinaciones naturales. Estamos convencidos de que el ser humano jamás será liberado si está atado espiritualmente a los prejuicios de dioses, moralidades o cualquier forma de dominación o subyugación. Por ende, nuestra lucha es por liberarle de las garras de estas terribles restricciones intelectuales y económicas. Nos rebelamos contra la sociedad que despóticamente clama el derecho criminal de disponer de sus miembros.
 
El ser humano debe cambiar radicalmente las nociones que han sido clavadas en su cerebro con el martillo del hábito y de siglos de esclavitud, tales como: “Sin jefes nadie trabajaría,” “Nada florece sin Dios,” y “La vida social es imposible sin gobierno.”
 
Todo lo que es bello y grandioso es logrado por la peligrosa marcha de la humanidad, y siempre contra Dios, amos y gobierno.
 
La llama del pensamiento, la magnificencia del arte, los descubrimientos maravillosos, la audacia de las invenciones pertenecen a períodos revolucionarios, cuando la humanidad, cansada de las cadenas de sus restricciones, las destroza, y se detiene ebria para respirar la brisa del más vasto y libre horizonte.
 
A quienes afirman que sin gobierno, legislación y represión, necesarios para que la ley se respete y los transgresores sean castigados, habrá desorden y delincuencia, les contesto: Miren a su alrededor, ¿no pueden ver el temible desorden en todo dominio de la vida social. Desorden que reina a pesar de la autoridad que gobierna y de la ley que reprime? ¿No pueden ver que el incremento de regulaciones hace a la legislación más severa, el dominio de la represión se extiende, y la inmoralidad, la humillación, los crímenes y las faltas se multiplican? Y el espectáculo de injusticias, tan repugnantes, está ante nosotros, torturando nuestra alma y nuestra vida.
 
La toma del poder, el contacto con él, el apoyarlo, bajo cualquier pretexto de bandera, celebridad, homenaje a un espejismo o principio, a pesar de toda apariencia, a pesar de las trilladas y repetidas fórmulas, traen degeneración en todo tiempo y lugar, a personas, grupos y partidos. Lejos de ser estímulo del progreso, se vuelven fuerzas del conservadurismo. Y pronto, puesto que el mundo marcha independiente de éstos, se tornan en causas de reacción. El poder usa lo peor en el ser humano y lo peor entre los seres humanos; eleva, premia y exalta al vil y al servil, y odia y castiga la independencia y dignidad personal.
 
Nos preguntan: ¿Cuándo dominarán los anarquistas? Dominaremos nunca. Hasta el momento (su lejanía depende de cuán distantes estén vosotros de nosotros) de la realización de una sociedad basada en contratos libres y voluntarios, en la que nadie pueda imponer su voluntad sobre otros porque la asociación será libre y ocupada en el crecimiento y desarrollo en vez de en el sacrificio del individuo, estaremos siempre en nuestro lugar, junto a quienes, como nosotros, no quieren ser oprimidos, ni oprimir, y quienes quieren hacer avanzar a quienes son oprimidos. Seguiremos fuera de todo gobierno y contra todo gobierno para indicarle a las personas la vía a su propia liberación, donde tomarán en sus propias manos su propio bien y felicidad.
 
Nos preguntan nuevamente: ¿No serán entonces siempre vencidos? No! Es sólo que no nos engañamos con que para vencer debamos tomar el lugar del dominador vencido. Aún si la Anarquía no puede realizarse hoy, mañana, o tras siglos, lo esencial para nosotros es marchar hacia la anarquía hoy, mañana y siempre. Todo golpe a la institución de la propiedad privada o al gobierno; toda exposición de sus mentiras, toda actividad humana que pueda quitársele al control de la autoridad, todo esfuerzo por elevar la consciencia de las personas incrementando el espíritu de iniciativa y solidaridad, es un paso hacia la anarquía.
 
Requerimos discriminar entre progreso real hacia nuestro ideal y no confundirlo con reformas legales hipócritas, que, bajo el pretexto de la mejora inmediata, distrae a las personas de la lucha contra la autoridad y tiende a paralizar sus actividades, con la esperanza de que algo puede lograrse con la bondad de amos y gobiernos.


Virgilia D’Andrea, anarquista y poeta italiana.
Virgilia D’Andrea, anarquista y poeta italiana.