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Malatesta sobre el fascismo al poder (1922, 1923)

 Traducción al castellano: @rebeldealegre

Tres textos breves de Malatesta sobre el fenómeno autoritario en acción: «Mussolini al poder» (1922), «La situación» (1922) y «Por qué el fascismo vence» (1923).


Mussolini al poder
«Mussolini al potere» Umanità Nova año III, n° 195, 25 de noviembre de 1922

En la culminación de una larga serie de crímenes, el fascismo se ha establecido finalmente en el gobierno.

Y Mussolini, el Duce, sólo por distinguirse, ha comenzado por tratar a los miembros del parlamento como un patrón insolente trataría a siervos estúpidos y holgazanes.

El parlamento, que había de ser "el paladín de la libertad", ha dado su medida.

Esto nos deja perfectamente indiferentes. Entre un matón que amenaza e insulta, porque así se siente seguro, y una banda de cobardes que parece deleitarse en su degradación, no tenemos que escoger. Constatamos solamente — y no sin vergüenza — qué tipo de personas es la que domina y del yugo de quién no podemos escapar.

¿Pero cuál es el significado, cuál el alcance, cuál el resultado probable de este nuevo modo de arribar al poder en nombre y al servicio del rey, violando la constitución que el rey había jurado respetar y defender?

Aparte de las poses de querer parecer napoleónico y que no son más que poses de operetta, cuando no son actuaciones de jefe bandolero, creemos que en el fondo nada habrá cambiado, excepto, por un tiempo, mayor presión de la policía contra los subversivos y contra los trabajadores. Una nueva edición de Crispi y Pelloux, ¡siempre es la vieja historia del bandido que se vuelve policía!

La burguesía, amenazada por la marea proletaria, incapaz de resolver los problemas urgentes de la guerra, impotente de defenderse con el método tradicional de la represión legal, se veía perdida y habría recibido con alegría a cualquier militar que fuese declarado dictador y que hubiese ahogado en sangre cualquier intento de reconquista. Pero en esos momentos, en la inmediata  posguerra, la cosa era demasiado peligrosa, y podía precipitar la revolución en vez de abatirla. En cualquier caso, el general salvador no salió, o no resultó de la parodia. En vez salió de los aventureros que, habiendo hallado en los partidos subversivos campo suficiente para sus ambiciones y sus deseos, pensaron especular con el miedo de la burguesía ofreciéndoles, como compensación adecuada, el socorro de la fuerza irregular que, asegurada la impunidad, podía abandonarse a todo exceso contra los trabajadores sin comprometer directamente la responsabilidad de los presuntos beneficiarios de la violencia cometida. Y la burguesía acepta, rápido, pagan su concurso: el gobierno oficial, o al menos algunos de los agentes del gobierno, piensan en darles armas, en ayudarles en un ataque cuando estaban a punto de perder, en garantizar su impunidad y en desarmar a previamente a los que debían ser atacados. Los trabajadores no supieron oponer la violencia a la violencia porque habían sido educados para creer en la ley, y porque, aún cuando todas las ilusiones se habían vuelto imposibles y los incendios y asesinatos se multiplicaron ante la mirada benévola de las autoridades, los hombres en quienes confiaban habían predicado la paciencia, la calma, la belleza y la sabiduría de hacerse golpear “heroicamente” sin resistir —y por lo tanto fueron vencidos y ofendidos sus bienes, sus personas, su dignidad, sus afectos más sagrados. Tal vez, cuando todas las instituciones obreras sean destruidas, las organizaciones disueltas, los hombres más odiados y considerados más peligrosos asesinados o encarcelados o reducidos a la impotencia, la burguesía y el gobierno pretenda poner fin a la nueva guardia pretoriana que ahora aspira a convertirse en amos de quienes antes habían servido. Pero ya es demasiado tarde. Los fascistas ahora son los más fuertes y quieren que se les pague por sus servicios.

Y la burguesía pagará, por supuesto, buscará pagar apoyada sobre los hombros del proletariado.

En conclusión, miseria aumentada, opresión aumentada.

En cuanto a nosotros, sólo tenemos que continuar nuestra batalla, siempre llenos de fe, llenos de entusiasmo. Sabemos que nuestro camino está sembrado de tribulaciones, pero lo escogimos consciente y voluntariamente, y no tenemos ninguna razón para abandonarlo. Así que sabemos que todos quienes tienen un sentido de dignidad y compasión humana y quieren dedicarse a la lucha por el bien de todos, deben estar preparados para todas las desilusiones, todo el dolor, todos los sacrificios.

Ya que nunca faltan los que se dejan deslumbrar por las apariencias de la fuerza y siempre tienen algún tipo de admiración secreta por el vencedor, también hay subversivos que dicen que “los fascistas nos han enseñado cómo hacer una revolución.”

No, los fascistas no nos enseñaron nada.

Hicieron la revolución, si revolución le quieren llamar, con permiso de sus superiores y al servicio de sus superiores.

Traicionar a los amigos, renegar todos los días de las ideas profesadas ayer, si así conviene a la propia ventaja ponerse al servicio del patrón, asegurar el consentimiento de las autoridades políticas y judiciales, desarmar con la policía a los oponentes para luego atacarlos en diez contra uno, prepararse militarmente sin necesidad de ocultarse, incluso recibiendo armas del gobierno, además de vehículos y objetos de cuartel, y luego ser llamado por el rey y ponerse bajo la protección de dios… son todas cosas que no podríamos y no querríamos hacer. Y son todas cosas que habíamos dicho que ocurrirían el día en que la burguesía se sintiera seriamente amenazada.

En vez, el ascenso del fascismo debe ser una lección para los socialistas legalistas, quienes creían, y ¡ay! aún creen que podemos derrocar a la burguesía por los votos de la mitad más uno de los votantes, y no quisieron creernos cuando les dijimos que si alguna vez alcanzaran una mayoría en el parlamento y quisieran — sólo por hacer suposiciones absurdas — implementar el socialismo mediante el parlamento, ¡les patearían el trasero!

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La situación
«La situazione», Umanità Nova, año III, n° 196, Roma, 2 de diciembre de 1922

Mussolini sigue en el trono y el parlamento se arrastra más que nunca a sus pies.

Los plenos poderes han sido concedidos con la premura de siervos que compiten en bajeza. Mussolini había dicho: «dádmelos a mí o a nadie», y ninguno tuvo la dignidad de responder: Tómalos, pero no nos obliguen a interpretar el papel de patrones en la comedia, cuando somos siervos y nos complacemos de serlo.

Los mismos socialistas no han entendido que no pueden mantenerse dignamente en una asamblea que funciona bajo el terror de la porra, o de la disolución, y donde la oposición puede ser sólo una farsa.

La dictadura triunfa: dictadura de aventureros sin escrúpulos y sin ideales, que arribó al poder y permanece allí por la desorientación de las masas proletarias y por la ansiosa avaricia de la clase burguesa en busca de un salvador. Pero todos sienten que la situación es tal que no puede durar, y los conservadores más iluminados, mientras hacen los regalos necesarios al patrón del momento y engañan con cada palabra el pavor que les domina, demandan la restauración del «Estado liberal», es decir, volver a las mentiras constitucionales.

Los conservadores incluyen ciertamente todo el humor al demandar un régimen de libertad, aunque sea limitado, a personas que tienen la costumbre de imponer la propia voluntad con la porra, el aceite de ricino y, aún peor, a personas hechas antes desarmar prudentemente; pero a ellos no les preocupa la libertad. Lo que quieren es un régimen, cualquiera de los regímenes considerados constitucionales, que logre hacer creer al pueblo que es libre, y que asegure así a los propietarios y a los gobernantes el tranquilo gozo de sus privilegios.

El método con el que Mussolini ha llegado al poder no permite el engaño; y es esto lo que atormenta a las cándidas almas de los conservadores.

Mussolini, si logra consolidar su poder, hará ni más ni menos que lo que haría cualquier otro ministro: servirá a los intereses de la clase privilegiada… y se hará pagar por sus servicios. Pero no engañará a nadie con que él ha llegado al gobierno por la voluntad del pueblo. Su tiranía es demasiado reciente para poder esconder su origen: ¡quizás por esto su turbia consciencia le aconseja apelar a Dios!

De los proyectos y propósitos, reales o no, sinceros o menos, del nuevo gobierno no queremos ocuparnos. Es siempre el usual remastique de viejos engaños, el viejo intento de arreglar con una mano de pintura una casa que se derrumba.

Para nosotros el único cambio importante es este: Fuimos hostiles al gobierno porque el gobierno no es sino el defensor armado de todas las injusticias sociales, el creador de nuevas injusticias, el enemigo de la libertad, el obstáculo material sobre el camino de la civilidad. Y fuimos hostiles al fascismo porque es un movimiento que pretende defender los privilegios burgueses, impedir el ascenso proletario, sofocar toda aspiración a una sociedad más justa y más libre, y que se sirvió de medios brutales, feroces y viles para alcanzar sus objetivos.

Ahora gobierno y fascismo se han vuelto la misma cosa, y se conforman del mismo personal: por lo tanto, hay mayor posibilidad de duda que cuando esas dos fuerzas de la opresión parecían en desacuerdo entre sí.

Situación simplificada: tanto mejor. Tanto mejor si esto puede servir a reunir todas las fuerzas del progreso en la lucha contra la barbarie triunfante.



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Por qué el fascismo vence

«Perché il fascismo vinse», Libero Accordo, 28 de agosto de 1923 


La fuerza material puede prevalecer sobre la fuerza moral, también puede destruir a la más elegante civilización si ésta no sabe defenderse con medios adecuados contra los retornos ofensivos de la barbarie.

Toda bestia feroz puede devorar a un gentilhombre, también a un genio, un Galileo o un Leonardo, si éste es tan ingenuo como para  creer que puede frenar a la bestia mostrándole una obra de arte o anunciándole un descubrimiento científico.



Pero la brutalidad difícilmente triunfa, y en todos los casos sus éxitos no han sido nunca generales y duraderos, si no logra conseguir cierto consentimiento moral, si los hombres civiles la reconocen por lo que es, y si además impotentes en develarla la rehuyen como a una cosa inmunda y repugnante.


El fascismo que compendia en sí toda la reacción y reclama en vida toda la ferocidad atávica dormida, ha vencido porque ha tenido el apoyo financiero de la gran burguesía y la ayuda material de varios gobiernos que quisieron servir contra la apremiante amenaza proletaria; ha vencido porque ha encontrado en su contra una masa cansada, desengañada y vuelta cobarde por una propaganda parlamentarista de cincuenta años; pero sobre todo ha vencido porque su violencia y sus crímenes han provocado el odio y la venganza de los ofendidos, pero no despertó la desaprobación, la indignación general, el horror moral que nos parece que debió nacer espontáneamente en cada alma gentil. 

Y lamentablemente no podrán éstas imponerse materialmente si antes no hay una revuelta moral.


Digámoslo francamente, por doloroso que sea el constatarlo. Fascistas también hay fuera del partido fascista, hay en todas las clases y en todos los partidos: hay gente de todo el mundo que no siendo fascistas, incluso siendo anti-fascistas, tienen el alma fascista, el mismo deseo de abuso que distingue a los fascistas.


Ocurre, por ejemplo, de encontrar hombres que se dicen y se creen revolucionarios e incluso anarquistas que para solucionar una cuestión cualquiera afirman con orgulloso ceño que actuarán fascistamente, sin saber, o sabiendo también, que eso significa atacar, sin preocupación de justicia, cuando se está seguro de no correr peligro, o porque se es mucho más fuerte, porque se está armado contra un desarmado, o porque son varios contra uno, o porque se tiene la protección de la fuerza pública o porque se sabe que al violentado le repugna la denuncia — significa en fin actuar como camorrista y como policía. Lamentablemente es cierto, se puede actuar, y a menudo se actúa fascistamente sin necesidad de apuntarse  entre los fascistas: y no son ciertamente los que actúan así, o se proponen actuar fascistamente, los que podrán provocar la revuelta moral, el sentido de disgusto que matará al fascismo.


¿No vemos a los hombres de la Confederación, los D'Aragona, los Baldesi, los Colombino, etcétera, lamer los pies de los gobernantes fascistas, y luego seguir siendo considerados, también por sus adversarios políticos, como gentilhombres?


Estas consideraciones, que por lo demás hemos hecho muchas veces, que se vinieron a la mente leyendo un artículo de “L'Etruria Nuova” de Grosseto, y que nos hemos asombrado de ver cortésmente reproducido por “La Voce Repubblicana” del 22 de agosto. Es un artículo de “su valeroso director”, el buen Giuseppe Benci, el decano de los republicanos de la fuerte Maremma (para usar las palabras del “La Voce”), que nos parece un documento de bajeza moral, que explica por qué los fascistas han podido hacer en la Maremma lo que hicieron.

Son conocidas las hazañas de bandoleros de los fascistas en la desventurada Maremma. Allí, más que en otros lugares, han ventilado sus pasiones malvadas. Desde el asesinato brutal a golpes, de incendios y devastaciones, hasta tiranías menudas, las pequeñas vejaciones que humillan, los insultos que ofenden el sentido de dignidad humana, todo esto han cometido sin conocer límite, sin respetar a nadie aquellos sentimientos que, además de ser condición de todo vivir civil, son la base misma de la humanidad en cuanto se distingue de la más ínfima bestialidad

Y aquel fiero republicano de la Maremma habla en tono humilde  y los trata de “gente de fe” y mendiga para los republicanos su apoyo y casi su amistad, aduciendo los méritos patrióticos de los mismos republicanos.


Él “admite que el gobierno (el gobierno fascista) tiene el derecho a garantizarse el libre desarrollo de su acción” y deja entender que cuando los republicanos vayan al poder harán lo mismo. Y protesta que “nadie podrá admitir que de nosotros (a Grosseto) el partido republicano haya intentado con acto alguno obstaculizar la experiencia de la parte dominante” y se jacta de no haber impedido para nada la acción del gobierno retrayéndose hasta de las luchas electorales para esperar que el experimento se cumpla. Es decir, esperar que se cumpla el experimento de dominación sobre toda Italia por parte de aquella gente que ha torturado a la Maremma.


Si el estado de ánimo del señor Benci correspondiera al estado de ánimo de los republicanos y la suerte del gobierno fascista tuviera que depender de ellos, tendría razón Mussolini cuando dice que se quedará en el poder treinta años. Se podría también quedar trescientos.