Traducción al castellano: @rebeldealegre
Del libro: «Errico Malatesta, Armando Broghi e compagni davanti ai giurati di Milano» [E.M., A.B. y compañeros ante el jurado de Milán] de 1921 que relata todo el proceso judicial — y los discursos en defensa de la anarquía de Malatesta y Borghi —tras los cuales fueron absueltos. La historia detrás de este proceso puede leerse en la narración de Luigi Fabbri (pág. 98-102) en «Vida de Malatesta»
Señores de la Corte, jurado civil!
Los juicios han sido siempre uno de nuestros mejores medios de propaganda. Y el banco de los acusados ha sido la más eficiente y, permítanme decirlo, la más gloriosa de nuestras tribunas. Yo no habría perdido la ocasión de exponer ante ustedes una larga exposición del programa anarquista, sea para el público, sea con la esperanza de convertir a uno de vosotros al anarquismo, alentado por la esperanza de aquello que sucedió en Trani, cuando pasé por la Corte d'assise [1875]. Once jurados no sólo me absolvieron, sino que acudieron inmediatamente a inscribirse en las filas de nuestra asociación, en las filas de la Asociación Internacional de Trabajadores. ¿Pero qué hacer? El fiscal público, al cual presento mi agradecimiento y la certificación de mi admiración, el fiscal público me ha hecho mal servicio; me ha cortado el pasto bajo mis pies. Como son las cosas ahora, si hiciese un gran discurso, me pareceré a aquel viejo caballero que se viste de acero, se pone su mejor armadura, baja su visera y salta sobre el más fiero de sus caballos de batalla para ir al mercado a comprar un kilo de rábanos! No diré más. Solamente aprovecharé la ocasión para decir algo no en interés nuestro, no en el interés de mis compañeros, sino en el interés de la comunidad, en el interés de esta Italia que se nos acusa de no amar sólo porque deseamos que esté en términos fraternos con todas las otras naciones, sólo porque aparte de amar a las personas de Italia, amamos a las personas de toda la humanidad, una concepción internacionalista y cosmopolita que por cierto fue alguna vez admitida y sentida por todos los luchadores, por todos los héroes, todos los mártires del Risorgimento italiano, quienes habiendo superado la idea limitada de patria, corrieron a todas partes del mundo a derramar su sangre en todas las batallas donde se elevara la bandera de la libertad.
Los juicios han sido siempre uno de nuestros mejores medios de propaganda. Y el banco de los acusados ha sido la más eficiente y, permítanme decirlo, la más gloriosa de nuestras tribunas. Yo no habría perdido la ocasión de exponer ante ustedes una larga exposición del programa anarquista, sea para el público, sea con la esperanza de convertir a uno de vosotros al anarquismo, alentado por la esperanza de aquello que sucedió en Trani, cuando pasé por la Corte d'assise [1875]. Once jurados no sólo me absolvieron, sino que acudieron inmediatamente a inscribirse en las filas de nuestra asociación, en las filas de la Asociación Internacional de Trabajadores. ¿Pero qué hacer? El fiscal público, al cual presento mi agradecimiento y la certificación de mi admiración, el fiscal público me ha hecho mal servicio; me ha cortado el pasto bajo mis pies. Como son las cosas ahora, si hiciese un gran discurso, me pareceré a aquel viejo caballero que se viste de acero, se pone su mejor armadura, baja su visera y salta sobre el más fiero de sus caballos de batalla para ir al mercado a comprar un kilo de rábanos! No diré más. Solamente aprovecharé la ocasión para decir algo no en interés nuestro, no en el interés de mis compañeros, sino en el interés de la comunidad, en el interés de esta Italia que se nos acusa de no amar sólo porque deseamos que esté en términos fraternos con todas las otras naciones, sólo porque aparte de amar a las personas de Italia, amamos a las personas de toda la humanidad, una concepción internacionalista y cosmopolita que por cierto fue alguna vez admitida y sentida por todos los luchadores, por todos los héroes, todos los mártires del Risorgimento italiano, quienes habiendo superado la idea limitada de patria, corrieron a todas partes del mundo a derramar su sangre en todas las batallas donde se elevara la bandera de la libertad.
Ustedes saben que en Italia en este momento hay una guerra que, por una rareza de nuestro diccionario, se llama civil, precisamente porque es incivilizada y salvaje. En Italia hay una situación tal, que retornamos a la noche oscura y sanguinaria del Medioevo. Italia está llena de masacres, está llena de sangre, está llena de luchas. Madres, hijas, y esposas lloran, ¿y por qué? Por una lucha sin propósito. Ustedes saben que yo soy revolucionario. Estoy por la insurrección; yo estoy además por la violencia cuando la violencia puede servir a una buena causa. Pero la violencia ciega, la violencia estúpida, la violencia feroz que hoy aflige a Italia, bien, es una violencia que debe desaparecer o de otra forma Italia dejará de ser una nación civilizada.
Señores del jurado, ustedes darán el veredicto que vuestra conciencia dicte; a mí no me importa mucho; estoy endurecido en la lucha como para que me impresione un poco de cárcel: si dictan un veredicto de condena, yo diré que han cometido un error judicial, pero no pensaré que han cometido conscientemente un acto deliberado de injusticia. Les tendré en igual estima, pues estaré seguro que su consciencia dictó el veredicto. Pero soy un optimista, yo no creo que haya hombres que hagan el mal por el mal, o si existe alguno, aquel pertenece más al psiquiatra que a juzgar crímenes. De todos modos, no todos piensan como yo. Si dictan un veredicto de condena, nuestros amigos, por espíritu de partido, por el excesivo afecto que tienen por nosotros, lo interpretarán como un veredicto de clase, lo interpretarán como una injusticia deliberada y habrán ustedes plantado una nueva semilla de odio y rencor. No lo hagan.
Señores del jurado: Esta lucha civil repugna a todos; repugna a todos por el sentimiento elemental de humanidad común y porque no es buena para nadie, para ninguna clase, para ningún partido. No es buena para los patrones, los capitalistas que necesitan del orden para sus industrias y comercios. No es buena para los proletarios que deben trabajar para poder vivir y deben prepararse para la elevación mediante la experiencia práctica y la solidaridad. No es buena para los conservadores que desean conservar algo más que masacres feroces. No es buena tampoco para nosotros que mal sabremos fundar en el odio una sociedad armónica, una sociedad de libres, para la cual es condición y garantía la tolerancia, el respeto de todas las opiniones honestamente profesadas. Mándennos a casa!
(Clamor de aplausos rápidamente reprimidos por el juez)