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Daniel Colson : Más Allá del Bien y el Mal! (2006)

Traducción al castellano: @rebeldealegre
(Desde la traducción al inglés de Jesse Cohn)

 
Estoy radicalmente en desacuerdo con Philippe Corcuff (Charlie Hebdo n° 548, 18/12/2002). El anarquismo no autoriza medias tintas. Al decir que su mayor inspiración viene de hecho del nihilismo y de un relativismo o un subjetivismo absoluto, que justifica el punto de vista de los Nazi, del banquero libertariano, del fiscal Estalinista como también del sindicalista revolucionario autogestivo, él entonces debe rechazarlo radicalmente. Hay que decir que su subjetivismo y perspectivismo autogestionario y federalista por cierto contienen una alternativa real a los fracasos de todas las otras formas de socialismo y que es necesario examinar el proyecto anarquista con atención y sin medias tintas, para así respaldarlo o rechazarlo.

Siguiendo a Corcuff, detengámonos en el que parece ser el punto más escandaloso, pero también el punto más decisivo, concerniente a la dimensión anarquista de Nietzsche (pero especialmente de Spinoza, de hecho) : el rechazo a la distinción entre el bien y el mal, y su reemplazo por la distinción entre lo que es bueno y lo que es malo para un ser dado, en la que, como escribe el anarquista Ernest Coeurderoy, “cuando cada cual lucha por su propia causa, nadie necesitará ser representado ya más.” No es seguro que Corcuff no se dirija, en su crítica, a la satisfacción una vez más con medias tintas que tan a menudo entrampan a los movimientos emancipatorios en las derivas gubernamentales del socialismo, ya sea que adopten la forma dura de las dictaduras inmorales y opresoras del socialismo de estado o la forma aparentemente más gentil de unirse de lleno al orden capitalista existente.
 
La primera de las medias tintas que uno encuentra, para comenzar, es el modo en que Corcuff puede reconocer al mismo tiempo que la distinción entre el bien y el mal está en la raíz de todas las trascendencias opresivas (Dios y sus sacerdotes o imams, el Estado y sus jueces, el Capital y su lógica comercial, la Ciencia y sus aparentes determinismos), pero mientras tanto y al mismo tiempo, teme ver esta distinción ser radicalmente reemplazada por una evaluación inmanente de lo que es bueno y lo que es malo para los seres humanos.
 
Sin embargo, en este asunto más que en otros, las medias tintas son imposibles. Incluso en una dosis homeopática, incluso en líneas punteadas, la trascendencia del bien y el mal, la verdad y la falsedad, siempre tiende a imponer la dominación de sus sacerdotes, sus líderes, sus científicos, sus partidos, sus Estados y sus jueces, sus compromisos más o menos violentos con el orden existente. La lucha emancipatoria no tiene opción. Un movimiento emancipatorio radicalmente inmanente debe ser desarrollado fundándose en el federalismo, la libre asociación de fuerzas libres, la autogestión, la capacidad de los seres (ya sea individual o colectiva) de determinar por sí mismos la realidad de los valores que les vinculan, sin depender de autoridad externa alguna, o regulación externa alguna.
 
La segunda media tinta concierne a su lectura del proyecto anarquista. Nuestro “social demócrata libertario” (sin dudas demasiado “social demócrata” e insuficientemente “libertario”) está en lo correcto al enfatizar cuánto desafían el anarquismo, Nietzsche, y Spinoza a toda trascedencia, a todo imperativo categórico, a toda ley externa. Pero él no comprende en qué respectos el anarquismo — como Nietzsche y Spinoza — está siempre comprometido con una evaluación ética de la cualidad y el valor de las fuerzas que motivan a las comunidades y a los seres humanos, una evaluación completamente interna a estas fuerzas, un juicio inmanente, particularmente exigente, que procede directamente por medio de los procesos de asociación y disociación de las fuerzas emancipatorias, por la selección y federación de las fuerzas capaces de hacer que un mundo emancipado prevalezca.