Páginas

Albert Camus: Rebeldía y romanticismo (1952)

Transcripción: @rebeldealegre  
Transcripción desde el libro «Albert Camus. Si relación con los anarquistas y su crítica libertaria de la violencia» de Lou Marin, publicado por Editorial Eleuterio. Carta fechada en mayo de 1952. Carta al Libertaire en respuesta a una serie de artículos de Gastón Leval, publicados en este periódico. Esta versión fue publicada originalmente en: Albert Camus, La sangre de la libertad. Traducción de Fernando Gómez. Buenos Aires: Americalee, 1958. Pp. 118-122.

* Debe tomarse en cuenta que a la fecha de este intercambio escrito aún no se conocía la carta, descubierta en 1963, de Bakunin a Nechayev donde queda de manifiesto que el «Catequismo Revolucionario» — que contiene el carácter nihilista aludido en el texto de Camus —, es obra de Nechayev y una manipulación de éste en su relación con Bakunin. Se recomienda también la lectura del texto de Frank Mintz, «Bakunin y sus persistentes calumniadores».



Señor redactor en jefe:

Puesto que usted me propone que responda a los artículos de Gastón Leval, lo haré tan brevemente como me sea posible. Además, la conclusión del estudio de Leval me da deseo de hacerlo; deseo que su comienzo me había quitado. Mas lo haré sin intención de polemizar. Alabo por entero las intenciones de Leval y le doy la razón en torno a varios puntos. Si a su vez quiere él hacer favor de examinar mis argumentos sin criterio preconcebido, comprenderá que yo pueda decir que, globalmente, estoy de acuerdo con el fondo de sus artículos. En resumen, más que contradecirme me ha instruido.

Notará usted que mi pasaje ocupa cuatro páginas y media de un libro que tiene cerca de cuatrocientas. Es tanto como decir que no se me podía atribuir la intención de escribir un estudio completo sobre Bakunin, sino sólo de formar en él, como en tantos otros, una referencia al razonamiento que yo proseguía. Mi propósito en El Hombre Rebelde ha sido constante: estudiar una contradicción propia del pensamiento rebelde y tratar de superarla. Por lo que concierne a Bakunin, sólo he mostrado en él los indicios de esa contradicción, como lo he hecho a lo largo de mi obra con los más diversos pensadores. Todo reside, pues, en saber si esa contradicción puede hallarse en Bakunin. Yo sostengo que sí. Leval puede pensar que no he hecho resaltar suficientemente el aspecto positivo del pensamiento bakuninista (aunque deba él notar, para mejor comprenderlo, que ha necesitado no menos de cincuenta páginas para no dar más que un corto número de precisiones sobre el tema). Al menos, jamás ha pensado en negar que los textos propiamente nihilistas e inmoralistas existen. El que se hallen al comienzo o mitad de la vida de Bakunin, sólo prueba que se trata de una tentación constante en nuestro autor. Y no creo que pueda decirse, como lo hace Leval, que esos pensamientos hayan tenido sólo un destino libertario. Tengo por segura la filiación de Netchaiev al bolchevismo, al igual que la colaboración de Bakunin y Netchaiev, que Leval además no niega. Mas eso no significa en modo alguno, y debo aquí protestar contra la interpretación de Leval, que yo presente a Bakunin como uno de los padres del comunismo ruso. Al contrario, dos veces en cuatro páginas, y claramente, he dicho que Bakunin se había opuesto siempre al socialismo autoritario. Sólo he señalado los hechos de que hablo, para subrayar una vez más la nostalgia nihilista propia de toda conciencia rebelde. Por ello apruebo por entero a Gastón Leval cuando me cita extensamente los pensamientos positivos y fecundos de Bakunin: es éste uno de los dos o tres hombres que la rebeldía puede oponer a Marx en el siglo XIX. Mas estimo que, con esas citas, Leval abunda en mi opinión al hacer más flagrante la contradicción que, como en los demás, me interesaba señalar en Bakunin.

Tratemos ahora de ir más lejos. El nihilismo que en Bakunin y otros puede advertirse, ha tenido una utilidad pasajera. Mas hoy, y vosotros los libertarios de 1950 lo sabéis bien, no podemos pasar sin valores positivos. ¿Dónde hallarlos? La moral burguesa nos indigna con su hipocresía y su mediocre crueldad. El cinismo político que reina en gran parte del movimiento revolucionario nos repugna. En cuanto a la llamada izquierda independiente, en realidad fascinada por la fuerza del comunismo y atascada en un marxismo avergonzado de sí mismo, ya ha dimitido. Debemos, pues, hallar en nosotros mismos, en el centro de nuestra experiencia, es decir, al interior del pensamiento rebelde, los valores que necesitamos. Si no los hallamos, el mundo se hundirá, y quizá sea justo que así ocurra, mas nosotros nos hundiremos con él, y esto sería infame. No nos queda, pues, más recurso que estudiar la contradicción en que se ha debatido el pensamiento rebelde, entre el nihilismo y la aspiración a un orden vivo, y superarla en lo que de positivo tiene. Si he acentuado con tanta insistencia el aspecto negativo de ese pensamiento, sólo ha sido en la esperanza de que podríamos curarnos de él, aunque guardando el buen lado de la enfermedad.

Ahora se comprenderá que, en lo que concierne a Bakunin, me haya sentido inclinado por poner un acento grave sobre sus declaraciones nihilistas. No es que me haya faltado admiración para ese prodigioso personaje. Tan poco carecería de ella que la conclusión de mi libro se refiere expresamente a las federaciones francesa, jurásica y española de la I Internacional, que eran en parte bakuninistas. Tan poco carezco de ella, que estoy persuadido de que su pensamiento puede útilmente fecundar un pensamiento libertario renovado y encarnarse, desde ahora, en un movimiento del que los militantes de la CNT y del sindicalismo libre, en Francia y en Italia, atestiguan a la vez la permanencia y el vigor.

Mas a causa de este porvenir de incalculable importancia y porque Bakunin continúa tan vivo en mí como en nuestro tiempo, no he dudado en poner en primer plano los prejuicios nihilistas que con su época compartía. Parece, pues, pese a Leval, que con tal actitud he favorecido a la corriente de pensamiento de que Bakunin es el representante máximo. Ese infatigable revolucionario sabía que la verdadera reflexión progresa sin cesar y que muere con detenerse, ya sea en un sillón, una torre o una capilla. Sabía que sólo debemos guardar lo mejor de aquellos que nos precedieron. Y en efecto, la mejor manera de homenajearlos consiste en hacernos sus continuadores y no en consagrarlos: el marxismo pereció, a causa de la deificación de Marx. En mi opinión, el pensamiento libertario no corre ese peligro, pues que, efectivamente, posee una fecundidad pronta ya, a condición de apartarse sin equívoco de todo lo que, en él y hoy todavía, sigue amarrado a un romanticismo nihilista que no puede conducir a parte alguna. Verdad es que he criticado ese romanticismo, y continuaré criticándolo; pero con ello quise favorecer aquella fecundidad.

Sólo añadiré que lo he hecho con conocimiento de causa. La única frase de Leval que viniendo de un libertario corría el riesgo de serme amarga, es aquella en que escribe que me erijo en censor de todos. Sin embargo, si El Hombre Rebelde juzga a alguien es en primer lugar a su autor. Todos aquellos para quienes los temas agitados en este libro no son sólo pura retórica, han comprendido que analizaba una contradicción que fue esencialmente mía. Los pensamientos de que hablo me han nutrido y he querido continuarlos librándolos de lo que en ellos les impedía a mi juicio avanzar. En efecto, no soy un filósofo y sólo puedo hablar de lo que he vivido. Y he vivido el nihilismo, la contradicción, la violencia y el vértigo de la destrucción. Mas, al propio tiempo, he saludado la facultad de crear y el honor de vivir. Nada me autoriza a juzgar despectivamente una época de la que soy enteramente solidario. La juzgo desde dentro, confundiéndome con ella. Pero conservo el derecho de decir, en adelante, lo que sobre mí y los demás sé, con la sola condición de no hacer nada por agravar la insoportable desventura del mundo, sin sólo para designar en los oscuros muros en que tanteamos, los lugares todavía invisibles en que podemos abrirnos paso. En verdad, tengo derecho a decir lo que sé y no dejaré de hacerlo. Sólo me intereso por el renacimiento.

La única pasión que anima al Hombre Rebelde es justamente la del renacimiento. En lo que les concierne, ustedes conservan el derecho de pensar, y decir, que he fracasado en mi propósito y que, en particular, no he favorecido al pensamiento libertario, del que sin embargo creo que la sociedad del mañana no podrá prescindir. Tengo sin embargo la certidumbre de que se reconocerá, cuando todo el inútil ruido que se hace en torno al libro se haya apagado, que ha contribuido, a pesar de sus defectos, a dar mayor eficacia a ese pensamiento y a afirmar la esperanza, y las probabilidades, de los últimos hombres libres.


P.S. En lo que concierne a la ciencia, doy razón a Leval. No es exactamente contra la ciencia que Bakunin se alzaba con mucha perspicacia, sino contra el gobierno de los sabios. Debí añadir este matiz apreciable y lo haré en la próxima edición.