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Errico Malatesta: Sobre el 'Revisionismo Anarquista' [3 de 3]

Traducción al castellano: @rebeldealegre

Un compañero escribe: 'Después de su acto de arrepentimiento en el No. 3 [ver 'Más Pensamientos sobre Anarquismo y Movimiento Obrero'] es su deber decirnos abiertamente cuáles son los medios prácticos para llevar a cabo la revolución. Solo entonces podremos discutir. '

Otro me pide que me 'desabroche'; muchos otros esperan como si hubiese una fórmula mágica para resolver todas las dificultades.

Extraña mentalidad en anarquistas!

Permítanme comenzar diciendo que no he hecho ningún ‘acto de arrepentimiento’. Podría fácilmente documentar que lo que estoy diciendo ahora lo he estado diciendo por años; y si ahora pongo más énfasis en ello y otros prestan más atención que antes, es porque los tiempos están más maduros, en tanto que la experiencia ha convencido a muchos, que antes se regocijaban en aquel bendito optimismo Kropotkiniano – que solía yo llamar ‘providencialismo ateo’ – a bajar de las nubes y a ver las cosas como son: tan distintas de como quisiéramos que fuesen.

Pero dejemos estos recuerdos de interés personal atrás y volvamos al problema general y contemporáneo.

Nosotros, en esta reseña, como nuestros compañeros de otras publicaciones anarquistas, no afirmamos haber preparado una solución pre-empaquetada, infalible y universal a todos los problemas que vengan a la mente. Pero, reconociendo la necesidad de un programa práctico que pueda ser adaptado a las diversas circunstancias que puedan surgir a medida que la sociedad se desarrolla antes, durante y después de la revolución, hemos invitado a todos los compañeros con ideas que presentar y propuestas que hacer a tomar parte en la formación de tal programa. Aquellos, por ende, que sienten que todo ha ido bien hasta ahora y que debemos seguir como lo hemos estado haciendo, necesitan solamente defender su punto de vista, mientras que aquellos que, como nosotros, piensan que necesitamos prepararnos intelectualmente y materialmente para la tarea práctica que le espera a los anarquistas, en vez de esperar pasivamente nuestras palabras debiesen intentar hacer su propia contribución a la discusión donde les interese.

Por mi parte, creo que no hay ‘solución única’ a los problemas sociales, sino mil distintas y variantes, tal como la vida de una sociedad, en el tiempo y el espacio, es diversa y cambiable.

Básicamente todas las instituciones, todos los proyectos, todas las utopías, serían igualmente buenas para resolver el problema, si ese problema se define como satisfacer a un pueblo donde todos tienen los mismos deseos y opiniones y todos viven en las mismas condiciones. Pero tal unanimidad de pensamiento e identidad de condiciones es imposible y, a decir verdad, ni siquiera sería deseable. Y por lo tanto en nuestra conducta actual y en nuestros proyectos para el futuro debemos tener en mente que no vivimos, no hemos de vivir mañana en un mundo poblado exclusivamente de anarquistas. Por el contrario, somos y hemos de ser por largo tiempo una minoría relativamente pequeña. Aislarnos no es, completamente, posible, y aún si lo fuese sería perjudicial para la misión que nos hemos propuesto. Debemos por lo tanto encontrar un modo de vivir entre no-anarquistas en la manera más anárquica posible y para el mejor beneficio posible para nuestra propaganda y para la realización de nuestras ideas.

Queremos hacer la revolución porque creemos en la necesidad de cambio radical y esto, debido a la resistencia de quienes detentan el poder, no puede llevarse a cabo pacíficamente. Creemos en una necesidad de cambio en el orden político y social dominante porque queremos crear un nuevo ambiente social que permitiría la elevación moral y material del pueblo que la propaganda y la educación no pueden crear bajo las circunstancias presentes. Pero no podemos hacer la revolución exclusivamente ‘nuestra’ porque somos una pequeña minoría, porque carecemos del consentimiento de la masa del pueblo y porque, aunque fuésemos capaces, no quisiéramos contradecir nuestros propios fines e imponer nuestra voluntad por la fuerza.

Para escapar de este círculo vicioso debemos entonces contentarnos con una revolución que sean tan ‘nuestra’ como sea posible, favoreciendo y tomando parte, tanto moral como materialmente, en cada movimiento dirigido hacia la justicia y la libertad y, cuando la insurrección haya triunfado, asegurar que el paso de la revolución se mantenga, avanzando hacia cada vez mayor libertad y justicia. Esto no significa ‘colgarnos’ a los otros partidos, sino espolearles a avanzar, de modo que el pueblo sea capaz de elegir entre una gama de opciones. Podríamos ser abandonados y traicionados, como ha ocurrido en otras ocasiones. Pero tenemos que correr ese riesgo si no queremos quedarnos infructuosos y renunciar a la oportunidad de que nuestras ideas y acciones tengan una influencia en el curso de la historia.

Otra observación. Muchos anarquistas, incluyendo algunos de los más conocidos, y añadiría algunos de los más eminentes, que – sea porque realmente lo creen o porque piensan que es útil para la propaganda – han esparcido la idea de que la cantidad de bienes producidos y que están en las bodegas de los terratenientes y propietarios es tan grande que todo lo que se requeriría sería sacar libremente esos suministros. Estos satisfarían ampliamente las necesidades y deseos de todos, y pasaría un tiempo antes que estuviésemos obligados a preocuparnos por problemas de trabajo y producción. Y naturalmente, encontraron personas dispuestas a aceptar esta idea. Desafortunadamente, las personas tienden a evitar el esfuerzo y el peligro. Como los social demócratas que encontraron amplio apoyo convenciendo a las personas de que todo lo que necesitaban hacer para emanciparse era deslizar un pedazo de papel en la urna y confiar su destino a otros, así ciertos anarquistas se han ganado a otros diciéndoles que un día de épica lucha – sin esfuerzo, o solo con el mínimo esfuerzo – será suficiente para poder disfrutar de un paraíso de abundancia y libertad.

Ahora, precisamente lo contrario es cierto. Los capitalistas producen para vender y lucrar; por lo tanto paran la producción cuando se dan cuenta de que están disminuyendo o no hay ganancias. Generalmente tienen mayor beneficio al mantener el mercado relativamente escaso de bienes, y esto se comprueba con el hecho de que una mala cosecha es suficiente para que los productos realmente escaseen o desaparezcan completamente. Se puede entonces decir que el peor daño hecho por el sistema capitalista no es tanto el ejército de parásitos que alimenta sino el obstáculo que representa para la producción de cosas útiles. Los harapientos y hambrientos se deslumbran cuando pasan por las tiendas abarrotadas de bienes de todo tipo. Pero intenten distribuir esas riquezas entre los necesitados y vean cuán poco realmente es para cada persona! El socialismo, en el sentido más amplio del término, la aspiración al socialismo, involucra un problema de distribución, en que es el espectáculo de la miseria de los trabajadores al enfrentarse con la afluencia y el lujo de los parásitos y el asco moral contra la injusticia social patente lo que ha llevado a las víctimas y a todas las personas generosas a buscar e imaginar mejores modos de vivir juntos en sociedad. Pero la consumación del socialismo – ya sea anarquista o autoritario, mutualista o individualista – es predominantemente un problema de producción.

Si no hay bienes no hay para qué hallar mejores modos de distribuirlos y si las personas son reducidas a disputar por una miga de pan, los sentimientos de amor y solidaridad corren el gran peligro de dar paso a una brutal lucha por la supervivencia.

Hoy, afortunadamente, los medios de producción abundan. La ingeniería, la química, la agricultura, etc., han aumentado por cientos el poder productivo del trabajo humano. Pero es necesario trabajar y para trabajar útilmente  es necesario saber: saber cómo debe hacerse el trabajo y cómo puede el trabajo ser organizado económicamente.

Si los anarquistas quieren actuar efectivamente entre los diversos partidos deben profundizar su comprensión del campo de experticia en el que se sienten más aptos, y hacer un estudio de todos los problemas teóricos y prácticos de la actividad útil.
         
Otro punto. Ya no vivimos en un tiempo o en un país en que una familia pudiese contentarse con un pedazo de tierra, una pala, un puñado de semillas, una vaca y unas cuantas gallinas. Hoy nuestras necesidades se han multiplicado y se han vuelto enormemente complejas. La natural distribución desigual de materias primas fuerza a toda aglomeración de mujeres y hombres a sostener relaciones internacionales. La densidad misma de la población humana hace no solo miserable sino completamente imposible vivir una vida de ermitaño – suponiendo que hay muchos inclinados a ello.
Necesitamos importar desde todo el mundo; queremos escuelas, vías férreas, servicios postales y telegráficos, teatros, sanidad pública, libros, periódicos, etc.
Todo esto, el logro de la civilización, puede funcionar bien o mal; funciona principalmente para beneficio de las clases privilegiadas. Pero funciona y sus beneficios pueden, relativamente fácil, ser extendidos a todos, una vez que el monopolio de la riqueza y el poder fuesen abolidos.
¿Queremos destruirlo? ¿O estamos en la posición de organizarlo desde el comienzo de mejor manera? Especialmente a nivel económico, la vida social no permite interrupción. Necesitamos comer cada día; cada día debemos alimentar a los niños, los enfermos, los desamparados; y hay quienes además, después de trabajar duro todo el día, quieren pasar la tarde en el cine. Para suministrar todas estas necesidades impostergables – olvidemos el cine – hay toda una organización comercial que puede que funcione mal, pero que de alguna manera satisface la tarea. Esto debe claramente usarse, privándole tanto como sea posible de su naturaleza explotadora y lucrativa.

Es hora de deshacerse de esa retórica – porque eso es todo lo que es, retórica – que busca resumir todo el programa anarquista en una palabra: ‘Destruir!’

Sí, destruyamos, o busquemos destruir toda tiranía, todo privilegio. Pero recordemos que el gobierno y el capitalismo son meramente las superestructuras que tienden a restringir los beneficios de la civilización a un pequeño número de individuos, y para abolirles no hay necesidad de renunciar a ninguno de los frutos de la mente humana y el trabajo humano. Es mucho más un asunto de qué necesitamos quedarnos que de qué necesitamos destruir.

En cuanto a nosotros, no debemos destruir lo que no podemos reemplazar con algo mejor. Y mientras tanto debemos trabajar en todas las áreas de la vida para el beneficio de todos, incluidos nosotros mismos – rechazando, por supuesto, aceptar o realizar toda función coercitiva. 

Mayo de 1924