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Rudolf Rocker: Socialismo y Libertad


Traducción al castellano: @rebeldealegre 
Extracto de un artículo sobre el anarquismo publicado por primera vez en 1937. Fue publicado y editado también para “Anarquismo y Anarcosindicalismo” (Freedom Press).

En Rusia, donde la llamada dictadura del proletariado se ha hecho realidad, las aspiraciones de un partido en particular por el poder político han impedido toda reorganización verdaderamente socialista de la vida económica y han forzado al país hacia la esclavitud de un demoledor capitalismo de Estado. La dictadura del proletariado, que las almas inocentes creen que es una etapa de transición inevitable hacia el Socialismo real, ha resultado hoy en un temible despotismo y en un nuevo imperialismo, que dejaatrás en la nada a la tiranía de los Estados fascistas. La afirmación de que el Estado debe seguir existiendo hasta que la sociedad ya no esté dividida en clases hostiles suena casi, a la luz de la experiencia histórica, como un mal chiste.

Todo tipo de poder político presupone alguna forma particular de esclavitud humana que se pone en marcha para la mantención de éste. Así como hacia el exterior, es decir, en relación con otros Estados, el Estado debe crear ciertos antagonismos artificiales para así justificar su existencia, de igual modo hacia el interior la división de la sociedad en castas, rangos y clases es una condición esencial para su continuidad. El desarrollo de la burocracia Bolchevique en Rusia bajo la presunta dictadura del proletariado – que nunca ha sido más que la dictadura de una pequeña camarilla sobre el proletariado y sobre todo el pueblo ruso – es meramente una nueva instancia de una antigua experiencia histórica que se ha repetido incontables veces. Esta nueva clase gobernante, que hoy se desarrolla rápidamente en  una nueva aristocracia, se separa de las grandes masas de campesinos y trabajadores rusos con tanta claridad como lo hacen las castas y clases privilegiadas de la masa del pueblo en otros países. Y esta situación se torna aún más intolerable cuando un Estado despótico niega la lucha a las clases inferiores para reclamar por las condiciones existentes, de manera que toda protesta se hace a riesgo de sus propias vidas.

Pero incluso un grado muchísimo mayor de equidad económica que la que existe en Rusia no sería garantía contra la opresión política y social. La igualdad económica por sí sola no es la liberación social. Es precisamente esto lo que todas las escuelas del Socialismo autoritario nunca han entendido. En la prisión, en el claustro, o en los cuarteles uno encuentra un grado medianamente alto de igualdad económica, pues a todos los presos se les otorga las mismas viviendas, la misma comida, el mismo uniforme, y las mismas tareas. El antiguo Estado Inca en el Perú y el Estado Jesuita en Paraguay daban igual provisión económica a cada habitante en un sistema fijo, pero a pesar de esto prevalecía ahí el más vil despotismo, y el ser humano era meramente el autómata de una voluntad superior sobre cuyas decisiones no tenía ni la más leve influencia. No fue sin razón que Proudhon vio en un “Socialismo” sin libertad la peor forma de esclavitud. La pulsión por justicia social solamente puede desarrollarse de manera apropiada y ser efectiva cuando nace del sentido de libertad y de responsabilidad de la persona, y se basa en ellas. En otras palabras, el Socialismo será libre o no será. En el reconocimiento de este hecho yace la genuina y profunda justificación del Anarquismo.

El Anarquismo no es la solución patente para todos lo problemas humanos, no es la Utopía de un orden social perfecto (como se le ha llamado a menudo), pues, en principio, rechaza todo esquema e idea absoluta. No cree en ninguna verdad absoluta, o en ninguna meta final definitiva para el desarrollo humano, sino en una perfectibilidad ilimitada de los patrones sociales y las condiciones de vida humana, que siempre están queriendo ir tras más elevadas formas de expresión, y a las que, por esta razón, no se les puede asignar ningún término definitivo ni establecer ninguna meta fija. El mayor mal de toda forma de poder es simplemente que éste siempre intenta forzar la rica diversidad de la vida social hacia formas definitivas y ajustarla a normas particulares. Mientras más fuertes se sienten sus defensores, más plenamente logran llevar toda esfera de la vida social a su propio servicio, más incapacitante es su influencia sobre la operación de todas las fuerzas culturales creativas, más dañino su efecto sobre el desarrollo intelectual y social, y ese es un terrible augurio para nuestros tiempos, pues demuestra con aterradora claridad cuánto puede desarrollarse la monstruosidad del Leviatán de Hobbes. Es el triunfo perfecto de la máquina política sobre la mente y el cuerpo, la racionalización del pensamiento, del sentir y de la conducta humana de acuerdo a las reglas establecidas de los oficiales y, en consecuencia, el fin de toda cultura intelectual verdadera.

Donde la influencia del poder político sobre las fuerzas creativas en la sociedad se reduce a un mínimo, ahí la cultura prospera mejor, pues la soberanía política siempre lucha por la uniformidad y tiende a someter todo aspecto de la vida social a su vigilancia. Y, en esto, se halla a sí misma en contradicciones inescapables con las aspiraciones creativas del desarrollo cultural, que siempre está en busca de nuevas formas y campos de actividad social, y para el cual la libertad de expresión, la multi-lateralidad y el continuo cambio de las cosas, son tan vitalmente necesarios como lo son las formas rígidas, las reglas muertas, y la supresión forzosa de las ideas, para la conservación del poder político.

Toda obra exitosa agita el deseo de mayor perfección y más profunda inspiración; cada nueva forma se convierte en mensajera de nuevas posibilidades de desarrollo. Pero el poder siempre intenta mantener las cosas como están, cuidadosamente ancladas a estereotipos. Esa ha sido la razón de todas las revoluciones en la historia. El poder opera solo destructivamente, siempre inclinado a forzar toda manifestación de la vida social en la camisa de fuerza de sus reglas. Su expresión intelectual es un dogma muerto, su forma física es la fuerza bruta. Y esta des-inteligencia de sus objetivos pone su sello en sus representantes también, y les vuelve frecuentemente estúpidos y brutales, incluso cuando originalmente estaban dotados de los mejores talentos. Aquel que está constantemente luchando por forzar todo hacia un orden mecánico al final se vuelve él mismo una máquina y pierde todo sentimiento humano.

Es de esta comprensión que el Anarquismo moderno nace y traza su fuerza moral. Solo la libertad puede inspirar a las personas a las cosas grandes y traer consigo transformaciones intelectuales y sociales. El arte de gobernar a las personas nunca ha sido el arte de educarles e inspirarles a una nueva formación de sus vidas. La compulsión sombría tiene como mandato solo la rutina inerte, que asfixia toda iniciativa vital en su nacimiento y trae consigo solo sujetos, no personas libres. La libertad es la esencia misma de la vida, la fuerza incitante en todo desarrollo intelectual y social, la creadora de toda nueva mirada hacia el futuro de la humanidad. La liberación de las personas de la explotación económica y de la opresión intelectual, social y política, que encuentra su más alta expresión en la filosofía del Anarquismo, es el primer prerrequisito para la revolución de una cultura social más elevada y de una nueva humanidad.