Traducción al castellano: @rebeldealegre
Los pioneros del progreso humano son como las gaviotas, observan nuevas costas, nuevas esferas de pensamiento temerario, mientras sus compañeras de viaje ven solo el interminable trecho de agua. Envían alegres saludos a las tierras distantes. Una fe intensa, anhelosa, ardiente, penetra en las nubes de la duda, porque los agudos oídos de los precursores de la vida disciernen desde el enloquecedor rugido de las olas el nuevo mensaje, el nuevo símbolo para la humanidad.
Las segundas no captan lo nuevo, apagadas e inertes, reciben a la pionera de la verdad con recelos y resentimientos, como una perturbadora de su paz, como aniquiladora de todos los hábitos y tradiciones estables.
Así, las exploradoras son oídas solo por las menos, pues no traspasarán las huellas transitadas y la masa carece de fuerza para seguir hacia lo desconocido.
En conflicto con toda institución de su tiempo, ya que no harán concesiones, es inevitable que las vigías avanzadas se tornen ajenas a quienes desean servir; que sean aisladas, evitadas, y repudiadas por los más cercanos y queridos prójimos. Y sin embargo la tragedia que toda pionera debe experimentar no es la falta de comprensión — es el hecho de que, habiendo visto nuevas posibilidades para el avance humano, las pioneras no pueden hechar raíz en lo antiguo, y estando aún lejos lo nuevo se vuelven entonces vagabundas parias de la tierra, buscadoras sin descanso de las cosas que nunca encontrarán.
Son consumidas por los fuegos de la compasión y por la simpatía por todo sufrimiento y de todos sus prójimos, pero se ven obligados a apartarse de su entorno. Y tampoco han de esperar nunca recibir el amor que sus grandes almas anhelan, pues tal es el castigo de un gran espíritu, que lo que recibe es nada comparado con lo que da.
Tal fue el destino y tragedia de Mary Wollstonecraft. Lo que dio al mundo, a quienes ella amó, estuvo muy por encima de la posibilidad media de ser recibido, y tampoco podía su alma apasionada y anhelosa contentarse con las miserables migajas que caen de la desolada mesa de la vida media.
Mary Wollstonecraft llegó al mundo en un tiempo en que su sexo estaba en cautiverio: en posesión del padre mientras aun estaba en casa y a pasar como mercancía al esposo al casarse. Era por cierto un extraño mundo al que Mary entró el 27 de Abril de 1759, aunque no mucho más extraño que el nuestro. Pues mientras la especie humana ha progresado sin duda desde aquel memorable momento, Mary Wollstonecraft es aun por mucho la pionera, adelantada a nuestro propio tiempo.
Fue ella una de muchos hijos de una familia de clase media, el cabeza de la cual vivió a la altura de sus derechos como amo, tiranizando a su esposa e hijos y despilfarrando su capital en vacía vida y festín.
¿Quién podría detenerlo, el creador del universo? Como en muchas otras cosas, así también sus derechos han cambiado poco desde el tiempo del padre de Mary. La familia pronto se encontró en terrible necesidad, pero ¿cómo iban a sustentar su vida unas niñas de clase media con todas las salidas cerradas para ellas? Tuvieron solo una salida, el matrimonio. La hermana de Mary probablemente cayó en cuenta de eso. Se casó con un hombre que no amaba para escapar de la miseria del hogar de sus padres. Pero Mary estaba hecha de otro material, un material tan finamente tejido que no podía calzar en burdos entornos. Su intelecto vio la degradación de su sexo, y su alma — siempre encendida contra todo mal — se rebeló contra la esclavitud de la mitad de la especie humana. Se determinó a pararse sobre sus propios pies. En esa determinación se fortaleció con su amistad con Fannie Blood, quien había dado el primer paso hacia la emancipación trabajando para su propio sustento. Pero incluso sin Fannie Blood como gran fuerza espiritual en la vida de Mary, e incluso sin el factor económico, estaba destinada por su misma naturaleza a convertirse en la iconoclasta de los dioses falsos, cuyos estándares el mundo le demandaba obedecer. Mary era una rebelde innata, alguien que prefería crear en vez de someterse a cualquier forma establecida para ella.
Se ha dicho que la naturaleza usa gran cantidad de material humano para crear a un genio. Lo mismo es cierto para el rebelde verdadero, el pionero verdadero. Mary nació y no se hizo mediante tal o cual incidente puntual en sus entornos. El tesoro de su alma, la sabiduría de su filosofía de vida, la profundidad de su mundo de pensamiento, la intensidad de su batalla por la emancipación humana y especialmente su lucha indomable por la liberación de su propio sexo, son incluso hoy tan adelantados al entendimiento medio que podríamos con certeza reclamar para ella la rara excepción que crea la naturaleza sino una vez por siglo. Como el halcón que surcó el espacio para observar el sol y luego pagó por ello con su vida, Mary vació la copa de la tragedia, pues tal es el precio de la sabiduría.
Mucho se ha escrito y dicho de esta maravillosa luchadora del siglo dieciocho, pero el tema es demasiado vasto y aun está muy lejos de agotarse. El movimiento de las mujeres de hoy y especialmente el movimiento por el sufragio encontrarán en la vida y la lucha de Mary Wollstonecraft mucho por demostrarles lo inadecuado de meras adquisiciones externas como medio para liberar a su sexo. Sin duda mucho se ha logrado desde que Mary rugió contra la esclavitud económica y política de las mujeres, pero ¿eso la hizo libre? ¿Ha añadido eso a la profundidad de su ser? ¿Trajo dicha y alegría a su vida? La propia vida trágica de Mary prueba que los derechos económicos y sociales para las mujeres por sí solos no son suficientes para satisfacer su vida, y tampoco suficientes para satisfacer ninguna vida profunda, sea hombre o mujer. No es cierto que el hombre profundo y bueno — no me refiero al simple varón — difiera mucho de la mujer profunda y buena. Él también busca belleza y amor, armonía y comprensión. Mary comprendió eso, pues no se limitó a su propio sexo, demandó libertad para toda la especie humana.
Para volverse económicamente independiente, Mary primero enseñó en la escuela y luego aceptó una posición como institutriz de los niños consentidos de una señorita consentida, pero pronto comprendió que ella no servía para sirviente y que debía volcarse a algo que le permitiese vivir, y al mismo tiempo, que no la desmoralizara. Aprendió la amargura y humillación de la lucha económica. No era tanto la carencia de comodidades externas lo que enfadaba al alma de Mary, sino la carencia de libertad interior que resultaba de la pobreza y la dependencia, lo que le hizo clamar, “Cómo puede alguien profesar ser amigo de la libertad y no ver que la pobreza es el mayor de los males.”
Afortunadamente, para Mary y para la posteridad, existió un raro espécimen de la humanidad, de los que aún faltan en el siglo veinte, el editor temerario y liberal Johnson. Él fue el primero en publicar las obras de Blake, de Thomas Paine, de Godwin y de todos los rebeldes de su tiempo sin consideración alguna de ganancias materiales. Él vio además las grandes posibilidades de Mary y la involucró como correctora, traductora, y contribuyente a su periódico, el Analytical Review. E hizo más. Se convirtió en su más devoto amigo y consejero. De hecho, ningún otro hombre en la vida de Mary fue tan acérrimo y comprendió su difícil naturaleza, como aquel hombre excepcional. Tampoco ella abrió nunca su alma tan sin reservas a nadie como lo hizo con él. Esto escribe ella en uno de sus momentos analíticos:
“La vida no es más que un chiste. Soy una extraña mezcla de debilidad y resolución. Hay por cierto un gran defecto en mi mente, mi obstinado corazón crea su propia miseria. Por qué he sido hecha así no lo sé y hasta que pueda formar alguna idea del todo de mi existencia debo estar contenta con sollozar y danzar como una niña, anhelo un juguete y me canso de él tan pronto como lo obtengo. Debemos ambos usar una gorra de tonto, pero la mía ha perdido sus campanillas y se ha vuelto tan pesada, me es intolerablemente fastidiosa.”
Que Mary escribiese así de sí misma a Johnson demuestra que debe haber habido una bella camaradería entre ellos. A todas luces, gracias a su amigo encontró alivio en su lucha terrible. Encontró también alimento intelectual. Los cuartos de Johnson eran el lugar de encuentro de la élite intelectual de Londres. Thomas Paine, Godwin, Dr. Fordyce, el pintor Fuseli, y muchos otros se reunían ahí para discutir los grandes temas de su tiempo.
Mary llegó a esa esfera y se convirtió en el centro mismo de aquel trajín intelectual. Godwin relata cómo llegó una tarde a escuchar a Tom Paine, pero en vez tuvo que escuchar a Mary Wollstonecraft, cuyos poderes de conversación, como todo lo demás en ella, inevitablemente se ponían al centro del escenario.
Así pudo Mary surcar el espacio, alcanzando su espíritu grandes alturas. La oportunidad pronto se ofreció. El antiguo campeón del liberalismo inglés, el gran Edmund Burke, ofreció un sentimental sermón contra la Revolución Francesa. Había conocido a María Antonieta y lloraba su suerte a manos del pueblo enfurecido de París. Su sentimentalismo de clase media vio en la más grande de todas las revueltas solo la superficie y no los terribles males que el pueblo francés soportó antes que se condujeran a sus actos. Pero Mary Wollstonecraft los vio, y su respuesta a Burke, La vindicación de los derechos del hombre, es una de las más poderosas exhortaciones por los oprimidos y desheredados jamás hechas.
Fue escrita con ardor, pues Mary había seguido la revolución atentamente. Su fuerza, su entusiasmo, y, sobre todo, su lógica y claridad de visión probaron que esta antigua maestra de escuela poseía tremendo cerebro y un corazón profundo y de apasionado palpitar.
Que tal escrito emanase de una mujer, fue como una explosión nunca antes oída. Asombró al mundo, pero le otorgó a Mary el respeto y el afecto de sus contemporáneos varones. Sintieron sin dudar, que ella no solo era su igual, sino que en muchos aspectos, superior a muchos de ellos.
“Cuando te llamas a ti mismo amigo de la libertad, pregunta a tu corazón si ¿no sería más consistente denominarte campeón de la Propiedad, el adorador de la imagen dorada que el poder ha establecido?
Seguridad de Propiedad! contemplad en unas pocas palabras la definición de la libertad inglesa. Pero calladamente, es solo la propiedad de los ricos la que está segura, el hombre que vive del sudor de su frente no tiene asilo contra la opresión.”
Piensen en la maravillosa perspicacia de esta mujer más de cien años atrás. Aún hoy hay pocos entre nuestros supuestos reformadores, ciertamente muy pocas entre las reformadoras, que ven tan claro como esta gigante del siglo dieciocho. Ella comprendió demasiado bien que los meros cambios políticos no son suficientes y no atestan en lo profundo a los males de la sociedad.
Mary Wollstonecraft sobre la pasión:
“La regulación de la pasión no siempre es algo sabio. Por el contrario, debiese parecer que una razón por la que los hombres tienen un juicio superior y más fuerza que las mujeres es indudablemente esta, que dan mayor alcance a la gran pasión y al extraviarse con más frecuencia aumentan sus mentes.
La ebriedad se debe a una carencia de mejor entretención en vez de a malicia innata, el crimen es con frecuencia resultado de una vida superabundante.
La misma energía que hace de un hombre un villano temerario le habría hecho útil a la sociedad si esa sociedad estuviese bien organizada.”
Mary no era solo una intelectual, poseía, como dice ella de ella misma, un corazón obstinado. Es decir ansiaba amor y afecto. Fue por lo tanto natural para ella ser arrastrada por la belleza y la pasión del pintor Fuseli, pero sea porque él no correspondió su amor, o porque él careció del coraje en el momento crítico, Mary pasó por su primera experiencia de amor y dolor. Ciertamente ella no era el tipo de mujer que se arrojara al cuello de un hombre cualquiera. Fuseli era un tipo despreocupado y fácilmente llevado por la belleza de Mary. Pero tenía esposa, y la presión de la opinión pública era demasiado para él. Fuese como fuese, Mary sufrió y partió a Francia para escapar de los encantos del artista.
Los biógrafos son los últimos en comprender a su sujeto si no no habrían hecho tanto lío del episodio Fuseli, pues no fue más que eso. Si el bocotas Fuseli hubiese sido tan libre como Mary como para gratificar su atracción sexual, Mary probablemente se habría asentado en su vida normal. Pero le faltó el valor y Mary, estando sexualmente hambrienta, no pudo apaciguar fácilmente los sentidos estimulados.
Sin embargo, requirió un fuerte interés intelectual traerla de vuelta en sí. Y aquel interés lo encontró en los estimulantes eventos de la Revolución Francesa.
Sin embargo, fue antes del incidente Fuseli que Mary añadió a su Vindicación de los derechos del hombre la Vindicación de los derechos de la mujer, una exhortación por la emancipación de su sexo. No sostenía que el hombre fuese responsable de la esclavitud de la mujer. Mary era demasiado grande y demasiado universal para situar la culpa en un solo sexo. Puso énfasis en el hecho de que la mujer misma es un obstáculo al progreso humano porque persiste en ser un objeto sexual en vez de una personalidad, una fuerza creativa en la vida. Naturalmente, mantuvo que el hombre ha sido el tirano por tanto tiempo que resiente toda intrusión en su dominio, pero defendió que era tanto por el bien del hombre como por el de la mujer que ella demandaba la libertad económica, política y sexual de la mujer como la única solución al problema de la emancipación humana. “Las leyes respecto a las mujeres hicieron una absurda unidad de un hombre y su esposa y luego por la fácil transición de solo considerarlo a él responsable, ella es reducida a una mera cifra.”
La naturaleza ha sido ciertamente muy dadivosa al hacer a Mary Wollstonecraft. No solo le ha dotado de tremendo cerebro, sino que le dio gran belleza y encanto. Le dio además un alma profunda, profunda tanto en dicha como en pesar. Mary estuvo por lo tanto destinada a volverse presa de más de una obsesión. Su amor por Fuseli pronto abrió camino a un amor más terrible, más intenso, la mayor fuerza en su vida, que la arrojó de un lado a otro como a un juguete sin voluntad y desamparado en manos del destino.
La vida sin amor para un carácter como Mary es inconcebible, y fue su búsqueda y anhelo de amor lo que la arrojó contra la roca de la incoherencia y la desesperación.
Mientras estaba en París, Mary conoció en casa de Thomas Paine donde había sido bienvenida como amiga, al vivaz, apuesto, y elemental norteamericano, Gilbert Imlay. Si no hubiese sido por el amor de Mary por él, el mundo pudo nunca haber conocido a este caballero. No es que él fuese ordinario, Mary no pudo haberlo amado con aquella loca pasión que casi destruyó su vida. Él se había distinguido en la guerra americana y había escrito una o dos cosas, pero en total nunca hubiese puesto a arder el mundo. Pero puso a arder a Mary y la tuvo en trance por tiempo considerable.
La fuerza misma de su obsesión por él excluyó la armonía, pero ¿es asunto de culpa en tanto concierne a Imlay? Él la amó todo lo que pudo, pero su insaciable hambre de amor nunca pudo contentarse con poco, de ahí la tragedia. Y luego además, él era un viajero, un aventurero, un explorador del territorio de los corazones femeninos. Estaba poseído por el espíritu viajero, no podía descansar en paz por mucho en ninguna parte. Mary necesitaba paz, necesitaba además lo que nunca tuvo en su familia, la quietud y el calor de un hogar. Pero más que nada necesitaba amor, sin reservas, amor apasionado. Imlay no podía darle nada y la lucha comenzó poco después de que el loco sueño hubo pasado.
Imlay estuvo por mucho lejos de Mary con el pretexto de los negocios. No sería norteamericano si descuidase su amor por los negocios. Sus viajes le llevaron, como dicen los alemanes, a otras ciudades y otros amores. Como hombre que estaba en su derecho, estaba igualmente en su derecho de engañar a Mary. Lo que debió ella soportar solo pueden apreciarlo quienes han conocido la tempestad.
En todo su embarazo de la hija de Imlay, Mary lo buscaba, rogaba y llamaba, pero él estaba ocupado. El pobre no sabía que toda la riqueza del mundo no equivaldría a la riqueza del amor de Mary. El único consuelo que ella halló fue en su trabajo. Escribió La Revolución Francesa bajo la influencia de aquel tremendo drama. Aguda como era en su observación, vio más profundo que Burke, más allá de toda la terrible pérdida de vida, vio el aún más terrible contraste entre pobres y ricos, y que todo el baño de sangre era en vano en tanto aquel contraste continuase. Así escribió: “Si la aristocracia de nacimiento es puesta al mismo nivel con la base solo para hacer espacio a las riquezas, me temo que la moral del pueblo no será mejorada con el cambio. Todo me susurra que nombres y no principios están siendo cambiados.” Comprendió mientras estaba en París que había predicho en su ataque a Burke, que el demonio de la propiedad siempre ha estado a mano para violar los sagrados derechos del hombre.
Con todo su trabajo Mary no pudo olvidar su amor. Fue tras una vana y amarga lucha por traer a Imlay hacia ella que intentó suicidarse. Falló, y para recuperar su fuerza fue a Noruega en una misión por Imlay. Se recuperó físicamente, pero su alma estaba herida y marcada. Mary e Imlay se juntaron varias veces, pero solo arrastraban lo inevitable. Y luego vino el golpe final. Mary supo que Imlay tenía otros amores y que la había estado engañando, no tanto por travesura sino por cobardía.
Entonces dio el paso más terrible y desesperado, se lanzó al Támesis tras caminar por horas para mojar su ropa y asegurarse que se hundiría. Oh, las inconsistencias, lloran los críticos superficiales. ¿Pero fue así?
En la lucha entre su intelecto y su pasión, Mary había sufrido una derrota. Era demasiado orgullosa y demasiado fuerte para sobrevivir a tan terrible golpe. ¿Qué más había para ella sino morir?
El destino que le había jugado tantas bromas a Mary Wollstonecraft lo quiso de otro modo. La trajo de vuelta a la vida y la esperanza, solo para matarla a sus puertas.
Encontró en Godwin, el primer representante del comunismo anarquista, una dulce y tierna camaradería, no del tipo salvaje y primitivo, sino del tipo calmo, maduro, cálido, que tranquiliza como la mano fría en la frente. Con él vivió consistente con sus ideas de libertad, cada uno aparte del otro, compartiendo lo que pudiesen el uno con el otro.
Nuevamente Mary estaba a punto de ser madre, no en el estrés y el dolor como la primera vez, sino en paz y rodeada de amabilidad. Sin embargo tan extraño es el destino, que Mary tuvo que pagar con su vida la vida de su pequeña niña, Mary Godwin. Murió el 10 de Septiembre de 1797, de apenas veintiocho años de edad. Su encierro con la primera hija, aunque bajo las circunstancias más difíciles, fue puro juego, o como escribió a su hermana, “una excusa para quedarme en cama.” Pero aquel tiempo trágico demandó a su víctima. Fannie Imlay murió de la muerte que su madre falló en encontrar. Se suicidó ahogándose, mientras que Mary Wollstonecraft Godwin se convirtió en la esposa del más dulce gorrión de la libertad, Shelley.
Mary Wollstonecraft, la genio intelectual, la temeraria luchadora de los siglos dieciocho, diecinueve, y veinte, Mary Wollstonecraft, la mujer y amante, estuvo destinada al dolor por la riqueza misma de su ser. Con todos sus romances sin embargo estuvo mucho sola, como toda gran alma debe estar sola — sin duda, ese es el castigo por la grandeza.
Su coraje indomable en nombre de los desheredados de la tierra la ha vuelto ajena a su propio tiempo y ha creado la discordia en su ser que por sí sola da cuenta de su terrible tragedia con Imlay. Mary Wollstonecraft apuntó a la cumbre más alta de las posibilidades humanas. Era demasiado sabia y demasiado mundana como para no ver la discrepancia entre su mundo de ideales y su mundo del amor que causó el corte de cuerda de su delicada y complicada alma.
Quizás fue mejor que muriese en aquel momento en particular. Pues quien ha saboreado alguna vez la locura de la vida no puede nunca más ajustarse a un tenor estable. Pero hemos perdido mucho y podemos solo reconciliarnos con lo que ha dejado, y eso es mucho. Si Mary Wollstonecraft no hubiese escrito una línea, su vida hubiese provisto de alimento para el pensamiento. Pero ella ha dado ambos, ella por lo tanto se yergue entre los más grandes del mundo, una vida tan profunda, tan rica, tan exquisitamente bella en su humanidad completa.
Emma Goldman
1911
Los pioneros del progreso humano son como las gaviotas, observan nuevas costas, nuevas esferas de pensamiento temerario, mientras sus compañeras de viaje ven solo el interminable trecho de agua. Envían alegres saludos a las tierras distantes. Una fe intensa, anhelosa, ardiente, penetra en las nubes de la duda, porque los agudos oídos de los precursores de la vida disciernen desde el enloquecedor rugido de las olas el nuevo mensaje, el nuevo símbolo para la humanidad.
Las segundas no captan lo nuevo, apagadas e inertes, reciben a la pionera de la verdad con recelos y resentimientos, como una perturbadora de su paz, como aniquiladora de todos los hábitos y tradiciones estables.
Así, las exploradoras son oídas solo por las menos, pues no traspasarán las huellas transitadas y la masa carece de fuerza para seguir hacia lo desconocido.
En conflicto con toda institución de su tiempo, ya que no harán concesiones, es inevitable que las vigías avanzadas se tornen ajenas a quienes desean servir; que sean aisladas, evitadas, y repudiadas por los más cercanos y queridos prójimos. Y sin embargo la tragedia que toda pionera debe experimentar no es la falta de comprensión — es el hecho de que, habiendo visto nuevas posibilidades para el avance humano, las pioneras no pueden hechar raíz en lo antiguo, y estando aún lejos lo nuevo se vuelven entonces vagabundas parias de la tierra, buscadoras sin descanso de las cosas que nunca encontrarán.
Son consumidas por los fuegos de la compasión y por la simpatía por todo sufrimiento y de todos sus prójimos, pero se ven obligados a apartarse de su entorno. Y tampoco han de esperar nunca recibir el amor que sus grandes almas anhelan, pues tal es el castigo de un gran espíritu, que lo que recibe es nada comparado con lo que da.
Tal fue el destino y tragedia de Mary Wollstonecraft. Lo que dio al mundo, a quienes ella amó, estuvo muy por encima de la posibilidad media de ser recibido, y tampoco podía su alma apasionada y anhelosa contentarse con las miserables migajas que caen de la desolada mesa de la vida media.
Mary Wollstonecraft llegó al mundo en un tiempo en que su sexo estaba en cautiverio: en posesión del padre mientras aun estaba en casa y a pasar como mercancía al esposo al casarse. Era por cierto un extraño mundo al que Mary entró el 27 de Abril de 1759, aunque no mucho más extraño que el nuestro. Pues mientras la especie humana ha progresado sin duda desde aquel memorable momento, Mary Wollstonecraft es aun por mucho la pionera, adelantada a nuestro propio tiempo.
Fue ella una de muchos hijos de una familia de clase media, el cabeza de la cual vivió a la altura de sus derechos como amo, tiranizando a su esposa e hijos y despilfarrando su capital en vacía vida y festín.
¿Quién podría detenerlo, el creador del universo? Como en muchas otras cosas, así también sus derechos han cambiado poco desde el tiempo del padre de Mary. La familia pronto se encontró en terrible necesidad, pero ¿cómo iban a sustentar su vida unas niñas de clase media con todas las salidas cerradas para ellas? Tuvieron solo una salida, el matrimonio. La hermana de Mary probablemente cayó en cuenta de eso. Se casó con un hombre que no amaba para escapar de la miseria del hogar de sus padres. Pero Mary estaba hecha de otro material, un material tan finamente tejido que no podía calzar en burdos entornos. Su intelecto vio la degradación de su sexo, y su alma — siempre encendida contra todo mal — se rebeló contra la esclavitud de la mitad de la especie humana. Se determinó a pararse sobre sus propios pies. En esa determinación se fortaleció con su amistad con Fannie Blood, quien había dado el primer paso hacia la emancipación trabajando para su propio sustento. Pero incluso sin Fannie Blood como gran fuerza espiritual en la vida de Mary, e incluso sin el factor económico, estaba destinada por su misma naturaleza a convertirse en la iconoclasta de los dioses falsos, cuyos estándares el mundo le demandaba obedecer. Mary era una rebelde innata, alguien que prefería crear en vez de someterse a cualquier forma establecida para ella.
Se ha dicho que la naturaleza usa gran cantidad de material humano para crear a un genio. Lo mismo es cierto para el rebelde verdadero, el pionero verdadero. Mary nació y no se hizo mediante tal o cual incidente puntual en sus entornos. El tesoro de su alma, la sabiduría de su filosofía de vida, la profundidad de su mundo de pensamiento, la intensidad de su batalla por la emancipación humana y especialmente su lucha indomable por la liberación de su propio sexo, son incluso hoy tan adelantados al entendimiento medio que podríamos con certeza reclamar para ella la rara excepción que crea la naturaleza sino una vez por siglo. Como el halcón que surcó el espacio para observar el sol y luego pagó por ello con su vida, Mary vació la copa de la tragedia, pues tal es el precio de la sabiduría.
Mucho se ha escrito y dicho de esta maravillosa luchadora del siglo dieciocho, pero el tema es demasiado vasto y aun está muy lejos de agotarse. El movimiento de las mujeres de hoy y especialmente el movimiento por el sufragio encontrarán en la vida y la lucha de Mary Wollstonecraft mucho por demostrarles lo inadecuado de meras adquisiciones externas como medio para liberar a su sexo. Sin duda mucho se ha logrado desde que Mary rugió contra la esclavitud económica y política de las mujeres, pero ¿eso la hizo libre? ¿Ha añadido eso a la profundidad de su ser? ¿Trajo dicha y alegría a su vida? La propia vida trágica de Mary prueba que los derechos económicos y sociales para las mujeres por sí solos no son suficientes para satisfacer su vida, y tampoco suficientes para satisfacer ninguna vida profunda, sea hombre o mujer. No es cierto que el hombre profundo y bueno — no me refiero al simple varón — difiera mucho de la mujer profunda y buena. Él también busca belleza y amor, armonía y comprensión. Mary comprendió eso, pues no se limitó a su propio sexo, demandó libertad para toda la especie humana.
Para volverse económicamente independiente, Mary primero enseñó en la escuela y luego aceptó una posición como institutriz de los niños consentidos de una señorita consentida, pero pronto comprendió que ella no servía para sirviente y que debía volcarse a algo que le permitiese vivir, y al mismo tiempo, que no la desmoralizara. Aprendió la amargura y humillación de la lucha económica. No era tanto la carencia de comodidades externas lo que enfadaba al alma de Mary, sino la carencia de libertad interior que resultaba de la pobreza y la dependencia, lo que le hizo clamar, “Cómo puede alguien profesar ser amigo de la libertad y no ver que la pobreza es el mayor de los males.”
Afortunadamente, para Mary y para la posteridad, existió un raro espécimen de la humanidad, de los que aún faltan en el siglo veinte, el editor temerario y liberal Johnson. Él fue el primero en publicar las obras de Blake, de Thomas Paine, de Godwin y de todos los rebeldes de su tiempo sin consideración alguna de ganancias materiales. Él vio además las grandes posibilidades de Mary y la involucró como correctora, traductora, y contribuyente a su periódico, el Analytical Review. E hizo más. Se convirtió en su más devoto amigo y consejero. De hecho, ningún otro hombre en la vida de Mary fue tan acérrimo y comprendió su difícil naturaleza, como aquel hombre excepcional. Tampoco ella abrió nunca su alma tan sin reservas a nadie como lo hizo con él. Esto escribe ella en uno de sus momentos analíticos:
“La vida no es más que un chiste. Soy una extraña mezcla de debilidad y resolución. Hay por cierto un gran defecto en mi mente, mi obstinado corazón crea su propia miseria. Por qué he sido hecha así no lo sé y hasta que pueda formar alguna idea del todo de mi existencia debo estar contenta con sollozar y danzar como una niña, anhelo un juguete y me canso de él tan pronto como lo obtengo. Debemos ambos usar una gorra de tonto, pero la mía ha perdido sus campanillas y se ha vuelto tan pesada, me es intolerablemente fastidiosa.”
Que Mary escribiese así de sí misma a Johnson demuestra que debe haber habido una bella camaradería entre ellos. A todas luces, gracias a su amigo encontró alivio en su lucha terrible. Encontró también alimento intelectual. Los cuartos de Johnson eran el lugar de encuentro de la élite intelectual de Londres. Thomas Paine, Godwin, Dr. Fordyce, el pintor Fuseli, y muchos otros se reunían ahí para discutir los grandes temas de su tiempo.
Mary llegó a esa esfera y se convirtió en el centro mismo de aquel trajín intelectual. Godwin relata cómo llegó una tarde a escuchar a Tom Paine, pero en vez tuvo que escuchar a Mary Wollstonecraft, cuyos poderes de conversación, como todo lo demás en ella, inevitablemente se ponían al centro del escenario.
Así pudo Mary surcar el espacio, alcanzando su espíritu grandes alturas. La oportunidad pronto se ofreció. El antiguo campeón del liberalismo inglés, el gran Edmund Burke, ofreció un sentimental sermón contra la Revolución Francesa. Había conocido a María Antonieta y lloraba su suerte a manos del pueblo enfurecido de París. Su sentimentalismo de clase media vio en la más grande de todas las revueltas solo la superficie y no los terribles males que el pueblo francés soportó antes que se condujeran a sus actos. Pero Mary Wollstonecraft los vio, y su respuesta a Burke, La vindicación de los derechos del hombre, es una de las más poderosas exhortaciones por los oprimidos y desheredados jamás hechas.
Fue escrita con ardor, pues Mary había seguido la revolución atentamente. Su fuerza, su entusiasmo, y, sobre todo, su lógica y claridad de visión probaron que esta antigua maestra de escuela poseía tremendo cerebro y un corazón profundo y de apasionado palpitar.
Que tal escrito emanase de una mujer, fue como una explosión nunca antes oída. Asombró al mundo, pero le otorgó a Mary el respeto y el afecto de sus contemporáneos varones. Sintieron sin dudar, que ella no solo era su igual, sino que en muchos aspectos, superior a muchos de ellos.
“Cuando te llamas a ti mismo amigo de la libertad, pregunta a tu corazón si ¿no sería más consistente denominarte campeón de la Propiedad, el adorador de la imagen dorada que el poder ha establecido?
Seguridad de Propiedad! contemplad en unas pocas palabras la definición de la libertad inglesa. Pero calladamente, es solo la propiedad de los ricos la que está segura, el hombre que vive del sudor de su frente no tiene asilo contra la opresión.”
Piensen en la maravillosa perspicacia de esta mujer más de cien años atrás. Aún hoy hay pocos entre nuestros supuestos reformadores, ciertamente muy pocas entre las reformadoras, que ven tan claro como esta gigante del siglo dieciocho. Ella comprendió demasiado bien que los meros cambios políticos no son suficientes y no atestan en lo profundo a los males de la sociedad.
Mary Wollstonecraft sobre la pasión:
“La regulación de la pasión no siempre es algo sabio. Por el contrario, debiese parecer que una razón por la que los hombres tienen un juicio superior y más fuerza que las mujeres es indudablemente esta, que dan mayor alcance a la gran pasión y al extraviarse con más frecuencia aumentan sus mentes.
La ebriedad se debe a una carencia de mejor entretención en vez de a malicia innata, el crimen es con frecuencia resultado de una vida superabundante.
La misma energía que hace de un hombre un villano temerario le habría hecho útil a la sociedad si esa sociedad estuviese bien organizada.”
Mary no era solo una intelectual, poseía, como dice ella de ella misma, un corazón obstinado. Es decir ansiaba amor y afecto. Fue por lo tanto natural para ella ser arrastrada por la belleza y la pasión del pintor Fuseli, pero sea porque él no correspondió su amor, o porque él careció del coraje en el momento crítico, Mary pasó por su primera experiencia de amor y dolor. Ciertamente ella no era el tipo de mujer que se arrojara al cuello de un hombre cualquiera. Fuseli era un tipo despreocupado y fácilmente llevado por la belleza de Mary. Pero tenía esposa, y la presión de la opinión pública era demasiado para él. Fuese como fuese, Mary sufrió y partió a Francia para escapar de los encantos del artista.
Los biógrafos son los últimos en comprender a su sujeto si no no habrían hecho tanto lío del episodio Fuseli, pues no fue más que eso. Si el bocotas Fuseli hubiese sido tan libre como Mary como para gratificar su atracción sexual, Mary probablemente se habría asentado en su vida normal. Pero le faltó el valor y Mary, estando sexualmente hambrienta, no pudo apaciguar fácilmente los sentidos estimulados.
Sin embargo, requirió un fuerte interés intelectual traerla de vuelta en sí. Y aquel interés lo encontró en los estimulantes eventos de la Revolución Francesa.
Sin embargo, fue antes del incidente Fuseli que Mary añadió a su Vindicación de los derechos del hombre la Vindicación de los derechos de la mujer, una exhortación por la emancipación de su sexo. No sostenía que el hombre fuese responsable de la esclavitud de la mujer. Mary era demasiado grande y demasiado universal para situar la culpa en un solo sexo. Puso énfasis en el hecho de que la mujer misma es un obstáculo al progreso humano porque persiste en ser un objeto sexual en vez de una personalidad, una fuerza creativa en la vida. Naturalmente, mantuvo que el hombre ha sido el tirano por tanto tiempo que resiente toda intrusión en su dominio, pero defendió que era tanto por el bien del hombre como por el de la mujer que ella demandaba la libertad económica, política y sexual de la mujer como la única solución al problema de la emancipación humana. “Las leyes respecto a las mujeres hicieron una absurda unidad de un hombre y su esposa y luego por la fácil transición de solo considerarlo a él responsable, ella es reducida a una mera cifra.”
La naturaleza ha sido ciertamente muy dadivosa al hacer a Mary Wollstonecraft. No solo le ha dotado de tremendo cerebro, sino que le dio gran belleza y encanto. Le dio además un alma profunda, profunda tanto en dicha como en pesar. Mary estuvo por lo tanto destinada a volverse presa de más de una obsesión. Su amor por Fuseli pronto abrió camino a un amor más terrible, más intenso, la mayor fuerza en su vida, que la arrojó de un lado a otro como a un juguete sin voluntad y desamparado en manos del destino.
La vida sin amor para un carácter como Mary es inconcebible, y fue su búsqueda y anhelo de amor lo que la arrojó contra la roca de la incoherencia y la desesperación.
Mientras estaba en París, Mary conoció en casa de Thomas Paine donde había sido bienvenida como amiga, al vivaz, apuesto, y elemental norteamericano, Gilbert Imlay. Si no hubiese sido por el amor de Mary por él, el mundo pudo nunca haber conocido a este caballero. No es que él fuese ordinario, Mary no pudo haberlo amado con aquella loca pasión que casi destruyó su vida. Él se había distinguido en la guerra americana y había escrito una o dos cosas, pero en total nunca hubiese puesto a arder el mundo. Pero puso a arder a Mary y la tuvo en trance por tiempo considerable.
La fuerza misma de su obsesión por él excluyó la armonía, pero ¿es asunto de culpa en tanto concierne a Imlay? Él la amó todo lo que pudo, pero su insaciable hambre de amor nunca pudo contentarse con poco, de ahí la tragedia. Y luego además, él era un viajero, un aventurero, un explorador del territorio de los corazones femeninos. Estaba poseído por el espíritu viajero, no podía descansar en paz por mucho en ninguna parte. Mary necesitaba paz, necesitaba además lo que nunca tuvo en su familia, la quietud y el calor de un hogar. Pero más que nada necesitaba amor, sin reservas, amor apasionado. Imlay no podía darle nada y la lucha comenzó poco después de que el loco sueño hubo pasado.
Imlay estuvo por mucho lejos de Mary con el pretexto de los negocios. No sería norteamericano si descuidase su amor por los negocios. Sus viajes le llevaron, como dicen los alemanes, a otras ciudades y otros amores. Como hombre que estaba en su derecho, estaba igualmente en su derecho de engañar a Mary. Lo que debió ella soportar solo pueden apreciarlo quienes han conocido la tempestad.
En todo su embarazo de la hija de Imlay, Mary lo buscaba, rogaba y llamaba, pero él estaba ocupado. El pobre no sabía que toda la riqueza del mundo no equivaldría a la riqueza del amor de Mary. El único consuelo que ella halló fue en su trabajo. Escribió La Revolución Francesa bajo la influencia de aquel tremendo drama. Aguda como era en su observación, vio más profundo que Burke, más allá de toda la terrible pérdida de vida, vio el aún más terrible contraste entre pobres y ricos, y que todo el baño de sangre era en vano en tanto aquel contraste continuase. Así escribió: “Si la aristocracia de nacimiento es puesta al mismo nivel con la base solo para hacer espacio a las riquezas, me temo que la moral del pueblo no será mejorada con el cambio. Todo me susurra que nombres y no principios están siendo cambiados.” Comprendió mientras estaba en París que había predicho en su ataque a Burke, que el demonio de la propiedad siempre ha estado a mano para violar los sagrados derechos del hombre.
Con todo su trabajo Mary no pudo olvidar su amor. Fue tras una vana y amarga lucha por traer a Imlay hacia ella que intentó suicidarse. Falló, y para recuperar su fuerza fue a Noruega en una misión por Imlay. Se recuperó físicamente, pero su alma estaba herida y marcada. Mary e Imlay se juntaron varias veces, pero solo arrastraban lo inevitable. Y luego vino el golpe final. Mary supo que Imlay tenía otros amores y que la había estado engañando, no tanto por travesura sino por cobardía.
Entonces dio el paso más terrible y desesperado, se lanzó al Támesis tras caminar por horas para mojar su ropa y asegurarse que se hundiría. Oh, las inconsistencias, lloran los críticos superficiales. ¿Pero fue así?
En la lucha entre su intelecto y su pasión, Mary había sufrido una derrota. Era demasiado orgullosa y demasiado fuerte para sobrevivir a tan terrible golpe. ¿Qué más había para ella sino morir?
El destino que le había jugado tantas bromas a Mary Wollstonecraft lo quiso de otro modo. La trajo de vuelta a la vida y la esperanza, solo para matarla a sus puertas.
Encontró en Godwin, el primer representante del comunismo anarquista, una dulce y tierna camaradería, no del tipo salvaje y primitivo, sino del tipo calmo, maduro, cálido, que tranquiliza como la mano fría en la frente. Con él vivió consistente con sus ideas de libertad, cada uno aparte del otro, compartiendo lo que pudiesen el uno con el otro.
Nuevamente Mary estaba a punto de ser madre, no en el estrés y el dolor como la primera vez, sino en paz y rodeada de amabilidad. Sin embargo tan extraño es el destino, que Mary tuvo que pagar con su vida la vida de su pequeña niña, Mary Godwin. Murió el 10 de Septiembre de 1797, de apenas veintiocho años de edad. Su encierro con la primera hija, aunque bajo las circunstancias más difíciles, fue puro juego, o como escribió a su hermana, “una excusa para quedarme en cama.” Pero aquel tiempo trágico demandó a su víctima. Fannie Imlay murió de la muerte que su madre falló en encontrar. Se suicidó ahogándose, mientras que Mary Wollstonecraft Godwin se convirtió en la esposa del más dulce gorrión de la libertad, Shelley.
Mary Wollstonecraft, la genio intelectual, la temeraria luchadora de los siglos dieciocho, diecinueve, y veinte, Mary Wollstonecraft, la mujer y amante, estuvo destinada al dolor por la riqueza misma de su ser. Con todos sus romances sin embargo estuvo mucho sola, como toda gran alma debe estar sola — sin duda, ese es el castigo por la grandeza.
Su coraje indomable en nombre de los desheredados de la tierra la ha vuelto ajena a su propio tiempo y ha creado la discordia en su ser que por sí sola da cuenta de su terrible tragedia con Imlay. Mary Wollstonecraft apuntó a la cumbre más alta de las posibilidades humanas. Era demasiado sabia y demasiado mundana como para no ver la discrepancia entre su mundo de ideales y su mundo del amor que causó el corte de cuerda de su delicada y complicada alma.
Quizás fue mejor que muriese en aquel momento en particular. Pues quien ha saboreado alguna vez la locura de la vida no puede nunca más ajustarse a un tenor estable. Pero hemos perdido mucho y podemos solo reconciliarnos con lo que ha dejado, y eso es mucho. Si Mary Wollstonecraft no hubiese escrito una línea, su vida hubiese provisto de alimento para el pensamiento. Pero ella ha dado ambos, ella por lo tanto se yergue entre los más grandes del mundo, una vida tan profunda, tan rica, tan exquisitamente bella en su humanidad completa.
Emma Goldman
1911