Traducción al castellano: @rebeldealegre
(A propósito de una entrevista) [1]
Una entrevista que tuve con mi amigo Ciancabilla, publicada por él en Avanti!, ha suscitado comentarios que no esperaba. [2]
Sin poder tener en mis manos la edición de Avanti! en que se publicó la entrevista, pues fue incautada, no puedo saber cómo fueron reportadas mis palabras; pero la estima que tengo por Ciancabilla me da toda confianza en que no ha tergiversado mi pensamiento.
¿Cómo es que quienes comentan han inferido cosas, que yo, el principal involucrado, rechazo enfáticamente?
No estoy hablando del corresponsal de Il Resto del Carlino que encuentra que mi pensamiento “se acerca mucho al de los socialistas legalitarios.” Él es un periodista burgués y por lo tanto no puede darle mucho valor a las distinciones entre socialistas, y puede muy bien no comprenderlas. Los socialistas de todas las tendencias queremos todos poner fin a la dominación burguesa, y naturalmente somos todos lo mismo para los burgueses. Así como los ateos, protestantes, judíos, y todo aquel contrario a la autoridad del Papa son todos lo mismo para los sacerdotes católicos.
Sólo puedo esperar a que esté cerca el día en que los burgueses de hoy, despojados de los privilegios que en el presente enturbian su juicio, sean capaces, en términos prácticos, de escudriñar y evaluar equilibradamente las diferencias entre los diversos métodos defendidos para implementar el socialismo.
Dado que el Avanti! es socialista y es una fuente acreditada para los socialistas, merece una consideración más cabal si es que encuentra en lo que dije a Ciancabilla un indicativo inconfundible de que “el anarquismo evoluciona en dirección al socialismo marxista.” [3]
Afirmar que nos movemos en su dirección es una maniobra establecida ya hace tiempo por los socialistas democráticos (cuando intentan tratarnos con guantes de seda en vez de reiterar con Liebknecht que somos “los hijos favoritos de la burguesía y los gobiernos de todos los países”). Por ejemplo, recuerdo que hace unos años, el abogado Balducci oriundo de Forlì — aprovechando la ocasión de la publicación de una carta privada mía, por parte de un amigo, en la que abogo por la organización de las masas esforzadas — escribió que yo había “aguado mi vino” y me felicitó por ello, como si lo dicho fuese algo nuevo en mí, aún cuando, desde 1871, no he sido exactamente uno de los menos conocidos defensores de la Internacional en Italia y estuve fuera del país precisamente por haber sido condenado por membresía en la Internacional.
Seamos claros: en mi estima no hay nada sino de honorable en evolucionar, siempre que esa evolución sea fruto de una convicción genuina.
El asunto es que, debido a la corrupción de los politiqueros y a la tremenda influencia que los intereses egoístas y de clase tienen sobre la política, aquello que en un científico se consideraría como señal de cretina testarudez — nunca haber cambiado de opinión — es ampliamente considerado como algo honroso.
Pero tengo demasiado valor moral como para no articular mis cambios de mente por un supuesto respeto a un reputación absurda y ridícula por la inmutabilidad, incluso si estos cambios, como se afirma en esta ocasión, me ponen en contradicción con mis amigos y con mí mismo. Y tengo demasiado orgullo como para detenerme por un solo momento ante la idea de que otros puedan pensar que me motiva la cobardía o el juego de las probabilidades.
Tal cambio de opinión, sin embargo, debe realmente haber ocurrido y se requiere que alguna vez haya sido afirmado.
Ahora, ciertamente los anarquistas han evolucionado, y yo junto a ellos, y lo más probable es que sigan evolucionando mientras sigan siendo un partido vivo capaz de acoplar las lecciones de la ciencia y la experiencia, y de adaptarse a las variables de la vida. Pero niego completamente que hayamos evolucionado o estemos evolucionando en dirección al “socialismo marxista.” Y creo, en vez, que uno de los rasgos más notables y más extendidos de nuestra evolución es que nos hemos quitado de encima los prejuicios marxistas, que, al comienzo de nuestro movimiento, abrazamos con demasiada ligereza y han sido fuente de nuestros más graves errores.
Avanti! ha sucumbido probablemente a una ilusión.
Si realmente cree en lo que ha dicho una y otra vez sobre el anarquismo — que el anarquismo es el opuesto mismo del socialismo — y si sigue insistiendo en juzgarnos en base a las tergiversaciones y calumnias con las que los marxistas alemanes, imitando el ejemplo establecido por Marx en su relación con Bakunin, se deshonraron a sí mismos, entonces el asunto es que, toda vez que se dignen a leer algo de lo que hemos escrito o a oír uno de nuestros discursos, siempre se sorprenderán placenteramente al descubrir una “evolución” en el anarquismo en dirección al socialismo, que al parecer es casi sinónimo de marxismo en cuanto al Avanti! se refiere.
Pero todo aquel con una comprensión incluso superficial de nuestras ideas y de nuestra historia sabe que, desde su origen, el anarquismo ha sido nada más que el desarrollo e integración de la idea socialista y por ende no podría y no puede evolucionar hacia el socialismo, lo que vale decir hacia sí mismo.
Los errores mismos, los planes descabellados, los crímenes ventilados y cometidos por anarquistas son prueba de la naturaleza sustancialmente socialista del anarquismo, tal como la patología de un organismo ayuda a comprender mejor sus rasgos y funciones fisiológicas.
¿Qué había en lo que le dije a Ciancabilla que pudiese justificar la conclusión del Avanti!?
Ciertamente tenemos muchas ideas en común con los socialistas democráticos, y, sobre todo, compartimos un sentimiento que nos impulsa e incita a luchar por el advenimiento de una sociedad de libres e iguales… aunque nosotros pensamos que la lógica de su sistema preferido conduce a la negación de la libertad y la igualdad.
Como piedra angular esencial de nuestro programa tenemos la abolición de la propiedad privada y la organización de la producción para el beneficio de todos y lograda a través de la cooperación de todos — lo que es, o debería ser, la piedra angular de cualquier tipo de socialismo. Y a nuestro entender, ya que los trabajadores son las principales víctimas de la sociedad existente y aquellos con el más directo interés en cambiarla, y dado que el asunto es establecer una sociedad en la que todos son trabajadores, la nueva revolución simplemente debe ser, principalmente, obra de la clase trabajadora organizada, consciente del irreconciliable antagonismo entre sus intereses y los de la clase burguesa — siendo la formulación, propagación, y conversión de aquella noción en la fuerza motriz tras todo el socialismo moderno, el más grande logro de Marx.
Pero Avanti! difícilmente puede hablar de evolución por todo esto puesto que estamos aquí señalando propósitos y convicciones que son arte y parte del anarquismo y los anarquistas siempre los han propagado — y lo estaban haciendo muchos años antes que hubiese siquiera marxistas en Italia.
Entonces para saber si es que en realidad hemos evolucionado en dirección al socialismo democrático, al que Avanti! muy cuestionablemente denomina socialismo marxista, necesitaríamos investigar las diferencias que nos dividen, y que siempre nos han dividido de los socialistas democráticos.
No necesitamos entrar en una discusión de las teorías económicas e históricas de Marx, que me parecen (aunque estoy escasamente calificado para decirlo) en parte equivocadas y en parte consisten simplemente en la articulación en lenguaje abstruso de verdades (hechas sonar extrañas y esotéricas) que son claras, llanas, y de sentido común, si se utiliza un hablar más común. Los socialistas democráticos han dejado por completo de prestarles atención desde hace ya mucho tiempo en su programa práctico y, a menos que me equivoque, están prontos a retirarlas de su ciencia también.
Lo que nos interesa, como miembros de partido, es lo que los partidos hacen y pretenden hacer — más que las ideas teóricas por las que han sido inspirados o con las que buscan, después de los eventos, explicar y justificar sus actos.
En este momento, por lo tanto, estamos en contradicción y en una lucha con los socialistas democráticos porque ellos están por cambiar la sociedad presente por medio de leyes y manteniendo el gobierno en la sociedad futura, el Estado que ellos afirman será el órgano del interés de todos. Mientras que nosotros queremos que la sociedad cambie por medio de los propios esfuerzos del pueblo y queremos la destrucción completa de la maquinaria del Estado, que, decimos, siempre será un agente de opresión y explotación y tenderá, por su naturaleza misma, a establecer una sociedad fundada sobre el privilegio y la guerra de clases.
Podremos estar en lo cierto, podremos estar equivocados, pero ¿dónde está el indicio, visto por Avanti!, de que estamos coqueteando con su concepción autoritaria de socialismo?
El partido de Avanti! siendo un partido autoritario, lógicamente tiene el ojo puesto en “capturar cargos públicos.”
¿Hemos tal vez nosotros dejado de dirigir nuestros esfuerzos al propósito de retratar los cargos públicos, lo que vale decir, el gobierno, como redundantes y a deshacernos de éstos? ¿O hemos tal vez comenzado a poner nuestra fe en ese absurdo de tomar posesión del gobierno, para desmantelarlo, del que parlotea un número de excesivamente ingenuos… o excesivamente astutos socialistas?
Todo lo contrario. Nadie que ahonde profundamente en un estudio del anarquismo tendrá dificultad alguna en entender que en los primeros días del movimiento había un fuerte residuo de jacobinismo y autoritarismo en nosotros, un residuo que no osaré en decir que hemos destruido por completo, pero que definitivamente ha estado y aún está en declive. Hubo una vez en que era una perspectiva comúnmente sostenida en nuestras filas que la revolución tenía que ser autoritaria por necesidad y hubo más de alguno de nosotros atrapado en la curiosa contradicción de querer ver “la anarquía lograda por la fuerza.” Mientras que, por estos días, la creencia general entre los anarquistas es que la anarquía no puede ser lograda mediante la autoridad, sino que debe nacer de la lucha constante contra toda y cualquier imposición, ya sea en tiempos de evolución lenta o en períodos tempestuosamente revolucionarios y que nuestro propósito debe ser velar por que la revolución misma sea, desde el inicio mismo, la implementación de ideas y métodos anarquistas.
El partido de Avanti! es un partido parlamentarista, tanto en términos de sus fines para el futuro como de sus tácticas presentes; mientras que nosotros estamos contra el parlamentarismo tanto como forma de sociedad refundada como como método actual de lucha, tanto así que consideramos al socialismo anarquista y al socialismo anti-parlamentarista como sinónimos, o aproximados.
¿Tal vez Avanti! ha detectado alguna disminución en la aversión al parlamentarismo, que ha sido siempre un rasgo distinguido de nuestro partido? ¿Hemos, quizás, dejado de comprometer gran parte de nuestros esfuerzos en liberar las mentes de los trabajadores de la renacida creencia en los parlamentos y los medios parlamentarios que los socialistas democráticos intentan plantar? ¿Ha sido abandonado el abstencionismo como insignia casi material con la que reconocemos a nuestros compañeros?
Muy por el contrario. Cuando comenzó nuestro movimiento, varios de los nuestros aún sostenían la idea de la participación en las elecciones administrativas y más tarde desde nuestras filas salió la iniciativa de proponer a Cipriani como candidato, la cual respaldamos. [4] Hoy, somos todos de una opinión al considerar las elecciones administrativas tan nocivas como las políticas y quizás aún más, y repudiamos también las candidaturas protesta, para evitar malentendidos.
¿Así que dónde está la evolución en dirección al socialismo marxista?
Siguiendo mi creencia en que un partido del futuro como el nuestro debe conllevar una crítica continua y rigurosa de sí mismo y no debe temer confesar sus errores y pecados en público, le conté a Ciancabilla de algunos de los factores que redujeron al partido anarquista a un estado tal de aislamiento y desintegración como para volverle impotente de ofrecer resistencia alguna a la reacción de Crispi y de inspirar la sensación de simpatía en el público. [5]
Le conté cómo la juvenil ilusión (que heredamos del Mazzinianismo) de la revolución inminente alcanzable por los esfuerzos de unos pocos sin debida preparación en las masas nos había alejado de todo trabajo largo y paciente para preparar y organizar al pueblo.
Le conté cómo, creyendo que ninguna mejoría podría extraerse en ausencia de previa transformación radical del orden socio-político completo, e imbuidos en el antiguo prejuicio de que la revolución se hace más fácil mientras más miserable esté el pueblo — veíamos con indiferencia, si no con hostilidad, las huelgas y similares luchas obreras, y buscábamos en la organización de la clase trabajadora casi exclusivamente reclutas para la insurrección armada:— lo que, por un parte, nos dejó expuestos a persecuciones innecesarias que estaban siempre interrumpiendo y desenredando nuestros esfuerzos, los que por ende nunca tuvieron el tiempo para madurar y eran siempre talados en las etapas de inicio, y, por otra, alejó eventualmente de nosotros a trabajadores vanguardistas que, habiéndoselas arreglado en ponerse firmes por sacar unas cuantas mejorías de sus patrones, vieron los resultados que lograron como refutación de lo que nosotros decíamos.
Y le conté cómo por estos días vemos en el movimiento obrero la base de nuestra fuerza y una confirmación de que la revolución por venir podría bien probar ser socialista y anarquista, y cómo nos regocijamos de cualquier mejoría que los trabajadores logran obtener, puesto que estimula la consciencia de la clase trabajadora en su fuerza, gatillando más demandas y nuevas reclamaciones, y nos acerca al momento cumbre en que el burgués no tiene nada más que dar a menos que renuncie a sus privilegios y en que el conflicto violento se vuelve inevitable.
Todo esto y mucho más de lo que le pude decir ciertamente señala una evolución en nuestro pensamiento y práctica, pero, lejos de representar una “evolución en dirección al marxismo,” es el resultado de haber tirado por la borda lo poco de marxismo que hayamos abrazado.
Por cierto, ¿no fue acaso nuestra vieja táctica, tal vez, el resultado lógico de la estricta y unilateral interpretación de la ley de los salarios ideada por la escuela de pensamiento marxista?[6] ¿No fue acaso una imagen espejo de la influencia del fatalismo económico de Marx? ¿Y no es acaso el espíritu autoritario, que aún merodea en nosotros, el espíritu por el cual los marxistas son impulsados y que merodea, sin alteraciones, a través de todas sus propias, y no siempre vanguardistas, evoluciones?
No: permítanme disipar las ilusiones de Avanti!: no estamos a punto de volvernos marxistas. Sino que esperamos que los marxistas, refrescados por el contacto con el espíritu del pueblo, se vuelvan, si no anarquistas, al menos liberales, en el buen sentido del término.
NOTAS:
[1] Traducido desde “Evoluzione dell'anarchismo (A proposito di un'intervista),” L'Agitazione (Ancona) 1, no. 31 (14 de Octubre de 1897).
[2] La entrevista apareció en el Avanti! del 3 de Octubre de 1897, bajo el título “L'evoluzione dell'anarchismo: Un'intervista con Errico Malatesta.” El entrevistador, Giuseppe Ciancabilla, era en ese momento socialista, pero poco después se pasó al campo anarquista, abrazando ideas anti-organizacionistas. Más tarde emigró a los Estados Unidos. Cuando Malatesta, en 1899-1900, viajó por aquel país, surgió una eterna controversia entre los dos, que comenzó en términos teórico-tácticos, pero después se tornó amargamente personal.
[3] Esta idea, ya expresada en una nota editorial introductoria a la entrevista, y claramente reflejada en el título de la entrevista, fue luego vuelta a afirmar en otro comentario en Avanti! al día siguiente.
[4] Amilcare Cipriani fue un famoso revolucionario italiano. En 1882 fue condenado a veinticinco años de cárcel por un episodio que había ocurrido quince años antes. Se gestó una amplia campaña por su liberación. Una de las iniciativas fue la “candidatura protesta” de Cipriani, que apuntaba a sacarlo de prisión eligiéndolo para el Parlamento. En 1884, Malatesta apoyó la iniciativa, ligándola a su campaña contra el giro legalitario de Andrea Costa. Desde las columnas de su periódico, La Questione Sociale, urgió a Costa a renunciar al Parlamento para ceder su puesto a Cipriani.
[5] Francesco Crispi fue el primer ministro que emprendió la dura represión que siguió al movimiento Fasci siciliano y la revuelta de Carrara en 1894. Sobre estos eventos, ver el artículo “Vamos entre el pueblo.”
Sin poder tener en mis manos la edición de Avanti! en que se publicó la entrevista, pues fue incautada, no puedo saber cómo fueron reportadas mis palabras; pero la estima que tengo por Ciancabilla me da toda confianza en que no ha tergiversado mi pensamiento.
¿Cómo es que quienes comentan han inferido cosas, que yo, el principal involucrado, rechazo enfáticamente?
No estoy hablando del corresponsal de Il Resto del Carlino que encuentra que mi pensamiento “se acerca mucho al de los socialistas legalitarios.” Él es un periodista burgués y por lo tanto no puede darle mucho valor a las distinciones entre socialistas, y puede muy bien no comprenderlas. Los socialistas de todas las tendencias queremos todos poner fin a la dominación burguesa, y naturalmente somos todos lo mismo para los burgueses. Así como los ateos, protestantes, judíos, y todo aquel contrario a la autoridad del Papa son todos lo mismo para los sacerdotes católicos.
Sólo puedo esperar a que esté cerca el día en que los burgueses de hoy, despojados de los privilegios que en el presente enturbian su juicio, sean capaces, en términos prácticos, de escudriñar y evaluar equilibradamente las diferencias entre los diversos métodos defendidos para implementar el socialismo.
Dado que el Avanti! es socialista y es una fuente acreditada para los socialistas, merece una consideración más cabal si es que encuentra en lo que dije a Ciancabilla un indicativo inconfundible de que “el anarquismo evoluciona en dirección al socialismo marxista.” [3]
Afirmar que nos movemos en su dirección es una maniobra establecida ya hace tiempo por los socialistas democráticos (cuando intentan tratarnos con guantes de seda en vez de reiterar con Liebknecht que somos “los hijos favoritos de la burguesía y los gobiernos de todos los países”). Por ejemplo, recuerdo que hace unos años, el abogado Balducci oriundo de Forlì — aprovechando la ocasión de la publicación de una carta privada mía, por parte de un amigo, en la que abogo por la organización de las masas esforzadas — escribió que yo había “aguado mi vino” y me felicitó por ello, como si lo dicho fuese algo nuevo en mí, aún cuando, desde 1871, no he sido exactamente uno de los menos conocidos defensores de la Internacional en Italia y estuve fuera del país precisamente por haber sido condenado por membresía en la Internacional.
Seamos claros: en mi estima no hay nada sino de honorable en evolucionar, siempre que esa evolución sea fruto de una convicción genuina.
El asunto es que, debido a la corrupción de los politiqueros y a la tremenda influencia que los intereses egoístas y de clase tienen sobre la política, aquello que en un científico se consideraría como señal de cretina testarudez — nunca haber cambiado de opinión — es ampliamente considerado como algo honroso.
Pero tengo demasiado valor moral como para no articular mis cambios de mente por un supuesto respeto a un reputación absurda y ridícula por la inmutabilidad, incluso si estos cambios, como se afirma en esta ocasión, me ponen en contradicción con mis amigos y con mí mismo. Y tengo demasiado orgullo como para detenerme por un solo momento ante la idea de que otros puedan pensar que me motiva la cobardía o el juego de las probabilidades.
Tal cambio de opinión, sin embargo, debe realmente haber ocurrido y se requiere que alguna vez haya sido afirmado.
Ahora, ciertamente los anarquistas han evolucionado, y yo junto a ellos, y lo más probable es que sigan evolucionando mientras sigan siendo un partido vivo capaz de acoplar las lecciones de la ciencia y la experiencia, y de adaptarse a las variables de la vida. Pero niego completamente que hayamos evolucionado o estemos evolucionando en dirección al “socialismo marxista.” Y creo, en vez, que uno de los rasgos más notables y más extendidos de nuestra evolución es que nos hemos quitado de encima los prejuicios marxistas, que, al comienzo de nuestro movimiento, abrazamos con demasiada ligereza y han sido fuente de nuestros más graves errores.
Avanti! ha sucumbido probablemente a una ilusión.
Si realmente cree en lo que ha dicho una y otra vez sobre el anarquismo — que el anarquismo es el opuesto mismo del socialismo — y si sigue insistiendo en juzgarnos en base a las tergiversaciones y calumnias con las que los marxistas alemanes, imitando el ejemplo establecido por Marx en su relación con Bakunin, se deshonraron a sí mismos, entonces el asunto es que, toda vez que se dignen a leer algo de lo que hemos escrito o a oír uno de nuestros discursos, siempre se sorprenderán placenteramente al descubrir una “evolución” en el anarquismo en dirección al socialismo, que al parecer es casi sinónimo de marxismo en cuanto al Avanti! se refiere.
Pero todo aquel con una comprensión incluso superficial de nuestras ideas y de nuestra historia sabe que, desde su origen, el anarquismo ha sido nada más que el desarrollo e integración de la idea socialista y por ende no podría y no puede evolucionar hacia el socialismo, lo que vale decir hacia sí mismo.
Los errores mismos, los planes descabellados, los crímenes ventilados y cometidos por anarquistas son prueba de la naturaleza sustancialmente socialista del anarquismo, tal como la patología de un organismo ayuda a comprender mejor sus rasgos y funciones fisiológicas.
¿Qué había en lo que le dije a Ciancabilla que pudiese justificar la conclusión del Avanti!?
Ciertamente tenemos muchas ideas en común con los socialistas democráticos, y, sobre todo, compartimos un sentimiento que nos impulsa e incita a luchar por el advenimiento de una sociedad de libres e iguales… aunque nosotros pensamos que la lógica de su sistema preferido conduce a la negación de la libertad y la igualdad.
Como piedra angular esencial de nuestro programa tenemos la abolición de la propiedad privada y la organización de la producción para el beneficio de todos y lograda a través de la cooperación de todos — lo que es, o debería ser, la piedra angular de cualquier tipo de socialismo. Y a nuestro entender, ya que los trabajadores son las principales víctimas de la sociedad existente y aquellos con el más directo interés en cambiarla, y dado que el asunto es establecer una sociedad en la que todos son trabajadores, la nueva revolución simplemente debe ser, principalmente, obra de la clase trabajadora organizada, consciente del irreconciliable antagonismo entre sus intereses y los de la clase burguesa — siendo la formulación, propagación, y conversión de aquella noción en la fuerza motriz tras todo el socialismo moderno, el más grande logro de Marx.
Pero Avanti! difícilmente puede hablar de evolución por todo esto puesto que estamos aquí señalando propósitos y convicciones que son arte y parte del anarquismo y los anarquistas siempre los han propagado — y lo estaban haciendo muchos años antes que hubiese siquiera marxistas en Italia.
Entonces para saber si es que en realidad hemos evolucionado en dirección al socialismo democrático, al que Avanti! muy cuestionablemente denomina socialismo marxista, necesitaríamos investigar las diferencias que nos dividen, y que siempre nos han dividido de los socialistas democráticos.
No necesitamos entrar en una discusión de las teorías económicas e históricas de Marx, que me parecen (aunque estoy escasamente calificado para decirlo) en parte equivocadas y en parte consisten simplemente en la articulación en lenguaje abstruso de verdades (hechas sonar extrañas y esotéricas) que son claras, llanas, y de sentido común, si se utiliza un hablar más común. Los socialistas democráticos han dejado por completo de prestarles atención desde hace ya mucho tiempo en su programa práctico y, a menos que me equivoque, están prontos a retirarlas de su ciencia también.
Lo que nos interesa, como miembros de partido, es lo que los partidos hacen y pretenden hacer — más que las ideas teóricas por las que han sido inspirados o con las que buscan, después de los eventos, explicar y justificar sus actos.
En este momento, por lo tanto, estamos en contradicción y en una lucha con los socialistas democráticos porque ellos están por cambiar la sociedad presente por medio de leyes y manteniendo el gobierno en la sociedad futura, el Estado que ellos afirman será el órgano del interés de todos. Mientras que nosotros queremos que la sociedad cambie por medio de los propios esfuerzos del pueblo y queremos la destrucción completa de la maquinaria del Estado, que, decimos, siempre será un agente de opresión y explotación y tenderá, por su naturaleza misma, a establecer una sociedad fundada sobre el privilegio y la guerra de clases.
Podremos estar en lo cierto, podremos estar equivocados, pero ¿dónde está el indicio, visto por Avanti!, de que estamos coqueteando con su concepción autoritaria de socialismo?
El partido de Avanti! siendo un partido autoritario, lógicamente tiene el ojo puesto en “capturar cargos públicos.”
¿Hemos tal vez nosotros dejado de dirigir nuestros esfuerzos al propósito de retratar los cargos públicos, lo que vale decir, el gobierno, como redundantes y a deshacernos de éstos? ¿O hemos tal vez comenzado a poner nuestra fe en ese absurdo de tomar posesión del gobierno, para desmantelarlo, del que parlotea un número de excesivamente ingenuos… o excesivamente astutos socialistas?
Todo lo contrario. Nadie que ahonde profundamente en un estudio del anarquismo tendrá dificultad alguna en entender que en los primeros días del movimiento había un fuerte residuo de jacobinismo y autoritarismo en nosotros, un residuo que no osaré en decir que hemos destruido por completo, pero que definitivamente ha estado y aún está en declive. Hubo una vez en que era una perspectiva comúnmente sostenida en nuestras filas que la revolución tenía que ser autoritaria por necesidad y hubo más de alguno de nosotros atrapado en la curiosa contradicción de querer ver “la anarquía lograda por la fuerza.” Mientras que, por estos días, la creencia general entre los anarquistas es que la anarquía no puede ser lograda mediante la autoridad, sino que debe nacer de la lucha constante contra toda y cualquier imposición, ya sea en tiempos de evolución lenta o en períodos tempestuosamente revolucionarios y que nuestro propósito debe ser velar por que la revolución misma sea, desde el inicio mismo, la implementación de ideas y métodos anarquistas.
El partido de Avanti! es un partido parlamentarista, tanto en términos de sus fines para el futuro como de sus tácticas presentes; mientras que nosotros estamos contra el parlamentarismo tanto como forma de sociedad refundada como como método actual de lucha, tanto así que consideramos al socialismo anarquista y al socialismo anti-parlamentarista como sinónimos, o aproximados.
¿Tal vez Avanti! ha detectado alguna disminución en la aversión al parlamentarismo, que ha sido siempre un rasgo distinguido de nuestro partido? ¿Hemos, quizás, dejado de comprometer gran parte de nuestros esfuerzos en liberar las mentes de los trabajadores de la renacida creencia en los parlamentos y los medios parlamentarios que los socialistas democráticos intentan plantar? ¿Ha sido abandonado el abstencionismo como insignia casi material con la que reconocemos a nuestros compañeros?
Muy por el contrario. Cuando comenzó nuestro movimiento, varios de los nuestros aún sostenían la idea de la participación en las elecciones administrativas y más tarde desde nuestras filas salió la iniciativa de proponer a Cipriani como candidato, la cual respaldamos. [4] Hoy, somos todos de una opinión al considerar las elecciones administrativas tan nocivas como las políticas y quizás aún más, y repudiamos también las candidaturas protesta, para evitar malentendidos.
¿Así que dónde está la evolución en dirección al socialismo marxista?
Siguiendo mi creencia en que un partido del futuro como el nuestro debe conllevar una crítica continua y rigurosa de sí mismo y no debe temer confesar sus errores y pecados en público, le conté a Ciancabilla de algunos de los factores que redujeron al partido anarquista a un estado tal de aislamiento y desintegración como para volverle impotente de ofrecer resistencia alguna a la reacción de Crispi y de inspirar la sensación de simpatía en el público. [5]
Le conté cómo la juvenil ilusión (que heredamos del Mazzinianismo) de la revolución inminente alcanzable por los esfuerzos de unos pocos sin debida preparación en las masas nos había alejado de todo trabajo largo y paciente para preparar y organizar al pueblo.
Le conté cómo, creyendo que ninguna mejoría podría extraerse en ausencia de previa transformación radical del orden socio-político completo, e imbuidos en el antiguo prejuicio de que la revolución se hace más fácil mientras más miserable esté el pueblo — veíamos con indiferencia, si no con hostilidad, las huelgas y similares luchas obreras, y buscábamos en la organización de la clase trabajadora casi exclusivamente reclutas para la insurrección armada:— lo que, por un parte, nos dejó expuestos a persecuciones innecesarias que estaban siempre interrumpiendo y desenredando nuestros esfuerzos, los que por ende nunca tuvieron el tiempo para madurar y eran siempre talados en las etapas de inicio, y, por otra, alejó eventualmente de nosotros a trabajadores vanguardistas que, habiéndoselas arreglado en ponerse firmes por sacar unas cuantas mejorías de sus patrones, vieron los resultados que lograron como refutación de lo que nosotros decíamos.
Y le conté cómo por estos días vemos en el movimiento obrero la base de nuestra fuerza y una confirmación de que la revolución por venir podría bien probar ser socialista y anarquista, y cómo nos regocijamos de cualquier mejoría que los trabajadores logran obtener, puesto que estimula la consciencia de la clase trabajadora en su fuerza, gatillando más demandas y nuevas reclamaciones, y nos acerca al momento cumbre en que el burgués no tiene nada más que dar a menos que renuncie a sus privilegios y en que el conflicto violento se vuelve inevitable.
Todo esto y mucho más de lo que le pude decir ciertamente señala una evolución en nuestro pensamiento y práctica, pero, lejos de representar una “evolución en dirección al marxismo,” es el resultado de haber tirado por la borda lo poco de marxismo que hayamos abrazado.
Por cierto, ¿no fue acaso nuestra vieja táctica, tal vez, el resultado lógico de la estricta y unilateral interpretación de la ley de los salarios ideada por la escuela de pensamiento marxista?[6] ¿No fue acaso una imagen espejo de la influencia del fatalismo económico de Marx? ¿Y no es acaso el espíritu autoritario, que aún merodea en nosotros, el espíritu por el cual los marxistas son impulsados y que merodea, sin alteraciones, a través de todas sus propias, y no siempre vanguardistas, evoluciones?
No: permítanme disipar las ilusiones de Avanti!: no estamos a punto de volvernos marxistas. Sino que esperamos que los marxistas, refrescados por el contacto con el espíritu del pueblo, se vuelvan, si no anarquistas, al menos liberales, en el buen sentido del término.
NOTAS:
[1] Traducido desde “Evoluzione dell'anarchismo (A proposito di un'intervista),” L'Agitazione (Ancona) 1, no. 31 (14 de Octubre de 1897).
[2] La entrevista apareció en el Avanti! del 3 de Octubre de 1897, bajo el título “L'evoluzione dell'anarchismo: Un'intervista con Errico Malatesta.” El entrevistador, Giuseppe Ciancabilla, era en ese momento socialista, pero poco después se pasó al campo anarquista, abrazando ideas anti-organizacionistas. Más tarde emigró a los Estados Unidos. Cuando Malatesta, en 1899-1900, viajó por aquel país, surgió una eterna controversia entre los dos, que comenzó en términos teórico-tácticos, pero después se tornó amargamente personal.
[3] Esta idea, ya expresada en una nota editorial introductoria a la entrevista, y claramente reflejada en el título de la entrevista, fue luego vuelta a afirmar en otro comentario en Avanti! al día siguiente.
[4] Amilcare Cipriani fue un famoso revolucionario italiano. En 1882 fue condenado a veinticinco años de cárcel por un episodio que había ocurrido quince años antes. Se gestó una amplia campaña por su liberación. Una de las iniciativas fue la “candidatura protesta” de Cipriani, que apuntaba a sacarlo de prisión eligiéndolo para el Parlamento. En 1884, Malatesta apoyó la iniciativa, ligándola a su campaña contra el giro legalitario de Andrea Costa. Desde las columnas de su periódico, La Questione Sociale, urgió a Costa a renunciar al Parlamento para ceder su puesto a Cipriani.
[5] Francesco Crispi fue el primer ministro que emprendió la dura represión que siguió al movimiento Fasci siciliano y la revuelta de Carrara en 1894. Sobre estos eventos, ver el artículo “Vamos entre el pueblo.”
[6] Como explica Malatesta en otras partes, la conclusión que los anarquistas rescataron de la ley de los salarios fue que, “dada la propiedad privada, los salarios deben necesariamente limitarse al mínimo que el trabajador necesite para vivir y reproducirse,” y que el esfuerzo de ningún trabajador podría incrementar la cantidad de bienes repartidos al proletariado o disminuir la cantidad de horas de trabajo al servicio de los capitalistas. Para Malatesta, esta interpretación desatendía la influencia que la resistencia de los trabajadores podía tener y tuvo sobre el funcionamiento de esa “ley”.